martes, 23 de junio de 2009

RELEVO EN AFGANISTÁN, OBAMA ENDOSA LA APUESTA DE PETRAEUS


Enrique Fojón

El 27 de marzo de 2009, el presidente de EEUU, Barack Obama, anunció una nueva estrategia para Afganistán y Pakistán:

"As President, my greatest responsibility is to protect the American people… We are in Afghanistan to confront a common enemy that threatens the United States, our friends and allies, and the people of Afghanistan and Pakistan who have suffered the most at the hands of violent extremists. So I want the American people to understand that we have a clear and focused goal: to disrupt, dismantle, and defeat al Qaeda in Pakistan and Afghanistan, and to prevent their return to either country in the future… To achieve our goals, we need a stronger, smarter and comprehensive strategy”.

La estrategia pretende desalojar a al-Qaeda de sus santuarios, implicar a los actores regionales, acelerar la formación de las fuerzas de seguridad y defensa locales y profundizar en los elementos civiles y políticos de la estrategia que sería, así, más integral (comprehensive) que la anterior. Sin embargo, la aplicación de esta estrategia precisará mucho más tiempo y esfuerzo de lo que ha necesitado su elaboración y el presidente ha procedido a un relevo amplio de los estrategas encargados de hacerlo. Este ARI describe el proceso por el que el presidente Obama y su secretario de Defensa Robert Gates llegaron al nombramiento de los nuevos responsables: los generales Petraeus y McChrystal, su lógica estratégica y los retos y oportunidades a los que se enfrentan para aplicar la estrategia que han decidido para Afganistán y Pakistán.

Como relata Greg Jaffe en el Washington Post, el secretario de Defensa del presidente Obama, Robert Gates, asistió en marzo de 2009 a la ceremonia de repatriación de cuatro cadáveres de militares muertos en Afganistán en la base aérea de Dover en Delaware. Los que esperaban en la pista le vieron subir a la bodega del 747 que llevaba los féretros y arrodillarse ante ellos. Al salir, su indignación fue evidente. Era la enésima vez que un vehículo humvee era destruido por un artefacto explosivo improvisado (Improvised Explosive Device, IED) y el secretario Gates preguntó con acritud por qué no se habían entregado todavía los vehículos MRAP (resistente a las minas y protegidos para emboscadas). Este episodio reciente, del que se hizo eco la prensa, constituye un indicio más de que el Departamento de Defensa no estaba contento de cómo iban las cosas en Afganistán ni en el Pentágono para apoyar las necesidades tácticas sobre el terreno.

El 11 de mayo, el secretario de Defensa anunció el relevo del general David McKiernan por el del mismo empleo Stanley McChrystal como jefe de las Fuerzas estadounidenses en Afganistán, cargo que lleva aparejada la Jefatura de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (International Security Assistance Force, ISAF) patrocinada por la OTAN. En la posterior conferencia de prensa en el Pentágono, ni el secretario Gates ni el almirante Mike Mullen, jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor, explicaron los motivos del relevo. “Nada ha ido mal” se limitó a decir Gates. Sin embargo, el 17 de mayo de 2009, y en una entrevista para la revista Newsweek, el presidente Obama sí que justificó el relevo diciendo que había que “poner una mirada fresca” en el problema, porque “las cosas no iban bien”, una recomendación que venía del almirante Mullen.

El general McChrystal está considerado un soldado de gran valor personal, capacidad y preparación intelectual y dedicación absoluta a sus subordinados. Un líder militar en toda regla (con la espalda y las rodillas deshechas como todo buen miembro de operaciones especiales que se precie) y con una progresión meteórica. Los miembros de operaciones especiales le conocen como The Pope (“el Papa”), un apodo que excusa mayores comentarios sobre sus méritos y ascendencia. Como responsable de las operaciones especiales conjuntas en Irak y en Afganistán, se le considera el responsable de la “caza” que acabó con el líder de al-Qaeda en Irak Abu Musab al-Zarqawi y de otra serie de éxitos menos conocidos que contribuyeron, de manera substancial, a quebrantar el poderío de dicha organización en Irak. Práctico y enérgico, dirigía las operaciones en Irak pegado al terreno y a sus hombres.

McChrystal era, hasta ahora, director del Estado Mayor Conjunto del Pentágono, nombramiento que estuvo retenido por el Comité de Servicios Armados del Senado debido a su presunta implicación en las instalaciones clandestinas de detención en Irak y por la controversia creada por sus explicaciones sobre las extrañas circunstancias que rodearon la muerte en Afganistán del ranger, y estrella de futbol americano, Pat Tillman (éste dejó la Liga Profesional para alistarse en las unidades de operaciones especiales y su muerte se presentó como un acto heroico). Por su cargo, McChrystal era una persona de trato diario con el secretario Gates y directamente subordinado al almirante Mullen, por lo tanto, una persona que goza de la confianza de ambos. El secretario Gates tampoco ha dudado en designar como segundo de McChrystal al teniente general David Rodríguez, asesor militar del secretario, lo que refuerza su apuesta personal.

A primera vista puede parecer extraño que, como primera medida para liderar sobre el terreno la llamada “nueva estrategia” de Obama en Afganistán –que no es otra cosa que el endose de la estrategia propuesta por el general David Petraeus, como jefe del Mando Central (CENTCOM)– se prescinda del general McKiernan, hombre de gran experiencia militar y diplomática. Su currículum parecía apropiado para liderar el tipo de estrategia elegida, una de enfoque whole of goverment y comprehensive approach, consistente en coordinar acciones entre agencias y entre civiles y militares, respectivamente, para conseguir la consolidación del Estado afgano. La implementación de ese tipo de estrategia parece que era más apropiada para la dirección de un hombre como McKiernan, ya que aunque McChrystal demostró suficientemente en Irak su capacidad de coordinación –tejiendo una amplia relación con funcionarios y agencias civiles en su calidad de jefe del Mando Conjunto de Operaciones Especiales que contribuyó significativamente a la mejora de la situación–, su experiencia no puede igualar el perfil de su antecesor en el cargo. Por lo tanto, el relevo evidencia la necesidad de contar con unas condiciones de seguridad mínimas antes de pasar a una fase más civil en la estrategia. Como es evidente, las condiciones de seguridad distan mucho de existir en este momento y esa parece que será la prioridad de The Pope: asegurar las condiciones de seguridad que permitan aplicar los aspectos más civiles de la nueva estrategia integral.

La estrategia estadounidense en Afganistán y Pakistán: atacar a unos pocos, defender a muchos y enemistarse con los menos

La falta de apoyo de los aliados de la Alianza Atlántica y el empeoramiento de la situación en Pakistán han debido inducir a Petraeus a poner en práctica un plan estadounidense con las menores interferencias aliadas posibles, aunque abierto a adhesiones muy selectivas, y que cubra las contingencias en un teatro que no se circunscribe a suelo afgano, sino que incluye también la parte occidental de Pakistán (Af-Pak Strategy). No parece que estemos ante una repetición de la imposición de Gates al almirante Fallon en 2007 con el nombramiento de Petraeus como jefe de la Fuerza Multinacional en Irak (Fallon había defendido la estrategia anterior frente al cambio propuesto por Petraeus, que dependía de él). Por el contrario, el nombramiento de McChrystal parece ser una petición de Petraeus –de quien va a depender– y que ha sido apoyada por Gates y Mullen.

A falta de mayores datos, los medios de comunicación han especulado con que Petraeus recrease en Afganistán su exitosa estrategia iraquí (la surge) pero el propio general ya ha reconocido que las condiciones entre Irak y Afganistán-Pakistán son muy diferentes. Sin embargo, los cambios en la dirección apuntan a que la estrategia pondrá en práctica un plan más agresivo de lo esperado, una vez que el general Petraeus haya identificado el tipo de insurgencia al que se enfrenta. Ese plan tendrá que ser muy diferente del de Irak porque la insurgencia afgana se practica en un entorno eminentemente rural, a diferencia de la insurgencia iraquí, que se practicó fundamentalmente en ambiente urbano. Habrá que releer a Galula y sus enseñanzas argelinas.

Pero un plan de esa naturaleza agresiva necesita el apoyo incondicional del Gobierno paquistaní y no como hasta ahora que la insurgencia contaba con la voluntad de inhibición de las fuerzas armadas paquistaníes para resguardarse en sus santuarios. También se precisa mayor cantidad y calidad de inteligencia, por lo que se incrementarán las operaciones de esta índole (queda la duda sí en colaboración o no con los servicios paquistaníes de inteligencia tan infiltrados por el radicalismo islámico). Finalmente, y este puede ser otro cambio, las acciones “kinéticas” (violentas) se dirigirán a blancos de “gran valor” mientras se refuerza la visibilidad de la presencia militar en tareas de protección de la población, lo que exigirá un cambio de actitud y funciones en los equipos provinciales de reconstrucción (Provincial Reconstruction Teams, PRT) que actúan en Afganistán.

En una estrategia de fuerte contenido contrainsurgente, el aspecto más delicado a diseñar es el del tipo de control de población que se debe adoptar. Recrear la experiencia iraquí en la provincia de Ambar será difícil porque no hay a la vista un grupo étnico resentido contra la opresión talibán y su imposición rigorista de la sharia. También será problemático hacerse con la lealtad de los jefes tribales porque el control talibán está extendido y se basa en la coacción y en el mensaje propagandístico de que los talibán prevalecerán sobre las fuerzas occidentales, una percepción muy difícil de contrarrestar y de la que deberá ocuparse la estrategia que se aplique, porque las batallas no sólo se ganan en el terreno sino en el imaginario colectivo.

Un ejemplo de la situación a resolver podemos encontrarlo en la provincia de Zabul, zona prácticamente “talibanizada”. Los norteamericanos quieren ampliar una base avanzada en Karezgay, para lo que tendrían que destruir parte de un primitivo sistema de riego por canales llamado karez, lo que ha puesto en pié de guerra a la población contra norteamericanos y miembros del Gobierno afgano por igual. Los talibán, que controlan las shuras, o asambleas locales, conocen estas diferencias y las explotan de forma que se presentan como valedores de la población agraviada. Las Fuerzas Armadas estadounidenses tendrán que combatir a la insurgencia en el escenario más desfavorable para las operaciones militares occidentales: aquel en el que los talibán utilizan a la población civil como escudo y en el que la insurgencia recurre a cualquier método para disociar a la población civil de las fuerzas extranjeras. Estos métodos “ejemplares” que recuerdan a los empleados por el Vietcong, y a los de al-Qaeda en Irak, son parte de la estrategia insurgente que ya presenció el general McKiernan antes de dejar el cargo.

Para contrarrestar este tipo de situación se requieren cuidadosas medidas de contrainsurgencia, sobre todo si los talibán basan su influencia en el control de la información, empleando como “mensaje” la “corrupción” gubernamental y, por lo tanto, en su falta de legitimidad islámica y política. El recuerdo de las disputas entre facciones étnicas que facilitaron el derrocamiento de los talibán en 2001 puede ser un elemento a explotar por los estadounidenses, pero en Afganistán existe la vieja tradición de que ante un invasor extranjero todos los afganos se unen, la última vez ante la invasión soviética.

Como se ha indicado anteriormente, las provincias del noroeste de Pakistán están fuertemente islamizadas y con una alta presencia talibán, pero también existe esta presencia en el Punjab. En opinión de David Kilkullen, asesor de contrainsurgencia de Petraeus en Irak (2007-2008), el esfuerzo en Pakistán hay que centrarlo en el Punjab y en Sindh, que aun están bajo control gubernamental. El primer objetivo de una estrategia de contrainsurgencia sería separar esta unión estratégica, pero Afganistán no es Irak. Para empezar, las fuerzas norteamericanas y de la OTAN en Afganistán dependen de las rutas de abastecimiento que, partiendo de Karachi, atraviesan centenares de kilómetros de inseguro terreno paquistaní. De esta manera ambos espacios se hacen dependientes. El abastecimiento es muy vulnerable, por lo que se ha puesto en manos de contratistas, dada la poca confianza en las fuerzas militares paquistaníes, lo que, a su vez, ha provocado la indignación de éstos. La gestión de la carga y transporte de equipo y suministros se ha puesto en manos de oligarcas paquistaníes, que no excitan el celo de sus trabajadores. Poner en manos de las fuerzas paquistaníes la protección de los suministros, se piensa, sería parecido a dejar a los servicios secretos militares (Inter-Service Intelligence, ISI) el control de tal vital asunto.

Nadie duda de que McChrystal tiene por delante una delicada tarea. Gestionar la actuación de fuerzas especiales y convencionales, aquellas en funciones de destrucción de blancos valiosos y las segundas en la protección de la población, requerirá paciencia y sacrificio. Una de las primeras decisiones que tiene que tomar Petraeus es si continuará o no el uso de aviones no tripulados (drones) en Pakistán. Está por ver si las bajas que estos ataques producen en la población civil, con el consiguiente rechazo a lo norteamericano, compensan las bajas de líderes tanto en el bando talibán como en el de al-Qaeda. Todos los mandos citados han expresado su preocupación por el avance talibán de abril sobre Buner, cerca de Islamabad, o por la posibilidad de que las armas nucleares paquistaníes acaben en manos fuera de control, para lo que han exigido una mayor implicación paquistaní. La seguridad nuclear y la de la propia Islamabad son otras de las preocupaciones estadounidenses. En este sentido trabaja el enviado especial para Afganistán-Pakistán, Richard Hoolbroke, que ha solicitado un incremento de la ayuda civil (7.500 millones de dólares) y militar (4.000 millones), pero el Congreso teme que los fondos destinados a la contrainsurgencia acaben desviándose hacia los programas de armamento nuclear, una preocupación que les ha reforzado la comparecencia del almirante Mullen el 14 de mayo de 2009, confirmando que Pakistán está reforzando su arsenal nuclear.

Quiérase o no, Afganistán ha sido un teatro muy secundario en las prioridades estadounidenses debido a la preocupación por Irak. Su minusvaloración ha permitido el resurgir talibán y la permanencia de al-Queda y sus voluntarios en la vanguardia de la lucha contra los extranjeros. Durante este período, la gestión del Gobierno afgano ha sido pobre y los talibán se han infiltrado en amplias capas de la sociedad. Reforzar la actuación del Gobierno afgano será otras de sus tareas prioritarias, promocionar la percepción popular de que disponen de un Gobierno que ejerce la autoridad y no es un “títere” en manos de los extranjeros será algo fundamental, pues los talibán tratarán de imponer su “legitimidad”. Los ejemplos de los “gobiernos títeres” de Vietnam del Sur con los norteamericanos, o los sucesivos en Kabul con los soviéticos, son antecedentes que no deben caer en el olvido. Los talibán identificarán la participación en el Gobierno con “colaboracionismo” con “extranjeros” e “infieles” y extenderán la certeza de que todos aquellos que sigan sus pasos serán, en el mejor de los casos, “reeducados” (este es el mensaje escrito que dispersan las octavillas –cartas nocturnas– para desincentivar la aproximación y colaboración de la población civil con quienes les protegen y ayudan).

No obstante, las mayores dificultades para Petraeus y McChrystal pueden venir del lado doméstico. La adopción de la estrategia surge en Irak fue un gravísimo trauma para la institución militar americana. El hecho de que un general retirado, Jack Keane, “vendiera” sus teorías con la ayuda del think tank estadounidense American Enterprise Institute al presidente Bush y que acabara imponiéndoselas a toda la cadena de mando del Pentágono –que se oponía a enviar más tropas–, fue algo inédito y difícilmente repetible. Esa situación trajo como consecuencia el cese del anterior secretario de Defensa, Ronald Rumsfeld, la destitución del anterior jefe del CENTCOM, el general John Abizaid, la promoción “hacia arriba” del general George Casey, jefe en Irak, el relevo del general Peter Pace al frente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, y un largo etcétera, que acabó en la ya mencionada “dimisión” del almirante Fox Fallon, predecesor de Petraeus al frente de CENTCOM.

Conclusiones

La institución militar no suele salir bien parada de estos hechos. Dentro de las fuerzas armadas de EEUU, los partidarios de que éstas mantengan su superioridad tecnológica se oponen a que se conviertan en fuerzas de ocupación y de nation-building, mientras que los partidarios de afrontar la lucha contra la insurgencia reclaman una mayor polivalencia. Los primeros temen que la contrainsurgencia acabe convirtiéndose en el concepto preponderante de la fuerza (posture) y los segundos esperan que la próxima Quadrennial Defence Review (QDR) de 2009 confirme el giro de la fuerza hacia la polivalencia, utilizando las prioridades presupuestarias para dotarse de los medios que precisan para la lucha “irregular” en la que se ven obligados a combatir.

La “batalla de las narrativas” va a ser otro de los elementos esenciales a tener en cuenta. El conflicto en Afganistán –ahora Afganistán-Pakistán– va a ser un conflicto largo, con altibajos, con golpes de efecto de trascendencia informativa que van a impactar en la opinión pública internacional y, desde luego, en la de EEUU. Las acciones de contrainsurgencia son, en su gran mayoría, encubiertas y asuntos como instalaciones de detención, eliminación de “blancos valiosos” y “caza del hombre” constituyen una munición inacabable para la acción política doméstica y para los titulares de los medios de comunicación. Sus resultados en Argelia y Vietnam son sobradamente conocidos aunque es cierto que la conscripción se ha acabado tras la profesionalización de las fuerzas armadas. Una estrategia que plantea una opción de combate selectiva puede reavivar, de alguna forma, el sentimiento pacifista que se generó durante las operaciones en Irak y que se desactivó tras el cambio de estrategia y de estrategas. Aparcado el debate durante las elecciones de 2008, las promesas electorales de Obama se han ido matizando tras su victoria y hoy dirige esta “guerra larga” (the Long War) nombrando un especialista en contrainsurgencia para conducir las operaciones en Afganistán. La estrategia de Obama en Afganistán, pasa por el mando militar de Petraeus y McChrystal. Son sus opciones. Ha puesto su confianza en militares de prestigio y puede acabar en un fracaso pero este fracaso no será sólo de la estrategia y de los estrategas de EEUU sino también del mundo occidental.

En el plano estratégico, existen muchas papeletas de que EEUU, al igual que en Irak, se quede solo en su esfuerzo de contrainsurgencia en un Afganistán que está irremisiblemente unido al avispero paquistaní. Obama sabe que no puede contar con los aliados europeos para luchar contra los talibán, quizá algo con británicos y franceses pero el resto serán más un lastre que una ayuda. También sabe que la acción militar debe apoyar otra de reconstrucción y desarrollo, pero ahí se abre un escenario de mayor incertidumbre que el militar, porque el resultado de la cooperación depende del aprovechamiento afgano y porque sus costes económicos unidos a los de las operaciones serán enormes, más que los de Irak. Por eso, y antes de ir más allá del incremento de 17.000 soldados, comprobará si el esfuerzo lleva a algún tipo de progreso. En este aspecto, el presidente ha declarado lo que seguramente le han transmitido los militares: que mayores incrementos de tropas no reportarán ventajas. ¿Hasta cuando el pueblo americano va a soportar la factura en botas, tesoro y sangre? Puede que McChrystal sea la última baza antes de adoptar una estrategia de salida en Afganistán.

La creciente inestabilidad en Irak, con un marcado incremento de la violencia, producto del “encaje” político necesario para hacer eventualmente viable el Estado iraquí, puede inflamar el arco que va desde Palestina, este de Turquía, sur del Cáucaso, Siria, Irak e Irán hasta Afganistán y Pakistán. Como resultado se agravará y se hará crónica la inestabilidad en una amplia zona de Asia, donde el islamismo encuentra el caldo de cultivo para su crecimiento, donde se incuban acciones terroristas de alcance global y donde la proliferación ha encontrado fervientes partidarios. Petraeus tiene dos excelentes peones, Odierno y McChrystal. El liderazgo político no debe caer en la tentación de dar prioridad a uno de ellos en detrimento del otro. La euforia del éxito no es contagiosa, pero el derrotismo si lo es. Medir lo que debe entenderse por victoria o derrota y hacérselo comprender al liderazgo político es tarea fundamental de los tres generales.

El presidente Obama ya conoce la diferencia que existe entre ser un candidato presidencial, un presidente “bien intencionado” y un comandante en Jefe. En el ejercicio de este último cargo está solo. Obama conoce la amenaza que supone un islamismo descontrolado y el riesgo de su acceso a las armas nucleares. Un baño de pragmatismo, al igual que tuvieron que darse sus predecesores, lo hará envejecer a medida que vaya comprobando que el mundo es como es y no como uno se lo imagina mientras se da un baño de multitudes camino de la Casa Blanca.

MEMORIA DE TIANANMEN: 20 AÑOS DESPUÉS


Enrique Fanjul

La crisis de Tiananmen ha estado muy presente en la actuación de los gobernantes chinos en los últimos 20 años. Quizá una de las lecciones más importantes fue la necesidad de prestar atención a la potencialidad desestabilizadora del descontento social. Ha sido habitual presentar las protestas de la primavera de 1989 como un movimiento prodemocracia, sin embargo en el trasfondo se encuentra, ante todo, el descontento por los “efectos indeseados” del proceso de reforma que China había abordado desde finales de los años setenta.

En 2006 la cadena de televisión estadounidense PBS emitió un documental, El hombre del tanque, sobre los sucesos de Tiananmen de 1989. El productor, Anthony Thomas, contó posteriormente en una entrevista que, durante la filmación en China, se reunió con un grupo de estudiantes universitarios de Pekín a quienes les mostró una fotografía de esa escena, la que da el título al documental, una de las imágenes más emblemáticas de aquellos sucesos, en la que un hombre, quizá un estudiante, se enfrenta y detiene una columna de tanques en el centro de Pekín. Según Thomas, los estudiantes no reconocieron la escena, no sabían de qué iba aquella foto. “Debe ser un desfile”, le oyó murmurar a una estudiante. La impresión de Thomas fue que la imagen no significaba nada para los estudiantes de la China actual.

Lo anterior es un reflejo, y la consecuencia, de la política que ha mantenido el gobierno chino para borrar la memoria de los trágicos acontecimientos que sacudieron China en junio de 1989. Hoy, la mayoría de la población menor de 30 años tiene un conocimiento nulo o muy pequeño de este episodio de la historia de su país.

Pero Tiananmen no ha podido ser borrado completamente de la memoria colectiva ni en China, como lo muestran las periódicas peticiones de las “madres de Tiananmen” para que se revisen los sucesos, ni mucho menos a nivel internacional, donde la atención sobre ellos ha persistido a lo largo de estas dos décadas.

La crisis de Tiananmen ha estado muy presente en la actuación de los gobernantes chinos en estos 20 años. Quizá una de las lecciones más importantes fue la necesidad de prestar atención a la potencialidad desestabilizadora del descontento social. Ha sido habitual presentar las manifestaciones y protestas de la primavera de 1989 como un movimiento prodemocracia, sin mayores matizaciones. Según esta interpretación, el objetivo fundamental de los estudiantes, y de los ciudadanos que se unieron a ellos en determinadas etapas, era derribar la dictadura del Partido Comunista y establecer un régimen democrático en China. De forma mecanicista se establecieron paralelismos con las revoluciones que en aquellos años terminaron con los regímenes comunistas en Europa del Este y la Unión Soviética.

Sin embargo, en el trasfondo de las manifestaciones y protestas que estallaron en 1989 se encuentra, ante todo, el descontento por los “efectos indeseados” del proceso de reforma que China había abordado desde finales de los años setenta. En esos primeros 10 años de reforma, las medidas liberalizadoras de la economía y la apertura al exterior habían dado lugar a un espectacular crecimiento económico –que prosiguió en las dos décadas siguientes, hasta nuestros días–. Pero las reformas también tuvieron una serie de efectos negativos. Tres fueron particularmente importantes: la corrupción, los desequilibrios en la distribución de la renta y las tensiones inflacionistas.

Las reformas trajeron consigo un gran crecimiento económico que no benefició a todo el mundo de la misma manera. Mientras que comerciantes, empleados de empresas extranjeras, los nuevos empresarios del sector privado, etcétera, se beneficiaron de fuertes aumentos de su renta, funcionarios y trabajadores del sector estatal vieron su poder adquisitivo disminuido por la inflación. Las regiones del interior de China se beneficiaron del crecimiento de la nueva etapa en menor medida que las zonas costeras.

Las manifestaciones de los estudiantes fueron la chispa que prendió la llama del descontento social que se había ido acumulando en la sociedad china. Más adelante, en especial entre los estudiantes, las posiciones fueron evolucionando y radicalizándose, y hubo sectores que cuestionaron las bases del sistema político, es decir, el poder del Partido Comunista. Pero se trató de sectores minoritarios: el origen auténtico del malestar que estalló en las manifestaciones de la “primavera de Pekín” de 1989 fueron los “efectos indeseados” de la reforma.

La crisis de Tiananmen hizo comprender a los dirigentes chinos el error al descuidar esos efectos negativos. Entonces, a corto plazo, tomaron enérgicas medidas para combatirlos. Se atacó y redujo la inflación, se lanzó una campaña contra la corrupción, con castigos y condenas ejemplares. Más tarde se adoptaron medidas para incentivar el desarrollo económico de las regiones del interior.

En la actualidad, con la crisis económica que ha tenido un fuerte impacto en China, las autoridades han mostrado de forma clara su preocupación por las consecuencias del descontento social. Así, han tomado medidas para ayudar a los trabajadores que han quedado en paro. Dentro de los planes de estímulo económico, se ha anunciado un importante paquete (de más de 100.000 millones de dólares) para ampliar la sanidad pública. En muchos casos de fábricas que han quebrado y cerrado a consecuencia de la crisis, las autoridades han intervenido y abonado parte de los salarios que se debían a los trabajadores. Qué duda cabe que en muchas de estas actuaciones subyace la preocupación por la estabilidad social, y en ello la influencia de Tiananmen ha sido decisiva.

Hay otras lecciones que los dirigentes comunistas chinos aprendieron de los sucesos de Tiananmen, como la necesidad de mantener de puertas afuera la imagen de unidad. Durante la crisis, afloraron públicamente las divisiones existentes en el núcleo dirigente del Partido Comunista sobre la forma de afrontar la situación. El caso más importante fue el de Zhao Ziyang, secretario general del partido, que acudió incluso a la plaza de Tiananmen a reunirse con los estudiantes (acompañado precisamente del hoy primer ministro, Wen Jiabao). Las divisiones entre los dirigentes chinos dificultaron la forma de afrontar la crisis y, en última instancia, fueron en parte responsables de su prolongación y su desenlace violento. Probablemente por ello, el Partido Comunista Chino se ha esforzado desde entonces por no ofrecer signos externos de división.

¿Y qué pasó después con el movimiento de los estudiantes? Un fenómeno llamativo es la escasa continuidad y relevancia que mantuvo, después de 1989. Muchos de los líderes estudiantiles que se exiliaron de China fundaron o se integraron en organizaciones políticas opuestas al régimen del Partido Comunista, como hicieron también algunos de los disidentes expulsados del país en los años siguientes. Ninguna de esas organizaciones ha llegado a tener una importancia mínimamente apreciable. Se han caracterizado por las divisiones y los enfrentamientos entre ellas. Su influencia sobre la evolución del país, o incluso sobre la política que aplican Estados Unidos y otras potencias occidentales hacia China, ha sido prácticamente nula.

Es significativo comparar lo que ha sucedido en China con lo ocurrido en otros países sometidos a una dictadura y en los que también se produjeron en un momento dado revueltas populares, como Suráfrica, donde en 1976 se registraron las protestas de Soweto, y Polonia, donde a principios de los años ochenta estalló el movimiento de protesta de Solidaridad. En ambos casos, los movimientos fueron reprimidos con violencia por las autoridades.

Pero la diferencia es que tanto en Suráfrica como en Polonia el movimiento de oposición no terminó ahí. Las revueltas surafricanas de 1976 y las huelgas y revueltas polacas de 1980 y 1981 marcaron el desarrollo de un movimiento político de oposición que, a pesar de la represión, continuó y creció. Finalmente, esos movimientos fueron claves para el cambio de régimen y la democratización que terminó imponiéndose.

En China, por el contrario, el movimiento de oposición política, que tuvo un espectacular desarrollo en un cortísimo plazo de tiempo, no tuvo continuidad. A diferencia de Suráfrica o Polonia, no fue el germen de una oposición al régimen comunista que fuera creciendo y aumentando su importancia con el paso del tiempo, ni dentro ni fuera de China.

Por otro lado, Tiananmen no tuvo un impacto apreciable en la evolución posterior de China, tanto económica como política. Desde el punto de vista político, no se han producido durante estas dos décadas cambios sustanciales en el régimen, que ha continuado dominado por el poder del Partido Comunista y que ha cortado con firmeza los escasos y limitados conatos de disidencia.

Sí ha habido una progresiva y significativa extensión del imperio de la ley, de las libertades individuales de la población, de elecciones más democráticas a nivel de gobiernos locales. Pero ello no es atribuible a Tiananmen. Este proceso se había iniciado con anterioridad, y se explica en última instancia por el proceso de modernización y crecimiento económico, así como por la progresiva integración internacional de China. Es un proceso que, presumiblemente, continuará y poco a poco llevará a China hacia una inevitable democratización.

Desde el punto de vista de la evolución de la política económica, Tiananmen tampoco tuvo consecuencias significativas. A raíz de la crisis de 1989 muchos analistas pronosticaron una involución en la política de reforma: China iba a abandonar su proceso de apertura al exterior, que era el culpable en última instancia de lo que había sucedido, volvería al aislamiento, suspendería las reformas que había abordado con audacia a partir de 1978.

Estos pronósticos no se cumplieron. China ha seguido avanzando por la senda de la política de reforma, desarrollando un nuevo sistema económico que, aunque tiene una fuerte intervención estatal, ya no se puede calificar de “socialista”. Hubo, sí, un periodo de contención y estabilización económica tras los sucesos de 1989, con el fin de controlar la inflación y atacar los “efectos indeseados” de la reforma. Pero en 1992, Deng Xiaoping efectuó su famoso “viaje al Sur”, visitando algunas de la zonas más emblemáticas de la política de reforma, en una simbólica acción para reanudar la senda reformista con renovada energía, y en la que China se ha mantenido con firmeza hasta nuestros días.

Durante todos estos años ha perdurado la polémica y los interrogantes sobre lo que sucedió en Tiananmen, en especial durante los primeros días de junio en los que la violencia estalló en las calles de Pekín. Ha habido discusión y polémica sobre algunos de los hechos. El mejor símbolo de estos interrogantes probablemente sea el “hombre del tanque”, aquel ciudadano anónimo que, según se pudo ver en aquellas extraordinarias imágenes, y movido probablemente por la ira y la indignación ante lo que había pasado en su ciudad, se plantó ante una columna de tanques y la detuvo.

¿Quién era aquella persona que se ha convertido en uno de los mayores símbolos del coraje ciudadano? Y, sobre todo, ¿qué pasó con él? Las imágenes muestran cómo, al cabo de varios minutos de “enfrentamiento” ante los carros de combate, un grupo de tres o cuatro personas va en su busca, lo agarran y se lo llevan. ¿Eran policías, como apunta una versión, según la cual lo más probable es que el “hombre del tanque” fuera ejecutado poco después? ¿O eran ciudadanos que, arriesgando también sus vidas, fueron a salvarle, de forma que el “hombre del tanque” regresó al anonimato de las masas, de la calle, y salvó su vida?

¿Cuántas víctimas hubo? Al principio, en el calor del momento, algunos medios de comunicación hablaron de miles de muertes. Luego, estimaciones más realistas cifraron las víctimas en unos centenares. Nicholas Kristof, corresponsal del New York Times, ya señaló, poco después de los hechos que, según sus cálculos, el número de muertos habría sido de una decena de soldados y policías y entre 400 y 800 civiles.

Hubo también polémica acerca del número de estudiantes muertos en la plaza de Tiananmen. Diferentes versiones, algunas de ellas que se presentaban como de testigos presenciales, señalaron que los soldados habían entrado en la plaza disparando de forma indiscriminada contra los estudiantes, que había habido miles de muertos, que los carros de combate habían pasado por encima de las tiendas de campaña instaladas en la plaza, aplastando a muchos estudiantes que se encontraban dentro. Sin embargo, la evidencia que ha aflorado posteriormente indica que en la propia plaza hubo muy pocas víctimas, que los estudiantes que se encontraban allí, unos 3.000 0 4.000, la abandonaron pacíficamente después de una doble negociación: entre ellos, para decidir lo que hacían, y con el ejército que los rodeaba.

Pero sí hubo víctimas en muchos otros lugares del centro de Pekín, mientras trabajadores, estudiantes, ciudadanos en general se enfrentaban, levantaban barricadas, intentaban detener como podían a las tropas que entraban en la ciudad.

¿Tiene alguna significación el hecho de que las víctimas se produjeran en la propia plaza de Tiananmen o en las calles del centro de Pekín? En principio, que las víctimas cayeran en uno u otro lugar de la ciudad no cambia la naturaleza esencial de la tragedia. Pero dada la importancia simbólica de la plaza, el hecho de que en ella no hubiera una matanza sí tenía relevancia.

Situada en el corazón de Pekín, a la entrada de la Ciudad Prohibida, de una enorme extensión –se dice que es la plaza más grande del mundo, con una capacidad para unas 600.000 personas– allí se encuentran el mausoleo con los restos de Mao, el Gran Palacio del Pueblo, el monumento a los Héroes del Pueblo, erigido en memoria de todos aquellos que perdieron su vida en las luchas por la liberación del pueblo chino desde las “guerras del opio” del siglo XIX.

La plaza ha tomado su nombre de la puerta de Tiananmen (la paz celestial), que se encuentra en su parte Norte y que es la principal entrada a la Ciudad Prohibida. Desde 1949 ha sido el símbolo de la nueva China que encarnó el régimen comunista y el escenario de grandes concentraciones populares. Desde la puerta de Tiananmen, Mao proclamó la República Popular el 1 de octubre de 1949; desde allí presidió las gigantescas concentraciones de la Guardia Roja durante la Revolución Cultural. La plaza, en suma, tiene un gran simbolismo para la República Popular y, por ello, probablemente los dirigentes chinos hicieron todo lo posible para evitar que en ella hubiera derramamiento de sangre.

SEGURIDAD ECONÓMICA EN EL ESPACIO POST-SOVIÉTICO DE ASIA CENTRAL


Carmen de la Cámara

Kazajistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguizistán y Tayikistán son las cinco Repúblicas centroasiáticas que formaban parte de la URSS hasta la disolución de ésta en diciembre de 1991. El PIB per cápita de esos países es muy bajo. Los valores registrados son bajos en términos absolutos y también en términos relativos, como se puede apreciar en el Gráfico 1, donde una comparación con el resto de países que formaban la URSS muestra que esos países, a excepción de Kazajistán, registran los niveles más bajos de todo el espacio post-soviético. Son niveles propios de economías subdesarrolladas, y, al igual que éstas, cuentan con exceso de mano de obra, escasez de capital y bajos niveles de desarrollo tecnológico.

Si utilizamos la clasificación elaborada por el PNUD en su IDH observamos que, gracias al relativo buen comportamiento de los indicadores sobre la esperanza de vida y el nivel de educación (logros ligados a su pasado soviético), estos países escalan posiciones hasta clasificarse como países de índice de desarrollo medio. Las subidas en la posición global en el IDH respecto a la posición que ocuparían en función de su renta son de las más importantes de todos los países que analiza el PNUD, especialmente las de Tayikistán –con datos del informe de 2007-2008 sube 32 posiciones respecto al lugar que ocuparía en función de su PIB per cápita–, Kirguizistán –29 posiciones– y Uzbekistán –25 posiciones–. En contraste, Turkmenistán sólo sube cinco posiciones y Kazajistán, la república con mejor desempeño económico, sólo sube una posición. Es importante reseñar que el IDH no computa ni las libertades políticas ni los logros medioambientales, ámbitos en los cuales estos países muestran un déficit considerable y que desmerecen la escalada que registra el IDH. Además, desde que comenzaron su andadura como repúblicas independientes, cada año han descendido en su posición en la clasificación que ofrece el PNUD, de nuevo con la excepción de Kazajistán. Este retroceso es el reflejo del deterioro de las condiciones de vida de la población, que se concreta también en el aumento espectacular de la pobreza y de las desigualdades, sobre todo en áreas rurales y pequeñas ciudades y grupos vulnerables. Según datos del último informe del BERD (Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, Transition Report, 2008), el porcentaje de la población viviendo bajo el umbral de la pobreza asciende al 44% en Turkmenistán, el 42,8% en Tayikistán, el 26% en Uzbekistán, el 21,4% en Kirguizistán y el 16% en Kazajistán.

En cuanto al componente económico del desarrollo, la desintegración de la URSS tuvo efectos devastadores, con caídas de la producción entre el 30% y el 45%. Asia Central tardó al menos media década en reanudar el crecimiento (lo que ocurrió entre 1996 y 1999) y más de una década en superar los niveles de producción que tenían en el momento de la desintegración de la URSS (Uzbekistán en 2001, Turkmenistán en 2002, Kazajistán en 2004 y Kirguizistán en 2008; Tayikistán no lo ha alcanzado todavía: en 2008 todavía registró un 60% del PIB que tenía en 1989). Las altas tasas de crecimiento económico que han gozado en años recientes (alrededor del 10%) reflejan una pauta de desarrollo basada en la gran dotación de recursos naturales de los que gozan, apenas explotados en la época soviética. De hecho, si en el haber de su herencia soviética están los logros en salud y educación, no podemos dejar de constatar que en términos de medidas generalmente aceptadas de desarrollo, las repúblicas de Asia Central estaban retrasadas con respecto al resto de las repúblicas.

Punto de partida

Si esos territorios fueron las colonias asiáticas de los zares, podríamos hablar en la época soviética de un “colonialismo socialista”, aunque ésta no sea una denominación exenta de polémica ni generalmente aceptada. Los estudios del modelo soviético se referían al centro, iluminando poco las dinámicas de las relaciones centro-periferia, pero la existencia de diferenciales de desarrollo regionales era un hecho en el seno de la URSS. No hay datos precisos sobre ello, ya que el acceso a la información estaba controlado y las informaciones manipuladas, pero con la Glasnost empezamos a conocer datos que revelaban divergencia más que convergencia entre repúblicas. En Asia Central, como dijo Gorbachev, “áreas enteras estaban sencillamente fuera del control del gobierno”.

Un indicador nos habla claramente de la posición de subdesarrollo de estas repúblicas respecto a la Unión: la especialización económica regional extrema en la producción de algodón. Para empezar, la proporción de la agricultura en el PIB y de la mano de obra empleada era mucho mayor que en el resto de la URSS. Además, como no se llegaron a utilizar formas mecánicas de cosechar y otros equipamientos ahorradores de mano de obra, la reasignación ocupacional de la mano de obra no se produjo. Al revés, el porcentaje de trabajadores manuales (que se ocupaban de la recolección a mano del algodón) aumentó a lo largo de los años, dando lugar a que en los períodos entre plantación y cosecha el desempleo rural fuera uno de los problemas principales de Asia Central. Uzbekistán responde exactamente a esta descripción (era una economía de monocultivo), Turkmenistán también estaba altamente especializada así como Tayikistán, aunque ésta estaba un poco más diversificada. Kazajistán y Kirguizistán producían poco algodón, pero estaban en el “complejo productivo del algodón” ya que su industria era sobre todo de fertilizantes y producción de maquinaria agrícola.

Dado que la producción se organizaba desde el centro (Moscú) y que toda la URSS funcionaba como una gran fábrica, lo que hoy llamaríamos deslocalización era la forma habitual de fragmentar los procesos productivos. Así, el 95% del algodón se procesaba en textiles fuera de Asia Central. En el caso de Kazajistán, el país con el subsuelo más rico de toda la región y una de las repúblicas con mayor potencial económico de la URSS, en la época soviética estaba especializado en la producción y extracción de materias primas, siendo importador de energía. Consumía petróleo de Rusia y gas de Uzbekistán. El petróleo y el gas extraídos en Kazajistán se enviaban a procesar a Rusia, mientras en las refinerías de Kazajistán se procesaba el crudo de Siberia.

Esa organización productiva era percibida como injusta por la población. De hecho, los desacuerdos acerca de los ingresos del complejo del algodón fueron uno de los factores que impulsaron la búsqueda de la soberanía al nivel de las Repúblicas en 1990. En las reivindicaciones nacionalistas se encontraba el rechazo a la absorción de recursos locales por la burocracia central.

En la especialización productiva heredada de la URSS podemos encontrar ya, por lo tanto, el germen de los conflictos que afectan a la región en la actualidad, y derivado de ella están la división del trabajo (la población nativa estaba relegada a empleos agrícolas mientras la población rusa dominaba los puestos administrativos y los sectores industriales) y la dualidad de las economías, especialmente en Kazajistán y Kirguizistán, donde se registró un cierto desarrollo industrial en el norte pero no en el sur (la disolución de la URSS tuvo después efectos devastadores en el sector industrial de estos dos países), lo que originó fuertes desequilibrios intersectoriales y regionales.

Una respuesta de la población local era salir del control gubernamental del sistema de asignación y distribución. Así, la economía paralela en Asia Central fue cobrando cada vez más importancia, de modo que al final de la época soviética los mercados grises y negros privados eran moneda corriente y estaban totalmente fuera del control.

Paso a la independencia

Después de la desintegración de la URSS en diciembre de 1991 los jóvenes Estados reprodujeron el modelo soviético a pequeña escala. El organismo central fue sustituido por una serie de organismos más pequeños similares a los del modelo soviético, manteniendo las características propias del modelo: control de los medios de producción, exportaciones controladas por el Estado, precios administrados, finanzas y crédito centralizados, etc. Esto requería el aislamiento del sistema financiero y la introducción de monedas nacionales.

Como es lógico, después del colapso todas las actividades económicas de la región sufrieron las consecuencias de la ruptura del abastecimiento y la organización centralizadas. Las redes de unión económica entre las repúblicas se rompieron y los intercambios entre repúblicas de la época soviética habían de pasar a ser exportaciones e importaciones. La depresión económica de los primeros años de la independencia vendría a exacerbar la tendencia al aislamiento. En estas condiciones, las redes informales se hicieron todavía más importantes. En los primeros años de la independencia, cuando la región aún usaba una única moneda (1992-1993), las fronteras con la antigua URSS no estaban casi vigiladas y los bienes cruzaban sin apenas regulación. Incluso después de establecer las monedas nacionales y que empezase a funcionar el control fronterizo, la cobertura de las estadísticas de comercio oficiales siguió siendo incompleta.

De esta forma, la economía paralela no sólo no se redujo sino que siguió cobrando protagonismo: el PNUD estima tasas superiores al 50% para esos países. En tales circunstancias no es de extrañar que hubiera proliferación de mafias (algunas ya existían en tiempos soviéticos). De hecho, las mafias vinieron a llenar el vacío dejado por la destrucción de las instituciones soviéticas sin que fueran creadas las instituciones propias de las economías de mercado. Por ello, implantar y hacer respetar las instituciones de mercado es el gran reto de la transformación pendiente en estos países, indispensable para avanzar hacia la seguridad económica.

Hoy en día, esos países siguen estando muy retrasados en esta tarea. Para estimar el progreso en la transición seguiremos la valoración experta y autorizada que ofrece el BERD. En su informe anual, Transition Report, publica la valoración para cada país de algunos indicadores elegidos como representativos del progreso hacia una economía de mercado. Las valoraciones que se dan a los indicadores se expresan en puntuaciones que varían de 1 a 4,33, correspondiendo el 1 a no haber realizado ningún cambio respecto al sistema económico de partida y el 4,33 a haber alcanzado el estándar de una economía de mercado industrializada.

Las cinco repúblicas centroasiáticas obtienen puntuaciones en general muy bajas, representativas de que, en los aspectos medidos, la transición está muy retrasada. Esto es especialmente cierto en el caso de Turkmenistán, cuyas puntuaciones coinciden en todos los aspectos con la línea de mínimas puntuaciones, lo cual es indicativo de que en este país la transición prácticamente no ha comenzado. Uzbekistán le va a la zaga, ya que casi todos los indicadores fluctúan alrededor de una puntuación de 2.

Todos los países registran el mayor avance en la privatización a pequeña escala, en la liberalización de precios y en la liberalización comercial. Turkmenistán, el único país que ha registrado algún avance en el último año, ha sido precisamente en estos aspectos básicos de la reforma, que podríamos calificar de precondiciones indispensables para que exista una economía de mercado. Sólo en estos indicadores alcanzan una puntuación cercana a la de una economía de mercado madura. El resto de indicadores revela la insuficiente transformación estructural e institucional. La privatización a gran escala está todavía pendiente (salvo en Kirguizistán y, en menor medida, en Kazajistán) y la reforma del sector bancario y de las instituciones financieras no bancarias está en una fase preliminar.

Las puntuaciones más bajas se registran en los ámbitos de reestructuración, governance, competencia e infraestructura. El escenario que dibuja este análisis es el de un entorno económico inestable, en el que, después de casi dos décadas desde el inicio de la gran transformación, la creación de las instituciones típicas de una economía de mercado está todavía por llegar.

Este entorno de mercado insuficientemente desarrollado refuerza la corrupción y alimenta la economía informal ya existente. Según Transparencia internacional, Turkmenistán está entre los países más corruptos del planeta (155 sobre 158), seguido de cerca por Tayikistán (144). Las trabas que ello supone se han tratado ampliamente en sucesivos informes del BERD. En el de 2005, una encuesta realizada en colaboración con el Banco Mundial (que no pudo llevarse a cabo en Turkmenistán) trató de identificar cómo percibían las empresas el business environment. Los resultados del estudio muestran que los mayores obstáculos están en la debilidad institucional y la consiguiente falta de confianza en las instituciones, la insuficiente protección de los derechos de propiedad y la deficiente efectividad del sistema legal y judicial. Se percibe la legislación como opaca y la implantación de las leyes existentes insuficiente. Todo ello se traduce en niveles muy elevados de corrupción y de vulnerabilidad al crimen organizado.

La economía paralela florece en ese caldo de cultivo a la vez que refuerza la corrupción, originando un círculo vicioso que limita el potencial de desarrollo de la zona. Programas de legalización de la economía paralela (como el programa aprobado en Kirguizistán para el período 2007-2010), que pretenden crear condiciones favorables para que el sector privado salga de la sombra, sólo pueden tener éxito si se emprende el saneamiento y fortalecimiento de las instituciones públicas.

Necesidad de cooperación

Ante esta situación, articular la cooperación regional e internacional se vislumbra como una necesidad imperiosa para afrontar los desafíos de la transición. Serían necesarias la búsqueda de soluciones cooperativas que involucrasen a los cinco países, así como la ayuda y la cooperación externas.

En el ámbito regional, las instituciones para la cooperación en Asia Central han proliferado a lo largo de los años sin que ninguna de las organizaciones haya sido efectiva. La cooperación se lleva a cabo en la práctica a través de vías paralelas, exactamente como se organiza la mayor parte de la actividad económica dentro de los países. De hecho, los Estados llevan a cabo una suerte de integración espontánea en la que la redistribución de factores de producción entre repúblicas se produce, pero que las estadísticas oficiales no recogen. El comercio no registrado y la migración clandestina son prácticas habituales.

En cuanto al ámbito internacional, el interés por la cooperación con estos países se centra en la energía y la seguridad. La región juega un papel de amortiguador estratégico entre Rusia, China y Oriente Medio, pero no parece que la prioridad de los poderes establecidos y emergentes sea ayudar a esos países en los desafíos de su transición. Más bien se dibuja un panorama de competencia por los recursos y por la dominación política en la región, de consecuencias dramáticas para la estabilidad de estos países.

Reforma económica y reforma política

Dado que la transición económica está enormemente retrasada y que no se vislumbran los beneficios de una cooperación regional e internacional, la falta de reforma económica y de reforma política se alimentan mutuamente, entrando en un círculo vicioso de difícil salida. Los Estados de Asia Central, regímenes clientelistas predominantemente afectados por la dominación tribal, de clanes o afiliaciones étnicas, son un obstáculo para que las reformas económicas progresen, ya que las reformas necesarias y las posibles políticas para reducir la corrupción y fortalecer el Estado debilitarían el poder de las elites. Los gobiernos autoritarios actuales no tienen ni los incentivos ni el entorno propicio para emprender las reformas económicas necesarias y afrontar las consecuencias.

Por último, no podemos dejar de introducir otra amenaza para la seguridad económica que se vislumbra ligada a la crisis económica global, al terminar con los altos precios del petróleo y el gas que han beneficiado a Kazajistán y Turkmenistán hasta la llegada de la crisis. La bajada de los precios del petróleo afecta también a Rusia, que podría no seguir dando trabajo a los cientos de miles de emigrantes centroasiáticos que trabajan en Rusia (y que actúan como factor estabilizador, esto es, como válvula de seguridad social). Su vuelta a casa sería un factor adicional de inestabilidad social y económica.

Conclusiones

Nos encontramos con unas economías subdesarrolladas enfrentadas a una transición política y económica de envergadura. La herencia soviética y los vacíos institucionales derivados de una transición económica que no se ha abordado apenas exacerba la búsqueda de soluciones alternativas, que básicamente se concreta en el funcionamiento de la economía en mercados paralelos fuera de la legalidad. La proliferación subsiguiente de la corrupción y las mafias constituye una grave amenaza para la estabilidad económica. A ello hay que añadir que cada día surgen nuevos riesgos económicos ligados a la crisis y a la caída de los precios del petróleo. Las soluciones pasan por una apuesta decidida por la cooperación regional e internacional, que incentive a los Estados a realizar las reformas institucionales necesarias para que rija el imperio de la ley.