Robert T. McLean
Con la Conferencia de Washington de 1921 a 1922, el Secretario de Estado Charles Evans Hughes se movió con éxito para garantizar que la Marina Imperial japonesa no adquiría la capacidad para derrotar a Estados Unidos en la batalla por el Pacífico. Hughes estableció una cuota para el número de navíos avanzados que Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón podían producir y desplegar. Prestar poca atención a las siguientes administraciones de la Marina norteamericana y a la región destruyó un tratado que probablemente podría haber evitado la guerra en el Pacífico. Mientras que la administración Bush no ha logrado el triunfo diplomático en la escala de la Conferencia de Washington, ha evitado responsablemente una dejadez similar en la región y ha permanecido comprometida con preservar la primacía americana en Asia.
Un contribuyente importante a la aplastante presencia continua de Estados Unidos en Asia y el Pacífico ha sido Japón. Tokio ha quedado cada vez más aislado recientemente y ha descubierto que los vínculos cercanos con Washington son cada vez más importantes. China y Japón son enemigos históricos que tradicionalmente han combatido por la supremacía regional. Las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial de Japón contra los chinos continúan siendo tema de contención, y recientemente han aflorado informaciones que indican que Beijing ha estado involucrado en un esfuerzo concertado para garantizar la victoria de un candidato pro-China después de que el ex Primer Ministro Junichiro Kiozumi abandonase el cargo en septiembre de 2006. Willy Lam, un miembro permanente de la Fundación Jamestown, informó que la República Popular de China estaba cortejando a líderes empresariales japoneses que mantienen fuertes intereses económicos en China en un intento por garantizar que un miembro del gabinete de Kiozumi no sucediese al Primer Ministro y prolongase la presente política de gran recelo hacia Beijing (cosa que no sucedió).
El Partido Comunista Chino (CCP) en el poder ha presionado a sus medios para que reflejen su campaña por desacreditar los vínculos japoneses con Estados Unidos y agiten el sentimiento nacional anti-japonés. La República Popular de China, propietaria de Ta Kung Pao[i], clamaba a comienzos de este mes que el esfuerzo de la pasada administración Bush y sus homólogos de Tokio por reforzar la cooperación bilateral en materia de defensa en la región "es simplemente una mentira para engañar a la gente". El realineamiento de las fuerzas norteamericanas en el Pacífico también es castigado: "El plan de Estados Unidos y Japón, que quieren rodear a China, salta por fin".
Está claro que las informaciones de la prensa procedentes de los vecinos de Japón incitan la aprensión regional hacia los crecientes vínculos de Tokio con Washington, y China no es la única. La KCNA, agencia de noticias oficial de Corea del Norte, advertía el 16 de mayo de la "expansión militarista de Japón a ultramar". El comentario proclamaba: "La verdadera intención de Japón al hablar de 'amenaza' procedente de la República Popular de Corea y China es encontrar un pretexto para alimentar su presencia militar, disuadir a China de reforzar su poder nacional y presentarse como el líder de Asia".
El ermitaño reino comunista de Corea del Norte no es el único de los países del noreste de Asia que atestiguan un creciente sentimiento anti-japonés en los medios. Las tensiones entre japoneses y surcoreanos son elevadas a causa de la disputa por los islotes Dokdo, y la enemistad hacia Tokio quedó plasmada recientemente en dos importantes publicaciones surcoreanas. El Korean Times afirmaba que "China parece seguir 'un ascenso pacífico'" al tiempo que Japón "sigue de nuevo la política de agresión". Así, sorprendentemente, muchos surcoreanos ven a Tokio como una amenaza mayor que los dictadores de Beijing.
Un columna del diario de Seúl JoongAng Ilbo desvelaba además las percepciones locales al observar: "El futuro de las relaciones Corea del Sur-Japón parece completamente desolado" mientras Tokio "continúa verificando sus errores del pasado y reclama derechos territoriales sobre la base de 'glorias' pasadas". El autor de la columna no era sorprendido por lo que consideraba una política reminiscencia del Japón imperial, al tiempo que los tres principales políticos de Japón, el Primer Ministro Kiozumi, el Ministro de Exteriores Taro Aso, y el Secretario Jefe del gabinete Shinjo Abe, son "los descendientes de importantes figuras de guerra [y] podrían haber nacido con los genes del fascismo y el nacionalismo".
Llama la atención que los líderes locales y las organizaciones mediáticas hayan buscado culpar de las crecientes tensiones a Kiozumi y su administración, y que muchos izquierdistas americanos tales como Chalmers Johnson, del Japan Policy Research Institute, tiendan a estar de acuerdo. No obstante, cualquier observador objetivo - es decir, uno que no intime con los dictadores de China y Corea del Norte al tiempo que no desprecia a Japón a causa de su creciente relación con Estados Unidos - debería darse cuenta enseguida de que gran parte de la tensión entre Tokio y sus vecinos se deriva de fuerzas internas, y raramente de Japón.
El ex Primer Ministro Kiozumi provocó una rabia espectacular por sus visitas al enclave de Yasukuni - 14 criminales de guerra de primera clase de la Segunda Guerra Mundial son honrados en el lugar - y esto llevó a airadas protestas en la región. Sin embargo, gran parte de la preocupación popular ha derivado de motivaciones infames procedentes de líderes regionales o de cadenas mediáticas. Adicionalmente, mientras que el control de internet por parte del régimen chino se encuentra entre los más férreos del mundo, se permitió que una petición online que pide el rechazo a la apuesta de Japón por convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas permaneciese online de modo que pudiera recoger presuntamente las firmas de 24 millones de ciudadanos chinos.
The Economist observaba apropiadamente a comienzos de este mes que a pesar de las reservas de Beijing y Seúl hacia los esfuerzos japoneses por "normalizar" gradualmente, y construir por tanto su capacidad militar, "contra más estridentes se convierten China y Corea del Sur... más inclinado es el ciudadano ordinario japonés a hacer caso omiso de sus quejas". Esto queda ilustrado por el hecho de que, aunque a casi cuatro de cada cinco japoneses les gustaría ver mejores relaciones con China, el 70% sostiene hoy una opinión desfavorable hacia su vecino occidental.
¿Sugiere esto que el japonés puede hacerse cada vez más nacionalista y llegar a plantear una amenaza para la seguridad de la región? Esto es altamente improbable. La población de Japón está envejeciendo y sus cifras están en declive, lo que probablemente redunde en que temas tales como la seguridad social o el cuidado médico dominarán las futuras preocupaciones. En cuanto a los estallidos de China, Corea del Sur, y los demás porque los japoneses rehúsen reconocer totalmente la destrucción provocada por el militarismo de la Segunda Guerra Mundial de Tokio implementando un libro de texto en las escuelas japonesas que no ilustra las atrocidades de las fuerzas imperiales japonesas, debería observarse que los textos en cuestión sólo han sido adoptados por el 0,4% de las escuelas japonesas. Como escribía Hikari Agakimi para el Japan Institute for International Affairs, es como si "más de medio siglo de pacifismo japonés fuera de alguna manera algo a no creerse".
La pasada administración Bush confíaba acertadamente en que Japón no plantea riesgos para Estados Unidos, nuestros aliados, o su región. Mientras que las consecuencias negativas de la nueva asertividad militar y diplomática de Tokio apenas parecen ser legibles, los beneficios potenciales para Estados Unidos son desbordantes. El Mando del Pacífico de Estados Unidos ya ha comenzado un realineamiento de fuerzas en la región desplegando cifras significativas en Guam. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, Japón ha colocado su ejército, marina y fuerzas aéreas bajo un mando unificado, y la cooperación norteamericana y japonesa en sistemas de defensa balísticos ha alcanzado un máximo nunca visto.
Mientras que debería ser obvio que esta alianza es una fuerza en favor de la paz y estabilidad, los hay que siguen convencidos de que sus efectos serán contrarios a esas intenciones. Chalmers Johnson escribía la pasada primavera que un rearme japonés podría tener consecuencias devastadoramente imprevisibles para Estados Unidos y afirmaba: "No está claro si los ideólogos y los amantes de la guerra de Washington comprenden que están desatando - una probable confrontación entre la economía industrial de mayor crecimiento del mundo, China, y... Japón, una que Estados Unidos habría tanto provocado como en la que podría verse consumido". Esta línea de pensamiento tiene cierta atracción entre aquellos que suscriben la opinión de que la defensa proactiva y las medidas de contención por parte de Estados Unidos para afrontar una amenaza percibida trascienden una profecía que se cumple por sí sola.
Johnson ve esto como "un conflicto en donde Estados Unidos perderá casi seguro", mientras pone el acento en los puntos fuertes de Beijing. Señala que el Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA ha estimado que el PIB de China será igual al de Estados Unidos hacia el 2042, el país tiene una población que debería alcanzar los 1,4 mil millones con un firme cociente en favor de los varones mientras que la población de Japón está en declive, posee el mayor ejército del mundo, y actualmente posee centenares de miles de millones en divisa americana y bonos del tesoro. Así, Estados Unidos saldría mejor parado, según esta línea de pensamiento, empezando a apaciguar a Beijing y evitando cualquier política encaminada a reforzar la mano de América, puesto que a largo plazo podría demostrar ser contraproductiva.
Mitsuru Kitano, el entonces ministro de asuntos públicos de la embajada japonesa en Washington, escribía a principios de este año en el International Herald Tribune que Japón ya no se involucrará en su "anterior diplomacia pasiva", sino que el camino del país "es de cooperación cercana con Estados Unidos y refuerzo de la comunidad internacional". La diferencia en esta declaración del funcionario de tantas otras que pueden sonar similares es que sus palabras no son retórica vacía, su país no está metido en la doble diplomacia. Mientras que China es quizá el mayor adherente de tal doctrina diplomática, los aliados americanos tradicionales también han entrado en juego.
Un factor significativo en los cálculos de Washington a la hora de impulsar el ascenso de Japón a la prominencia internacional diplomática y militar ha sido la creciente influencia de China en Asia. Al margen de Gran Bretaña y algunos estados de Europa Central y Oriental, los aliados tradicionales occidentales de Estados Unidos han pasado a ser poco fiables e inconsecuentes si estallase un conflicto en Oriente. En la práctica, algunos podrían acabar en el bando opuesto en tal caso. El ex Presidente francés Jacques Chirac dejó prístinas sus intenciones al notar a finales del 2004 que París y Beijing sostenían "una visión común del mundo - un mundo multipolar", y el levantamiento del embargo europeo de armas sobre Beijing "marcaría un hito significativo: un momento en el que Europa tendría que hacer una elección entre los intereses estratégicos de América y China - y elige China".
Mientras que la visión de Chirac de unos Estados Unidos aislados y debilitados ha fracasado con el colapso de la constitución de la Unión Europea y la prolongación del embargo de armas europeo sobre China, Beijing ha comprendido que su nube diplomática en rápida expansión tiene el potencial para atraer no solamente a aliados americanos, sino también a los líderes de Washington. Los líderes chinos esperan que Japón no sea forzado a adoptar una política más resolutiva hacia la República Popular de China, pero, según Willy Lam, "Los diplomáticos y estrategas chinos que piensan que Beijing podría explotar la dinámica siempre cambiante del triángulo China-Estados Unidos-Japón en su favor han citado los sucesos del igualmente intrigante triángulo China-Estados Unidos-Taiwán". En otras palabras, la creciente fuerza de China, pronostican algunos funcionarios chinos, debería crear una situación en la que Washington y Tokio actúen como garantía de que ninguna parte arrastra a la otra a un conflicto con la cada vez más poderosa China.
La realidad sostiene, sin embargo, que tanto Estados Unidos como Japón se necesitan mutuamente para proteger sus intereses en la región. Mientras que Tokio está levantando las fuerzas armadas japonesas, Washington continúa siendo su protector. Los estrategas japoneses - formados muchos en centros especializados americanos y británicos - comprenden las ventajas de que América actúe como el "hegemónico benigno mundial". Además, como observaba el profesor de la Universidad Keio Naoyuki Agawa, "Japón está separado por el mar del resto del continente, un poco distinto al resto de Asia", y por tanto, "siempre tuvo la capacidad de maniobrar versus China". Como resultado, pasar a formar "parte de la esfera china iría contra esa tradición".
Para Estados Unidos, una alianza con Japón en la que Tokio asuma un cierto grado de responsabilidad militar y se involucre en la fuerza diplomática tiene una miríada de ventajas. Los japoneses se han convertido en socios importantes de Estados Unidos en los países del sur de Asia a la hora de combatir el terror, y se han realizado esfuerzos recientes por enmendar el Artículo 9 de la Constitución de Japón de 1947, que garantiza el pacifismo japonés. El Primer Ministro Koizumi se convirtió en el primer líder de su país en desplegar las fuerzas de su nación en el extranjero sin un mandato de la ONU desde la Segunda Guerra Mundial, al enviar a Irak 1000 efectivos de las Fuerzas Japonesas de Autodefensa (SDF) en el 2004. Tal movimiento por parte de Tokio, según el editor de publicaciones del Japan Institute of International Affairs Masaru Tamamoto, "no está relacionado con el cálculo japonés del ascenso de China; la póliza de seguro americana ha subido". Por decirlo simplemente, con una China cada vez más poderosa, Japón se da cuenta de su vulnerabilidad y está dispuesto a plantar cara en la alianza Estados Unidos-Japón.
Animar a un Japón confiado y fuerte no es trasnochado; va en los intereses a largo plazo de América. Chalmers Johnson concluía en su artículo mencionado antes que "probablemente es demasiado tarde para que la administración Bush haga algo más por retrasar la llegada de una comunidad oriental asiática dominada por China, particularmente a causa del declive económico y la fuerza financiera americana". Tanto como le gustaría ver a él una potencia americana dominada por una dictadura comunista de Asia, sería sabio apostar sus ahorros al Tío Sam. Estados Unidos no cometerá dos veces el mismo error una vez más no prestando atención a la Marina norteamericana y la región de Asia-Pacífico.
En 1920, los Demócratas del Senado forzaron una ley que hacía tambalear los gastos americanos en su marina. A pesar de estos esfuerzos aislacionistas orientados nacionalmente, el Tratado de Armamento Naval del Secretario Hughes limitó milagrosamente el tonelaje de los principales bancos japoneses al 60% de lo permitido tanto en Estados Unidos, como en Gran Bretaña. El Secretario, sin embargo, afrontó muchos de los mismos problemas que afronta la administración Bush hoy cuando enfatizó, "no podemos proteger nuestros propios intereses y disfrutar del prestigio y la influencia de la que deberíamos en el mundo si somos traicionados de esta manera en nuestras propia casa".
En circunstancias chocantemente paralelas a las que Asia es testigo hoy con el ascenso de China, el Secretario Hughes advertía en octubre de 1922: "Es esencial que mantengamos la fuerza naval relativa de Estados Unidos. Eso, en mi opinión, es el camino a la paz y la seguridad... Sería una locura minar nuestra postura". Favorablemente, con la presente expansión de la cooperación militar entre Washington y Tokio, la administración garantiza que la posición de Estados Unidos no será minada de nuevo. Al margen de si una potencia asiática en ascenso acabó en un desafío militar directo la última vez que sucedió, el respaldo a un Japón amistoso que refuerza su posición hará muchísimo más probable que el pasado no encuentra el modo de repetirse.
Nota:
[i] Ta Kung Pao (antes L'Impartial) es el periódico más antiguo en chino de China. Radicado en Hong Kong y financiado por el gobierno de la República Popular de China desde 1949, es considerado el portavoz oficial del Partido Comunista de China.
Con la Conferencia de Washington de 1921 a 1922, el Secretario de Estado Charles Evans Hughes se movió con éxito para garantizar que la Marina Imperial japonesa no adquiría la capacidad para derrotar a Estados Unidos en la batalla por el Pacífico. Hughes estableció una cuota para el número de navíos avanzados que Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón podían producir y desplegar. Prestar poca atención a las siguientes administraciones de la Marina norteamericana y a la región destruyó un tratado que probablemente podría haber evitado la guerra en el Pacífico. Mientras que la administración Bush no ha logrado el triunfo diplomático en la escala de la Conferencia de Washington, ha evitado responsablemente una dejadez similar en la región y ha permanecido comprometida con preservar la primacía americana en Asia.
Un contribuyente importante a la aplastante presencia continua de Estados Unidos en Asia y el Pacífico ha sido Japón. Tokio ha quedado cada vez más aislado recientemente y ha descubierto que los vínculos cercanos con Washington son cada vez más importantes. China y Japón son enemigos históricos que tradicionalmente han combatido por la supremacía regional. Las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial de Japón contra los chinos continúan siendo tema de contención, y recientemente han aflorado informaciones que indican que Beijing ha estado involucrado en un esfuerzo concertado para garantizar la victoria de un candidato pro-China después de que el ex Primer Ministro Junichiro Kiozumi abandonase el cargo en septiembre de 2006. Willy Lam, un miembro permanente de la Fundación Jamestown, informó que la República Popular de China estaba cortejando a líderes empresariales japoneses que mantienen fuertes intereses económicos en China en un intento por garantizar que un miembro del gabinete de Kiozumi no sucediese al Primer Ministro y prolongase la presente política de gran recelo hacia Beijing (cosa que no sucedió).
El Partido Comunista Chino (CCP) en el poder ha presionado a sus medios para que reflejen su campaña por desacreditar los vínculos japoneses con Estados Unidos y agiten el sentimiento nacional anti-japonés. La República Popular de China, propietaria de Ta Kung Pao[i], clamaba a comienzos de este mes que el esfuerzo de la pasada administración Bush y sus homólogos de Tokio por reforzar la cooperación bilateral en materia de defensa en la región "es simplemente una mentira para engañar a la gente". El realineamiento de las fuerzas norteamericanas en el Pacífico también es castigado: "El plan de Estados Unidos y Japón, que quieren rodear a China, salta por fin".
Está claro que las informaciones de la prensa procedentes de los vecinos de Japón incitan la aprensión regional hacia los crecientes vínculos de Tokio con Washington, y China no es la única. La KCNA, agencia de noticias oficial de Corea del Norte, advertía el 16 de mayo de la "expansión militarista de Japón a ultramar". El comentario proclamaba: "La verdadera intención de Japón al hablar de 'amenaza' procedente de la República Popular de Corea y China es encontrar un pretexto para alimentar su presencia militar, disuadir a China de reforzar su poder nacional y presentarse como el líder de Asia".
El ermitaño reino comunista de Corea del Norte no es el único de los países del noreste de Asia que atestiguan un creciente sentimiento anti-japonés en los medios. Las tensiones entre japoneses y surcoreanos son elevadas a causa de la disputa por los islotes Dokdo, y la enemistad hacia Tokio quedó plasmada recientemente en dos importantes publicaciones surcoreanas. El Korean Times afirmaba que "China parece seguir 'un ascenso pacífico'" al tiempo que Japón "sigue de nuevo la política de agresión". Así, sorprendentemente, muchos surcoreanos ven a Tokio como una amenaza mayor que los dictadores de Beijing.
Un columna del diario de Seúl JoongAng Ilbo desvelaba además las percepciones locales al observar: "El futuro de las relaciones Corea del Sur-Japón parece completamente desolado" mientras Tokio "continúa verificando sus errores del pasado y reclama derechos territoriales sobre la base de 'glorias' pasadas". El autor de la columna no era sorprendido por lo que consideraba una política reminiscencia del Japón imperial, al tiempo que los tres principales políticos de Japón, el Primer Ministro Kiozumi, el Ministro de Exteriores Taro Aso, y el Secretario Jefe del gabinete Shinjo Abe, son "los descendientes de importantes figuras de guerra [y] podrían haber nacido con los genes del fascismo y el nacionalismo".
Llama la atención que los líderes locales y las organizaciones mediáticas hayan buscado culpar de las crecientes tensiones a Kiozumi y su administración, y que muchos izquierdistas americanos tales como Chalmers Johnson, del Japan Policy Research Institute, tiendan a estar de acuerdo. No obstante, cualquier observador objetivo - es decir, uno que no intime con los dictadores de China y Corea del Norte al tiempo que no desprecia a Japón a causa de su creciente relación con Estados Unidos - debería darse cuenta enseguida de que gran parte de la tensión entre Tokio y sus vecinos se deriva de fuerzas internas, y raramente de Japón.
El ex Primer Ministro Kiozumi provocó una rabia espectacular por sus visitas al enclave de Yasukuni - 14 criminales de guerra de primera clase de la Segunda Guerra Mundial son honrados en el lugar - y esto llevó a airadas protestas en la región. Sin embargo, gran parte de la preocupación popular ha derivado de motivaciones infames procedentes de líderes regionales o de cadenas mediáticas. Adicionalmente, mientras que el control de internet por parte del régimen chino se encuentra entre los más férreos del mundo, se permitió que una petición online que pide el rechazo a la apuesta de Japón por convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas permaneciese online de modo que pudiera recoger presuntamente las firmas de 24 millones de ciudadanos chinos.
The Economist observaba apropiadamente a comienzos de este mes que a pesar de las reservas de Beijing y Seúl hacia los esfuerzos japoneses por "normalizar" gradualmente, y construir por tanto su capacidad militar, "contra más estridentes se convierten China y Corea del Sur... más inclinado es el ciudadano ordinario japonés a hacer caso omiso de sus quejas". Esto queda ilustrado por el hecho de que, aunque a casi cuatro de cada cinco japoneses les gustaría ver mejores relaciones con China, el 70% sostiene hoy una opinión desfavorable hacia su vecino occidental.
¿Sugiere esto que el japonés puede hacerse cada vez más nacionalista y llegar a plantear una amenaza para la seguridad de la región? Esto es altamente improbable. La población de Japón está envejeciendo y sus cifras están en declive, lo que probablemente redunde en que temas tales como la seguridad social o el cuidado médico dominarán las futuras preocupaciones. En cuanto a los estallidos de China, Corea del Sur, y los demás porque los japoneses rehúsen reconocer totalmente la destrucción provocada por el militarismo de la Segunda Guerra Mundial de Tokio implementando un libro de texto en las escuelas japonesas que no ilustra las atrocidades de las fuerzas imperiales japonesas, debería observarse que los textos en cuestión sólo han sido adoptados por el 0,4% de las escuelas japonesas. Como escribía Hikari Agakimi para el Japan Institute for International Affairs, es como si "más de medio siglo de pacifismo japonés fuera de alguna manera algo a no creerse".
La pasada administración Bush confíaba acertadamente en que Japón no plantea riesgos para Estados Unidos, nuestros aliados, o su región. Mientras que las consecuencias negativas de la nueva asertividad militar y diplomática de Tokio apenas parecen ser legibles, los beneficios potenciales para Estados Unidos son desbordantes. El Mando del Pacífico de Estados Unidos ya ha comenzado un realineamiento de fuerzas en la región desplegando cifras significativas en Guam. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, Japón ha colocado su ejército, marina y fuerzas aéreas bajo un mando unificado, y la cooperación norteamericana y japonesa en sistemas de defensa balísticos ha alcanzado un máximo nunca visto.
Mientras que debería ser obvio que esta alianza es una fuerza en favor de la paz y estabilidad, los hay que siguen convencidos de que sus efectos serán contrarios a esas intenciones. Chalmers Johnson escribía la pasada primavera que un rearme japonés podría tener consecuencias devastadoramente imprevisibles para Estados Unidos y afirmaba: "No está claro si los ideólogos y los amantes de la guerra de Washington comprenden que están desatando - una probable confrontación entre la economía industrial de mayor crecimiento del mundo, China, y... Japón, una que Estados Unidos habría tanto provocado como en la que podría verse consumido". Esta línea de pensamiento tiene cierta atracción entre aquellos que suscriben la opinión de que la defensa proactiva y las medidas de contención por parte de Estados Unidos para afrontar una amenaza percibida trascienden una profecía que se cumple por sí sola.
Johnson ve esto como "un conflicto en donde Estados Unidos perderá casi seguro", mientras pone el acento en los puntos fuertes de Beijing. Señala que el Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA ha estimado que el PIB de China será igual al de Estados Unidos hacia el 2042, el país tiene una población que debería alcanzar los 1,4 mil millones con un firme cociente en favor de los varones mientras que la población de Japón está en declive, posee el mayor ejército del mundo, y actualmente posee centenares de miles de millones en divisa americana y bonos del tesoro. Así, Estados Unidos saldría mejor parado, según esta línea de pensamiento, empezando a apaciguar a Beijing y evitando cualquier política encaminada a reforzar la mano de América, puesto que a largo plazo podría demostrar ser contraproductiva.
Mitsuru Kitano, el entonces ministro de asuntos públicos de la embajada japonesa en Washington, escribía a principios de este año en el International Herald Tribune que Japón ya no se involucrará en su "anterior diplomacia pasiva", sino que el camino del país "es de cooperación cercana con Estados Unidos y refuerzo de la comunidad internacional". La diferencia en esta declaración del funcionario de tantas otras que pueden sonar similares es que sus palabras no son retórica vacía, su país no está metido en la doble diplomacia. Mientras que China es quizá el mayor adherente de tal doctrina diplomática, los aliados americanos tradicionales también han entrado en juego.
Un factor significativo en los cálculos de Washington a la hora de impulsar el ascenso de Japón a la prominencia internacional diplomática y militar ha sido la creciente influencia de China en Asia. Al margen de Gran Bretaña y algunos estados de Europa Central y Oriental, los aliados tradicionales occidentales de Estados Unidos han pasado a ser poco fiables e inconsecuentes si estallase un conflicto en Oriente. En la práctica, algunos podrían acabar en el bando opuesto en tal caso. El ex Presidente francés Jacques Chirac dejó prístinas sus intenciones al notar a finales del 2004 que París y Beijing sostenían "una visión común del mundo - un mundo multipolar", y el levantamiento del embargo europeo de armas sobre Beijing "marcaría un hito significativo: un momento en el que Europa tendría que hacer una elección entre los intereses estratégicos de América y China - y elige China".
Mientras que la visión de Chirac de unos Estados Unidos aislados y debilitados ha fracasado con el colapso de la constitución de la Unión Europea y la prolongación del embargo de armas europeo sobre China, Beijing ha comprendido que su nube diplomática en rápida expansión tiene el potencial para atraer no solamente a aliados americanos, sino también a los líderes de Washington. Los líderes chinos esperan que Japón no sea forzado a adoptar una política más resolutiva hacia la República Popular de China, pero, según Willy Lam, "Los diplomáticos y estrategas chinos que piensan que Beijing podría explotar la dinámica siempre cambiante del triángulo China-Estados Unidos-Japón en su favor han citado los sucesos del igualmente intrigante triángulo China-Estados Unidos-Taiwán". En otras palabras, la creciente fuerza de China, pronostican algunos funcionarios chinos, debería crear una situación en la que Washington y Tokio actúen como garantía de que ninguna parte arrastra a la otra a un conflicto con la cada vez más poderosa China.
La realidad sostiene, sin embargo, que tanto Estados Unidos como Japón se necesitan mutuamente para proteger sus intereses en la región. Mientras que Tokio está levantando las fuerzas armadas japonesas, Washington continúa siendo su protector. Los estrategas japoneses - formados muchos en centros especializados americanos y británicos - comprenden las ventajas de que América actúe como el "hegemónico benigno mundial". Además, como observaba el profesor de la Universidad Keio Naoyuki Agawa, "Japón está separado por el mar del resto del continente, un poco distinto al resto de Asia", y por tanto, "siempre tuvo la capacidad de maniobrar versus China". Como resultado, pasar a formar "parte de la esfera china iría contra esa tradición".
Para Estados Unidos, una alianza con Japón en la que Tokio asuma un cierto grado de responsabilidad militar y se involucre en la fuerza diplomática tiene una miríada de ventajas. Los japoneses se han convertido en socios importantes de Estados Unidos en los países del sur de Asia a la hora de combatir el terror, y se han realizado esfuerzos recientes por enmendar el Artículo 9 de la Constitución de Japón de 1947, que garantiza el pacifismo japonés. El Primer Ministro Koizumi se convirtió en el primer líder de su país en desplegar las fuerzas de su nación en el extranjero sin un mandato de la ONU desde la Segunda Guerra Mundial, al enviar a Irak 1000 efectivos de las Fuerzas Japonesas de Autodefensa (SDF) en el 2004. Tal movimiento por parte de Tokio, según el editor de publicaciones del Japan Institute of International Affairs Masaru Tamamoto, "no está relacionado con el cálculo japonés del ascenso de China; la póliza de seguro americana ha subido". Por decirlo simplemente, con una China cada vez más poderosa, Japón se da cuenta de su vulnerabilidad y está dispuesto a plantar cara en la alianza Estados Unidos-Japón.
Animar a un Japón confiado y fuerte no es trasnochado; va en los intereses a largo plazo de América. Chalmers Johnson concluía en su artículo mencionado antes que "probablemente es demasiado tarde para que la administración Bush haga algo más por retrasar la llegada de una comunidad oriental asiática dominada por China, particularmente a causa del declive económico y la fuerza financiera americana". Tanto como le gustaría ver a él una potencia americana dominada por una dictadura comunista de Asia, sería sabio apostar sus ahorros al Tío Sam. Estados Unidos no cometerá dos veces el mismo error una vez más no prestando atención a la Marina norteamericana y la región de Asia-Pacífico.
En 1920, los Demócratas del Senado forzaron una ley que hacía tambalear los gastos americanos en su marina. A pesar de estos esfuerzos aislacionistas orientados nacionalmente, el Tratado de Armamento Naval del Secretario Hughes limitó milagrosamente el tonelaje de los principales bancos japoneses al 60% de lo permitido tanto en Estados Unidos, como en Gran Bretaña. El Secretario, sin embargo, afrontó muchos de los mismos problemas que afronta la administración Bush hoy cuando enfatizó, "no podemos proteger nuestros propios intereses y disfrutar del prestigio y la influencia de la que deberíamos en el mundo si somos traicionados de esta manera en nuestras propia casa".
En circunstancias chocantemente paralelas a las que Asia es testigo hoy con el ascenso de China, el Secretario Hughes advertía en octubre de 1922: "Es esencial que mantengamos la fuerza naval relativa de Estados Unidos. Eso, en mi opinión, es el camino a la paz y la seguridad... Sería una locura minar nuestra postura". Favorablemente, con la presente expansión de la cooperación militar entre Washington y Tokio, la administración garantiza que la posición de Estados Unidos no será minada de nuevo. Al margen de si una potencia asiática en ascenso acabó en un desafío militar directo la última vez que sucedió, el respaldo a un Japón amistoso que refuerza su posición hará muchísimo más probable que el pasado no encuentra el modo de repetirse.
Nota:
[i] Ta Kung Pao (antes L'Impartial) es el periódico más antiguo en chino de China. Radicado en Hong Kong y financiado por el gobierno de la República Popular de China desde 1949, es considerado el portavoz oficial del Partido Comunista de China.