martes, 29 de enero de 2008

EL CAMBIO QUE SE ESTA GESTANDO EN EL PODER GLOBAL


James F. Hoge, Jr.


La transferencia de poder de Occidente a Oriente se está realizando a un ritmo acelerado y el contexto en que tienen lugar los retos internacionales pronto cambiará notablemente, así como los retos mismos. Muchos en Occidente ya son conscientes de la creciente fortaleza de Asia. Sin embargo, el hecho de que sean conscientes no quiere decir que estén preparados. Y ahí está el peligro: que los países occidentales repitan sus errores del pasado.


Los cambios más importantes de poder entre estados, por no mencionar las regiones, ocurren con poca frecuencia y muy rara vez de manera pacífica. A principios del siglo XX, el orden imperial y los estados en ciernes de Alemania y Japón no lograron ajustarse entre sí. El conflicto así generado devastó grandes partes del planeta. Hoy, la transformación del sistema internacional será aún mayor y requerirá que se asimilen tradiciones políticas y culturales marcadamente diferentes. Esta vez son los muy poblados estados de Asia los que buscan desempeñar un papel más destacado. Como Japón y Alemania en aquel entonces, estas potencias emergentes son nacionalistas, buscan reparaciones de los agravios del pasado y quieren exigir una buena posición en el panorama mundial. El creciente poder económico de Asia se está convirtiendo en mayor poder político y militar, lo que incrementa el peligro potencial de conflictos. En la región, los puntos de mayor riesgo de hostilidades -- Taiwán, la Península de Corea y la Cachemira dividida -- han desafiado cualquier solución pacífica. Cualquiera de ellos podría detonar una guerra de gran escala que haría parecer a las actuales confrontaciones de Medio Oriente meras operaciones policiacas. En breve, lo que está en juego en Asia es de enormes proporciones y exigirá de Occidente toda su capacidad de adaptación.


Hoy, China es la potencia en ascenso más obvia. Pero no está sola: India y otros estados asiáticos ahora ostentan tasas de crecimiento que podrían aventajar a las de los países occidentales más importantes en las décadas por venir. La economía de China crece a más de 9% al año, la de India, a 8%, y los "tigres" del Sureste Asiático se han recuperado de la crisis financiera de 1997 y han reanudado su marcha hacia delante. Se espera que la economía china duplique la de Alemania para 2010 y dé alcance a la de Japón, hoy día la segunda más grande del mundo, para 2020. Si India sostiene un crecimiento de 6% durante 50 años, como lo creen posible algunos analistas financieros, igualará o superará a la de China en ese lapso.


No obstante, es probable que el extraordinario ascenso económico de China continúe durante varias décadas; es decir, si puede salir airosa de los tremendos trastornos causados por el rápido crecimiento, como son la migración interna de las áreas rurales a las urbanas, los elevados niveles de desempleo, la enorme deuda bancaria y la corrupción imperante. En estos momentos, China está enfrentando una prueba crucial en su transición hacia la economía de mercado. Experimenta alzas inflacionarias, burbujas en la propiedad inmobiliaria e insuficientes recursos básicos como petróleo, agua, electricidad y acero. Beijing está restringiendo la oferta de dinero y los préstamos bancarios grandes, a la vez que continúa esforzándose por limpiar a fondo el frágil sector bancario. También está considerando elevar el valor de su moneda, fijada al dólar, para abatir el costo de las importaciones. Si esos intentos de enfriar la economía de China -- que es mucho mayor y más descentralizada de lo que era hace 10 años, cuando se mantuvo sobrecalentada -- no funcionan, la economía podría derrumbarse.


Aunque fuera temporal, una quiebra tan enorme tendría consecuencias terribles. Hoy China es un actor tan importante en la economía global que su salud está inextricablemente ligada a la del sistema en general. China se ha convertido en el motor que impulsa la recuperación de otras economías asiáticas de los reveses de la década de 1990. Por ejemplo, Japón se ha vuelto el mayor beneficiario del crecimiento económico chino, y sus principales indicadores económicos, entre ellos el gasto del consumidor, ha mejorado en consecuencia. Las últimas cifras oficiales indican que el PIB real de Japón se elevó a una tasa anual de 6.4% en el último trimestre de 2003, el crecimiento más alto de cualquier trimestre desde 1990. Gracias a China, Japón puede estar saliendo por fin de una década de malestar económico. Pero esa tendencia podría no persistir si China cae en la bancarrota.


India también adquiere mucha importancia en la pantalla del radar. A pesar del vacilante progreso de sus reformas económicas, India se ha lanzado en una firme trayectoria ascendente, impulsada por sus grandes éxitos en software y las industrias de servicios a empresas, que apoyan a corporaciones en Estados Unidos y otras economías avanzadas. La regulación sigue siendo ineficaz, pero un cuarto de siglo de reformas parciales ha permitido que surja un dinámico sector privado. El éxito económico también está empezando a cambiar las actitudes de fondo: después de 50 años, muchos indios están abandonando por fin su papel de víctimas de la era colonial.


Otros estados del Sureste Asiático están integrando firmemente sus economías en una red más amplia mediante tratados comerciales y de inversión. Sin embargo, a diferencia del pasado, China (y no Japón ni Estados Unidos) es el eje del fenómeno.


Los miembros de la Asociación de las Naciones del Sureste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés), por fin, están considerando seriamente una unión monetaria. El resultado podría ser un enorme bloque comercial, que representaría buena parte del crecimiento económico de Asia . . . y del mundo.


LAS PRESIONES DEL ÉXITO


Apenas empieza el ascenso de Asia, y si las grandes potencias regionales se mantienen estables y mejoran sus políticas, el rápido crecimiento podría continuar durante décadas. Un sólido éxito, no obstante, viene inevitablemente acompañado de varios problemas.


El primero y principal de ellos será las relaciones entre los países más importantes de la región. Por ejemplo, Japón y China nunca han sido poderosos al mismo tiempo: por siglos, China fue fuerte mientras Japón estaba empobrecido; durante la mayor parte de los últimos 200 años Japón fue poderoso y China débil. Que los dos sean poderosos en la misma era será un desafío sin precedentes. Por su parte, India y China no han resuelto su disputa fronteriza que lleva ya 42 años y mantiene la desconfianza entre ellas. ¿Es posible que hoy coexistan estas tres potencias, o chocarán entre sí por el control de la región, el acceso a las fuentes energéticas, la seguridad de las rutas marítimas y la soberanía en las islas del sur del Mar de China?


Cada uno de los aspirantes asiáticos está implicado en explosivos conflictos territoriales, y cada cual tiene variables presiones internas: trastornos demográficos, rígidos sistemas políticos, luchas étnicas, frágiles instituciones financieras y corrupción generalizada. Como en el pasado, las crisis internas podrían provocar confrontaciones internacionales.


Taiwán es el ejemplo más peligroso de este riesgo. Han pasado ya más de 30 años desde que Estados Unidos combinó el reconocimiento de una China con la petición de una solución pacífica de la cuestión de Taiwán. Aunque los lazos económicos y sociales entre la isla y el continente han crecido desde entonces, las relaciones políticas se han deteriorado. Taiwán, con su actual presidente, parece pretender poco a poco la independencia absoluta, mientras la China continental sigue buscando su aislamiento y amenazándola con desplegar 500 misiles a lo largo del Estrecho de Taiwán. Estados Unidos, actuando de acuerdo con su compromiso con la seguridad de Taiwán, ha proporcionado a la isla equipo militar cada vez más sofisticado. A pesar de las advertencias estadounidenses a cada lado, si Taiwán traspasa la línea entre la autonomía provisional y la independencia o si China se torna más impaciente, la región podría estallar.


La región de Cachemira sigue dividida entre una India y un Pakistán dotados de armas nucleares. Desde 1989, el conflicto ha costado unas 40000 vidas, muchas de ellas en choques en la Línea de Control que separa a los dos beligerantes. Recientemente, India y Pakistán han suavizado su retórica belicista entre la una y el otro, pero ningún lado parece dispuesto a un arreglo aceptable para ambos. Las inestabilidades económicas o políticas en Pakistán podrían fácilmente volver a detonar el conflicto.


Corea del Norte es otro de los puntos de mayor riesgo. Varias rondas de conversaciones recientes de seis partes, auspiciadas por China, no han logrado persuadir a Kim Jong Il de que desmantele su programa de armas nucleares a cambio de garantías de seguridad y ayuda a la decrépita economía de Corea del Norte. Más bien, las pláticas han traído recriminaciones: hacia Estados Unidos, por ofrecer demasiado poco; hacia Corea del Norte, por seguir siendo intransigente, y hacia China, por aplicar una presión insuficiente a su vecino dependiente. Pruebas sacadas a la luz recientemente indican que los esfuerzos nucleares de Corea del Norte están más avanzados de lo que antes se creía. Como advirtió el vicepresidente Dick Cheney a los dirigentes de China en su visita de abril, el tiempo puede estar acabándose para llegar a una solución negociada de la crisis.


EL CAMBIO DE PRIORIDADES


Por más de un siglo, Estados Unidos ofreció estabilidad en el Pacífico mediante su presencia militar allá, sus alianzas con Japón y Corea del Sur y su compromiso con la promoción del progreso económico. En efecto, en sus primeros días, el gobierno de Bush subrayó su intención de fortalecer esos lazos tradicionales y de tratar a China más como un competidor estratégico que como un socio para el futuro. Sin embargo, los acontecimientos recientes (entre ellos los ataques del 11 de septiembre de 2001) han modificado el énfasis de la política exterior estadounidense. Hoy, se espera mucho menos de Corea del Sur que en el pasado, gracias en parte a los nuevos dirigentes de Seúl, que representan una generación más joven de coreanos afines a China y mal predispuestos a Estados Unidos y que no temen al Norte.


Entre tanto, Japón, de cara a una China en ascenso, una Corea del Norte con armas nucleares y una creciente tensión con Taiwán se siente inseguro. Por ello se ha comprometido a desarrollar un sistema de defensa de misiles con ayuda estadounidense y estudia flexibilizar sus limitaciones constitucionales sobre el desarrollo y despliegue de sus fuerzas armadas.


Esas medidas han inquietado a los vecinos de Japón, que podrían sentirse aún más incómodos si Japón pierde la fe en su garantía de seguridad brindada por Estados Unidos y optara por construir en su lugar su propia disuasión nuclear. Peor sería, desde la perspectiva estadounidense, que China y Japón buscaran una alianza estratégica entre ellos en vez de tener relaciones paralelas con Estados Unidos. Para adelantarse a ello, Washington debe evitar, en todos sus manejos con China y las dos Coreas, sembrar algún género de dudas en Japón acerca de sus obligaciones en la región.


Sin embargo Japón, dados sus actuales problemas económicos y demográficos, no puede ser el centro de ningún arreglo de poder en Asia. Más bien, ese papel será desempeñado por China y, a la larga tal vez, por India. Por ello, las relaciones con estos dos gigantes en crecimiento son esenciales para el futuro, y el compromiso debe ser la orden del día, aun cuando algunos funcionarios de Bush sigan convencidos de que Estados Unidos y China acabarán siendo rivales. Para ellos, la realidad estratégica es incompatible con los intereses vitales.


En términos militares, Estados Unidos está protegiendo su posición con la más amplia realineación de su poder en medio siglo. Parte de esta realineación es la apertura de un segundo frente en Asia. Estados Unidos ya no está emplazado en varias grandes bases de apoyo en el Pacífico frente al continente asiático; en la actualidad ha realizado movimientos importantes hacia el corazón mismo de Asia, al construir una red de bases más pequeñas, ubicadas en los más remotos rincones de Asia Central. La justificación manifiesta de estas bases es la guerra contra el terrorismo. Pero hay analistas chinos que sospechan que la intención verdadera de estas nuevas posiciones estadounidenses, sobre todo a partir de la reciente intensificación de cooperación militar de Washington con India, es la suave contención de China.


Por su parte China está modernizando sus fuerzas armadas, tanto para mejorar su capacidad de ganar un conflicto sobre Taiwán como para disuadir la agresión estadounidense. Ahora la doctrina militar china se enfoca en contrarrestar las capacidades de alta tecnología de Estados Unidos: redes de información, aeronaves "invisibles", misiles crucero y bombas dirigidas de precisión.


Los estadounidenses suspicaces han interpretado el aumento de los presupuestos militares chinos como signos de la intención de Beijing de reducir la presencia estadounidense en Asia del Este. Por eso Washington está ansioso por usar a India, que está dispuesta a acrecentar su poder económico y militar, como contrapeso de China y como fuerte defensor de la democracia por propio derecho. India, para encarnar estos papeles, necesita acelerar el ritmo de sus reformas económicas y evitar el nacionalismo hindú asociado al Partido Bharatiya Janata (PBJ, por sus siglas en inglés), que sufrió una sorprendente derrota en las recientes elecciones parlamentarias. Funcionarios del triunfante Partido del Congreso se comprometieron a continuar con sus reformas económicas y, al mismo tiempo, a resolver las necesidades de los pobres del campo que a través del voto los llevaron de nuevo al poder. Envalentonados por la victoria, los voceros del Partido del Congreso dijeron que defenderían el incremento de la tasa de crecimiento anual de India a 10%, a partir de su actual ocho por ciento.


A menos que el Congreso siga con su secular tradición de gobernar, reducirá cualquier utilidad que India pudiera obtener de la campaña estadounidense de contrarrestar la influencia de los fundamentalistas islámicos radicales. A la fecha, la aberrante ideología religiosa que se opone a todo gobierno secular ha generado sólo un moderado arrastre entre las grandes poblaciones musulmanas de India y los estados circundantes de Asia Central y del Sureste. Por ejemplo, a los partidos políticos fundamentalistas islámicos les fue mal en las elecciones parlamentarias de invierno y primavera en Malasia e Indonesia. Sin embargo, por otras vías los radicales islámicos se vuelven una seria amenaza para la región. Allá, los gobiernos débiles y la corrupción generalizada ofrecen un campo fértil para las operaciones clandestinas: entrenamiento, reclutamiento y equipamiento de terroristas. Según los indicios, hay allá redes no bien definidas de distintos grupos terroristas del Sureste Asiático que se ayudan entre sí con financiamiento y operaciones.


Encuestas recientes de opinión pública indican que la oposición a Estados Unidos entre los fundamentalistas islámicos radicales está creciendo, en gran parte debido a sus actividades en Irak y al respaldo estadounidense al gobierno de Sharon en Israel. Aún queda por determinar el impacto completo de los ultrajes a los que fueron sometidos los prisioneros iraquíes. Pero ya es patente la profunda ira de las comunidades musulmanas de todo el mundo por la percepción de desdén a los intereses palestinos del gobierno de Bush. Una solución del conflicto palestino-israelí no acabaría con el terrorismo, y los mismos musulmanes deben encabezar la batalla ideológica dentro del Islam. Pero Estados Unidos podría fortalecer la participación de los moderados del mundo islámico con una combinación de cambios de políticas y diplomacia pública eficaces. Estados Unidos debe hacer más que establecer estaciones de radio y televisión para difundir perspectivas alternativas de las intenciones estadounidenses en Medio Oriente. Debe volver a reaprovisionar sus disminuidos recursos de diplomacia pública a fin de reclutar más expertos en idiomas, reabrir bibliotecas extranjeras y centros culturales, y patrocinar programas de intercambio. Dado el gran número de musulmanes tradicionalmente tolerantes de Asia, Estados Unidos debe ayudar con vigor a la creación de alternativas que sean atractivas frente al islamismo radical.


NECESIDAD DE CAMBIOS


Para adaptarse al gran cambio de poder que hoy se da con tanta rapidez en Asia, Estados Unidos requiere una vigorosa preparación de parte de su poder ejecutivo y del Congreso. El compromiso establecido por el gobierno de Bush con China representa una mejora respecto de su postura inicial, y el cambio se ha reflejado en los esfuerzos de Washington por colaborar con Beijing en el combate contra el terrorismo y en las negociaciones con Corea del Norte. El cambio también se ha reflejado en la renuencia a resolver diferencias comerciales y monetarias con la imposición de obligaciones. Sin embargo, de otras maneras, Washington todavía tiene que cambiar su enfoque. Al parecer a Estados Unidos le falta personal allá. A pesar del inmenso incremento en la carga de trabajo, la fuerza laboral de la embajada estadounidense en China llega aproximadamente a los 1000 individuos, que es la mitad de los empleados considerados para la nueva embajada en Irak. La enseñanza de idiomas asiáticos a funcionarios del gobierno estadounidense sólo se ha elevado marginalmente. En cuanto a la próxima generación, sólo unos cuantos miles de estudiantes estadounidenses estudian hoy en China, en comparación con los más de 50000 chinos que ahora lo hacen en escuelas de Estados Unidos.


Para avanzar, Estados Unidos debe ofrecer el liderazgo para forjar los arreglos de seguridad regional, siguiendo las líneas del acuerdo pendiente entre Estados Unidos y Singapur para expandir la cooperación en la lucha contra el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva. También debe ser el adalid de las economías abiertas, o correrá el riesgo de quedar fuera de los pactos comerciales futuros. Estados Unidos también debe evitar crear la profecía propia de la rivalidad estratégica con China. De hecho, tal rivalidad puede llegar a darse, y Estados Unidos debe estar preparado para tal cambio en el curso de los acontecimientos. Pero ello no es inevitable; la cooperación todavía puede producir avances históricos.


En el plano internacional, las potencias asiáticas en ascenso deben tener más representación en instituciones de mayor peso, empezando por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Este importante organismo deberá reflejar la configuración emergente del poder global, y no sólo los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Puede decirse lo mismo de otros organismos internacionales de gran calado. Un reciente estudio de la Brookings Institution señaló: "Existe una asimetría fundamental entre la realidad global de hoy y los mecanismos existentes de la gobernabilidad global, siendo el G-7/8 -- el exclusivo club de países industrializados que representan primordialmente a la civilización occidental -- la principal expresión de este anacronismo".


El primer ministro canadiense, Paul Martin, abrazó la idea de elevar al nivel de jefes de Estado las reuniones del grupo del G-20, que está compuesto por 10 países industrializados y 10 economías de mercados emergentes. Esto podría incorporar en la gobernabilidad mundial a los países con grandes poblaciones y economías en crecimiento.


La credibilidad y eficacia de los organismos internacionales depende de tales cambios; sólo entonces podrán contribuir en grado significativo a la paz entre las naciones. Aunque lejos de ser del todo segura, la reestructuración de las instituciones para reflejar la distribución de poder ofrece más esperanza que permitir que se diluyan en la inaplicabilidad y vuelvan a la irrestricta e impredecible política del equilibrio de poder y a la competencia económica sin orden ni concierto.

HACIA UNA NUEVA VISION DE ASIA


Francis Fukuyama

Una tarea fundamental que ha de enfrentar la segunda administración Bush es la de diseñar la adecuada arquitectura de seguridad para Asia del Este. Estados Unidos confronta varios problemas inmediatos, entre ellos el punto muerto en el que se ha caído en materia nuclear con Corea del Norte, la tensión entre China y Taiwán y el terrorismo fundamentalista islámico en el Sureste Asiático.


Pero una política exterior precavida no sólo ha de manejar crisis; debe moldear el contexto de las futuras opciones políticas mediante la creación de instituciones internacionales. Asia del Este heredó una variedad de alianzas de los primeros días de la Guerra Fría. Esas especies de asociaciones conservan su importancia como medio de ofrecer previsibilidad y disuasión.


Sin embargo, a una década y media de la caída del Muro de Berlín, cada vez es más evidente que no se adecuan a la configuración de las políticas que hoy están cobrando forma. La Casa Blanca tiene la oportunidad de crear una estructura institucional visionaria para la región. En el corto plazo, puede hacerlo transformando las pláticas de seis partes sobre Corea del Norte en una organización permanente de cinco potencias que se reuniría con regularidad para analizar diversos asuntos de seguridad regionales, más allá de la amenaza nuclear norcoreana.


En el largo plazo, Washington tendrá que considerar mecanismos para enlazar este diálogo sobre seguridad con los diversos foros económicos multilaterales que hoy existen o cuyo establecimiento se está examinando, como la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ANSEA); el grupo ANSEA-más-tres, que se formó tras la crisis económica asiática e incluye a China, Japón y Corea del Sur, y las áreas de libre comercio en desarrollo.


El multilateralismo asiático será decisivo no sólo para la coordinación de las economías en auge de la región, sino también para la contención de las pasiones nacionalistas que acechan bajo la superficie de todo país de Asia.


Vínculos que obligan


A diferencia de Europa, Asia carece de fuertes instituciones políticas multilaterales. Europa tiene la Unión Europea (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y también grupos como la Organización de Cooperación y Seguridad de Europa y el Consejo de Europa. Los únicos homólogos de Asia son la ANSEA, el Foro Regional de la ANSEA en asuntos de seguridad y el mecanismo de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), que son organismos mucho más débiles.


La ANSEA no incluye a China ni a los más importantes países del Noreste Asiático, y el APEC no es más que una entidad consultiva. La seguridad de Asia no está garantizada por tratados multilaterales, sino por un conjunto de relaciones bilaterales cuyo centro está en Washington, en especial el Tratado de Seguridad Estados Unidos-Japón y la relación Estados Unidos-Corea del Sur.


Las razones de esta diferencia entre Europa y Asia son de índole histórica. Los países europeos están vinculados por orígenes culturales similares y su experiencia compartida en el siglo XX, hasta el punto de que han cedido importantes elementos de soberanía nacional a la UE. En cambio, existe un grado mucho mayor de desconfianza entre los países más señeros de Asia. Esta suspicacia se debe en parte al cambio en el equilibrio de poder, pues Japón ha sido eclipsado por China, pero sobre todo por los recuerdos de la Guerra del Pacífico.


Después de 1945, tanto Alemania como Japón tenían que convencer a sus vecinos de que ya no serían unas amenazas. La nueva Alemania Occidental lo hizo cediendo soberanía a varias organizaciones multilaterales; Japón lo hizo cediendo soberanía en materia de seguridad a Estados Unidos. Así, los lazos sobre seguridad se convirtieron en una estructura de "estira y afloja" en Asia, donde Washington desempeña un papel de mediación y equilibrio entre las partes.


Dichos lazos bilaterales siguen siendo decisivos, sobre todo la relación entre Estados Unidos y Japón. La garantía nuclear y las fuerzas armadas estadounidenses desplegadas en Japón permiten al resto de Asia confiar en que Japón no se rearmará en forma significativa. Pero este sistema de mecanismos de control y equilibrio en seguridad típico de la Guerra Fría se está deteriorando conforme nuevas generaciones toman el poder y enfrentan entornos de nueva índole.


El primer problema se refiere a la relación de Estados Unidos con Corea del Sur. Con el predominio de presidentes de izquierda como Kim Dae Jung y Roh Moo Hyun en la década pasada, ha surgido una nueva generación de coreanos que buscan la reconciliación con Corea del Norte, y no la confrontación. Hoy, muchos coreanos jóvenes piensan que Estados Unidos constituye una amenaza más importante para su seguridad que el régimen de Kim Jong Il.


Esta excéntrica percepción está basada en ilusiones extraordinarias. La dictadura norcoreana es una de las más inhumanas y peligrosas que hayan existido jamás, pero el gobierno de Bush apostó mal al empezar su primer periodo, pues subestimó la "preciada" política de reconciliación coreana del presidente Kim; ello desató una oposición generacional entre los coreanos más jóvenes contra las verdades de la Guerra Fría. Sencillamente, la gratitud reflexiva que sintieron hacia Estados Unidos los coreanos que vivieron la guerra contra el norte no existe en la generación más joven, la cual, como su contraparte alemana, creció en paz y prosperidad.


En la superficie, la alianza Estados Unidos-Corea del Sur sigue pareciendo muy fuerte: el actual gobierno de Roh Moo Hyun ha tratado de demostrar su compromiso con la relación enviando fuerzas militares a Irak. Pero fácilmente podría surgir un malentendido que precipitara una caída en espiral si los coreanos culparan a Estados Unidos de una excesiva beligerancia hacia Pyongyang y la reacción de Washington fuera proporcional a lo que percibiría como ingratitud coreana.


Sin embargo, absorbido por el terrorismo y por Medio Oriente, Estados Unidos ya ha reubicado sus fuerzas fuera de la zona desmilitarizada de la frontera norcoreana y planea reducirlas en la región. Asimismo, la relación de Washington con Tokio está cambiando su curso; ello produce trastornos muy importantes para el resto de Asia.


Impulsado por la amenaza nuclear de Pyongyang, Tokio está reexaminando la necesidad de contar con fuerzas defensivas más vigorosas. El envío de fuerzas japonesas de mantenimiento de paz a Irak y sus recientes confrontaciones con la armada de Corea del Norte sacan a la luz la disposición a comportarse como lo que el líder de la oposición, Ichiro Ozawa, ha llamado un "país normal". Cada vez es mayor el consenso en Japón de que debe revisarse el Artículo 9 de su constitución de Posguerra -- que ordena que no puede entablar guerras ni sostener fuerzas armadas -- , aun si el proceso ha de extenderse por varios años.


Si bien los lazos políticos entre Washington y Tokio son hoy más fuertes de lo que han sido en muchos años, la relación de dependencia padre-hijo, propia de la Guerra Fría, inevitablemente será sustituida por algo parecido a una alianza entre iguales. La nueva postura de Japón ha de ser bienvenida. De hecho, Estados Unidos ha impulsado a Tokio a abrazar ese nuevo papel desde la última década de la Guerra Fría. Es perverso que un país con el segundo PIB más grande del mundo siga dependiendo en lo militar y en lo psicológico de Washington.


Sin embargo, el resto de Asia -- en especial China y las dos Coreas, que padecieron con intensidad las acciones japonesas durante toda la primera mitad del siglo XX -- prefiere que Japón se mantenga débil en términos militares. Estos países no recibirán con agrado la aparición de un vecino más fuerte y más independiente. Aunque un Japón que revise su Artículo 9 no debería constituir una amenaza para el resto de Asia, es probable que los países que fueron sus víctimas no confíen en que sea así. En consecuencia, el rearme japonés debe realizarse poco a poco y manejarse sutilmente, con gran apertura de comunicación entre Tokio y los demás gobiernos asiáticos.


Y luego está China: a la fecha, la economía de más rápido crecimiento del mundo (y potencialmente una de las más grandes) se ha mantenido en gran medida al margen de cualquier pacto o alianza sobre seguridad, si exceptuamos su pertenencia a instituciones globales como la ONU y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Pero es probable que este relativo aislamiento también cambie. En años recientes, los chinos han propuesto una multitud de nuevos acuerdos económicos multilaterales asiáticos, que también podrían ser útiles para fines de seguridad. Entre los planes de Beijing se cuentan un acuerdo con la ANSEA (ANSEA más uno) y otro con la ANSEA, Japón y Corea del Norte (ANSEA más tres), así como unas áreas de libre comercio China-ANSEA y Asia del Este.


Por supuesto, los chinos ejercen su liderazgo para asegurar que su situación en la arena política internacional empate con su creciente poder económico. Al percibir una amenaza geoeconómica, los japoneses han respondido con sus propios pactos comerciales, como el área de libre comercio Japón-Singapur, negociada por el primer ministro Junichiro Koizumi.


Para Estados Unidos, China siempre ha constituido un gran enigma. Es el tipo de potencia que Washington maneja con menos habilidad: una nación que no es claramente ni amiga ni enemiga, y simultáneamente una amenaza estratégica y un importantísimo socio comercial y de inversiones. El resultado ha sido una relación inconsistente de cooperación pragmática marcada por crisis periódicas, como el ataque estadounidense a la embajada china en Belgrado en 1999 y el derribo chino de un avión espía estadounidense en 2001.


El futuro de esta relación depende de cómo se desenvuelva la política china: ya sea que China provoque una confrontación definitiva con Taiwán y utilice su poderío económico para alcanzar la hegemonía asiática, o cree una sociedad cada vez más pluralista en la cual los intereses económicos dicten que hay que mantener buenas relaciones con sus vecinos. Mientras tanto, Estados Unidos puede adoptar uno de dos planteamientos: por un lado, puede tratar de aislar a China y movilizar al resto de Asia hacia una coalición que detenga el creciente poderío chino, o por el otro, puede tratar de incorporar a China a un conjunto de instituciones internacionales con el propósito de canalizar las ambiciones chinas y conducirla a la cooperación.


A pesar de su atractivo entre los conservadores estadounidenses, aislar a Beijing no es algo bueno para empezar. Aun cuando Estados Unidos sabía de alguna manera que China era una amenaza estratégica de largo plazo pareja con la ex Unión Soviética, ningún aliado estadounidense se pasaría en el futuro cercano a una coalición antichina. Japón, Corea del Sur, Australia y todos los miembros de la ANSEA mantienen relaciones complejas con China que implican grados variantes de cooperación y conflicto, y sin un abierta agresión china, ninguno de ellos está dispuesto a poner en riesgo dichos vínculos. Ha resultado de gran efectividad incorporar a China a las instituciones globales existentes.


En 2001, cuando surgió la cuestión de la pertenencia china a la OMC, algunos indicaron que China no haría más que trastornar las reglas de la institución rompiéndolas. Tal como está, la pertenencia a la OMC ha promovido el imperio de la ley al dar a los reformadores chinos una excusa para realizar cambios sistémicos internos. Estas modificaciones -- que de todas maneras promueven los intereses de China -- incluyen la sustitución del sistema tradicional de componendas corruptas y nepotistas con reglas más transparentes y abiertas.


Como señalaron Evan Medeiros y Taylor Fravel, en la última década China ha cambiado su postura de la de una víctima agraviada del imperialismo occidental a la de un miembro cada vez más responsable de la comunidad internacional. El imperativo multilateral Asia necesita crear un nuevo conjunto de organismos multilaterales en paralelo a las organizaciones bilaterales existentes.


Con el tiempo, un nuevo conjunto de instituciones puede hacerse cargo de muchas de las funciones desempeñadas según los acuerdos bilaterales. Pero dicho multilateralismo no puede surgir sin el apoyo decidido de Estados Unidos, razón por la cual una reevaluación creativa de Asia debe ser una prioridad importante para George W. Bush en su segundo periodo.


Washington saca algunas ventajas del sistema actual de alianzas bilaterales centradas en Estados Unidos. Éste obtiene la sanción especial de su presencia militar y política en la región y guarda una fuerte posición para prevenir la aparición de coaliciones hostiles. Con frecuencia, Washington también sirve de conducto de mensajes y planes de seguridad enviados de una capital asiática a otra, lo que le confiere un margen de influencia.


Para complementar estas consideraciones hay una simple pero poderosa razón para promover un sistema multilateral. Con el final de la Guerra Fría y el constante desarrollo económico de Asia del Este, las relaciones de poder están cambiando en formas que han liberado las pasiones nacionalistas y las rivalidades. En los próximos años, el potencial de incomprensión y conflictos entre Corea del Sur, Japón y China será significativo, pero podrá mitigarse si existen cauces múltiples de debate entre los estados. Varios incidentes recientes han sacado a la superficie las tensiones latentes.


A pesar del floreciente comercio entre China y Corea del Sur, a últimas fechas las relaciones se tensaron cuando unos investigadores chinos patrocinados por su gobierno afirmaron que el antiguo reino de Koguryo, que se extendía a lo largo de la frontera chino-norcoreana hace 2000 años, estuvo alguna vez bajo control chino. La disputa consecuente tuvo que resolverse con un acuerdo de cinco puntos negociado por los ministros de asuntos exteriores de los países. No están claros los motivos que tuvo Beijing para permitir la publicación del artículo, pero pudieron relacionarse con el creciente nacionalismo en China y la imprudencia de las declaraciones en Seúl acerca de la fundación de una "Corea Expandida" que incluiría no sólo al Norte y al Sur, sino también a los más de dos millones de coreanos étnicos que actualmente viven en Manchuria.


Mientras tanto, la creciente interdependencia económica de China y Japón no ha mitigado las pasiones nacionalistas; más bien las ha exacerbado. En un juego de fútbol de la Copa de Asia, en agosto de 2004, en Beijing, los fanáticos chinos gritaban "¡Mátenlos!, ¡mátenlos!, ¡mátenlos!" a los jugadores del equipo japonés triunfador, lo que los obligó a salir huyendo de China.


Este suceso siguió de cerca a otros peligrosos y aparentemente espontáneos despliegues de atropellos y sentimientos antijaponeses en virtud de que 300 hombres de negocios japoneses habían contratado a "acompañantes" femeninas en el sur de China. Los temas de seguridad plantean una amenaza para la relación japonesa-surcoreana, y podría incitar una carrera armamentista.


Hace 10 años, cuando realizaba investigaciones en Tokio, fui informado por varios oficiales de las Fuerzas de Defensa Japonesas que, ante el caso de una unificación coreana, las fuerzas armadas combinadas de Corea del Norte y del Sur llegarían a casi 10 veces el tamaño de las de Japón. Si la cantidad de efectivos coreanos no se reducía notablemente en esa medida, me dijeron, Japón tendría que tomar las medidas defensivas adecuadas.


Hoy, no sólo se mantiene ese riesgo, sino que existe el factor adicional de las armas nucleares de Corea del Norte, y de lo que podría hacer con ellas una Corea potencialmente unida. Según una encuesta reciente de Tokyo Shimbun, 83 de los 724 miembros de la Asamblea Japonesa afirmaron públicamente que Japón debería considerar convertirse en una potencia nuclear en vista de la amenaza norcoreana; esta afirmación habría sido impensable hace tan sólo unos años.


No se percibe que en Asia vaya a descender la espiral de fervor nacionalista; más bien está claro el potencial de la peligrosa mala comunicación. Establecer una estructura multilateral ayudaría en gran medida si las potencias más grandes del Noreste Asiático contaran con un foro en el cual debatieran directamente. La OTAN, con su programa de encuentros ministeriales, ha servido para este propósito durante varias décadas. Los ministros de Defensa plantean sus presupuestos de egresos y estructuras de fuerza, y los ministros de Asuntos Exteriores explican las acciones políticas de su nación respectiva.


Si a los gobiernos chino y coreano les preocupa el sentido del rearme japonés, o si a las dirigencias japonesa y china les conciernen las intenciones de Corea después de su unificación, un foro multilateral les proporcionaría una oportunidad para mitigar los temores y crear expectativas.


El latigazo


La postura estadounidense a favor del multilateralismo en Asia ha sido errática y contradictoria. Estados Unidos patrocinó instituciones como la Organización del Tratado del Sureste Asiático y el APEC. Pero cuando el primer ministro de Malasia, Mahathir bin Mohamad, trató de oponerse al APEC en 1989 con una propuesta por construir una Reunión Económica de Asia del Este que excluiría a Estados Unidos, fue rechazada con firmeza por Washington por mantener a las potencias "blancas" fuera del club asiático. En los primeros años de la década de los noventa, el gobierno de Clinton promovió un Diálogo de Cooperación para el Noreste Asiático informal entre los países que participaban entonces en las pláticas de seis miembros.


Este proceso continúa en la actualidad, pero nunca se llevó a un nivel formal. Muchas de las propuestas más recientes para construir instituciones multilaterales para Asia del Este se han orientado a problemas económicos derivados de la crisis financiera de 1997-1998. Tomando en consideración muchos de los países de Asia del Este, Estados Unidos e instituciones internacionales influidas por él, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, aprovecharon la crisis para impulsar una agenda a favor del mercado en Asia.


Cuando Japón propuso un FMI asiático en 1999, Washington rechazó sumariamente la idea, pero no ofreció nada a cambio que actuara como un mecanismo coordinador institucional capaz de mitigar una crisis futura. Como resultado, las naciones de la región se han dado a la construcción de nuevas organizaciones multilaterales propias. Entre ellas están la Iniciativa Chiang Mai, que permite que los bancos centrales de 13 países intercambien reservas en caso de presentarse un ataque especulativo, y el foro de la ANSEA más tres, que enlaza a los estados miembro de la ANSEA con China, Japón y Corea del Sur. A la fecha, Estados Unidos ha ignorado o sido indiferente a estos acontecimientos.


Sin embargo, en un giro irónico, Washington se ha topado con un nuevo marco multilateral asiático: las pláticas de seis partes que hoy se realizan sobre la seguridad coreana y las armas nucleares en que intervienen Estados Unidos, Corea del Norte, Corea del Sur, Japón, China y Rusia. Washington se adhirió a este arreglo luego de que Pyongyang, tras el colapso del Marco de Acuerdo de 1994, insistió en la realización de pláticas directas con los estadounidenses acerca del futuro de sus programas nucleares.


Las autoridades estadounidenses vieron en esto, acertadamente, un esfuerzo por separar a Estados Unidos de su aliado surcoreano, e insistieron en cambiarlas por pláticas multilaterales. Con el tiempo, surgió otro motivo importante: sólo China tenía la influencia económica para llevar a Corea del Norte a la mesa de negociaciones. En efecto, Beijing forzó a Pyongyang a aceptar el formato de seis partes mediante el expediente de reducirle sus suministros de energía.


El marco de seguridad multilateral que inesperadamente surgió en el Noreste Asiático presenta una excelente oportunidad para la innovación institucional. Si es que llega a pasar, y cuando así ocurra, la crisis inmediata del programa nuclear de Corea del Norte, una organización permanente de cinco potencias podría servir como canal directo de comunicación entre China, Japón, Corea del Sur, Rusia y Estados Unidos. El nuevo grupo no sería una alianza militar semejante a la OTAN; más bien se parecería a la Organización de Cooperación y Seguridad de Europa -- con 55 estados miembro, la mayor organización de seguridad regional del mundo -- y se ocuparía de asuntos de seguridad de segundo orden.


Grupo de cinco


Un foro de cinco potencias tendría especial utilidad en manejar varios problemas previsibles. El primero es un derrumbe repentino del régimen norcoreano. En el corto plazo, tal implosión causaría enormes dificultades: coordinar las acciones de ayuda, tratar con los refugiados, pagar la reconstrucción y contener cualquier violencia que pudiera sobrevenir.


En el largo plazo, habría que volver a distribuir los naipes políticos del Noreste Asiático: desaparecería la justificación de la alianza Estados Unidos-Corea del Sur, y las tensiones entre una Corea unificada y Japón y China podrían crecer por las razones ya expuestas; y sería más fácil controlarlas de existir un acuerdo multilateral previo. Otro asunto es el rearme japonés. Japón no revisará el Artículo 9 este año ni el siguiente, pero el tema está ya en el aire. Aunque el rearme no debería constituir una amenaza para China y Corea, éstas tendrán muchos incentivos para temer una nueva amenaza japonesa; China, en particular, ha empleado el sentimiento antijaponés para reforzar las credenciales nacionalistas del régimen comunista.


Alemania, que se rearmó y ha estado siguiendo un camino similar hacia la "normalidad", moderó la amenaza al revestir su soberanía en varias instituciones internacionales, como la OTAN, la UE y la ONU. Un regreso de Japón a la normalidad parecería mucho menos amenazador si se realiza dentro de una organización de seguridad regional, así como también una relación bilateral continua con Estados Unidos.


Pero la importancia del nuevo organismo no se quedaría ahí. Una Corea del Norte completamente nuclear, una posible carrera armamentista en Asia y las implicaciones de la modernización militar de China son sólo unos cuantos de los problemas potenciales que podría dirimir un organismo de cinco potencias. Al mismo tiempo, un foro permanente de este tipo no constituiría una jurisdicción apropiada para otros asuntos importantes. No ayudaría a disuadir a China a no amenazar a Taiwán, aunque puede pensarse que podría ser un foro para resolver una crisis en el Estrecho de Formosa.


La organización de cinco potencias tampoco sería capaz de influir directamente en los problemas de seguridad en el Sureste Asiático. Si algún día pudiera hacerlo al admitir a más miembros es cosa que sólo el futuro determinará. Habrá sustanciales obstáculos prácticos para transformar las actuales pláticas de seis partes en una organización permanente. Para empezar, los seguidores de la línea dura en Estados Unidos objetarán de inmediato que el formato de seis partes ya ha mostrado su ineficacia: tras tres rondas de encuentros en agosto de 2003, febrero de 2004 y junio de 2004, las negociaciones parecen estar perdiéndose en el vacío.


De hecho, los norcoreanos utilizaron la primera reunión para anunciar su intención de probar un arma nuclear, y en general no han tomado muy en serio los esfuerzos estadounidenses por detener su programa nuclear. Washington esperaba valerse del tratamiento multilateral para aislar a Pyongyang; en cambio, los norcoreanos se sacudieron las intenciones de Estados Unidos y buscaron el apoyo de China y Corea del Sur para lograr una posición más a su gusto.


Dados estos antecedentes, y dada la ambivalencia china respecto de la amenaza norcoreana, ¿para qué hacer permanente este formato específico? La respuesta es que Estados Unidos necesita aliados; y ésta es la misma razón por la que se buscaron las negociaciones de seis partes. Al parecer, los "halcones" de Corea del Norte piensan que una vez agotada la vía diplomática, Washington puede utilizar la amenaza de la fuerza para presionar a Pyongyang para dar marcha atrás. Aunque en este punto las opciones militares parecen inadmisibles incluso para los halcones, se mantiene la esperanza de que Estados Unidos pueda lograr el cambio de régimen en Corea del Norte por medios no bélicos: imponer unilateralmente un duro embargo que mantenga limitados los materiales nucleares e incremente la presión sobre el Norte, o forzar a los chinos y surcoreanos a cooperar en una política exterior más firme ante Corea del Norte.


Sin embargo, Estados Unidos solo no cuenta con el suficiente poder de influencia para poner en marcha cualquiera de estas estrategias. Por sí solo, Washington no puede hacer que los norcoreanos abandonen su programa nuclear ni persuadir a Beijing y a Seúl para formar una alianza contra Corea del Norte, en virtud de sus preferencias de política interna. Las actuales negociaciones multilaterales, pese a todas sus limitaciones, siguen siendo la mejor opción de Estados Unidos. Los elementos de línea dura del gobierno de Bush iniciaron pláticas suponiendo que no funcionaría ninguna solución negociada, dado el fracaso del Marco de Acuerdo de 1994, y por tanto nunca intentaron definir un nuevo pacto apegado a la realidad.


Si la Casa Blanca hace esto durante el segundo periodo de Bush, quizá sea Pyongyang, y no Washington, el que se convierta en la potencia aislada. El segundo mayor obstáculo para la creación de una organización permanente de cinco potencias es la propia Corea del Norte, que no pertenece a ninguna comunidad de naciones responsable, dada su trayectoria en materia de derechos humanos y seguridad.


Seguir presionando con mucha rapidez para convertir el estrecho planteamiento de negociaciones de seis partes en una organización permanente de cinco potencias podría perjudicar las actuales pláticas y provocar el obstruccionismo norcoreano en todos los frentes. Lo que hay que hacer es aislar a Pyongyang en el formato de seis partes y lograr que las otras cinco potencias se sientan a gusto con la expectativa de colaborar en el largo plazo, tal vez inaugurando un cuerpo informal aparte dentro del marco de seis partes.


Puesto de lado tal objetivo mayor, esta estrategia es algo en lo que Washington deberá trabajar para presionar más a Pyongyang. A la larga, Estados Unidos tendrá más ocasión de plantear nuevos temas para discutir entre las cinco potencias. Si de algún modo es posible transitar a una estructura permanente de cinco potencias, también habrá que dar solución a otros temas de relevancia. ¿Habrá que integrar otros países de la región, como India, Nueva Zelanda, Australia o cualesquiera otros miembros de la ANSEA? ¿Deberá haber un vínculo oficial entre el nuevo grupo y el Foro Regional de la ANSEA, o habrá que considerar estados individuales de la ANSEA para que pertenezcan a dicho grupo?


Por último, queda la cuestión de cómo se relacionaría un foro sobre seguridad de cinco potencias o más con los grupos económicos multilaterales asiáticos que ya se están formando o se están proponiendo, como la Iniciativa Chiang Mai o el ANSEA más tres. ¿Deberá Estados Unidos apoyar la integración económica regional aunque no tenga un asiento en la mesa de negociaciones, a la manera en que apoyó a la UE? ¿O deberá Washington considerar el multilateralismo económico como una amenaza y debilitar estas iniciativas para favorecer organizaciones globales como las instituciones de Bretton Woods o la OMC?


Le guste o no a Estados Unidos, los países de Asia del Este tienen fuertes incentivos para incrementar su cooperación económica multilateral en términos formales; existe una desconfianza ante instituciones globales como el FMI por ser dominadas en general por Estados Unidos y no atender a las problemáticas asiáticas. Washington procuraría mejor sus intereses si apoya y da forma a la evolución de estas instituciones desde fuera, en vez de desempeñar un papel obstruccionista.


Estados Unidos puede consolidar su papel formal en Asia del Este si mantiene su red de alianzas bilaterales y contribuye a la creación de una nueva organización multilateral de seguridad. En el caso extremo, la relación de Washington con las organizaciones multilaterales asiáticas reflejaría las relaciones que sostiene con la UE y la OTAN -- tratando con una desde el exterior y con la otra desde el interior -- . Sean cuales sean las instituciones multilaterales que surjan en Asia, nunca lograrán la fortaleza ni la cohesión de sus homólogas europeas; Estados Unidos deberá considerarlas como protecciones contra las posibles disoluciones del existente sistema bilateral de seguridad.


Soluciones


La definitiva y quizás más urgente razón para que el gobierno de Bush adopte una nueva visión de su planteamiento sobre la diplomacia para Asia tiene mucho que ver con la posición de Estados Unidos en el mundo y con su actitud frente a Asia del Este.


La Guerra contra Irak aisló a Washington de formas nunca antes previstas y convenció a gran parte del planeta de que Estados Unidos -- y no el terrorismo fundamentalista islámico -- es la mayor amenaza a la seguridad mundial. Para salir de esta trampa, la Casa Blanca debe empezar a pensar con creatividad sobre la legitimidad y las organizaciones internacionales.


Teniendo en mente que ya ha pasado por alto a la ONU y rechazado participar en la Corte Penal Internacional y en el Protocolo de Kyoto, Washington debe ahora considerar alternativas para la cooperación internacional que mejor coadyuven a sus intereses. Será más útil para Estados Unidos formar parte de un conjunto de organizaciones multilaterales, cuyas funciones pudieran duplicarse en esos entornos y que en ocasiones son competitivas, que apostarlo todo en una sola jugada, como sería la ONU.


Una organización permanente de cinco potencias en Asia del Este contribuirá a fundar el nuevo orden en la región: un pequeño ladrillo más en un multiedificio multilateral más grande. La idea de institucionalizar permanentemente las negociaciones de seis partes se ha discutido con frecuencia cada vez mayor en los círculos políticos de Washington en los últimos meses.


Sin embargo, una organización semejante no saldrá a la luz a menos que el presidente Bush decida tomar la iniciativa para que ello suceda. El advenimiento de un nuevo periodo de cuatro años para Bush y su administración ofrece una oportunidad impensada para replantear la arquitectura política de largo plazo de Estados Unidos. El hecho de ser la única superpotencia presenta cierta responsabilidad en cuanto al bien público global. Ello significa no sólo ejercer el poderío militar duro contra los estados villanos, sino también conformar el ambiente internacional que prevea las nuevas necesidades políticas. Estados Unidos se puso frente a ese reto luego de 1945; deberá hacerlo otra vez en el mundo posterior al 11 de septiembre.

EL CAMBIANTE PAPEL GEOPOLITICO DE ASIA ORIENTAL


Immanuel Wallerstein


Asia oriental aloja a tres países -China, Corea y Japón- con prolongadas y emparentadas herencias culturales. Hasta el siglo XIX, si bien estos países estaban al tanto de la existencia del mundo europeo, el oriente de Asia era una parte del orbe lejana y no muy interesante ni importante. En el siglo XIX el resto del mundo distante, organizado como una forma de economía capitalista mundial, irrumpió en Asia oriental e incorporó a la región en sus redes económicas y políticas.


Desde el punto de vista del estrato dominante y de los países de ese sistema mundial, Asia oriental era simplemente una zona más que debía transformarse en una región de producción del sector secundario dentro del eje de la división del trabajo de la economía del planeta. Huelga decir que los asiáticos orientales no estaban contentos con este papel subordinado. Japón comenzó desde temprano a tratar de revertir esta situación con la Restauración Meiji. Buscó aprender habilidades y crear las instituciones internas necesarias que le permitieran transformar su papel en la división mundial del trabajo en la que se encontraba. China empezó un poco más tarde, primero con la revolución de 1911 y posteriormente con la Larga Marcha del Partido Comunista Chino.


El intento coreano se vio postergado debido a la colonización japonesa de Corea, y comenzó después de 1945. Al concluir la Segunda Guerra Mundial los tres países aún jugaban un papel secundario en el mundo moderno. Estados Unidos se había convertido en un poder hegemónico en el sistema mundial. Tenía una imponente ventaja económica y era el principal poder militar del mundo. Su único rival peligroso, en lo militar y lo ideológico, era la Unión Soviética. Para conservar la paz, algo conveniente a ambas potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética llegaron a un acuerdo tácito, metafóricamente llamado Yalta. Decidieron dividir al mundo en dos segmentos y acordaron mantener intactas las fronteras de esas dos zonas. Posteriormente decidieron separar sus caminos económicos (de manera que la Unión Soviética se retirara de manera autónoma de los intercambios de la economía mundial). También acordaron enfrascarse en una batalla retórica, pero rigurosamente no violenta, llamada guerra fría. La función de esta retórica no era cambiar el estatus geopolítico, sino más bien preservarlo, y permitir que cada una de las partes conservara a sus aliados y satélites bajo control.


En cuatro ocasiones fue puesto a prueba el acuerdo de Yalta -con el bloqueo de Berlín, la guerra en Corea, el diferendo de Quemoy-Matsu y la crisis de los misiles con Cuba-, cada una de las cuales concluyó con una tregua tan pronto se llegó a la línea de combate. El acuerdo de Yalta parecía marchar bien cuando de pronto surgieron problemas. Dos acontecimientos mayores deshicieron el tratado y, por tanto, la hegemonía de Estados Unidos. El primero fue un notable ascenso económico de Europa occidental y Japón. A mediados de los 60, Estados Unidos había perdido su ventaja económica sobre las empresas productivas de estas dos regiones, la cuales no sólo eran capaces de competir con Estados Unidos en sus antiguos mercados, sino también en el mercado interno estadunidense y el resto del mundo.


Europa occidental y Japón ya no dependían económicamente de la buena voluntad de Washington, se habían convertido en rivales económicos muy importantes, lo cual podía provocar que también aspiraran a su autonomía económica. El segundo cambio fue la negativa de algunas naciones importantes en lo que dio en llamarse el tercer mundo, o el Sur, de aceptar el statu quo establecido en los acuerdos de Yalta. El primero fue China, donde los comunistas, desafiando a Stalin, entraron a Shangai y establecieron su mandato. Pero no fue el único país en rebelarse. Cuba, Egipto, Argelia y, sobre todo, Vietnam desafiaron el orden mundial dominado por Estados Unidos. Al hacerlo no tenían realmente el apoyo de la Unión Soviética, que normalmente limitaba su influencia a la retórica y aportar un poco de dinero.


Vietnam, un pequeño país, no sólo fue capaz de resistirse a Estados Unidos, sino de vencerlo en una guerra, en una hazaña que transformó todo el sistema internacional. Fue en este punto, a principios de los 70, que pudo observarse el comienzo de la lenta pero inexorable decadencia de Estados Unidos, el fin de su verdadera hegemonía. La historia que continuó los siguientes 30 años, de 1970 a 2000, fue el intento de Estados Unidos de detener la pérdida de su poder dentro del sistema mundial.


Para Asia oriental fue un periodo de enorme crecimiento económico, comenzando con Japón, al que siguieron los llamados cuatro dragones (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur), y después China. El ataque del 11 de septiembre dio a los neoconservadores de la administración de George W. Bush la legitimidad que este régimen necesitaba para llevar a cabo su programa unilateral de intervencionismo militar, que culminó con la invasión a Irak de 2003.


Esta acción se ha convertido en un fiasco de las más grandes dimensiones para Estados Unidos en los niveles diplomático, político, económico e incluso militar. La intención de los neoconservadores era reforzar la posición estadunidense y restaurar su hegemonía, pero el resultado obtenido es exactamente el opuesto. Se ha acelerado la autonomía política de Europa, así como la proliferación nuclear, más notablemente en Corea del Norte e Irán.


Además se ha dañado profundamente la credibilidad política y moral de Estados Unidos. Desde el punto de vista geopolítico, podemos esperar que durante los próximos 20 años emerjan tanto Europa como Asia oriental en la escena mundial como actores independientes de Estados Unidos. ¿Cómo será en el caso de Asia? La cooperación y coordinación económica entre las tres naciones es el menor de sus problemas. Ya son un centro de acumulación de capital y es de esperar que se fortalezcan más en los próximos años. Trabajando juntas, estas naciones probablemente se conviertan en un motor principal de la economía mundial. Tienen todo que ganar con la integración económica y muy poco que perder. Probablemente avancen en ese sentido con mucha decisión. Las principales dificultades son políticas.


Los tres países tienen rencores históricos entre sí que aún pesan mucho en sus relaciones. Corea todavía recuerda la colonización de Japón. China tiene muy presente cuando Japón ocupó la mayor parte de su territori,o en los años 30 y 40. El nacionalismo de Japón aún es impulsado porque durante siglos el país fue discriminado culturalmente por China y Corea. El segundo gran problema político es que tanto Corea como China son países divididos, y su reunificación es un tema urgente y primordial.


El tercer gran problema político es la forma y el poder que conseguiría el ejército de cada una de esas naciones, en lo que se refiere particularmente al desarrollo de armas nucleares. Si Asia oriental ha de jugar un papel económico, debe resolver sus problemas políticos. Ni China ni Japón juntos pueden alcanzar todo su potencial económico uno sin el otro, y yo agregaría que los dos juntos no pueden lograrlo sin Corea. Esto implica que una negociación política de importancia debe darse en Asia oriental, del mismo tipo que la ocurrida en Europa occidental durante la última mitad de siglo.


Allí es, desde luego, donde yace la incertidumbre. Una vez que los tres países dejen atrás sus rencores históricos (lo cual no es una idea imposible), cuando Corea y China encuentren una fórmula que permita la reunificación política de sus países, y cuando hayan tomado decisiones claras sobre su poderío militar, que quizá los lleven a una colaboración entre sus ejércitos, Asia occidental será una fuerza formidable en la política mundial del siglo XXI.


Así, esas naciones tendrán delante tres decisiones políticas fundamentales: 1) La forma en que se relacionan con Estados Unidos, 2) su relación con los países de su región (específicamente el sur, sureste y suroeste asiático), y 3) la posición que adoptarán en la disputa Norte-Sur en las próximas décadas. Hay que hacer notar que ésos son exactamente los temas que Europa enfrentará en los próximos años (si bien en un perímetro geográfico diferente).


Durante los pasados 50 años las contiendas y los debates sobre el sistema mundial se han visto definidos y constreñidos por Estados Unidos (y su caído seudo oponente, la Unión Soviética). En los próximos 50 años nos encontraremos en un mundo verdaderamente multipolar.


También estaremos en la transición de un sistema de economía mundial capitalista hacia otro aún no decidido ni definido. Asia oriental será parte central de ese proceso, pero no estará sola.