martes, 17 de junio de 2008

CLAVES DE LA RUSIA DE MEDVEDEV


Antonio Sánchez Andrés

Las claves electorales

En diciembre de 2007 tuvieron lugar las elecciones parlamentarias (Duma) y en marzo de 2008 las presidenciales en Rusia. Estas elecciones han cambiado la situación política en este país y abren un período de cambios e incertidumbres en Rusia.

Los resultados en las elecciones han sido de un 65% para Rusia Unida, el 11,7% para el Partido Comunista, el 8,2% para el Partido Liberal-Demócrata y un 7,8% para el partido Rusia Justa. Estos resultados significan, en primer lugar, la consolidación y dominio absoluto de Rusia Unida. En este caso, este partido ha conseguido agrupar a las fuerzas más influyentes del país, al tiempo que se ha apropiado de los logros más destacados obtenidos durante la etapa Putin, además de absorber parte de las reivindicaciones más relevantes de los otros partidos de la oposición, en especial del Partido Comunista. En segundo lugar, ha tenido lugar un desmoronamiento de los partidos de oposición. Por un lado, el Partido Comunista ha ido perdiendo influencia en el tejido social ruso a medida que las antiguas generaciones han ido desapareciendo y conforme las condiciones económicas y sociales en el país han mejorado. Por otra parte, en los casos de la Unión de Fuerzas de la Derecha y de Yabloko, han padecido un sinfín de rencillas internas y han mostrado una incapacidad de llegar a acuerdos mutuos y se han alejado progresivamente de la población rusa. Sus vinculaciones con la sociedad rusa quedan bien reflejados en los resultados electorales obtenidos (alrededor de un 1% de los votos) y prueba de los problemas que padecen es la crisis postelectoral interna que está cuestionando su supervivencia futura.

Dada la estructura del nuevo Parlamento y la génesis de Rusia Unida una de las claves políticas para poder interpretar la realidad rusa no será las relaciones partidistas en el arco parlamentario, sino los movimientos internos dentro de ese partido. Este partido constituye una coalición de intereses muy diversos, cuando no contrapuestos. Determinar su composición interna, su peso específico y las correlaciones de poder entre los diversos grupos que constituyen Rusia Unida pasa a un primer plano para llegar a comprender qué ocurrirá dentro del Parlamento y cuál será su proyección sobre la sociedad. Por tanto, aunque en términos formales se haya reducido la variedad de fuerzas parlamentarias, en la realidad existe una gran pluralidad, aunque sus formas de manifestación sean distintas a las tradicionales en las democracias occidentales.

El segundo hito que ha cambiado la estructura institucional rusa han sido las elecciones presidenciales de marzo de 2008. A estas elecciones se presentaron cuatro candidatos y el resultado fue el siguiente: Dmitriy Medvedev, obtuvo alrededor de un 70% de los votos, Gennadiy Zyuganov, el candidato comunista, sólo consiguió un apoyo del 18% de los votos emitidos, mientras que Vladimir Zhirinovskiy recogió el 9% y Andrey Bogdanov únicamente acaparó el 1%. Estos resultados son más representativos en la medida en que se tiene presente que la participación fue de alrededor del 70% del censo electoral.

Dado el carácter presidencialista del sistema político ruso, una de las claves importantes que determinará el futuro del país dependerá del nuevo presidente. Pero ¿quién es el Sr. Medvedev?. Se trata de un jurista, licenciado por la Universidad de San Petersburgo, que compatibilizó su trabajo de docente junto con el de asesoría a la alcaldía de esa ciudad rusa durante la primera mitad de los años noventa cuando estuvo encabezada por Anatoliy Sobchak. Éste último fue uno de los máximos exponentes, junto con Yeltsin, de la promoción de la transición política y económica en Rusia cuando desapareció la URSS. En esos años, la mano derecha de Sobchak fue Vladimir Putin, con quién Medvedev entabló una estrecha amistad, que ha perdurado hasta el momento. De hecho, cuando Putin fue elegido presidente del país, Medvedev fue designado vicedirector del aparato presidencial (estructura administrativa estratégica debido al carácter presidencialista de Rusia). Después de tres años en ese cargo, Putin ascendió a Medvedev hasta director del aparato presidencial. Después de la reelección de Putin en el segundo período presidencial, Medvedev pasó al gobierno en el que asumió el puesto de viceprimer ministro. Así pues, Putin ha diseñado la carrera administrativa de Medvedev y, en los últimos años, con el objetivo de sucederle en el cargo de presidente de Rusia.

En estas circunstancias y dado que Putin, por un lado, posee una enorme legitimidad en Rusia y, por otro lado, ha sido investido como primer ministro, existen síntomas de que Medvedev pueda desempeñar un papel secundario respecto al anterior presidente. No obstante, estas consideraciones olvidan dos aspectos esenciales. En primer lugar, el presidente del país ostenta unas potestades muy relevantes que pueden ser utilizadas independientemente del anterior presidente. Quizá el caso más significativo fue el del propio Putin, colocado en la presidencia como hombre de paja de Boris Beresovskiy que, una vez en el poder, se alejó de los designios de ese magnate ruso y llegaron a un enfrentamiento abierto, que ha conducido a este último a exiliarse en el Reino Unido. En segundo lugar, el ascenso de uno de los herederos de Putin significa el refuerzo de una de las elites putinianas, en detrimento de las otras, cambiando parte de las reglas del juego. Así pues, un clave esencial radica en qué medida Medvedev puede tener la voluntad y/o la posibilidad de desempeñar una política autónoma respecto al anterior presidente del país.

Las claves socio-económicas

Una de las bases del éxito de la estrategia sucesoria del Kremlin se sustenta en los buenos resultados económicos cosechados durante la etapa Putin. En términos agregados, la economía rusa ha presentado una estabilidad patente y constituye una de las más dinámicas mundiales (está incluida dentro de los BRIC). Durante el período Putin, la economía ha crecido a un ritmo anual cercano al 7% y se apunta que la actividad económica en la actualidad ya supera a la que tenía la Unión Soviética en 1990, antes de que apareciesen los dramáticos fenómenos de destrucción económica que acontecieron en la década anterior. El crecimiento apuntado ha gozado de una gran estabilidad puesto que, por un lado, la inflación se ha reducido del 21% al 9% en el período 2000-2007 y, por otra parte, se ha acrecentado sustancialmente la capacidad de captación de impuestos, situación que ha permitido aumentar el gasto público y obtener continuamente un superávit presupuestario.

Los cambios estructurales es donde más interrogantes se han levantado acerca de la gestión de Putin. Por ejemplo, las políticas agrarias, de servicios o de competencia han experimentado una falta de actividad notable y, por añadidura, la financiación en infraestructuras físicas, educación, sanidad e I+D ha sido escasa y poco eficaz. Sólo dos ámbitos se escapan a esta tendencia: la energía y la industria de defensa. Respecto al sector energético se han creado dos entidades “estatales”, Gazprom y Rosneft, que actúan como gestores de estas actividades económicas estratégicas para el país. Estas actuaciones, junto con las subidas sostenidas en los precios de los hidrocarburos, han aumentado los ingresos presupuestarios que han permitido financiar unos gastos públicos crecientes. En cuanto a la reestructuración en la industria de defensa, las empresas que han sobrevivido a la crisis pasada se están agrupando, no con poca dificultad, en grandes holdings empresariales. Esta reorganización está contando con el apoyo de fondos financieros crecientes destinados a defensa nacional.

En definitiva, durante la etapa Putin los resultados económicos han sido bastante positivos y se han derivado de la eliminación parcial de los grandes desequilibrios que padecía Rusia. Sin embargo, su eliminación total no resulta tan inmediata y los resultados positivos ulteriores requerirán de medidas aplicadas con mayor intensidad y cuyas consecuencias son inciertas. Es decir, es previsible que los resultados económicos que puedan llegarse a conseguir durante la presidencia de Medvedev sean menos llamativos, aún considerando que sean positivos, que los logrados en los últimos ocho años.

Cabe señalar dos problemas macroeconómicos que atosigarán a la nueva presidencia: las dificultades para reducir más la inflación y la simplificación en la balanza de pagos. Respecto al primer problema, además de los aspectos estructurales a los que responde la inflación rusa, aparece la baja productividad que existe en el país. En cuanto al segundo, a pesar de tratar de promover la exportación de bienes con elevado componente de valor añadido, las ventas rusas en el exterior se concentran cada vez más en energía y materias primas. Esta característica significa la aparición de obstáculos hacia la renovación del aparato productivo y a la elevación en el nivel de vida de la población. Ambos problemas dificultarán la introducción de mejoras en las condiciones económicas y de vida, de manera que las expectativas de progreso futuro de la población se verán truncadas y pueden conducir a un cuestionamiento del nuevo presidente.

Otro de los grandes problemas a los que tendrá que hacer frente el nuevo presidente es a las reformas estructurales. Estas son uno de los interrogantes más importantes que existen en la actualidad. Los problemas de integración regional, de inversiones en infraestructuras, de mejoras en el ámbito de las nuevas tecnologías o la reforma en la administración del Estado son dimensiones que deberían ser prioritarias, pero cuyos resultados no está claro que mejoren, siendo una fuente de conflictos internos. Estos límites en las actuaciones estructurales transforman en muy posibles la aparición de tensiones y estrangulamientos económicos en Rusia que cuestionen su futuro crecimiento económico. Por este motivo, aquello que acontezca con estos problemas económicos será clave dentro de los próximos años.

Quizá uno de los efectos más destacados de los buenos resultados económicos durante la etapa Putin se ha reflejado sobre las condiciones de vida de la población. Por un lado, el crecimiento económico sostenido ha supuesto un incremento en la actividad económica. De hecho, mientras que en 2000 la tasa de paro se encontraba en un 11%, en 2007 se había reducido a un 6%. Junto a este logro, la evolución de los ingresos de la población resulta muy llamativa. En primer lugar, debe destacarse que a finales de los noventa, no sólo los salarios era bajos, sino que, por añadidura, no se pagaban: los impagos constituyeron una de las características de la transición rusa. Durante la etapa Putin, desde el principio, se ha obligado a pagar los salarios, que ha otorgado una cierta solvencia monetaria a la población. En segundo lugar, los ingresos reales de la población han subido continuamente, a un ritmo de una media anual del 13% durante toda la década. Estos aspectos son esenciales para explicar la enorme popularidad de Putin y los resultados electorales obtenidos en las dos campañas recientes.

No obstante, los posibles problemas económicos apuntados tendrán una incidencia negativa sobre la población, poniendo en un primer plano la clave social en la evolución futura política de Rusia. Por un lado, la ausencia en la aplicación de políticas estructurales puede generar estrangulamientos económicos que dificulten el crecimiento económico y limiten las posibilidades de dar trabajo a la población. Por otro lado, la baja productividad se constituye en un obstáculo para aumentar en términos reales los ingresos de los trabajadores. Así pues, dos de los elementos que más han legitimado a Putin pueden entrar en crisis en unos años, cuestionando las expectativas de la población y poniendo interrogantes sobre el futuro de Medvedev. Más aún, aquello que resulta más probable es que las condiciones económicas del país mejoren pero de una manera ralentizada, tendencia que se aleja de las expectativas creadas en la población en los últimos años. En estas condiciones, hacia el final de la legislatura que comienza ahora, puede tener lugar una pérdida de legitimidad del sistema político. A este respecto, Medvedev puede ver mermar su apoyo social y suscitarse la aparición de otros candidatos políticos. En efecto, uno de ellos podría ser el propio Putin, pero no sería descartable la entrada en juego de otras personas. Este último aspecto puede encontrarse vinculado a la pérdida de cohesión interna de Rusia Unida, es decir, parte de los grupos políticos que han apoyado a esta organización y que se hayan quedado ubicados en un plano secundario viendo incumplidas sus expectativas político-económicas pueden constituir un frente de oposición independiente. Adicionalmente, el malestar social restará apoyos a Rusia Unida y, grupos internos y externos a esa formación política pueden encontrar en estas tensiones sociales el respaldo para constituir partidos alternativos.

Las claves políticas

Durante los últimos ocho años se ha configurado una estructura de elites políticas heterogéneas que han dado apoyo a Putin. Por un lado, se encuentran las relacionadas directamente con Putin. Dentro de éstas se pueden distinguir el grupo de San Petersburgo (donde se encontraba Medvedev), el grupo relacionado con las fuerzas de seguridad del Estado (siloviki) y finalmente los tecnócratas. Por otra parte, aparecen las elites yeltsinianas adaptadas al nuevo marco político. Dentro de estas se encuentran las de corte político (como Surkov, que gestionaba las cuestiones parlamentarias) o económico (por ejemplo Deripaska o Abramovich). Cabe señalar que las elites políticas más dinámicas putinianas fueron el grupo de San Petersburgo y los siloviki, pero finalmente Putin inclinó la sucesión hacia el primer grupo. Esta decisión ha entrañado el empuje de la elite de San Petersburgo a un primer plano y la necesidad de adaptación del resto de elites a las nuevas condiciones que tendrán lugar en el futuro. Es decir, la entrada en juego de Medvedev como presidente supone la aparición de una fuente de tensiones dentro de las altas instancias políticas rusas. No obstante, la designación de Putin como primer ministro lo transforma en un mediador estratégico entre las elites putinianas y, por consiguiente, en una pieza esencial para limitar el alcance de los conflictos.

Los primeros cambios que afectan a las elites políticas se han referido a la constitución del nuevo gobierno y del nuevo aparato presidencial. Tanto en uno como en el otro, los cambios han sido más bien formales y, en su mayoría, corresponden a un trasiego de personas de una estructura de poder a la otra. En el gobierno destaca que se ha constituido una estructura muy piramidal. En la parte superior se encuentra el primer ministro, Putin, en el segundo nivel dos viceprimeros ministros primeros, entre ellos el hasta el momento primer ministro Víctor Zubkov. En el tercer nivel, aparecen cinco viceprimeros ministros, entre ellos Sechin, estrecho colaborador de Putin en el aparato presidencial. En el cuarto nivel se encuentran los diversos ministerios, en los que la mayoría de sus cabezas han renovado cargo y ha tenido lugar una ligera reorganización ministerial. Esta nueva pirámide organizativa permite entrever que Zubkov actuará como un primer ministro en funciones, desarrollando funciones similares a las que venía realizando. Asimismo, Sechin jugará un papel de supervisor de Putin en el gobierno. En estas circunstancias, el gobierno puede funcionar sin una especial atención dedicada por Putin, que podrá concentrarse en actividades extra-gubernamentales. Es decir, Putin actuará como un presidente a la sombra: constitución del tándem “presidencial” Medvedev-Putin.

Respecto a la reforma en el aparato presidencial, cabe destacar que se ha puesto en su cabeza a Naryshkin, que posee características más de técnico que de político. Vladislav Surkov se ha mantenido en esta estructura, que con la salida de Sechin, con quien tenía mala relación, pasa a ser uno de los elementos estratégicos del nuevo aparato presidencial. El problema es que esta persona presenta discrepancias con Medvedev, de manera que le quitará operatividad al aparato presidencial para mantener una postura unificada y autónoma. Así pues, el aparato presidencial tiene graves debilidades que le restarán capacidad de acción frente al gobierno.

Quizá uno de los problemas para aumentar la relevancia del aparato presidencial radica en que Medvedev no tiene en la actualidad un grupo propio de hombres de confianza independiente del de Putin. Es previsible que progresivamente Medvedev vaya ganando autonomía y en las futuras renovaciones en cargos administrativos y empresariales consiga colocar a gente de su única confianza. Este grupo de personas constituirá una elite vinculada directamente a Medvedev. A finales de esta legislatura, esta elite estará relativamente formada y, por supuesto, sus intereses no tienen por qué coincidir con los de las elites putinianas. La constitución de esta nueva elite y su autonomía de funcionamiento constituyen un factor clave para explicar la evolución de la realidad política rusa, en especial en la segunda mitad de la esta legislatura. En efecto, en el caso más extremo, la nueva elite podría entrar en conflicto con las de base putiniana, constituyendo un foco de tensiones entre Medvedev y Putin. Aunque tal situación puede agredir severamente el tándem Medvedev-Putin con el que se inicia la legislatura, la amistad entre ambos líderes puede limitar el distanciamiento entre ambos.

Otra fuente de conflictos entre Medvedev y Putin puede surgir a raíz de las futuras elecciones presidenciales. No debe olvidarse que el actual presidente de Rusia puede tener la pretensión de renovar su cargo en el año 2012, objetivo sobre el que pueden surgir diferencias con Putin y en particular si éste último tuviese la voluntad de presentarse también a las elecciones. En estas circunstancias, los resultados podrían ser muy inciertos, más aún si se tiene presente que dentro de cuatro años la legitimidad de la que goza Putin en la actualidad puede estar parcialmente olvidada. Por supuesto este tipo de consideración aparece condicionada por la evolución en las condiciones económicas, porque en el caso de un empeoramiento, tal como se ha apuntado, entonces Medvedev podría encontrarse en malas condiciones para renovar su cargo en la Presidencia del país. En este supuesto, la candidatura de Putin podría tener más visos de realismo, siempre que la evolución económica desfavorable y la crisis de confianza de la sociedad rusa no se identifique también con él.

Conclusión

La sucesión presidencial y la composición del Parlamento ruso han sido el resultado de una estrategia exitosa urdida desde el Kremlin. Durante los próximos dos años funcionará en Rusia el tándem presidencial Medvedev-Putin que dará un continuismo a la política llevada por el Kremlin durante los últimos años. No obstante, en la segunda mitad de la legislatura pueden comenzar a tener lugar cambios relevantes, que supongan la aparición de tensiones políticas. En ese momento, Medvedev se habrá consolidado en su cargo y al menos una nueva elite competirá con la existente durante la etapa Putin. La capacidad de Medvedev para consolidarse en el poder de manera autónoma dependerá de la efectividad de esta elite para ubicarse en la estructura del poder ruso, pero también de la evolución de los resultados económicos globales y de la capacidad de maniobra de Putin por limitar la capacidad de maniobra del actual presidente ruso.

En cualquier caso, en los próximos años se asistirá a una creciente actividad de la política exterior rusa, con el objetivo de consolidar a este país como un agente esencial en las relaciones internacionales. Por supuesto, los hidrocarburos constituirán un instrumento esencial de la proyección exterior de Rusia. En particular, la capacidad de producir gas licuado constituirá una de las piezas que pueden incrementar el papel de Rusia en el escenario internacional. Sin embargo, el elemento más novedoso puede tener lugar en el poderío militar de Rusia, que se verá acrecentado y proyectado hacia el exterior.

INDIA: ¿EL AUGE ECONOMICO EN PELIGRO?


Pablo Bustelo

El rápido crecimiento económico que la India ha registrado desde 2003 y, sobre todo, desde 2005 puede estar en peligro. La mezcla de altos (y quizá crecientes) tipos de interés, para hacer frente a una inflación cada vez más elevada, y de menor incremento de las exportaciones, como consecuencia de la desaceleración global, hará que el crecimiento del PIB en 2008 (que será del 7,9% según la previsión hecha en abril pasado por el FMI) sea sustancialmente inferior al registrado en 2007 (9,2%) y al del trienio 2005-07 (8,7% de media).

La pregunta que cabe hacerse es si esa desaceleración será coyuntural o si, por el contrario, anunciará un ritmo de crecimiento que podría pasar de casi el 9% en los tres últimos años a menos del 8% (y quizá incluso bastante menos) en los tres próximos. De entrada, el FMI prevé una expansión del 8% en 2009.

La cuestión no es baladí. Cuando parecía confirmarse que el ritmo de crecimiento de la India se acercaba al de China y todo presagiaba que la India se estaba adentrando en una senda de expansión rápida y sostenida, los problemas internos, sumados a la desaceleración global, pueden dar al traste con el reciente auge indio. El país necesita crecer a tasas elevadas, dada la todavía importante pobreza. En 2004, según datos del Banco Mundial, el 34% de la población vivía con menos de un dólar al día, mientras que el 80% lo hacía con menos de dos dólares.

Para el ministro indio de Economía, Palaniappan Chindambaram, los problemas actuales serían meramente coyunturales: “esto no es el final de la historia de crecimiento de la India. La moderación refleja únicamente una tendencia mundial. Se trata de una simple pausa antes de recuperar un crecimiento elevado” señaló el ministro a Bloomberg TV a principios de mayo.

El banco central (Reserve Bank of India, RBI) prevé un crecimiento de entre el 8% y el 8,5% en el año fiscal de 2008 (terminado el 31 de marzo de 2009), frente al 8,7% en el año fiscal de 2007 y el 9,6% en el año fiscal de 2006. De cumplirse esa previsión, el resultado sería una clara desaceleración, que prolongaría la que se ha registrado durante el año fiscal de 2007. Pero otras previsiones son menos optimistas: por ejemplo, la agencia de calificación Moody’s prevé una tasa de crecimiento del 7,7% en 2008-2009, mientras que JPMorgan estima que será del 7%.

La desaceleración en 2007

Después de alcanzar un máximo histórico del 9,7% en 2006 (enero-diciembre), el crecimiento del PIB se fue desacelerando en el transcurso de 2007, para alcanzar una cifra final del 9,2%. Las tasas de crecimiento anuales fueron, por trimestres, del 9,7% en enero-marzo, del 9,4% en abril-junio, del 8,9% en julio-septiembre y del 8,4% en octubre-diciembre.

Las razones de la desaceleración en 2007 fueron principalmente el aumento de los tipos de interés (y también del coeficiente de reserva de los bancos) para hacer frente a una inflación creciente desde el primer trimestre del año, así como la apreciación de la moneda. El RBI aumentó los tipos de interés dos veces a principios de 2007, hasta el 7,75%, la tasa más alta desde 2002. Además, incrementó siete veces, del 5,25% al 7,5%, el coeficiente de reserva de los bancos, para drenar liquidez.

El aumento de tipos contribuyó a una mayor entrada de capital extranjero (especialmente al ir aumentado a lo largo del año el diferencial con los tipos en EEUU), lo que hizo que la rupia se apreciase sustancialmente, en particular con respecto al dólar. La apreciación respecto de la divisa estadounidense fue del 12,3% en 2007. Aunque tal evolución del tipo de cambio permitió, al abaratar las importaciones, bajar la inflación (que alcanzó el 3,1% en octubre de 2007), tuvo un efecto perjudicial para las exportaciones. Las ventas al exterior de bienes, que crecieron el 22% en 2006, aumentaron el 18% en 2007.

El incremento simultáneo de los tipos de interés, del coeficiente de reserva y del valor de la rupia contribuyó a la desaceleración señalada en el crecimiento del PIB a lo largo de 2007.

El resurgimiento de la inflación y la depreciación de la rupia en 2008

Gracias al aumento de tipos de interés y a la apreciación de la rupia, la variación del índice de precios al por mayor (IPPM) cayó del 6,7% en enero de 2007 al 3,1% a mediados de octubre de ese año. Desde entonces, la tendencia se ha invertido: el aumento del IPPM fue del 3,9% en diciembre de 2007, del 4,6% en febrero de 2008, del 7,3% a mediados de abril y del 7,8% a principios de mayo de este año. La inflación de abril en adelante es la mayor registrada desde noviembre de 2004.

Las razones de las presiones inflacionarias han sido diversas: el aumento de los precios del petróleo y de otras materias primas, el creciente coste de los alimentos y los incrementos en el precio del suelo y de algunos salarios. También ha contribuido a la inflación la depreciación de la rupia, que ha encarecido las importaciones.

La tendencia al alza de la rupia, vigente durante 2007, ha desaparecido y la moneda se ha depreciado sustancialmente con respecto al dólar (el 7,6% entre enero y mediados de mayo). La razón principal es que las entradas netas de capital extranjero en forma de inversión en cartera, que fueron de 17.200 millones de dólares en 2007, pasaron a ser negativas (en 2.600 millones) durante el primer trimestre de 2008. Otra razón de la caída de la rupia es el creciente déficit comercial y por cuenta corriente. El desequilibrio comercial, que fue de 59.400 millones de dólares en 2006-2007, pasó a 80.400 millones en 2007-2008. El déficit corriente ha crecido también sustancialmente y podría alcanzar el 2% del PIB en 2008-2009 (fue del 0,5% del PIB en 2006-2007). Una razón adicional de la depreciación de la rupia es el fuerte incremento de la demanda de dólares por parte de los importadores de petróleo.

La caída de la rupia, además, tiene cierto carácter auto-entretenido, ya que los inversores extranjeros y nacionales anticipan que persistirán los altos precios de la energía y de otras materias primas importadas, lo que a su vez fomentará la depreciación de la moneda, evolución ante la cual los inversores tienden a desprenderse de las rupias que poseen.

Para hacer frente a la inflación, el banco central se ha resistido a aumentar los tipos de interés, lo que pone de manifiesto su preocupación por el menor ritmo de crecimiento. En su lugar, ha seguido aumentando el coeficiente de reserva de los bancos y ha adoptado medidas adicionales para drenar directamente liquidez. Por su parte, el gobierno, con miras a aumentar la oferta de los bienes que han registrado un mayor aumento de precio, ha reducido los derechos de aduana a las importaciones de productos siderúrgicos y aceites alimentarios y ha incrementado los impuestos a la exportación de cemento, arroz, trigo y aceites. Además, ha puesto en marcha incentivos fiscales para aumentar la oferta de acero y cemento. Por añadidura, con miras a contener la especulación, ha prohibido las operaciones de futuros en varios productos, especialmente alimentarios (aceite de soja, patatas, garbanzos, caucho, etc.). Esas operaciones fueron prohibidas en 2007 para el trigo y el arroz y en 2006 para las lentejas. Todas esas medidas pueden tener un efecto bastante limitado en la lucha contra la inflación, ya que el menor crecimiento de la producción incrementa las restricciones de oferta.

A estas alturas del año todo parece indicar que la inflación se mantendrá elevada durante varios meses, como consecuencia del aumento del precio del petróleo y de otras materias primas así como de la depreciación de la rupia con respecto al dólar y del menor crecimiento de la oferta. Los analistas pronostican que podría seguir rondando el 7% o el 8% durante el resto de este año.

Las previsiones de crecimiento para 2008 y 2009

Parecen estar notándose ya síntomas de una desaceleración apreciable del crecimiento del producto. Por ejemplo, la producción industrial creció, en tasa anual, apenas el 5,8% en enero-marzo de 2008, frente al 10,3% en abril-junio de 2007. Es más, en marzo de 2008 el aumento fue de apenas el 3%, cifra muy baja en comparación con la del mismo mes del año anterior (14,8%).

Si a la desaceleración interna se suman la posibilidad de que el recorte en el crecimiento mundial sea mayor que el esperado y la eventualidad de un cambio repentino de dirección en los flujos de capital, lo normal sería que las autoridades indias pusieran en marcha políticas expansivas de tipo monetario y fiscal. En teoría, deberían bajar los tipos de interés, para estimular la inversión y el consumo, y aumentar el gasto público, para cebar la bomba del crecimiento.

Sin embargo, en el contexto actual, no pueden bajar los tipos, dada la persistencia de la inflación, la ya considerable depreciación de la rupia y las salidas netas de inversiones en cartera. Tampoco pueden aumentar sustancialmente el gasto público, pues la situación presupuestaria no es favorable. El déficit presupuestario del Estado fue todavía del 3,3% del PIB en 2007-2008, incluso tras varios años consecutivos de descenso. El objetivo oficial es alcanzar el 2,5% en 2008-2009. La deuda pública combinada del gobierno central y de los Estados fue del 73,8% del PIB en 2007-2008. La consolidación fiscal es por tanto necesaria para disponer de recursos con los que financiar gastos sociales (especialmente en educación) e infraestructuras. Los gastos en energía, carreteras, infraestructura urbana, etc., deberán llegar a 500.000 millones de dólares en los próximos 10 años si la India quiera superar uno de los grandes límites a su crecimiento.

Antes al contrario, para contrarrestar la inflación y la depreciación de la rupia, el RBI podría tener que aumentar los tipos de interés. Algunos analistas tienden a descartar esa posibilidad, al menos durante el resto del año, ya que entienden que los tipos ya son muy altos y porque consideran que las medidas que se han adoptado para luchar contra la inflación acabarán por surtir efecto. Sin embargo, no cabe descartar que la inflación sea persistente, a la vista, sobre todo, de las tendencias estructurales en los mercados energéticos y alimentarios en el mundo. En tal contexto, las autoridades indias pueden hacer de la lucha contra la inflación su principal prioridad, por delante del crecimiento del PIB. Hay al menos dos razones para ello: una es que, en los últimos años, el RBI ha insistido mucho en que la inflación no superara el límite del 5%; la otra es que el gobierno debe convocar elecciones generales como muy tarde en mayo de 2009. La protección de los consumidores (muy afectados por el alza de los precios) puede convertirse en un objetivo esencial, también por razones políticas. No hay que olvidar que en la India la inflación es –en mayor medida que otros países– un grave problema político, porque se debe principalmente al alza del precio de los alimentos, porque afecta particularmente a las personas pobres (un tercio de la población vive con menos de un dólar al día y cuatro quintas partes lo hacen con menos de dos dólares al día) y porque la tasa de participación electoral de esas personas es singularmente alta. Además, hay que tener el cuenta que el consumo privado supone el 60% del PIB, una proporción muy superior a la de, por ejemplo, China.

Si la lucha contra la inflación pasa a ser el principal objetivo de la política económica, no cabe descartar que aumenten los tipos de interés, lo que afectaría negativamente a la demanda interna. Además, el aumento de los tipos atraería más capital extranjero y apreciaría la rupia. La apreciación de la rupia, que sería positiva para luchar contra la inflación, tendría, sin embargo, efectos negativos en las exportaciones.

Las ventas al exterior, a su vez, podrían desacelerarse sustancialmente si el crecimiento de la economía mundial es menor del esperado. Por ejemplo, para el FMI el crecimiento del producto bruto mundial será del 3,7% este año, según su previsión de abril. Sin embargo, para Naciones Unidas, en su informe Situación y perspectivas de la economía mundial 2008 (actualizado en mayo), ese crecimiento podría ser de apenas el 1,8%, dada una recesión más grave en EEUU y un menor crecimiento en Japón y la UE con respecto a las previsiones anteriores.

Tampoco cabe descartar que si los problemas financieros se agravan en EEUU y en el resto del mundo, crezca la aversión al riesgo entre los inversores en las economías emergentes. El resultado para la India podría ser que las entradas netas de capital extranjero cambien abruptamente de dirección en el conjunto de este año, pese al comportamiento favorable de la inversión directa. Tal cosa haría aún más necesario un incremento de los tipos de interés.

Si se produjese una restricción monetaria aún mayor, combinada con un importante deterioro de la coyuntura externa, no cabe descartar que el crecimiento en 2008 y en 2009 sea menor que el previsto recientemente por el gobierno (entre el 8% y el 8,5%) y por el FMI (7,9% en 2008 y 8,0% en 2009). De hecho, algunas previsiones sitúan ya el crecimiento en el año fiscal de 2008-2009 en el 7%.

Conclusiones

Enfrentadas a una creciente inflación y a una desaceleración del crecimiento del PIB, las autoridades indias tienen un dilema similar al de otros países: aplicar políticas restrictivas para contener el aumento de los precios (a costa del crecimiento) o, por el contrario, impulsar, con políticas expansivas, el incremento del producto (lo que conduciría a un mayor aumento de los precios).

En el caso de la India, el dilema se complica por la reciente depreciación de la rupia (que acelera la inflación) y por el alto coste social y político que supone el alza de precios en un país en el que cuatro quintas partes de la población vive con menos de dos dólares al día y en el que habrá elecciones generales como muy tarde en mayo de 2009.

En ese contexto y en el caso de que la inflación, que alcanzó el 7,8% a principios de mayo, no remita en los próximos meses, no cabe descartar que se produzca un incremento de los ya muy elevados tipos de interés. Ese aumento sería perjudicial para la demanda interna. Si, además, la desaceleración de la economía mundial es mayor que la prevista hasta ahora, el efecto negativo en las exportaciones de la India podría ser significativo. Tampoco cabe descartar que las turbulencias financieras globales aumenten la aversión al riesgo de los inversores en las economías emergentes y provoquen un cambio duradero de dirección en los flujos de capital extranjero.

Por consiguiente, si se dieran simultáneamente una política monetaria todavía más restrictiva, una desaceleración mayor de la economía mundial y una salida neta sustancial de capitales, estarían presentes todos los ingredientes para un frenazo importante del crecimiento.

LOS JUEGOS OLIMPICOS DE PEKIN Y EL TIBET


Eugenio Bregolat

Se constatan, para situar el tema, dos hechos: el primero es que China tiene un problema con el nacionalismo tibetano, una civilización teocrática basada en una religión, una cultura, una lengua y una etnia propias y muy diferenciadas, que confluyen en un fuerte sentimiento de identidad personificado por el Dalai Lama, al que la gran mayoría de tibetanos consideran su líder espiritual (y también, dado el contexto teocrático, político). El Dalai Lama y muchos tibetanos se sienten agraviados por la política del gobierno chino. Fracasadas seis rondas negociadoras, Pekín y los tibetanos no han conseguido, hasta ahora, alcanzar un modus vivendi satisfactorio para ambos.

El segundo es que, sobre este telón de fondo, fueron los tibetanos los que primero recurrieron a la violencia contra los han y los hui en Lhasa el 14 de marzo. Fue una actuación deliberada, con el timing perfectamente medido para perjudicar la imagen internacional de China.

Cierto es que tanto el COI como China fueron muy ingenuos, al conceder los JJOO a Pekín, si no anticiparon que lo ocurrido era inevitable. Las diversas oposiciones al régimen chino no podían dejar pasar una ocasión de repercusión mediática única para recordar al mundo entero sus agravios, al igual que China quiere utilizarla para exhibir sus enormes logros de las últimas décadas. Los dirigentes chinos se habrán acordado más de una vez del consejo de Deng Xiaoping: mantener una política exterior “de bajo perfil”.

Las lecturas históricas

Cualquier conflicto nacionalista implica lecturas contrapuestas de la historia. El mongol Kubilai Kan conquistó tanto China como Tíbet en el siglo XIII y fundó lo que China considera una de sus dinastías, la Yuan. Pekín entiende que Tíbet es parte integrante de China desde la conquista mongola, cosa que los tibetanos rechazan. Desde entonces Tíbet ha estado en la órbita de China, con vínculos más o menos sólidos según la fuerza de Pekín en cada momento. La última dinastía imperial, la Qing, mantenía un representante (el amban) en el Tíbet. Tras la caída del imperio, en 1911, el poder central se vio debilitado durante décadas: “señores de la guerra”, ocupación japonesa, guerra civil, amén de las “concesiones” a las potencias occidentales. En este periodo los lazos entre Pekín y el Tíbet prácticamente desaparecieron, aunque tanto Sun Yat-sen como Chang Kai-chek siguieron considerando al Tíbet parte de China. Tras la revolución comunista, Mao Tse-tung restableció el poder del centro sobre toda China, ocupando el Tíbet en 1951. El Dalai Lama alcanzó un acuerdo con Mao, sin oponerse a la soberanía china, pero pronto empezaron los desencuentros, que concluyeron con la huída del Dalai Lama a la India, en 1959.

La comunidad internacional admite, unánimemente, que Tíbet es parte de China, cosa que sigue aceptando el propio Dalai Lama, quien sólo pide una autonomía real dentro de China.

Las simpatías occidentales

El nacionalismo tibetano tiene una característica que lo distingue de cualquier otro nacionalismo irredento (uigur, kurdo, checheno, etc.): la enorme simpatía de la que goza en Occidente, en especial en EEUU. El vacío y la desorientación espiritual de las opulentas y materialistas sociedades de Europa y Norteamérica han conducido a ciertos grupos a encontrar en el budismo lamaista “la iluminación”, el remedio a sus males. Personalidades influyentes se han convertido en activistas de la causa tibetana, entre ellas estrellas prominentes de Hollywood, uno de los epicentros del poder mediático mundial. El Dalai Lama recibió el premio Nobel de la Paz en 1989 (en parte como sanción a China tras los sucesos de Tiananmen) y es recibido a menudo por altas personalidades políticas, incluido el presidente de EEUU. Esos gestos son delicados, ya que pueden hacer concebir a sectores tibetanos esperanzas que les conduzcan a desafiar de forma abierta a Pekín. Nadie enviará tropas en apoyo de los tibetanos. Tíbet no es Kosovo, ni China es Serbia. Sin la buena voluntad de Pekín el problema es irresoluble. Los tibetanos tienen un memorial de agravios, pero su situación fue mucho peor que ahora en las décadas de los sesenta y los setenta. Y otras nacionalidades, en otras latitudes, reciben un trato mucho más duro, piénsese en Chechenia, sin que los países occidentales vayan más allá de condenas retóricas.

El contenido de la autonomía

La independencia del Tíbet es imposible, ya que ni China la consentiría en modo alguno, ni los tibetanos tienen fuerza para imponerla, ni otros países acudirían en su ayuda. El propio Dalai Lama ni la pide ni es partidario del empleo de la fuerza, aunque no es el caso de otros sectores tibetanos. La autonomía real es lo que solicita el Dalai Lama, y Pekín se dice dispuesto a concederla siempre que aquél acepte de forma inequívoca que tanto el Tíbet como Taiwán forman parte de China.

De lo que ha trascendido de las rondas negociadoras habidas entre representantes de Pekín y del Dalai Lama algunos de los problemas son los siguientes: (1) la extensión del Tíbet (Pekín sólo acepta la actual Región Autónoma, mientras que los tibetanos desean incluir territorios en Qinhai, Sichuan, Gansu y Yunan, lo que supondría en total cerca de una cuarta parte de la extensión total de la República Popular); (2) el contenido de la autonomía (Pekín no aceptación la cesión de competencias en política exterior ni que las fuerzas armadas chinas se retiren del Tíbet); y (3) la clara separación de Iglesia y Estado; el Dalai Lama ha promulgado, en el exilio, una constitución democrática, obviamente no aceptable para china.

Al negociar con el Dalai Lama, China no pierde de vista a Xinjiang, cuyo nacionalismo puede resultar más peligroso que el tibetano, por sus conexiones con el yihadismo y su propensión al uso de la violencia. Pekín ha denunciado la preparación de atentados suicidas y en marzo dijo haber frustrado una operación contra un avión en la línea Urumqi-Pekín.

Pekín, en un gesto de realismo y atendiendo a las peticiones de los países occidentales, se ha declarado dispuesto a reanudar el diálogo con el Dalai Lama, siempre que éste cree las condiciones para ello (cese de la violencia, fin de la oposición a los Juegos Olímpicos). Aunque negociar no asegura que se vaya a alcanzar un resultado positivo, es un paso indudable en la buena dirección.

La paciencia necesaria

Durante los últimos 30 años China ha multiplicado su PIB por 10. Como bien ha dicho el Banco Mundial, “China ha hecho en una generación lo que a la mayoría de países les ha costado siglos”. Un cambio económico de esas dimensiones, una verdadera revolución, comporta efectos sociales, mentales y, antes o después, políticos de gran calado. Han aparecido nuevas clases sociales, más fuertes cada día, hay cientos de miles de estudiantes en el extranjero (más de la mitad de los cuales están regresando a casa); pasan de 600 millones los teléfonos móviles y se acercan a 200 millones los internautas; docenas de millones de turistas van y vienen. El resultado de todo ello es que las cotas de libertad de los ciudadanos son hoy muchos mayores que en 1978, aunque dejen aún mucho que desear en comparación con los países occidentales. Por más que siga siendo un país autoritario, que ya no totalitario, y rechace por ahora la democracia liberal, China ha puesto en marcha reformas políticas de gran importancia, no siempre debidamente conocidas o valoradas en Occidente: (1) introducción de los conceptos de Estado de derecho y derechos humanos en la Constitución y avances, lentos pero indudables, en ambos campos; (2) legalización de la propiedad privada; aceptación de los empresarios privados, verdaderos capitalistas, en el que todavía se llama Partido Comunista de China; (3) elecciones, aunque imperfectas, de los alcaldes en los municipios hasta 10.000 habitantes, etc. Todo ello hace hoy de China un país mucho más rico, culto, informado, libre, abierto y plural que 30 años atrás. Pensando que los países occidentales tardamos siglos en construir Estados democráticos, hay que ser pacientes y dar tiempo al tiempo. China avanza, de forma lenta pero cierta, en la buena dirección. Este proceso, de no torcerse, es de esperar que vaya alumbrando, en algunas décadas más, nuevos horizontes políticos que facilitarán el encaje del Tíbet y otras minorías en el marco del Estado chino. Piénsese que en España fue en el marco de la democratización del país que se pudo encauzar, con el Estado de las autonomías, la solución de los problemas identitarios.

El nacionalismo chino

Con la primera Guerra del Opio, en 1840, China nació de forma traumática a la modernidad. La imagen de los barcos de madera chinos hundidos por los navíos de acero británicos expresa de forma bien elocuente que China había perdido el tren de la Revolución Industrial. Las consecuencias fueron funestas: el país que durante largos siglos se había considerado, y había sido en realidad, “el centro” de la civilización, más rico, avanzado y sofisticado que los demás, se vio sometido, durante un siglo largo, a explotación colonial bajo el régimen de las “concesiones”, que suponía la pérdida de la soberanía sobre partes de su propio territorio en favor de las potencias occidentales. Como botón de muestra, el infame cartel de Shanghai: “ni chinos, ni perros”. Después sobrevino la horrenda ocupación japonesa, que se saldó con muchos millones de muertos (algunas estimaciones hablan de 20 millones, otras de 35 millones). Los chinos de más de 70 años guardan memorias personales de aquella época. El trauma que dio origen al moderno nacionalismo chino, teñido a veces de xenofobia, sigue a flor de piel. Sin tenerlo en cuenta no se pude entender la conducta de los dirigentes y de los ciudadanos chinos. Cuando acabamos de celebrar el 200 aniversario del 2 de mayo de 1808, los españoles podemos comprender con facilidad ese tipo de emociones.

Toda la historia de China desde 1840 es un intento de recuperar el tiempo perdido, logrando un país rico y fuerte, para que nunca más pueda volver a ser humillado y para que vuelva a ocupar un lugar preeminente en el orden internacional. Fracasaron los dos primeros intentos: el de la última dinastía imperial (que contempló las rebeliones xenófobas de los Taiping, a mediados del XIX, y de los Boxers, a fin de siglo) y el de la república burguesa de Sun Yat-sen. Durante ésta última, el 4 de mayo de 1919, tuvo lugar en Pekín una explosión nacionalista al conceder la Conferencia de Versalles al Japón las hasta entonces “concesiones” alemanas en China. Los estudiantes pedían la modernización del país, con el apoyo de “Mister Democracy” y “Mister Science”. Participaron en él algunos de los que sólo dos años después, en 1921, habían de fundar el Partido Comunista Chino (PCC), que reivindica el Movimiento del 4 de mayo de 1919 como un precedente inmediato. Desde su mismo origen, el nacionalismo fue tan importante como el socialismo para el PCC. Al proclamar la República Popular, desde la torre de Tiananmen, el 1 de octubre de 1949, Mao lanzó un grito nacionalista, “China se ha puesto en pie”, y no una consigna de clase, como “el proletariado se ha puesto en pie”. Los chinos recuperaron el orgullo de serlo, pero sólo Deng Xiaoping, con el lanzamiento en 1978 de la “política de reforma económica y apertura al exterior”, dio por fin con la fórmula para la modernización de China, que la está convirtiendo de nuevo en un país rico y fuerte.

El autor, como embajador en Pekín, vivió dos acontecimientos que galvanizaron el nacionalismo chino en la última década, poniendo de relieve cuan viva sigue la memoria histórica y cuan sensible es la ciudadanía en todo lo que afecta a su soberanía. El primero fue el bombardeo de la Embajada china en Belgrado, en mayo de 1999, por un avión estadounidense de la OTAN. Se produjo una explosión de indignación popular: la Embajada norteamericana en Pekín fue sitiada y apedreada. Jiang Zemin, que regía entonces los destinos de China y que había hecho un gran esfuerzo para recomponer las relaciones con Washington tras Tiananmen, fue criticado por débil y tuvo que ponerse al frente de la manifestación. El segundo incidente fue el derribo por un avión “espía” norteamericano de un caza chino, cuyo piloto murió, junto a la isla de Hainan, en abril de 2001. La reacción popular fue similar. Todos los fantasmas del siglo de sumisión colonial regresaron, el poder se vio desbordado de nuevo y empujado a adoptar una posición de firmeza.

Lo anterior no significa que el régimen chino no utilice el nacionalismo, pero no lo inventa ni lo manipula a su antojo, es más bien al revés. Al chino medio le ha indignado que la prensa occidental se haya hecho escaso eco del pogromdesencadenado por elementos tibetanos contra ciudadanos hany hui en Lhasa, de la agresión contra la inválida portadora de la antorcha olímpica en París o, de modo más general, que a causa de Darfur algunos hayan calificado los Juegos de Pekín de “Juegos del genocidio”. China no ha creado la situación en Darfur, no hay gobierno que no cierre los ojos a situaciones injustas cuando le interesa (sin ir más lejos, EEUU no criticaba la situación de los derechos humanos en China en la década de los setenta, mucho peor que hoy día, cuando la necesitaban frente a la URSS) y, sobre todo, si hoy hay una fuerza de la ONU en Sudán es gracias a los buenos oficios de China (como reconoció expresamente Sarkozy en su intervención televisada del 24 de abril). Las autoridades chinas se han esforzado en desdramatizar en sus medios de comunicación las reacciones contra la antorcha olímpica, en un claro intento de calmar los ánimos de la población. Pensar que la indignación del chino medio, que bulle en los blogs y chatrooms, o en la campaña contra ciertas firmas francesas, está instigada desde arriba, sería no entender nada. El malestar y la indignación de la ciudadanía son genuinos. El hombre de la calle no entendería el boicoteo de los Juegos. Detrás de todo está la vehemente sospecha de que se quiere evitar la reemergencia de China como gran potencia.

Huir del boicoteo

China ha facilitado las cosas mostrándose dispuesta reanudar el diálogo con el Dalai Lama, que no es partidario del boicoteo de los Juegos. Los países de la UE están en la misma línea (mal se puede ser más papista que el Papa) y han pedido “que se llegue, mediante el diálogo, a una solución duradera y aceptable que preserve la cultura y la región tibetana en el seno de la República Popular China”. Algunos han insinuado la posibilidad de ausentarse de la ceremonia inaugural, una especie de solución salomónica, que fácilmente puede dejar descontentos a unos y a otros. Un portavoz de la Casa Blanca, que ha reaccionado con gran cautela ante los sucesos de Tíbet, ha calificado esta actitud de “infantil”. Huir del boicoteo es una política sensata por muchas razones: Primera, en bien de los propios tibetanos, a los que Pekín tiene muchas maneras de hacer pagar la factura cuando se acabe la fiesta. Segunda, porque una solución definitiva del contencioso tibetano exige la buena voluntad de Pekín, que no se vería estimulada por la monumental “pérdida de cara” que supondría el boicoteo. Tercera, por el impacto negativo que tendría sobre la política interna china, favoreciendo a los elementos más nacionalistas e involucionistas. Cuarta, por su impacto sobre la política exterior china. La integración pacífica y no traumática de la emergente gran potencia en el orden internacional es uno de los grandes retos geoestratégicos del siglo XXI. Esa integración ha tenido como hitos principales el inicio de la reforma económica, en 1978, y el ingreso de China en la OMC, en 2001. Los Juegos de Pekín y la Expo de Shanghai, en 2010, han de ser los dos próximos pasos en este proceso. Que de los Juegos Olímpicos saliera una China humillada, agraviada, resentida y con su nacionalismo radicalizado sería desastroso para la “emergencia pacífica” que la propia China preconiza.

Más allá del fragor mediático y de la indignación de las ONG, los gobiernos no tienen más remedio que tomar en cuenta todas las consideraciones que preceden, amén de intereses diversos, económicos en primer lugar. Los contratos con China, ya una gran potencia económica con un crecimiento próximo al 10% durante los últimos 30 años, y más de billón y medio de dólares en reservas, suponen en muchos países miles de puesto de trabajo y beneficios substanciales para parte de sus empresas, cuestiones especialmente sensibles ante la crisis económica que azota al mundo desarrollado. Los gobiernos, que tienen que encontrar delicados equilibrios entre ideales o principios e intereses, se ven obligados a medir muy bien los efectos que sobre el Tíbet, China y sus propios ciudadanos tendrán sus palabras y sus acciones. En una ocasión la entonces secretaria norteamericana Margaret Albright dijo: “no podemos ser, en nuestras relaciones con China, rehenes de los derechos humanos”. A algunos esto les puede parecer poco valiente, o incluso cínico, pero lo cierto es que en la vida real, y de manera especial en la internacional, abundan las medias tintas, las tonalidades de gris, los compromisos, las renuncias al ideal en aras del mal menor y el bien posible.

Conclusiones: De lo anterior pueden extraerse las conclusiones siguientes.

En primer lugar, China tiene un problema nacionalista por resolver en el Tíbet. Pero fueron tibetanos quienes primero utilizaron la fuerza contra los han y los hui en Lhasa, en marzo, para poner el impacto mediático de los Juegos al servicio de su causa.

En segundo término, la independencia del Tíbet es imposible, No cabe más que una autonomía dentro de China. El fracaso de seis rondas negociadoras demuestra que el entendimiento no es fácil. China se ha mostrado dispuesta a reiniciar el diálogo.

En tercer lugar, los efectos sociales, mentales y políticos del inmenso cambio económico están alumbrando una nueva China. Se trata de un proceso a largo plazo, en el que las libertades individuales, los derechos humanos y el encaje de las minorías dentro del Estado chino encontrarán, con toda probabilidad, nuevos horizontes.

Por último, partiendo de la memoria histórica, los Juegos Olímpicos han de ser una contribución importante para integrar a China en la comunidad internacional, para lograr que se olvide de sus fantasmas y se sienta aceptada por un mundo que, hace no tanto, la sometió a graves humillaciones y vejaciones.