lunes, 16 de febrero de 2009

LA GUERRA DE GAZA: ANTECEDENTES Y CONSECUENCIAS


Augustus Richard Norton

Cuando Israel lanzó la ofensiva militar contra Gaza el 27 de diciembre de 2008, no lo hizo en un momento cualquiera. El gobierno de Hamás se tambaleaba en Gaza y las condiciones de vida se encontraban muy deterioradas debido al embargo draconiano impuesto por Israel. Los misiles lanzados periódicamente por Hamás y demás grupos militantes fueron para las autoridades israelíes la excusa perfecta para continuar con el embargo económico. Los principales gobiernos árabes, entre ellos el del vecino Egipto, soñaban con dominar a Hamás, si no acabar con él. La Autoridad Palestina (AP) liderada por Mahmud Abbas, considerada por EEUU y muchos gobiernos europeos como la alternativa legítima al poder en la franja, fue humillada en junio de 2007 cuando Hamás derrotó a sus fuerzas de seguridad con gran facilidad. Abbas ha culpado públicamente a Hamás por provocar el ataque israelí. Israel, por su parte, podía contar con el firme respaldo del presidente George W. Bush, que abandonaría el cargo en enero tras la toma de posesión de Barack Obama. A diferencia del difícil terreno del sur de Líbano, donde el ejército israelí no salió victorioso en su guerra contra Hezbolá de 2006, Gaza es un territorio totalmente llano y sus fronteras están eficazmente controladas (al menos sobre la superficie). Los milicianos de Hamás están armados fundamentalmente con armas ligeras y, en general, no están bien entrenados, pese a la formación ofrecida por Irán y Hezbolá. De hecho, puede decirse que el grupo está muy lejos de alcanzar el grado de profesionalidad mostrado por Hezbolá. Al derrotar a Hamás, el ejército israelí y los altos cargos civiles confiaban en que restaurarían el poder de disuasión de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI), al tiempo que pondrían fin a la lluvia de misiles y mortero sobre las poblaciones (fundamentalmente Sderot) cercanas a la frontera con Gaza. Durante el proceso, se pensó que Israel enviaría un mensaje inequívoco a sus enemigos más acérrimos. Finalmente, en diciembre, Hamás se opuso tajantemente a renovar el alto el fuego con Israel vigente desde el mes de junio anterior, proporcionando así a Israel motivos para lanzar una ofensiva militar contra la franja. Ahora bien, apenas ha trascendido el hecho de que Hamás estaba dispuesto a renovar el alto el fuego siempre y cuando Israel levantara su embargo sobre la franja.

No cabe duda de que Israel ha causado daños sustanciales en Gaza durante los 23 días de hostilidades y de que Hamás ha sufrido un duro revés. Igualmente evidente, no obstante, es el hecho de que la población civil ha sufrido sobremanera. Mientras que Israel ha perdido 10 soldados y cuatro civiles, las bajas palestinas ascienden a 1.300 personas, la gran mayoría de las cuales eran no combatientes, incluidos aproximadamente 300 niños (fuentes palestinas fiables apuntan que el 85% de las víctimas son civiles). Como consecuencia de los combates, alrededor del 10% de la población se encuentra hoy desplazada, habiendo perdido sus hogares unas 100.000 personas de una población total aproximada de millón y medio de habitantes. En total, han sido destruidos un total de 4.000 hogares y otros 21.000 han sufrido importantes daños materiales. Pese a ello, como ocurrió en la guerra de Líbano del verano de 2006, los logros estratégicos de Israel en la “Operación Plomo Fundido” se diluyen día tras día. Si Israel hubiera lanzado una dura campaña de tres o cuatro días de duración contra Hamás y sus infraestructuras, el grupo islamista habría despertado menos simpatías en el mundo árabe y es posible que se hubiera podido reinstaurar un alto el fuego bajo las condiciones impuestas por Israel. Sin embargo, tras 23 días de combates, Israel ha quedado muy lejos de lograr una victoria estratégica clara, en otras palabras, muy lejos de acabar con Hamás.

De hecho, puede decirse que la guerra de Gaza ha sacado a relucir algunas cuestiones que tanto Israel como la Administración Bush y la AP han preferido mantener en la sombra, a saber: la crisis humanitaria en Gaza, antes y después de la operación militar; el papel fundamental desempeñado por Israel a la hora de fomentar y agravar dicha crisis; la inherente debilidad de la AP; la necesidad de crear una coalición entre Hamás y Fatah si los palestinos desean tener una posición negociadora creíble con Israel; y, en caso de que existiera alguna posibilidad de que se implantara la llamada solución de los dos Estados, según la cual un Estado palestino independiente coexistiría pared con pared con Israel, EEUU tendría que desempeñar a partir de ahora un papel mucho más equilibrado y enérgico que el que se ha mostrado dispuesto a adoptar George Bush durante su mandato.

La desproporción de los daños causados por Israel durante la operación militar también despierta serias dudas en torno a la conducta del ejército israelí; prueba de ello son las acusaciones vertidas por grupos israelíes pro-derechos humanos,[1] agencias de Naciones Unidas, Amnistía Internacional y Middle East Watch contra las FDI por supuestos crímenes de guerra. La posibilidad de que se pueda juzgar a altos cargos israelíes por crímenes de guerra fuera de las fronteras de Israel ha hecho que el gobierno se afane en rebatir las acusaciones y se comprometa a defender a los acusados.[2] La nueva embajadora de EEUU ante Naciones Unidas, Susan Rice, ha hecho hincapié en la importancia de investigar las acusaciones de crímenes de guerra tanto contra Hamás como contra Israel, en lo que supone sin duda un claro contraste con la postura habitualmente sesgada de la anterior Administración.

¿Colaboración entre EEUU e Israel?

Se desconoce aún el nivel de complicidad entre Israel y EEUU en el momento elegido y los objetivos de la guerra de Gaza. Se sabe, no obstante, que los principales miembros del Consejo de Seguridad de Bush estaban dispuestos a acabar con Hamás y proporcionar a Israel cuanto necesitara para conseguirlo. Desde que Hamás ganó las elecciones legislativas palestinas en enero de 2006, para sorpresa manifiesta del entonces presidente Bush y su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, los esfuerzos encabezados por EEUU empezaron a socavar el resultado electoral tanto en términos políticos como militares. Se lanzó así un programa financiado con fondos estadounidenses y orquestado por EEUU cuyo objetivo era formar una fuerza palestina capaz de derrotar a los milicianos de Hamás en la franja de Gaza. David Rose lo describe con rigor en su artículo de abril de 2008,[3] que incluye una transcripción del cuaderno de notas utilizado por Jake Walles, el cónsul general de EEUU en Jerusalén Este, cuando se reunió con “Abu Mazen” (Mahmud Abbas) a principios de 2007 para instarle a declarar el estado de emergencia que invalidaría la victoria electoral de Hamás. En junio de 2007, cuando Hamás derrotó con facilidad a sus rivales en Gaza –principalmente milicianos asociados al movimiento Fatah– el grupo islamista truncó el plan de EEUU, cuyo objetivo era precisamente acabar con Hamás.

En lo que respecta a Abu Mazen, un alto cargo israelí citado en un informe del International Crisis Group[4] de diciembre de 2008 afirmó que Mazen había “adoptado la valiente decisión de erradicar a Hamás”. La afirmación no puede verificarse aún, pero durante de los primeros días de la guerra sorprendió el silencio de Abu Mazen mientras ardía Gaza, y cuando sí habló lo hizo para culpar abiertamente a Hamás por provocar “la masacre”[5] (en círculos privados, los mandatarios israelíes no ocultan su desdén hacia Abu Mazen, a quien consideran un líder débil y carente de imaginación). Otros altos cargos palestinos, en concreto Mohamed Dahlan, que lideró las fuerzas que fueron derrotadas por Hamás en junio de 2007, manifestó que se encontraba “feliz por el golpe asestado a Hamás”.[6] Teniendo en cuenta que Israel se benefició de la colaboración de los palestinos contrarios a Hamás en Gaza, es probable que Dahlan haya desempeñado un papel destacado.

Fin del alto el fuego

El error estratégico cometido por Hamás al no renovar la tregua de seis meses de duración con Israel ha sido un regalo servido en una “bandeja de oro”,[7] como expuso irónicamente el ministro de Exteriores egipcio, Ahmed Abul Gheit. (Abul Gheit y otros mandatarios egipcios, incluido el presidente Hosni Mubarak y el jefe de Inteligencia Militar, el general Omar Suleiman, expresaron su enfado con Hamás por retirarse de las negociaciones impulsadas por Egipto para crear un gobierno de unidad palestino bajo la AP en noviembre).

Perdido en la cobertura general del período prebélico se encuentra el hecho de que la tregua entre Israel y Hamás sí estaba funcionando, un hecho plenamente reconocido en un informe de inteligencia de diciembre de 2008 publicado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel.[8] Según el informe, “Hamás estaba realizando esfuerzos para mantener el alto el fuego”. Asimismo, el informe destacaba que “la tregua se vio esporádicamente violada por el fuego de misiles y de mortero lanzado por organizaciones terroristas rebeldes para desafiar a Hamás”.

Un análisis pormenorizado de la profesora del MIT Nancy Kanwisher y dos de sus colegas revela que, en contra de la opinión occidental preponderante, Hamás ha demostrado su capacidad para adherirse a las treguas acordadas con Israel y que, en la mayoría de los casos, cuando se rompían dichas treguas era responsabilidad de Israel y no de Hamás.[9]

El 4 de noviembre, cuando el mundo entero tenía la atención puesta en las elecciones presidenciales de EEUU, Israel acabó de golpe con el “período de calma”, al que se refieren los informes israelíes, al lanzar un ataque sobre Gaza y matar al menos a seis milicianos palestinos. Hamás respondió al ataque con una lluvia de cohetes. Israel alegó entonces que el grupo al que atacó planeaba secuestrar a soldados israelíes a través de un túnel que estaba siendo construido cerca de un puesto fronterizo, aunque es cuestionable que Hamás quisiera poner en peligro una tregua duradera y la posibilidad de conseguir logros políticos secuestrando soldados israelíes. La lluvia periódica de misiles lanzados desde Gaza a Israel a partir del 4 de noviembre llevó a que un amplio sector de la opinión pública israelí apoyara una acción militar contra Hamás. Con el presidente Bush a punto de hacer sus maletas y poner rumbo a Tejas, Israel tenía también el estímulo, sin duda considerable, de capitalizar el apoyo inquebrantable de una Casa Blanca altamente maleable.

¿Por qué querría Israel romper la tregua? La ofensiva contra Gaza podría responder a causas más profundas, en concreto la intención de Israel de mantener su control sobre Cisjordania. El éxito de la tregua entre Israel y Hamás era una legitimación tácita del diálogo político con los islamistas, algo que Israel (así como EEUU y Egipto) rechazaban frontalmente. Igualmente importante es el hecho de que durante la tregua se celebraron más conversaciones a nivel internacional sobre posibles negociaciones y sobre cómo congelar la expansión de los asentamientos israelíes. Además, se adoptaron medidas para boicotear productos elaborados en asentamientos ilegales y se instó al ejecutivo israelí a adoptar un mayor número de compromisos, algo que no han estado dispuestos a hacer los sucesivos gobiernos israelíes. Pese a los recientes comentarios del primer ministro saliente, Ehud Olmert, que afirmó que la supervivencia de Israel pasa por una retirada de la Cisjordania ocupada, Israel ha rechazado vehementemente una solución viable de crear dos estados porque insiste en mantener su control sobre Cisjordania, donde los palestinos viven en cantones desconectados entre sí y se encuentran sometidos al régimen de seguridad israelí.

Desde que Hamás llegara al poder en Gaza en junio de 2007, Israel ha endurecido su bloqueo sobre la franja. No permite la llegada de barcos y el aeropuerto, autorizado por los Acuerdos de Oslo de la década de los 90, nunca ha recibido el permiso para operar, de manera que la franja, un territorio con gran densidad demográfica, depende totalmente de las mercancías que llegan en camión a través de sus fronteras con Israel, con una cantidad relativamente insignificante de bienes llegando al país por vías legales a través de su frontera sur con Egipto. La franja, con una población que ronda los 1,5 millones de habitantes y una densidad demográfica equiparable a la de grandes ciudades como Berlín, París o Los Ángeles,[10] necesita en torno a 400 camiones diarios de bienes para satisfacer sus necesidades básicas, según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).[11] Otras fuentes internacionales, incluida Naciones Unidas, insisten en que se necesitan 500 camiones diarios para cubrir sus necesidades fundamentales. A título ilustrativo, en mayo de 2008 se autorizó que entraran en Gaza una media de 475 camiones. En noviembre de 2008, después de que se rompiera el alto el fuego, Israel permitió de media una entrada diaria de tan solo seis camiones, según los datos facilitados por ANERA, una respetada ONG estadounidense con amplia experiencia sobre el terreno. En un territorio en el que el ochenta por ciento de la población depende de la ayuda exterior y cuya tasa de desempleo antes de la guerra era del 50%, el impacto de las restricciones israelíes es devastador. La analista occidental que mejor conoce las condiciones sociales y económicas de Gaza es la Dra Sara Roy, de la Universidad de Harvard, y sus publicaciones son un relato sistemático de las repercusiones de la política de cierre israelí.[12]

Un informe de Naciones Unidas publicado pocos días después de que comenzara la operación militar describe las condiciones de vida en Gaza, condiciones que se vieron exacerbadas por la guerra. El informe analiza los problemas a los que se enfrenta la población de la franja: “El 80% de la población (de Gaza) no es autosuficiente y depende, por tanto, de ayuda humanitaria. Esta cifra está aumentando. Según el Programa Mundial de Alimentos, la población se enfrenta a una crisis alimentaria marcada por la falta de harina, arroz, azúcar, productos lácteos, leche, alimentos en conserva y carne fresca. Las importaciones que llegan a la franja son insuficientes para garantizar el sustento de la población o para satisfacer las necesidades de mantenimiento y reparación de las infraestructuras. Asimismo, el sistema sanitario está desbordado y debilitado tras un bloqueo de 18 meses y las empresas de servicio público apenas funcionan: la única central eléctrica que funcionaba ha cerrado, dejando a aproximadamente 250.000 personas sin electricidad en la parte central y septentrional de Gaza… La red hídrica proporciona agua corriente uno de cada cinco-siete días y el sistema de saneamiento no puede tratar las aguas residuales y está vertiendo al mar 40 millones de litros de aguas residuales sin tratar cada día. Además, el combustible para la calefacción… y el gas para cocinar yo no se encuentran disponibles en el mercado”.[13]

No debería sorprender que las principales exigencias de Hamás para renovar su alto el fuego con Israel incluyeran la apertura del comercio en la frontera entre Israel y Gaza. De hecho, parece evidente que si Israel hubiera suavizado significativamente el embargo, la lluvia de misiles probablemente habría terminado. La posición de Hamás fue transmitida a Egipto a mediados de diciembre,[14] y ha sido confirmada por el embajador Robert Pastor, ayudante del ex presidente Jimmy Carter. Israel rechazó la petición de Hamás, insistiendo en que liberara a Gilad Shalit, el soldado israelí capturado por Hamás en junio de 2006, como condición previa necesaria para empezar a levantar las restricciones. Israel alegó entonces que la apertura de las fronteras permitiría a Hamás acceder a bienes que podrían ser utilizados con fines militares y materiales de construcción que podrían ser empleados para construir fortificaciones. En noviembre de 2005, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, dedicó enormes esfuerzos diplomáticos a negociar acuerdos para garantizar una mayor apertura de las fronteras entre Gaza e Israel y entre Gaza y Egipto. El acuerdo nunca fue implementado por Israel y, desde que Hamás ganó las elecciones de junio de 2006, EEUU rara vez volvió a mencionar el acuerdo fronterizo.

Israel y, a tales efectos, EEUU siempre han actuado bajo la premisa de que Hamás sería culpado por el sufrimiento provocado al pueblo palestino. Este enfoque no sólo constituye una presunta violación de las leyes de la guerra, sino que además no funciona. Durante las dos décadas de ocupación israelí en el sur de Líbano, el castigo colectivo fracasó una y otra vez. El apoyo popular a Hezbolá, lejos de verse mermado, aumentó en la comunidad chií libanesa porque los ataques de Israel validaban la narrativa ideológica de Hezbolá. Asimismo, muchos libaneses chiíes se convencieron de que necesitaban a Hezbolá para protegerse de Israel. Con todo, Stephen Hadley,[15] el asesor de Seguridad Nacional del presidente Bush, seguía planteando la siguiente pregunta retórica a los palestinos durante la guerra de Gaza: “¿Queréis el tipo de vida que habéis tenido bajo el gobierno de Hamás durante los últimos dos años o queréis formar parte de un futuro prometedor en un estado palestino independiente con instituciones democráticas que garanticen una vida mejor para vuestros hijos?”. El problema es que muchos palestinos no ven ese futuro prometedor descrito por Hadley. Lo que ven, más bien, es una ocupación ya consolidada y un gobierno débil y corrupto que es, en el mejor de los casos, una burda parodia de la democracia. En efecto, la legitimidad de la AP se ha visto más deteriorada si cabe por la guerra, mientras que Hamás disfruta hoy de una nueva oleada de apoyo entre los palestinos, que perciben el movimiento como una víctima más, al igual que ellos, sin mencionar la simpatía generalizada que despierta entre las poblaciones árabes.

Los objetivos de la operación militar israelí

Israel mostró una cierta reserva a la hora de expresar los objetivos de su operación, pero ni los mandatarios israelíes ni los estadounidenses escondieron su deseo de acabar con Hamás. La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en su intervención ante Naciones Unidas el 6 de enero, expresó su deseo de que se produjera un retorno “eventual” a una Autoridad Palestina legítima en Gaza. La ministra de Exteriores israelí, Tzipi Livni, candidata a primera ministra por el partido Kadima en las elecciones a la Knesset (Parlamento) que se celebrarán en febrero, se mostró mucho menos reservada y alegó que la guerra era una lucha entre moderados y extremistas, así como una oportunidad para asestar un duro golpe a los radicales islamistas del mundo árabe, incluidos los venerables Hermanos Musulmanes (Hamás fue fundado por una rama palestina de los Hermanos Musulmanes en 1987). Dado que los Hermanos Musulmanes son el principal grupo de oposición en Egipto, la lógica de la asociación de Husni Mubarak con Israel contra Hamás resulta transparente y sugiere que Israel está dispuesto a colaborar con los regímenes árabes “moderados”.

No obstante, el objetivo ilusorio de Livni no se ha cumplido, en gran medida porque Israel ha salido debilitado por las imágenes de la guerra, pese a su gran esfuerzo por mantener a la prensa alejada de Gaza. El hecho de que altos cargos israelíes, en una retórica que recuerda a la situación vivida en Líbano en 2006, negaran que se estuviera produciendo una crisis humanitaria en Gaza sólo sirvió para dar alas a la indignación popular. Regímenes árabes como el de Arabia Saudí, que apenas podían disimular su alegría ante la idea de que se acabara con Hamás, manifestaron su desconcierto por la ira que estaba provocando la sangría diaria de Israel en Gaza. Como es obvio, el apoyo estadounidense era crucial y la postura de EEUU empezó a cambiar transcurridos 10 días desde el inicio de la operación. El 8 de enero de 2009, EEUU optó por abstenerse en la votación de la resolución 1860 del Consejo de Seguridad, que instaba a un “alto el fuego inmediato, duradero y plenamente respetado”. El primer ministro israelí alardeó de haber mediado al llamar al presidente Bush y convencerlo de que EEUU debía abstenerse de votar a favor del alto el fuego.[16] Rice negó dicha afirmación, pero lo cierto es que la resolución fue diseñada por Rice y sus colaboradores, y sería sin duda extraño que se reclamara el apoyo a una resolución y después se optara por la abstención. Este incidente ilustró cuán profunda era la implicación de Israel en la política de la Administración Bush.

Tendrían que pasar otros 10 días para que finalizaran los combates. El 18 de enero, Livni y Rice firmaron un acuerdo un tanto vago en el que EEUU se comprometía a ayudar a Israel para impedir que Hamás siguiera introduciendo armamento de forma ilegal en Gaza, pero la eficacia de dicho acuerdo resulta cuestionable. Israel se vio forzado a poner fin a la ofensiva no sólo por las condenas internacionales, por el sufrimiento provocado a los civiles y por el creciente número de gobiernos árabes que reclamaban el fin de la contienda, sino también por la toma de posesión del presidente electo Obama el 20 de enero. Resultó obvio desde el principio que Israel no quería enturbiar la toma de posesión del nuevo presidente con bombas como telón de fondo.

Resurgir de los escombros

A medida que acababan los combates, Hamás resurgió de los escombros reivindicando su victoria por no haberse rendido ante Israel. Su situación, sin embargo, es poco envidiable, por mucho que siga ejerciendo un control simbólico sobre Gaza y que siga en posesión de un arsenal residual de misiles. Un Hamás debilitado sin duda tendrá serias dificultades para devolver la normalidad a Gaza, un territorio donde es altamente probable que cobren fuerza los grupos islamistas más extremistas, compitiendo con Hamás por el control de la franja (como ya lo hacen en los campos de refugiados palestinos en Líbano).

Las FDI materializaron la promesa formulada por el general Dan Harel,[17] jefe adjunto de Personal del ejército israelí, al principio de la operación militar: “Para cuando acabemos, no quedará un edificio de Hamás en pie en Gaza”. Los “edificios de Hamás” incluyen comisarías de policía, oficinas municipales, cárceles y las residencias de los mandos de Hamás. En un artículo del periódico Jerusalem Post el veterano periodista Herb Keinon argumentó que el objetivo de Israel en Gaza era minar y deslegitimizar el poder israelí al crear un estado de caos que impidiera que Hamás gobernara sobre la franja,[18] en otras palabras, destruir las infraestructuras de Gaza.

Desde el punto de vista israelí, los componentes de un acuerdo de alto el fuego duradero son evidentes: que Hamás ponga fin a su lanzamiento de misiles contra Israel, que la frontera de Gaza con Egipto sea adecuadamente controlada para acabar con el tráfico de armas y que la Autoridad Palestina vuelva a Gaza, quizá en coalición con Hamás. Dada la gravedad de la crisis humanitaria que afecta a Gaza, Israel ha suavizado en cierta medida el embargo, si bien insiste en que no está dispuesto a levantar el embargo por completo, no sea que Hamás lo interprete como una victoria. Al fin y al cabo, el levantamiento del embargo fue la principal exigencia de Hamás en diciembre, cuando el grupo anunció que no renovaría el tahdiyeh o período de calma que se encontraba en vigor desde el mes de junio anterior.

Para impedir el acceso de Hamás a armamento y munición, Israel destinó grandes esfuerzos a destruir los cientos de túneles que se utilizan para traficar con productos legales e ilegales desde Egipto hasta el sur de Gaza. Muchos de esos túneles han sido excavados y operados por traficantes individuales, lo cual es un claro indicativo del elevado número de túneles que puede existir. Una estimación bastante plausible los cifra en más de 400, un cálculo que parece acertado en su magnitud. Israel dice haber destruido o dañado seriamente el 80% de dichos pasadizos, si bien las evaluaciones de daños en las guerras siempre destacan por ser inexactas y, por tanto, poco fiables. La paradoja es que el bloqueo israelí sobre Gaza es lo que lleva a muchos habitantes de la franja a convertirse en topos. De hecho, el comercio a través de los túneles supone un porcentaje significativo de la economía de Gaza, y se cree que puede emplear a unas 25.000 personas. Si se abrieran las fronteras –con las medidas de seguridad pertinentes– y la economía de Gaza floreciera, la razón de ser del comercio subterráneo desaparecería en gran medida. Ahora bien, con las fronteras cerradas, el estímulo para seguir traficando a través de los túneles seguiría presente y es muy probable que los incentivos financieros para los palestinos de Gaza y sus colaboradores egipcios prevalecieran sobre cualquier sistema de seguridad. Actualmente, las restricciones impuestas por Israel no sólo incluyen bienes básicos y materiales de construcción, sino también la divisa local, los shekels.[19] De hecho, durante los primeros días tras el fin de la guerra, las únicas remesas significativas de divisas que fueron a parar a entidades públicas fueron controladas por Hamás, que había introducido el dinero ilegalmente a través de los túneles. Desde que Hamás se hiciera con el control de la franja en 2007, Israel sólo ha permitido la entrada de tres remesas de dinero. Dado que las ventas israelíes a Gaza han de ser pagadas con divisas, la falta de éstas tiene un impacto directo sobre el comercio.

Israel se encuentra en una encrucijada: sabe que para crear las condiciones necesarias para controlar eficazmente el contrabando en Gaza tendrá que dar un paso que, sin duda, será interpretado como una victoria por Hamás y por los habitantes de Gaza en general. Este paso consiste en permitir un nivel básico de actividad comercial. Esta cuestión probablemente se convertirá en uno de los primeros puntos de desacuerdo entre EEUU e Israel. El presidente Obama ya ha descrito las condiciones necesarias para que se dé un alto el fuego duradero, entre ellas fronteras abiertas y controladas. La situación se complica más si cabe por la palpable debilidad de la AP en Gaza. Es difícil imaginar un mecanismo de control que no implique un grado sustancial de cooperación con Hamás, ya sea de forma implícita o explícita.

El componente nacionalista del grupo islámico se ha visto reforzado por la guerra y el presidente Mahmud Abbas ha salido aún más debilitado. Hamás, que evidentemente ha cometido errores garrafales, reivindicará ahora que la guerra lanzada por Israel justifica su argumento de que es necesario enfrentarse a Israel con fuerza y determinación. Muchos palestinos desprecian profundamente a Hamás, pero odian, más si cabe, su condición de pueblo apátrida y humillado. La lección que muchos palestinos están sacando de esta guerra es que su liderazgo pasa por la unión, no por la división.

Hamás siempre se ha negado a reconocer la legitimidad de la existencia de Israel y ha manifestado que aceptar los acuerdos de paz con Israel equivaldría a aceptar la ocupación, sobre todo teniendo en cuenta las concesiones realizadas por el pueblo palestino, concesiones que lejos de poner fin a la ocupación israelí, la han consolidado. Hamás, pese a su declarada enemistad con Israel, ha expresado su voluntad de negociar y su apoyo a la declaración de la Liga Árabe de 2002, que ofrece a Israel paz duradera a cambio de que se vuelvan a implantar las fronteras internacionalmente reconocidas antes de la guerra de 1967. El líder de Hamás, Jaled Meshal, y el primer ministro, Ismail Haniya, han confirmado la voluntad de Hamás de aceptar las fronteras de 1967 y la solución de los dos Estados si Israel se compromete a retirarse de los territorios ocupados.

Pocos días después de su toma de posesión, el presidente Obama destacó que Oriente Medio ocuparía uno de los primeros puestos de su agenda exterior. El primer mandatario extranjero al que telefoneó tras estrenarse en el cargo fue precisamente Mahmud Abbas, y la primera entrevista que concedió como presidente fue con la cadena de televisión de Dubai al-Arabiyya, el principal competidor de al-Yazira. En dicha entrevista, Obama se refirió positivamente al plan de paz de la Liga Árabe de 2002, y destacó su preocupación por “la situación del pueblo palestino”. Menos de una semana después de la toma de posesión, envió a la región al enviado especial para Oriente Medio, el ex senador George J. Mitchell, que presidió la comisión de Sharm al-Shaij en 2001, e hizo pública una lista equilibrada de recomendaciones. El nombramiento de Mitchell también sorprendió, puesto que al designar a un negociador veterano, que desempeñó un papel importante en las negociaciones de Irlanda del Norte, Obama se desmarcaba de varios candidatos firmemente arraigados en las instituciones proisraelíes de Washington. Los líderes de los grupos de interés proisraelíes interpretaron el gesto de Obama como una apuesta sutil por un enfoque más equilibrado hacia Oriente Medio que el adoptado por su predecesor en el cargo.

Aunque ni EEUU ni Israel están hoy preparados para apoyar contactos directos con Hamás, muchos de los políticos más influyentes de Washington reconocen que aislar a Hamás lleva a un punto muerto. En una publicación escrita antes de que estallara la guerra de Gaza, el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, Richard N. Haass, y el ex embajador en Oriente Medio bajo la Administración Clinton, Martin J. Indyk, manifestaron que todo proceso de paz que excluya a Hamás “está abocado al fracaso”.[20]

Conclusiones

Es demasiado pronto para saber hasta qué punto la guerra de Gaza va a cambiar el panorama político en Oriente Medio. No cabe duda de que supone un enorme desafío y pone mucho en juego para el nuevo mandatario estadounidense. La guerra ha exacerbado la enemistad de los musulmanes hacia EEUU. Los ya de por sí imponentes obstáculos para hacer la paz entre israelíes y palestinos se presentan hoy, si cabe, más infranqueables. Asimismo, el liderazgo palestino se encuentra incluso más fragmentado. No debe olvidarse que el 10 de febrero se celebrarán las elecciones israelíes, que pueden saldarse con el respaldo a un gobierno que esté incluso menos dispuesto que los anteriores a realizar los sacrificios inevitables que implica la paz. La historia nos dice que la paz en la región –si en efecto es ese el objetivo– no se alcanza ni con bombas ni con misiles. La guerra de Gaza es una prueba palpable de ello.

Notas:

[1] “Israeli Rights Groups Detail Allegations of Army Abuse in Gaza”, Forward, 15/I/2009, http://www.forward.com/articles/14956/

[2] “Israel to Approve Aid for IDF Officers Accused of Gaza War Crimes”, Haaretz, 23/I/2009, http://www.haaretz.com/hasen/spages/1058215.html.

[3] “The Gaza Bombshell”, Vanity Fair, abril de 2008, http://www.vanityfair.com/politics/features/2008/04/gaza200804?currentPage=1.

[4] “Palestine Divided”, Middle East Briefing N° 25, International Crisis Group, 17/XII/2008, http://www.crisisgroup.org/home/index.cfm?id=5823&l=1.

[5] “Abbas: Hamas Could’ve Prevented ‘Massacre’”, The Jerusalem Post, 28/XII/2008, http://www.jpost.com/servlet/Satellite?cid=1230456495581&pagename=JPost/JPArticle/ShowFull.

[6] “Hamas’s ‘Sole Strategy is Destruction and Chaos’”, Der Spiegel, 5/I/2009, http://www.spiegel.de/international/world/0,1518,599459,00.html.

[7] “Egypt FM: Hamas Must Stop Rockets in Any Truce”, Ynetnews, 1/I/2009, http://www.ynet.co.il/english/articles/0,7340,L-3649036,00.html.

[8] “The Six Months of the Lull Arrangement”, Intelligence and Terrorism Information Center, Israel Intelligence Heritage & Commemoration Center, diciembre de 2008, http://www.terrorism-info.org.il/malam_multimedia/English/eng_n/pdf/hamas_e017.pdf.

[9] “Reigniting Violence: How Do Ceasefires End?”, The Huffington Post, 6/I/2009, http://www.huffingtonpost.com/nancy-kanwisher/reigniting-violence-how-d_b_155611.html.

[10] Véase http://bostonuniversity.blogspot.com/2009/01/imagine-war-in-los-angeles-with-armor.html.

[11] “Q&A: ‘Gaza Will Take Years to Recover’”, Inter Press Service, 27/I/2009, http://www.ipsnews.net/news.asp?idnews=45562.

[12] Sara Roy, “If Gaza falls…”, London Review of Books, 1/I/2009, http://www.lrb.co.uk/v31/n01/roy_01_.html.

[13] “Gaza Humanitarian Situation Report”, United Nations Office for the Coordination of Humanitarian Affairs, 3/I/2009, http://www.ochaopt.org/documents/ocha_opt_gaza_situation_report_2009_01_03_english.pdf.

[14] “Israel Rejected Hamas Ceasefire Offer in December”, Inter Press Service, 9/I/2009, http://www.ipsnews.net/news.asp?idnews=45350.

[15] The Wall Street Journal, 7/I/2009, http://online.wsj.com/article/SB123128550565059013.html.

[16] “Olmert’s Boast of ‘Shaming’ Rice Provokes Diplomatic Furor”, Forward, 15/I/2009, http://www.forward.com/articles/14957/.

[17] “Deputy chief of staff: Worst still ahead”, Ynetnews, 29/XII/2008, http://www.ynet.co.il/english/articles/0,7340,L-3646462,00.html.

[18] “The Gaza operation’s unstated goal: Anarchy”, The Jerusalem Post, 1/I/2009, http://www.jpost.com/servlet/Satellite?cid=1230733120252&pagename=JPost%2FJPArticle%2FShowFull.

[19] “Hamas banks credit in cash-starved Gaza”, The Financial Times, 27/I/2009, http://www.ft.com/cms/s/8a6f779a-eca5-11dd-a534-0000779fd2ac,dwp_uuid=6e3d374e-0496-11dd-a2f0-000077b07658,print=yes.html.

[20] “A Time for Diplomatic Renewal: Toward a New U.S. Strategy in the Middle East”, The Brookings Institution, diciembre de 2008, http://www.brookings.edu/papers/2008/12_middle_east_haass.aspx.

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Arvind Panagariya

India ha eludido lo peor de la crisis financiera, pero ¿hasta cuándo?

Aunque tal vez parezca que pasó hace mucho tiempo, no hace más que unos meses que la llamada hipótesis de la “separación” dominaba la información económica en los medios mundiales. La teoría dominante afirmaba que los mercados emergentes crecían independientemente de Estados Unidos y, por tanto, eran inmunes a una desaceleración económica de origen estadounidense. Sin embargo, la segunda mitad de 2008 no favoreció esa tesis. Es más, la opinión ortodoxa de que los países prosperan y caen juntos en el mundo interconectado de hoy ha vuelto a hacerse sentir, y con creces.

Inmediatamente después de la caída de Lehman Brothers y la intervención en AIG, países como Corea del Sur, México y Brasil, e incluso la normalmente bien gobernada ciudad-Estado de Singapur, vieron que sus sistemas bancarios con contactos internacionales se hacían pedazos. La Reserva Federal estadounidense se vio obligada a abrir líneas de permutas crediticias por valor de 30.000 millones de dólares (unos 23.200 millones de euros) para los bancos centrales de esos Estados. Corea del Sur tuvo incluso que reunir un megapaquete por valor de 130.000 millones de dólares en octubre de 2008 para acudir al rescate de sus bancos.

Sin embargo, hubo una economía emergente que logró escapar a esta tendencia. Más de cuatro meses después de la caída de Lehman, las entidades bancarias indias conservan una sólida situación financiera. No han necesitado rescates ni recapitalizaciones. Se prevé que la economía del país crecerá a un ritmo del 7% este año. Aunque esta cifra representa un significativo descenso del 2% respecto a su media de los últimos cinco años, no es en absoluto el desastre que podría predecirse a juzgar por el pesimismo de las noticias y previsiones relativas a la economía de Estados Unidos. ¿Cómo ha conseguido India salir adelante contra todo pronóstico?

Una razón fundamental es la estricta regulación de los bancos y las transacciones de capital externo, en gran parte como resultado de la gestión firme y la visión de futuro de un hombre: Yaga Venugopal Reddy, antiguo gobernador del Banco de la Reserva de India (en inglés, RBI).

El banco central indio, curiosamente, no disfruta de la independencia del Gobierno que sí tiene la Reserva Federal de EE UU. Desde el punto de vista administrativo, depende del Ministerio de Finanzas. No obstante, la fuerte personalidad de Reddy, que fue gobernador del RBI desde 2003 hasta terminar su mandato en septiembre de 2008, le permitió resistirse a las presiones del Ejecutivo para desregular los bancos y abrir a toda prisa el país a las transacciones bancarias de capital externo. A diferencia del ex presidente de la Reserva Federal estadounidense, Alan Greenspan, que creía en la integridad fundamental de los agentes del mercado, Reddy, por lo visto, opinaba que, si a los banqueros se les daba la oportunidad de pecar, lo harían.

Como consecuencia, mientras los bancos e instituciones financieras de todo el mundo caían masivamente en la trampa de invertir en activos y derivados respaldados por las hipotecas basura de Estados Unidos, los bancos e instituciones indios se mantuvieron, en su mayoría, al margen. Bajo el ojo vigilante de Reddy, sólo 1.000 millones de dólares de los más de 500.000 millones de dólares totales de activos bancarios del país asiático fueron a parar a activos tóxicos o inversiones relacionadas. Cuando llegó la crisis y las instituciones de todo el mundo tuvieron que cancelar casi un billón de dólares de activos en sus libros, los bancos indios no sufrieron más que algún contratiempo.

Sin embargo, India no ha permanecido totalmente inmune a las sacudidas de la economía mundial. La inversión en activos tóxicos no constituye más que uno (aunque el más letal) de los tres aspectos en los que la economía de EE UU ha infectado al resto del mundo. Los otros dos son la retirada de inversiones de empresas estadounidenses en el extranjero y la grave caída de la demanda de bienes y activos extranjeros en Estados Unidos. Tal vez el país asiático no logre eludir esos síntomas con tanta facilidad.

La desaparición de la liquidez dentro de EE UU llevó a sus inversores a retirar el dinero de la economía india a la velocidad del rayo. Sólo en octubre, las reservas de divisa extranjera en el democracia más grande del mundo disminuyeron nada menos que 39.000 millones de dólares, lo cual produjo una escasez de liquidez en el país. Además, las retiradas causaron indirectamente una tremenda caída de los precios de los valores, que contribuyó a la crisis de liquidez. Por último, las empresas indias, que hasta entonces habían podido pedir préstamos con tipos de interés atractivos en Estados Unidos y otros mercados, perdieron esa capacidad, y volvieron a pedir créditos en el mercado interior.

La caída de la demanda mundial de bienes indios también está empezando a notarse. Las exportaciones de artículos procedentes de este país se triplicaron entre 2002 y 2008. Incluso entre abril y septiembre de 2008, las exportaciones aumentaron más del 30% sobre el nivel del periodo correspondiente del año anterior. Sin embargo, desde octubre, las exportaciones han empezado a disminuir.

La situación de las inversiones extranjeras es parecida. Entre 2002 y 2007, las inversiones extranjeras directas y las inversiones en cartera, juntas, se multiplicaron por 10: de 6.000 millones de dólares a 62.000 millones de dólares. En cambio, entre el 1 de abril y el 31 de octubre de 2008, esa cifra fue 10.000 millones de dólares. En el periodo correspondiente del año anterior ascendió a 37.000 millones de dólares.

El Ejecutivo indio ha tomado medidas para desbloquear la liquidez mediante el drástico recorte de los tipos de interés, la ratio de la reserva de efectivo y la ratio de liquidez establecida por ley. Asimismo ha anunciado un paquete de estímulos fiscales en dos fases, aunque a una escala mucho menor que en muchos otros países. Es una medida apropiada por dos motivos: India posee ya un enorme déficit fiscal, además de una ratio entre deuda y PIB de más de un 80%. Y las próximas elecciones nacionales, programadas para mayo de 2009, tendrán que acelerar el gasto de Gobierno independientemente del paquete de estímulos.

¿Puede prolongarse la buena suerte de India? Todavía no está claro cómo se comportará la economía en 2009 y años sucesivos. Algunos pesimistas creen que volverá al crecimiento de entre el 5 y el 6% que experimentó en los primeros años de esta década. Yo no estoy de acuerdo. Incluso con la crisis financiera mundial, este país seguramente mantendrá un crecimiento del 8 o 9% durante los próximos 10 años, gracias a unos empresarios de primera categoría, unos mercados más competitivos, un índice de ahorro elevado y una población cada vez más joven. Ahora bien, mientras India se felicita por su éxito económico, sería poco prudente pasar por alto la regulación minuciosa de los mercados financieros que protegió al país, por lo menos en parte, de los peores efectos de la crisis financiera.

DEJAR AL DESCUBIERTO EL 'FAROL' DE CHINA


Gregory Chin y Eric Helleiner

Por qué es demasiado pronto para tener miedo a la incipiente influencia financiera de China

Cuando el hombre designado por el presidente estadounidense Barack Obama para ser secretario del Tesoro, Tim Geithner, durante las sesiones de confirmación en el Congreso, tuvo palabras duras sobre la política china de tipos de cambio, los agentes de Wall Street se echaron a templar. Geithner acusó al país de manipular la divisa, y eso despertó la preocupación de que las autoridades chinas pudieran reaccionar retirando parte de sus inversiones en los bonos del Tesoro estadounidense. No hay duda de que esos temores, que hicieron que el precio de la deuda del tesoro disminuyera ligeramente, son comprensibles. El pasado otoño, China arrebató a Japón su posición como mayor poseedor extranjero de deuda oficial estadounidense. ¿Es esa condición de nuevo acreedor la que está convirtiendo a China en una gran potencia financiera mundial?

Muchos suponen que la respuesta es sí. Occidente -y Estados Unidos en particular- está pidiendo más préstamos que nunca, dependiendo más que nunca de que China pague la factura. El presidente Obama llega a la Casa Blanca proponiendo un paquete de estímulos de más de 800.000 millones de dólares (unos 624.000 millones de dólares) para reanimar una economía con problemas. Los préstamos para ese paquete pueden muy bien aumentar los 652.900 millones de dólares de bonos del Tesoro que ya poseía China en octubre de 2008. En el número de diciembre de Atlantic Monthly, Gao Xiqing, que supervisa una parte de esa deuda en nombre del gobierno de China, aconsejó a EE UU: “pórtense bien con los países que les prestan dinero”. No es extraño que, cuando The New York Times informó este mes de que el gigante asiático estaba reduciendo sus préstamos, los analistas estadounidenses tomaran buena nota.

Pero China también está nerviosa. El país, recién llegado al escenario bancario internacional, es ferozmente independiente pero, al mismo tiempo, está limitado de forma alarmante por su deudor estadounidense. Por ahora, la dependencia del dólar y la preferencia por una reforma conservadora servirán para que Pekín sea fuerte, pero todavía no una potencia financiera global.

A primera vista, China parece tener la capacidad de ocupar el primer plano en el escenario financiero mundial. El Gobierno controla muy de cerca sus activos extranjeros y guarda 2 billones de dólares de ellos como reservas oficiales de divisa extranjera. Además, Pekín dirige el sector de préstamos al extranjero, que está creciendo rápidamente en China, y no sólo en el ámbito público. El Ejecutivo ejerce influencia directa e indirecta sobre los bancos chinos, que invierten cada vez más en otros países.

Las demostraciones de poder monetario de Pekín se hacen sentir sobre todo en el hemisferio sur. Los préstamos oficiales y casi oficiales a los gobiernos del sureste y el centro de Asia, África, Latinoamérica y el Caribe se han multiplicado de forma exponencial durante los últimos cinco años. Aunque los totales acumulados de los créditos oficiales chinos están calificados como “secretos”, los anuncios de préstamos masivos son un elemento de las giras tan publicitadas que llevan a cabo las autoridades por estas regiones desde finales de los 90. Se dice que los préstamos de ayuda exterior china a África ya superan los 2.000 millones de dólares anuales del Banco Mundial (BM). Y esa ayuda no es más que una parte de los préstamos chinos al continente.

Los préstamos a África, Asia y las Américas han creado buena voluntad en los gobiernos receptores y la preocupación, en las capitales occidentales, de tener que hacer frente a un nuevo competidor a la hora de ganarse a sus clientes tradicionales. Washington, la primera. En Angola en 2004 y Chad en 2006, la oferta repentina de Pekín de proporcionar préstamos a gran escala, equivalentes a los que estaban negociándose con el FMI y el BM, hizo que los ambos países rechazaran a sus acreedores habituales e ignorasen sus recomendaciones políticas. A diferencia del dinero occidental, el de China llegaba sin ninguna condición previa.

Sin embargo, como ocurrió antes con Japón, la nueva influencia financiera de Pekín está limitada por su principal deudor, Estados Unidos. Los países acreedores como China no prestan en su propia divisa sino en dólares, por lo que China se expone a los riesgos de los tipos de cambio; la deuda vale más o menos según suba o baje el billete verde. El peligro es aún mayor porque el gigante asiático presta en la divisa que emite el prestatario. Japón aprendió dolorosamente la lección cuando el dólar se depreció drásticamente entre 1985 y 1987 y eso hizo que disminuyera el valor de los activos extranjeros del país, que en su mayoría estaban en moneda estadounidense, y no en yenes.

China corre el mismo peligro. Entre el 70 y el 80% de sus reservas están en dólares. Por cada depreciación de un 10% del billete verde, las reservas chinas pierden el equivalente al 3% del PIB del país. Como Estado acreedor, por tanto, tiene grandes incentivos para defender el dólar estadounidense y comprar más bonos del Tesoro para mantener su valor fuerte durante una caída.

Además de sus reservas extranjeras, China depende de un dólar fuerte para mantener en funcionamiento su aparato industrial, con exportaciones que sean numerosas y baratas. De esta manera, los consumidores estadounidenses también pueden comprar más productos chinos. Esa demanda es la que ha contribuido al crecimiento de la economía del país con un ritmo del 8% durante la última década. Hasta que la crisis financiera revisó los objetivos de crecimiento a la baja. La reducción de la demanda va a aumentar el deseo de China de evitar que el dólar -y su excedente comercial- sigan cayendo.

Como es de esperar, Pekín está empezando a poner en tela de juicio los costes de mantener el sistema basado en el dólar. Algunos investigadores chinos han llegado a sugerir que el Imperio del Centro piense en aumentar el papel de su propia divisa, el renminbi, como alternativa internacional a la moneda estadounidense.

En realidad, el estricto control monetario chino es lo que impide que esta opción resulte convincente para los inversores internacionales. La ausencia de derechos de propiedad seguros y de una infraestructura legal digna de confianza desaniman a los extranjeros a la hora de usar más el renminbi. Igualmente, los controles de capital y las limitaciones de los mercados financieros internos impiden que el sistema financiero chino sea un verdadero rival del dólar y los mercados estadounidenses, ni siquiera con sus dificultades actuales. Aunque las posibilidades de China como líder industrial son muchas, su capacidad de ser una potencia monetaria mundial está aún por ver.

Así, pues, por ahora, la incómoda dependencia es mutua: Estados Unidos necesita a China, y viceversa. La nueva influencia internacional del gigante asiático procede en gran parte de su capacidad exportadora y su consiguiente condición de país acreedor. Desde 2003, cuando China se convirtió en acreedor neto, esa posición ha ido creciendo. Pero la ola de préstamos internacionales chinos que hemos visto desde entonces no tiene por qué continuar si la crisis financiera actual empeora, si las exportaciones de este país disminuyen y si China se desliza hacia una recesión prolongada junto con el resto del mundo.

Además, para que el Imperio del Centro incremente su influencia financiera, las autoridades tendrían que emprender la pesada tarea de construir nuevos acuerdos internacionales que puedan transformar su condición de acreedor en una situación permanente. Hasta ahora, China ha parecido reacia a impulsar grandes cambios en la arquitectura financiera mundial. Por el contrario, las autoridades de Pekín han adoptado un tono más precavido y han apoyado las propuestas de “mantener unido el sistema”.

Esa estrategia de cautela se corresponde con el gradualismo que los líderes chinos cultivan desde hace 30 años. Tanto dentro como fuera del país, ésta será la forma más probable de enfocar las reformas por parte de Pekín.

Las tareas que tiene que llevar a cabo China, por tanto, son muchas. Las autoridades tendrán que mantener la estabilidad en el sistema financiero interno en medio de una situación que empeora por momentos; seguir avanzando cuidadosamente con reformas internas en la medida en que lo permita la situación; construir su poder financiero internacional poco a poco; sugerir reformas del sistema financiero internacional cuando sean necesarias para apuntalar y consolidar los avances obtenidos; impulsar acuerdos alternativos de forma gradual y con cautela, y en distintas regiones del mundo, con el fin de diversificar los riesgos y permitir otras opciones; y evitar fracturas repentinas del sistema financiero internacional.

Es una lista larga. Pero, si Pekín puede hacer todo eso, y su condición de acreedor se mantiene, el resultado será una China más poderosa, sin duda. Queda mucho por hacer hasta ese momento.