jueves, 7 de febrero de 2008

ASIA CENTRAL: UNA REFORMA SIN RUMBO


Roger Serra

Introducción

Todo parece indicar que en Asia Central la transición aún no ha terminado. Tras quince años de independencia, las repúblicas de Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán siguen inmersas en procesos de reforma de sus sistemas políticos y económicos. Sin embargo, los resultados beneficiosos del proceso de reforma no se hacen patentes (pues este proceso permanente difícilmente logra arañar la superficie del sistema), mientras la desigualdad económica y la inestabilidad política crecen en la región.

Para hacer frente a los nuevos retos de las sociedades de Asia Central (desarrollo, democratización, estabilidad, etc.) será necesario que estas reformas se materialicen, pese a que de momento no hay un modelo socioeconómico claro al que estos países estén acercándose. Más bien, y como hemos visto durante 2006, parece que sus modelos podrían continuar divergiendo: desde regimenes que apuestan porla liberalización económica y el parlamentarismo (Kazajstány Kirguistán), al estancamiento del super presidencialismo autoritario (Uzbekistán y Tayikistán)o la involución totalitaria de Turkmenistán.

Finalmente, en este marco, la cooperación regional e internacional debe contemplarse como una gran oportunidad económica y política; en este sentido, la presencia de un mayor número de actores internacionales relevantes en la región (como la UE) y el buen clima de cooperación regional han sido buenas noticias del 2006.

Kazajstán: ¿reformas hacia dónde?

El año empezó en Kazajstán con la resaca de las elecciones presidenciales que revalidaron a Nazarbayev en el cargo por un 91% de los votos en diciembre de 2005 y hasta el 2012. El reelegido presidente por cuarta vez decidió crear una Comisión para el establecimiento de la democracia en Kazajstán para impulsar las reformas, que podrían llevar al país hacia un sistema político que podría parecerse a un “sultanato” constitucional, similar a las monarquías constitucionales de España o Jordania. Esto catapultaría a Nazarbayev como “presidente vitalicio” y crearía su propia dinastía, aunque existen pocos precedentes de presidentes de República (sin dinastía previa) que se conviertan en rey (sultán en este caso) de una monarquía constitucional. Sin embargo, sí existen precedentes muy cercanos (el caso de Azerbaiyán) de una sucesión dinástica en el cargo presidencial.

Tras algunos cambios superficiales en el Gobierno a principios de 2006, como el nombramiento de Karim Masimov como nuevo viceprimer ministro, empieza a ser evidente que el resultado de la reforma rural es un fracaso, y que el desempleo y las desigualdades sociales siguen aumentando.

Por ello, el Gobierno del primer ministro Akhmetov establecerá las nuevas prioridades para el año: llevar a cabo la reforma bancaria y la construcción de una central nuclear en el sur del país. Sin embargo, el asesinato en febrero y en extrañas circunstancias de uno de los principales líderes de la oposición, Altynbek Sarsenbayev, miembro del partido Naghyz Ak Zhol, de la colación opositora “Para un Kazajstán Justo”, termina por salpicar a altos cargos de la administración (como Nartay Dutbayev, Jefe del Comité de Seguridad Nacional), dando lugar a numerosos rumores y teorías que han alimentado las posturas más críticas.

El hecho de que al principio se calificara su muerte de “accidente de caza”, algo incompatible con los detalles que se conocieron de su muerte (dos tiros en el pecho, y uno en la cabeza y con su guardaespaldas en el asiento del coche) indignó todavía más a la opinión pública y provocó que tras su funeral miles de personas se manifestaran en protesta por este asesinato político. Tras diferentes investigaciones, el Ministerio del Interior estableció que los asesinos eran miembros de las fuerzas especiales del Comité de Seguridad Nacional, detuvo a cinco miembros de las fuerzas especiales como responsables y Nartay Dutbayev renunció a su cargo de Jefe del Comité de Seguridad Nacional.

Sarsenbayev había ejercido cargos de gran responsabilidad como ministro de Información en 1997 y embajador en Rusia entre 2002 y 2003; sin embargo decidió pasar a la oposición en 2004 después de denunciar escándalos de corrupción gubernamental.

Acabamos el 2006 con una importante reforma gubernamental (a materializarse en enero de 2007) por la que el primer ministro Daniel Akhmetov dimitía y era sustituido por el viceprimer ministro Masimov, de etnia uigur (pese a que no consta así en su pasaporte), que habla chino y que debería impulsar el proceso de reformas económicas y políticas liberalizadoras. Pese a su ascenso, Masimov no es un candidato a la sucesión (no es kazajo), así que tras estas reformas en el Ejecutivo parece que quien ha salido reforzado es Timar Kulibayev (a su vez aliado de Nazarbayev y Aliyev), que puede convertirse en el segundo hombre fuerte del régimen.

Kirguistán: inestabilidad estable

El país más democrático de Asia Central junto con Kazajstán, según Freedom House, con una sociedad civil más desarrollada y con una mayor libertad de prensa, vive inmerso en una inestabilidad política que sigue ocupando las páginas de la actualidad política de los principales medios de comunicación de la región. La inestabilidad actual arranca con los tristes incidentes de Ak-Sui en 2002, en los que las protestas acabaron con una decena de muertos entre los manifestantes y que se sumarán a los problemas del presidente Akayev para mantenerse en el poder (pese a ganar el referéndum de 2003), junto con diferentes escándalos de corrupción económica y las acusaciones de fraude electoral a principios de 2005. Ante esta crisis institucional la oposición parlamentaria se unió y estalló en la primavera de 2005, la “Revolución de los Tulipanes”.

Tras días de manifestacines en la capital, Akayev tuvo que exiliarse en Rusia y la oposición asumió el poder, repartiéndose entre los tres principales líderes los cargos institucionales más relevantes. Así, Kurmanbek Bakayev fue el nuevo presidente, Feliks Kulov primer ministro y Omurbek Tekebayev presidente del Parlamento. Esta revolución, parecida a la de Georgia en 2004 o Ucrania en ese mismo año, tampoco tardará en defraudar las expectativas democratizadoras y reformistas que había generado, y convertirá la inestabilidad política e institucional en una característica constante de su sistema político, que puede llevar a Kirguistán a convertirse en un Estado fracasado.

De este modo, después de la revolución, el nuevo Gobierno parece imitar las debilidades del depuesto Akayev (corrupción, autoritarismo, etc.), sin conseguir una democratización real, ni reformas de suficiente calado. Ante esto, se inició una creciente tensión entre los líderes de la oposición que se tradujo en un conflicto institucional entre el Parlamento y el Gobierno que llega a la actualidad y que podemos analizar en tres episodios.

El primero, empieza a finales de 2005, cuando se rompe el citado pacto a tres bandas y Omurbek Tekebayev decide abandonar su cargo y pasar a la oposición, colocando al Parlamento en contra del Gobierno y el presidente.

En marzo de 2006, diferentes encuestas demostraban que la opinión pública no había percibido cambios sustantivos tras la revolución del año anterior y la decepción se tornó en protestas y manifestaciones contra el Gobierno, alimentadas aún más si cabe por una sucesión de escándalos. El más llamativo fue la detención de Tekebayev en Polonia por tráfico de heroína, aunque posteriormente se descubrió que le había sido ocultada en su equipaje en el aeropuerto de Bishkek por agentes del servicio secreto.

Finalmente, en octubre 2006 asistimos al último episodio de esta agitada historia, cuando la oposición, organizada en el “Movimiento para la Reforma”, se enfrentó abiertamente al presidente Bakayev y a su primer ministro Kulov (cuyo partido, Ar-Namys, forma parte también del Movimiento para la Reforma), exigiéndoles una reforma constitucional. La principal manifestación tuvo lugar el 2 de noviembre y derivó en una semana de protestas que pondrían de manifiesto las tensiones entre el Parlamento, los partidos políticos, el Gobierno y el presidente. Tras múltiples enfrentamientos y con parte de la oposición acampada en la plaza de Alatoo, en el centro de Bishkek, el presidente Bakayev firmó un compromiso para una nueva Constitución que limitaba sus poderes en favor del Parlamento.

Parecía que finalmente se había superado la crisis institucional y que Kirguistán estaba virando hacía un sistema político menos presidencialista, sin embargo el presidente Bakayev se guardaba una pequeña sorpresa. El 30 de diciembre presentó al Parlamento una Constitución que no era exactamente la que se había acordado con anterioridad y que retenía en sus manos la potestad de nombrar al primer ministro hasta que se llevaran a cabo nuevas elecciones parlamentarias. Naturalmente el candidato presidencial a primer ministro fue Feliks Kulov, miembro del círculo presidencial, que no recibió el apoyo del Parlamento y que acabó pasando a la oposición, amenazando desde entonces con la posibilidad de crear una alternativa al ”Movimiento para la reforma”.

De todo este proceso, podemos concluir que Bakayev ha demostrado ser muy hábil para mantenerse en el poder, pero que sus políticas han sido más bien continuistas con las de Akayev, y que la prolongada inestabilidad no ha permitido la recuperación económica esperada. Por otra parte, parece clara la necesidad de nuevos líderes, pues ni Kulov ni Bakayev podrán ser reelegidos en 2010. Parece posible afirmar, también, que ya no hay vuelta atrás en cuanto al sistema presidencialista, aunque sea difícil predecir si esta crisis institucional prolongada llevará hacía un sistema político más democrático. Un estudio del Instituto de Políticas Públicas de Kirguistán1 realizado en 2006 confirmó que, en este sentido, aún le quedaba un largo trecho por recorrer a la cultura política de un país en el que el 52% de la población no conoce el nombre ni de uno de los partidos políticos del país y donde la institución presidencial sigue siendo la mejor valorada por la población (62%).

Tayikistán: elecciones sin oposición


En Tayikistán hemos visto que las elecciones mostraron un marcado carácter continuista. Esta vez, a diferencia de las legislativas de 2005, la oposición no llevó a cabo ningún boicot, aunque tampoco participó activamente en las elecciones del 16 de noviembre. El clima pre-electoral –en un país que en el que no existe la libertad de expresión y se persiguen todas aquellas organizaciones que defienden la democratización o los derechos humanos– fue absolutamente tranquilo, en contraposición con los hechos que estaban teniendo lugar en la vecina Kirguistán.

Al final, cinco partidos políticos decidieron presentar un candidato a las elecciones presidenciales, lo que no indica que hubiera realmente diferentes alternativas. El presidente Rakhmanov presentó su candidatura con en el Partido Democrático Popular. El Partido Agrario y el Partido para la Reforma Económica (ambos de reciente creación) son también partidos gubernamentales y han presentado candidato, aunque no puedan considerarse un oposición real. Sólo quedaba el Partido Socialista, gravemente dividido y que no reconoce a su propio candidato, y el Partido Comunista, cada vez más pro-Rakhmanov, ambos con escaso poder electoral.

Por otro lado, Mahmudruzi Iskandarov (líder del Partido Democrático) está en la cárcel y su partido ha boicoteado las elecciones junto al Partido Social-Demócrata, cuyo líder, Rahmatullo Zoirov, parece haber sido envenenado.


Sin embargo, la gran sorpresa la dio el Partido del Renacimiento Islámico (PRI), el segundo en importancia y cuyo líder Mukhiddin Kabiri ha decidido no presentar un candidato a las elecciones. El PRI de Tayikistán, actor clave en la guerra civil entre 1992 y 1997, es el único partido religioso (islámico) que ha tenido cierto acceso al poder en Asia Central y la única alternativa real a Rakhmanov. Parece que Kabiri podría haber llegado a cierto pacto con Rakhmanov para no presentarse a las elecciones, o quizás no quiere perder prestigio de cara a futuras actuaciones políticas.

Uzbekistán: represión y el dilema de la sucesión

El gobierno de Karimov sigue teniendo la permanencia en el poder como principal objetivo y ha incrementado la represión política y religiosa tras la masacre de Andijan (en el Valle de Fergana) en 2005, donde una manifestación de protesta acabó con centenares de muertos y heridos y con la condena de la comunidad internacional.

El cierre de la oficina de Freedom House y de diferentes ONG occidentales, la continua persecución de periodistas locales e internacionales o la expulsión del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) son muestras de esta tendencia represiva que se ha trasladado en un endurecimiento del código penal. Sin embargo, por primera vez, Karimov ha reconocido que la autoridades locales no actuaron del todo correctamente en Andijan y ha sustituido a su gobernador, Ahmadjan Usmanov, que ha reforzado las políticas represivas y la persecución del islam con leyes que, por ejemplo, obligan a todos los bares y cafés a servir alcohol, prohíben que la mezquitas llamen públicamente a rezar y se veta que los niños y adolescentes atiendan a rezar en las mezquitas, entre otras políticas similares cuya vulneración será castigada con multas que pueden llegar al equivalente de 300 euros.

Los intentos de mejorar las relaciones con la UE y los procesos de reforma constitucional en la vecina Kirguistán parece que fueron determinantes para la presentación de una nueva ley “sobre el rol de los partidos políticos en la renovación y democratización de Uzbekistán”, que incluye la propuesta de cambiar algunos de los artículos de la Constitución (que permanece intacta desde 1992). La reforma legal debería reducir el poder del presidente en beneficio de los partidos políticos y el Parlamento (Oli Majilis) y avanzar en la democratización del país.

Sin embargo, tras su publicación podemos decir que la mayor novedad es que el Parlamento deberá ratificar el primer ministro, que continuará siendo elegido por el presidente. Sin embargo, tras tres candidatos no aceptados por el Parlamento, el presidente puede disolver al Parlamento e imponer a un candidato en funciones. Otras novedades, también de escaso impacto, permiten que se creen facciones parlamentarias en el marco de los partidos políticos parlamentarios e incluso contempla que el presidente pueda nombrar todos los gobernadores del país, incluido el de Tashkent, sin tener que consultar al Parlamento.

Así parece que la nueva ley, presentada por el gobierno como una reforma importante, no reforzará significativamente el Parlamento sino que reforzará el poder del presidente, y que los cinco partidos legales en el país (la “oposición constructiva”), todos pro-gubernamentales, continuarán teniendo un papel secundario sin que la verdadera oposición política, muy debilitada, fragmentada y perseguida, tenga opciones de participación.

En 2007, deberán realizarse elecciones presidenciales a las que en teoría Islam Karimov no puede aspirar a la reelección. Para retener el poder, le queda la posibilidad de intentar extender su mandato mediante un referéndum (como han hecho otros presidentes centroasiáticos) o elegir a un sucesor ante la creciente fragilidad de su salud. Los rumores sobre la posible sucesión de Karimov (se baraja la posibilidad que le suceda su hija, o el primer ministro, entre otros muchos candidatos), continúan siendo el juego favorito de los analistas políticos del país y sin duda van a mantenerse durante el 2007.

Turkmenistán: la sucesión silenciosa

El régimen totalitario de Turkmenistán sufrió una convulsión inesperada con la muerte de su presidente Saparmurat Niyazov a finales de diciembre de 2006. Niyazov estuvo al frente del país durante 20 años y basó su gobierno en el culto a su persona, dejando un legado más bien preocupante de aislacionismo internacional, intervencionismo económico y represión de la sociedad civil. Niyazov gobernó el país como si de su finca particular se tratara: se autoproclamó Turkmenbashi (“padre de los turkmenos”) y presidente vitalicio, su aniversario se convirtió en el día de la nación, el mes de enero fue rebautizado por el de Turkmenbashi y el de abril por el nombre de su madre, etc. Pero sus políticas excéntricas que llegaron a los titulares de la prensa internacional también han afectado a la población: expropiaciones y relocalizaciones forzadas, detenciones arbitrarias, pésimos servicios sanitarios, proyectos megalómanos (como la creación de un lago en medio del desierto) y la ausencia de una sociedad civil organizada.

Hablar de Turkmenistán era hablar del Turkmenbashi, por lo que no deja de ser sorprendente que su sucesión se haya resuelto de forma tan rápida y tranquila, más aún si se tiene en cuenta que ésta, no ha seguido los cauces legales establecidos para ello. La Constitución de Turkmenistán establecía que el sucesor provisional tenía que ser el presidente del Parlamento (Mejlis), Oraz Atayev, sin embargo, tras la muerte del presidente, no tardaron en iniciarse nuevas negociaciones entre bambalinas, para elegir un nuevo líder.

El único hijo reconocido del ex presidente, Murat Niyazov, no parecía en condiciones de suceder a su padre, por su declarada adicción al juego, un nulo interés en política y por no ser un turkmeno “puro” (su madre es eslava). La escasa oposición interna al régimen tampoco parecía que tuviera opciones reales. Su principal líder, Boris Shikhmuradov estaba encarcelado y aún sufría secuelas a causa de las drogas que le fueron suministradas durante el proceso judicial que sufrió en 2003. Tampoco la débil y fragmentada oposición en el exilio, formada por antiguos colaboradores de Niyazov purgados y empresarios repudiados, consiguió encontrar apoyos suficientes dentro del país ni en el seno de la comunidad internacional.

Tras esta breve incertidumbre, pronto se vio que ni la Constitución ni Atayev iban a ser un problema para la designación de Gurbanguly Berdymukhammedov, dentista y antiguo ministro de Salud, que en su momento fue quién tomó la decisión de cerrar todos los hospitales del país excepto los de las capitales de provincia. Berdymukhammedov mantiene excelentes relaciones con buena parte de los altos cargos turkmenos, y muy especialmente con Akmurat Rejepov, antiguo miembro del KGB y jefe de las Guardia Presidencial, que ha sido su aliado clave. En pocos días Berdymukhammedov se encargó de la organización de los funerales de Niyazov –responsabilidad que recae normalmente en el sucesor–, encarceló a Oraz Atayev y consiguió que el Congreso
Popular (Halk Maslahaty) modificara la Constitución para que pudiera presentarse al cargo de presidente y lo nominara candidato de forma unánime.

Las elecciones previstas para febrero de 2007 parece que van a perpetuar el estilo del anterior presidente, vista la escasa relevancia política de los otros candidatos y la ausencia de onitoreo internacional. La mayoría de analistas creen que la continuidad va a ser la tónica dominante del nuevo gobierno, sin embargo, también podemos pensar que todo cambio es positivo en un sistema tan totalitario como el de Turkmenistán. Quizás la mayor debilidad del nuevo presidente –en comparación con Niyazov– pueda obligarle a buscar activamente el apoyo de los gobernadores provinciales, y deba renunciar a llevar a cabo las políticas personalistas de su predecesor.

Terrorismo, drogas y Afganistán

A todas estas fuentes de inestabilidad política doméstica debemos añadirles el aumento del terrorismo, el narcotráfico y muy especialmente la situación en Afganistán. Pese a que la lucha contra el terrorismo en el marco de la OCTS y la OCS puede considerarse uno de los escasos éxitos de cooperación regional en Asia Central –gracias a la implicación de China y Rusia–, el factor determinante para debilitar la amenaza terrorista en la región fue la intervención de Estados Unidos en Afganistán en 2002.

Una observación atenta de la amenaza que el terrorismo islámico supone en Asia Central, nos permite afirmar que no ha existido un enfoque unitario del tema para los diversos estados de la región. Si bien en algunos casos, se ha exagerado su potencial como fuente de inestabilidad –Karimov en Uzbekistán sería un buen ejemplo de ello–, en otros la amenaza terrorista se considera un asunto de poca importancia. Así, mientras el régimen de Uzbekistán califica el fundamentalismo islámico como la principal amenaza a su régimen (junto con influencia de las ONG occidentales o de partidos políticos independientes) en Kirguistán y Kazajstán, la amenaza islamista es percibida como muy leve.

Sin embargo, la gran represión religiosa y política de Uzbekistán, evidenciada con la masacre de Andijan, ha convertido Kirguistán (especialmente el Valle de Fergana) y Tayikistán en refugio político de disidentes uzbekos y terroristas, y en la principal víctima de la violencia terrorista en 2006. En febrero una prisión tayika, en el distrito de Kara-Kum, sufrió un ataque terrorista supuestamente perpetrado por un grupo de hombres que consiguieron liberar a un preso del Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU). A los pocos días, las autoridades detuvieron a los activistas en el norte del país.

A mediados de mayo, en otro episodio similar, una docena de hombres armados atacaron un punto fronterizo en Tayikistán, matando a tres soldados tayikos y dirigiéndose posteriormente hacia Kirguistán, donde mataron a ocho agentes y un civil. Entre los asaltantes cuatro murieron, dos fueron capturados y el resto consiguió huir. Finalmente, a principios de julio otro ataque se saldó con la muerte de un policía kirguizo, y de cuatro muertos y cinco detenidos entre los terroristas (en su mayoría de origen uzbeko).

Estos ataques muestran más que cualquier otra consideración, la debilidad que tienen ambos países (Kirguistán y Tayikistán) para hacer frente a amenazas violentas, y no deberían interpretarse como un reforzamiento de los movimientos terroristas. El carácter transfronterizo de las actividades delictivas, evidencia la existencia de fronteras extremadamente porosas por las que el tráfico de armas y drogas con Afganistán, transcurre con asombrosa facilidad.

En este sentido, si bien Estados Unidos consiguió derribar el gobierno talibán en poco tiempo e incrementar su proyección militar en Asia Central, la situación no ha hecho más que empeorar desde 2003, con un incremento de la resistencia afgana en el sur del país, que de contagiarse al norte podría ser una amenaza para la estabilidad de países como Tayikistán y Uzbekistán, que seguramente acabaría afectando a toda la región. Finalmente debemos destacar que existen rumores de que el Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU), el grupo insurgente más importante que se ha constituido en Asia Central, podría haberse reorganizado, según afirmaciones de su líder, Tahir Yuldashev, en un discurso difundido por la BBC el 11 de septiembre de 2006.

Las relaciones internacionales de Asia Central: ¿fin del juego a tres bandas?

A lo largo de 2006 hemos visto como la región de Asia Central va normalizando sus relaciones internacionales, con la llegada paulatina de nuevos actores relevantes. Tras los fracasos de Turquía e Irán en los años noventa, que quizás desplegaron políticas demasiado ambiciosas, las relaciones internacionales de Asia Central parecía que eran cosa de tres: Rusia, Estados Unidos y China.

Pese a que éstos continúan siendo las grandes potencias de la región, el empeño de los Estados de Asia Central para diversificar sus relaciones parece que empieza a tener ciertos éxitos, con el desembarco efectivo en la región de una aún tímida pero creciente y cada vez más pragmática Unión Europea (especialmente de Alemania), Pakistán, India, Irán y también de Japón.

Rusia

Rusia tiene intereses energéticos y de seguridad en Asia Central: limitar la presencia norteamericana en su patio trasero, filtrar el terrorismo y el narcotráfico provinente de Afganistán y continuar monopolizando las exportaciones energéticas regionales. En los últimos años Rusia ha podido recuperar parte del terreno perdido en Asia Central por las presiones sobre derechos humanos y democratización occidentales (matanza de Andijan), sus buenas relaciones con China e Irán (otras importantes potencias en la región), reforzando las organizaciones regionales y especialmente la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) y la
Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS), incrementando su presencia militar en Kant (Kirguistán), en Navoi
(Uzbekistán) y en Tayikistán, y llegando a acuerdos energéticos que le dan el casi total monopolio de las exportaciones energéticas de Asia Central para los próximos años.

Cierto es que Rusia ha sufrido algunos contratiempos, como la creación del oleoducto Baku-Tiblisi-Ceyhan (BTC) o el de2006, una cifra muy inferior a las Atsau-Alashankou (Kazajstán-China) y que existen diferentes proyectos como la construcción de un oleoducto a través del Caspio que conectaría Asia Central con Europa a través del Cáucaso y el Mar Negro, evitando el territorio ruso. Sin embargo, a corto plazo, todas las partes implicadas en el “nuevo gran juego” del petróleo en Asia Central son conscientes de que Rusia va a mantener el “casi monopolio” de sus exportaciones.

Rusia sigue siendo el principal garante de la seguridad para todos los países de Asia Central, entre los que destaca Kazajstán por ser el más próximo y el que tiene más reservas energéticas. Putin lo ha continuado mimando en 2006, aceptando trasladar la presidencia de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) a Astana e invitando a Nazarvayev a la Cumbre del G-8.

Finalmente, la celebración de una doble reunión de la OTSC (Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva) y la EurAsEc en Minsk con Rusia, Bielarús, Armenia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, decidió establecer una Fuerza Colectiva de Intervención Rápida (unos 4.000 soldados, mayoritariamente rusos) de forma permanente en Bishkek y bajo mando ruso; un importante avance de estas organizaciones que están bajo la órbita rusa.

Estados Unidos

Las relaciones de Estados Unidos en Asia Central pueden dividirse en tres grandes fases. La primera desde su independencia en 1991 hasta el 11-S, cuando la estrategia de Washington viró para fijarse como objetivo una política basada en el desarrollo de los recursos energéticos y la promoción de la democratización de la región. La idea subyacente era ocupar aquellos ámbitos en los que Rusia estaba perdiendo terreno. En el transcurso de los acontecimientos que siguieron al 11-S y la posterior invasión de Afganistán, Estados Unidos aumentó considerablemente su poder en la zona, con el establecimiento de bases militares en Uzbekistán y Kirguistán y la garantía de la cooperación militar de Kazajstán y Tayikistán, convirtiéndose así en un actor de seguridad clave. Sin embargo, tras la masacre de Andijan y la revolución en Kirguistán, su proyección regional ha disminuido y Rusia, junto con China, ha intentado recuperar el terreno perdido en sus relaciones con ambos países, que fueron los aliados tradicionales de EEUU.

Esto ha colocado a Kazajstán, casi por defecto, en el rol de principal socio de Estados Unidos en la región (o por lo menos en el más fiable), sin que haya dejado de ser también un gran socio de Rusia.

Muestra de esta debilidad norteamericana es que ahora sólo dispone de la base de Manas (Kirguistán) y que, como destaca Svante E. Cornell (2006), su presencia es provisional, solamente justificada por la guerra de Afganistán, sin que se considere la posibilidad de que pueda permanecer en la región una vez terminado el conflicto.

China

China ha continuado expandiendo sus relaciones multilaterales y bilaterales en la región siguiendo tres grandes prioridades: su acceso a los recursos energéticos, el control del terrorismo y la insurgencia uigur, y la retirada de las tropas de Estados Unidos.

Este año hemos visto como mejoraban sus relaciones, especialmente con Uzbekistán, que tras el aislamiento occidental encontró en China un socio interesante que se convertía en una potencia comercial en la región tan importante para el país como Rusia lo era para Kazajstán o Kirguistán. Además del oleoducto con Kazajstán, China ha firmado un acuerdo con Turkmenistán para la construcción de un faraónico gasoducto entre ambos países y busca la cooperación de Uzbekistán y Kirguistán en este proyecto, que de lograrse, podría estar operativo en 2009.

La Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS) sigue siendo el gran instrumento complementario para la proyección de China en la región. La OCS consta actualmente de dos órganos permanentes, el Secretariado en Beijing y el Comité Ejecutivo Regional de la Estructura antiterrorista en Tashkent (Uzbekistán) y pese a que en sus inicios su agenda se limitaba a temas de seguridad, actualmente ésta se ha ampliado a otros aspectos políticos y económicos, realizando más de 120 proyectos de cooperación común en campos tan diferentes como las telecomunicaciones, el comercio, las infraestructuras, la energía o las finanzas.

Por otro lado, se ha intentado integrar y potenciar la iniciativa privada (diplomacia de segunda vía) mediante la creación de un Comité de Emprendedores, que ha convertido las relaciones económicas en el nuevo gran objetivo de la OCS. Finalmente, se han realizado por primera vez en el marco de la Estructura Regional Antiterrorista (RATS), ejercicios militares entre tropas chinas y kazajas.

martes, 5 de febrero de 2008

EL REGRESO DE LAS GRANDES POTENCIAS AUTORITARIAS


Azar Gat


EL FINAL DEL FIN DE LA HISTORIA


El orden democrático liberal global de hoy enfrenta dos desafíos. El primero es el Islam radical, y es el menor de los dos desafíos. Si bien los defensores del Islam radical encuentran repugnante la democracia liberal, y a menudo al movimiento se le describe como la nueva amenaza fascista, las sociedades de las que emana son por lo general pobres y estancadas. No representan ninguna alternativa viable a la modernidad ni plantean ninguna amenaza militar significativa para el mundo desarrollado. Es sobre todo el uso potencial de armas de destrucción masiva -- en especial por parte de actores no estatales -- lo que hace peligroso al Islam militante.


El segundo desafío, mucho más importante, procede del ascenso de grandes potencias no democráticas: los antiguos rivales de Occidente durante la Guerra Fría, China y Rusia, que ahora operan bajo regímenes capitalistas autoritarios, y ya no comunistas. Las grandes potencias capitalistas autoritarias desempeñaron un importante papel en el sistema internacional hasta 1945. Desde entonces han estado ausentes. Pero en la actualidad parecen estar dispuestas a regresar.


La supremacía del capitalismo parece estar profundamente afianzada, pero el predominio actual de la democracia podría ser mucho más incierto. El capitalismo se ha expandido inexorablemente desde que empezó la modernidad; sus mercancías con precios más bajos y su superior poder económico han desgastado y transformado a todos los demás regímenes socioeconómicos, proceso éste que describió de manera memorable Karl Marx en El manifiesto comunista. Al contrario de lo que esperaba Marx, el capitalismo tuvo el mismo efecto sobre el comunismo, "enterrándolo", al cabo, sin lanzar el disparo proverbial. El triunfo del mercado, que precipitó y fortaleció la revolución tecnológico-industrial, condujo al ascenso de la clase media, la urbanización intensiva, la expansión de la educación, el surgimiento de la sociedad de masas y una riqueza siempre mayor. En la era de la Posguerra Fría (como en el siglo XIX y las décadas de 1950 y 1960), existe la creencia generalizada de que la democracia liberal surgió naturalmente de estos acontecimientos: noción a la que, bien se sabe, se adhiere Francis Fukuyama. En la actualidad, más de la mitad de los Estados del mundo tienen gobiernos elegidos mediante las urnas, y cerca de la mitad tienen derechos liberales suficientemente afianzados como para ser considerados completamente libres.


Pero las razones del triunfo de la democracia, en especial sobre sus rivales capitalistas no democráticos de las dos guerras mundiales, Alemania y Japón, fueron más contingentes de lo que suele suponerse. Los Estados capitalistas autoritarios, hoy ejemplificados por China y Rusia, pueden representar un camino alternativo viable a la modernidad, lo que a su vez indica que no hay nada de inevitable acerca de la victoria definitiva de la democracia liberal, o de su predominio futuro.


CRÓNICA DE UNA DERROTA NO ANUNCIADA


El campo democrático liberal derrotó a sus rivales autoritarios, fascistas y comunistas por igual, en las tres mayores luchas de poder del siglo XX: las dos guerras mundiales y la Guerra Fría. Al tratar de determinar con exactitud qué justificó este resultado decisivo, es tentador examinar los rasgos especiales y las ventajas intrínsecas de la democracia liberal.


Una ventaja posible es la conducta internacional de las democracias. Quizás más que compensan el que enarbolen un garrote más ligero hacia el exterior con una mayor capacidad de lograr la cooperación internacional mediante las obligaciones y la disciplina del sistema de mercado global. Esta explicación es probablemente correcta en el caso de la Guerra Fría, cuando las potencias democráticas predominaban sobre una economía global ampliamente expandida, pero no se aplica al caso de las dos guerras mundiales. Tampoco es verdad que las democracias liberales tienen éxito porque siempre permanecen unidas. De nuevo, esto fue cierto, al menos como factor contribuyente, durante la Guerra Fría, cuando el campo capitalista democrático mantuvo su unidad, mientras que un creciente antagonismo entre la Unión Soviética y China dividió al bloque comunista. Durante la Primera Guerra Mundial, sin embargo, la división ideológica entre ambos bandos era mucho menos clara. La Alianza Anglo-Francesa estuvo lejos de ser concebida de antemano; fue sobre todo una función de cálculos de equilibrio de poder que una cooperación liberal. Al concluir el siglo XIX, la política del poder había llevado al Reino Unido y a Francia, países con un antagonismo feroz, a un paso de la guerra e incitado al Reino Unido a buscar activamente una alianza con Alemania. La ruptura de la Italia liberal con la Triple Alianza y su adhesión a la Entente, pese a su rivalidad con Francia, fue una función de la Alianza Anglo-Francesa, pues la ubicación peninsular de Italia ponía en riesgo al país por estar en el lado opuesto a la principal potencia marítima de la época, el Reino Unido. En forma similar, durante la Segunda Guerra Mundial, Francia fue derrotada muy pronto y expulsada del bando aliado (que debía incluir a la Rusia soviética no democrática), mientras que las potencias totalitarias de derecha pelearon en el mismo bando. Según estudios hechos sobre la conducta de las alianzas entre las democracias, los regímenes democráticos no mostraron una tendencia mayor a permanecer unidos que otros tipos de regímenes.


Tampoco los regímenes capitalistas totalitarios perdieron la Segunda Guerra Mundial porque sus opositores democráticos sostenían una alta posición moral que inspiró un mayor esfuerzo de su gente, como han afirmado el historiador Richard Overy y otros. Durante la década de 1930 y a principios de la de 1940, el fascismo y el nazismo eran nuevas ideologías que animaron y generaron un entusiasmo popular masivo, mientras que la democracia permaneció en la defensiva ideológica, con la apariencia de ser vieja y desalentada. En cierta manera, los regímenes fascistas demostraron ser más inspiradores durante la guerra que sus adversarios democráticos, y se ha juzgado que en buena medida el desempeño de sus militares en el campo de batalla fue superior.


La supuesta ventaja económica inherente a la democracia liberal también está lejos de ser tan clara como a menudo se supone. Todos los beligerantes en las grandes luchas del siglo XX resultaron ser muy eficaces en producir para la guerra. Durante la Primera Guerra Mundial, la Alemania semiautocrática comprometió sus recursos con tanta eficacia como sus rivales democráticos. Después de las primeras victorias en la Segunda Guerra Mundial, la movilización económica y la producción militar de la Alemania nazi se descuidaron mucho durante los años críticos de 1940-1942. Bien apostada en la época para alterar fundamentalmente el equilibrio de poder global con la destrucción de la Unión Soviética y su predominio en toda Europa continental, Alemania fracasó porque sus fuerzas armadas no contaron con los suficientes suministros para esa tarea. Las razones de esta deficiencia siguen siendo objeto de debate histórico, pero uno de los problemas fue la existencia de centros de autoridad en competencia dentro del sistema nazi. En éste, la táctica de "divide y domina" de Hitler y el celo con que los funcionarios del partido guardaban sus ámbitos asignados tuvieron un efecto caótico. Además, desde la caída de Francia en junio de 1940 hasta el revés alemán ante Moscú en diciembre de 1941, en Alemania había una percepción generalizada de que prácticamente se había ganado la guerra. A pesar de todo, de 1942 en adelante (cuando ya era demasiado tarde), Alemania intensificó enormemente su movilización económica y alcanzó e incluso superó a las democracias liberales en términos de la proporción de PIB destinada a la guerra (aunque su volumen de producción permaneció mucho más bajo que el de la poderosa economía estadounidense). Asimismo, los niveles de movilización económica en el Japón imperial y la Unión Soviética superaron a los de Estados Unidos y el Reino Unido gracias a esfuerzos despiadados.


Sólo durante la Guerra Fría la economía estatal y centralizada de la URSS mostró una debilidad estructural cada vez más profunda; esa debilidad fue la responsable directa de la caída de la Unión Soviética. El sistema soviético había generado exitosamente las etapas primeras e intermedias de la industrialización (aunque a un costo humano terrible) y sobresalió en las técnicas regimentadas de producción en serie durante la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, mantuvo ese orden militar durante la Guerra Fría. Pero debido a la rigidez del sistema y la falta de incentivos, resultó estar mal preparado para enfrentarse con las etapas avanzadas de desarrollo y las demandas de la era de la información y la globalización.


Sin embargo, no hay ninguna razón para suponer que, de haber sobrevivido, los regímenes capitalistas totalitarios de la Alemania nazi y el Japón imperial habrían resultado ser económicamente inferiores a las democracias. Las ineficiencias que el favoritismo y la falta de rendición de cuentas suelen crear en tales regímenes podrían haber sido compensadas con niveles más altos de disciplina social. A causa de sus economías capitalistas más eficientes, las potencias totalitarias de derecha podrían haber constituido un desafío más viable para las democracias liberales que la Unión Soviética; las potencias aliadas juzgaban que la Alemania nazi era un desafío tal antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Las democracias liberales no poseían una ventaja inherente sobre Alemania en términos de desarrollo económico y tecnológico, como sí la tenían en relación con otras grandes potencias rivales.


Entonces, ¿por qué las democracias ganaron las grandes luchas del siglo XX? Los motivos son diferentes para cada tipo de adversario. Derrotaron a sus adversarios capitalistas no democráticos, Alemania y Japón, en la guerra porque éstos eran países de tamaño medio con recursos limitados y se alzaron contra la coalición, en extremo superior económica y militarmente -- pero difícilmente establecida de antemano -- , de las potencias democráticas y Rusia o la Unión Soviética. La derrota del comunismo, sin embargo, tuvo mucho más que ver con factores estructurales. El bando capitalista -- que después de 1945 se expandió hasta incluir a la mayor parte del mundo desarrollado -- poseía un poder económico mucho mayor que el bloque comunista, y la ineficiencia inherente de las economías comunistas les impidió explotar completamente sus enormes recursos y ponerse a la altura de Occidente. Juntas, la Unión Soviética y China eran más grandes y por tanto tenían el potencial de ser más poderosas que el bando capitalista democrático. En última instancia, fallaron porque sus sistemas económicos las limitaron, mientras que las potencias capitalistas no democráticas, Alemania y Japón, fueron derrotadas porque eran demasiado pequeñas. Factores contingentes desempeñaron un papel decisivo en inclinar la balanza contra las potencias capitalistas no democráticas y a favor de las democracias.


LA EXCEPCIÓN ESTADOUNIDENSE


El elemento contingente más decisivo fue Estados Unidos. Después de todo, fue un poco más que un azar de la historia que el vástago del liberalismo anglosajón brotara al otro lado del Atlántico, institucionalizara su herencia con independencia, se expandiera a través de uno de los territorios más habitables y menos poblados del mundo, se nutriera de una enorme inmigración de Europa y creara, así, en una escala continental lo que fue -- y es aún -- por mucho la mayor concentración de poderío económico y militar del mundo. Un régimen liberal y otros rasgos estructurales tuvieron mucho que ver con el éxito económico de Estados Unidos, e incluso con su tamaño, debido a su atractivo para los inmigrantes. Pero Estados Unidos difícilmente habría alcanzado tal grandeza de no haber estado ubicado en un vasto y ventajoso nicho ecológico-geográfico, como lo demuestran los contraejemplos de Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Y la ubicación, por supuesto, aunque crucial, fue sólo una condición necesaria entre muchas para engendrar al gigante, en efecto, de Estados Unidos como el máximo hecho político del siglo XX. Lo contingente fue al menos tan responsable como el liberalismo del surgimiento de Estados Unidos en el Nuevo Mundo y, por tanto, de su capacidad posterior para rescatar al Viejo Mundo.


A lo largo del siglo XX, el poder de Estados Unidos sobrepasó consistentemente el de los dos siguientes Estados más fuertes juntos, y ello inclinó decisivamente la balanza de poder global a favor de cualquiera de los lados en los que estuvo Washington. Si hubo algún factor que diera a las democracias liberales su preeminencia, fue sobre todo la existencia de Estados Unidos más que cualquier otra ventaja inherente. De hecho, de no haber sido por Estados Unidos, la democracia liberal podría haber perdido las grandes luchas del siglo XX. Éste es un pensamiento tranquilizador que a menudo es pasado por alto en los estudios de la expansión de la democracia en el siglo XX, y hace que el mundo actual parezca mucho más contingente y frágil de lo que sugieren las teorías lineales del desarrollo. Si no fuera por el factor Estado Unidos, el juicio de las generaciones posteriores sobre la democracia liberal probablemente habría reflejado el veredicto negativo sobre el desempeño de la democracia, emitido por los griegos del siglo IV a.C., tras la derrota de Atenas en la Guerra del Peloponeso.


EL NUEVO SEGUNDO MUNDO


Pero el examen de la guerra no es, desde luego, el único al cual se someten las sociedades -- sean éstas democráticas o no -- . Hay que preguntarse cómo se habrían desarrollado las potencias capitalistas totalitarias si no hubieran sido derrotadas en la guerra. ¿Se habrían despojado, con el tiempo y con más desarrollo, de su antigua identidad y abrazado la democracia liberal, como acabaron haciéndolo los regímenes ex comunistas de Europa del Este? ¿El Estado industrial capitalista de la Alemania imperial de antes de la Primera Guerra Mundial se encaminaba en definitiva hacia un mayor control parlamentario y la democratización? ¿O habría avanzado hacia un régimen oligárquico autoritario, dominado por una alianza entre la burocracia, las fuerzas armadas y la industria, como ocurrió en el Japón imperial (pese a su interludio liberal en la década de 1920)? La liberalización parece aún más dudosa en el caso de la Alemania nazi de haber sobrevivido, por no decir triunfado. Como todos estos grandes experimentos históricos fueron interrumpidos por la guerra, las respuestas a tales preguntas quedan en el terreno de la especulación. Pero quizás el registro de los tiempos de paz de otros regímenes capitalistas autoritarios desde 1945 pueda darnos la clave.


Los estudios que cubren este periodo muestran que las democracias suelen superar a otros sistemas en el plano económico. Los regímenes capitalistas autoritarios son al menos tan exitosos como aquellos -- si no es que más -- en los primeros estadios de desarrollo, pero tienden a democratizarse luego de cruzar cierto umbral de desarrollo económico y social. Esto parece haber sido un patrón recurrente en Asia del Este, el sur de Europa y América Latina. Intentar extraer conclusiones sobre los patrones de desarrollo a partir de estos hallazgos, sin embargo, puede conducir a equívocos, dado que el mismo conjunto de muestra puede estar contaminado. Desde 1945, la enorme atracción gravitacional ejercida por Estados Unidos y la hegemonía liberal han modificado los patrones de desarrollo en todo el mundo.


Como las grandes potencias capitalistas totalitarias, Alemania y Japón, fueron aplastadas con la guerra, y estos países fueron después amenazados por el poderío soviético, se prestaron a una reestructuración y democratización radical. Por consiguiente, países más pequeños que optaron por el capitalismo en vez del comunismo no tuvieron ningún modelo político y económico rival por imitar y no les quedaron otros actores internacionales en las cuales apoyarse sino los del bando democrático liberal. La consiguiente democratización de estos países pequeños y medianos probablemente tuvo tanto que ver con la abrumadora influencia de la hegemonía liberal occidental como con los procesos internos. En la actualidad, Singapur es el único ejemplo de un país con una economía verdaderamente desarrollada que conserva un régimen semiautoritario, e incluso es probable que cambie con la influencia del orden liberal en el cual opera. ¿Pero son posibles las grandes potencias semejantes a Singapur las que resultan inmunes a la influencia de este orden?


La pregunta se torna relevante por la reciente aparición de los gigantes no democráticos, sobre todo la China que fue comunista y hoy presenta un auge capitalista autoritario. Rusia, también, se está apartando de su liberalismo poscomunista y asume un carácter cada vez más autoritario conforme crece su relevancia económica. Algunos creen que estos países podrían convertirse al cabo en democracias liberales mediante una combinación de desarrollo económico, aumento de la riqueza e influencia del exterior. O bien, pueden tener suficiente peso como para crear un Segundo Mundo nuevo no democrático, pero avanzado en lo económico. Podrían establecer un poderoso orden capitalista autoritario que una a élites políticas, industriales y de las fuerzas armadas, que sea de orientación nacionalista y participe en la economía global en sus propios términos, como lo hicieron la Alemania imperial y el Japón imperial.


Mucho se ha afirmado que el desarrollo económico y social origina presiones a la democratización que no puede contener la estructura de un Estado autoritario. También existe la percepción de que las "sociedades cerradas" pueden llegar a sobresalir en la fabricación en serie pero no en las etapas avanzadas de la economía de la información. El jurado sobre estos asuntos no ha dado su veredicto porque el conjunto de datos es incompleto. La Alemania imperial y la nazi estuvieron a la cabeza de las economías científicas e industriales avanzadas de sus tiempos, pero algunos afirmarán que su éxito ya no se sostiene porque la economía de la información es mucho más diversificada. Singapur, que es no democrático, tiene una economía de información exitosa, pero Singapur es una ciudad-Estado, no un país grande. Habrá de pasar mucho tiempo antes de que China alcance la etapa en que pueda ponerse a prueba la posibilidad de un Estado autoritario con una economía capitalista avanzada. Todo lo que puede decirse por el momento es que no hay nada en el registro histórico que indique que es inevitable una transición a la democracia de las potencias capitalistas autoritarias de hoy, mientras hay mucho que indica que tales naciones tienen un potencial económico y militar mucho mayor que el que tuvieron sus antecesores comunistas.


China y Rusia representan un regreso de las potencias capitalistas autoritarias con éxito económico que han estado ausentes desde la derrota de Alemania y Japón en 1945, pero son mucho más grandes de lo que alguna vez fueron estos dos países. Aunque Alemania sólo fuera un país de tamaño medio incrustado incómodamente en el centro de Europa, dos veces casi escapó de sus confines para convertirse en una potencia mundial debido a su poderío económico y militar. En 1941, Japón todavía estaba a la zaga de las principales grandes potencias en términos de desarrollo económico, pero su tasa de crecimiento desde 1913 había sido la más alta del mundo. Sin embargo, en última instancia tanto Alemania como Japón eran demasiado pequeñas -- en términos de población, recursos y potencial -- para enfrentarse a Estados Unidos. La China de la actualidad, por otro lado, es el actor más grande en el sistema internacional en términos de población y experimenta un espectacular crecimiento económico. Al pasar del comunismo al capitalismo, China ha cambiado a una especie de autoritarismo mucho más eficiente. A medida que China reduce rápidamente la brecha económica entre ella y el mundo desarrollado, se vislumbra la posibilidad de que se convierta en una auténtica superpotencia autoritaria.


Incluso en sus actuales bastiones en Occidente, el consenso liberal en lo político y lo económico es vulnerable a acontecimientos imprevisibles, como una aplastante crisis económica que podría trastornar el sistema comercial global o provocar el resurgimiento de las luchas étnicas en una Europa cada vez más agitada por la inmigración y las minorías étnicas. Si Occidente fuera golpeado por tales transformaciones, el apoyo a la democracia liberal en Asia, América Latina y África -- donde la adhesión a ese modelo es más reciente, incompleta e insegura -- podría desmoronarse. Y, entonces, un Segundo Mundo no democrático y exitoso podría ser considerado por muchos como una atractiva alternativa a la democracia liberal.


HACIA UN MUNDO SEGURO PARA LA DEMOCRACIA


Aunque el ascenso de grandes potencias capitalistas autoritarias no condujera necesariamente a una hegemonía no democrática o a una guerra, sí podría implicar que el casi total predominio de la democracia liberal desde la caída de la Unión Soviética sería efímero y que aún está muy distante una "paz democrática" universal. Las nuevas potencias capitalistas autoritarias podrían llegar a integrarse profundamente a la economía mundial, como lo hicieron la Alemania imperial y el Japón imperial, y a no optar por ejercer la autarquía, como lo hicieron la Alemania nazi y el bloque comunista. Una gran potencia china también puede ser menos revisionista de lo que lo fueron los territorialmente confinados Alemania y Japón (aunque es más probable que Rusia, que sigue tambaleándose por haber perdido un imperio, tienda al revisionismo). De todos modos, Beijing, Moscú y sus futuros seguidores bien podrían estar en términos antagónicos con los países democráticos, con todo el potencial de sospechas, inseguridad y conflicto que esto implica, y ello ostentando mucho más poder del que alguna vez tuvieron los rivales del pasado de las democracias.


Entonces cabe la pregunta: ¿el mayor poder potencial del capitalismo autoritario significa que la transformación de las otrora grandes potencias comunistas resulta a final de cuentas ser una consecuencia negativa para la democracia global? Es demasiado pronto para determinarlo. En lo económico, la liberalización de los países ex comunistas ha dado a la economía global un impulso formidable, y puede esperarse más. Pero la posibilidad de que en el futuro se tornen más proteccionistas también necesita ser tomada en cuenta, y evitarla con diligencia. Después de todo, fue la perspectiva de un proteccionismo progresivo en la economía mundial al finalizar el siglo XX y la propensión proteccionista de la década de 1930 lo que contribuyó a radicalizar a las potencias capitalistas no democráticas de la época y a precipitar las dos guerras mundiales.


En el lado positivo para las democracias, la caída de la Unión Soviética y su imperio despojó a Moscú de casi la mitad de los recursos que manejaba durante la Guerra Fría, con una Europa del Este absorbida por la Europa democrática en gran expansión. Tal es quizás el cambio más significativo en el equilibrio de poder global desde la forzada reorientación democrática de Posguerra en los casos de Alemania y Japón bajo la tutela estadounidense. Además, es posible que al cabo China se democratice, y Rusia podría revertir su alejamiento de la democracia. Si China y Rusia no se vuelven democráticas, será crítico que India siga siéndolo, por su papel vital en el equilibrio con China y por el modelo que representa para otros países en desarrollo.


Pero el factor más importante sigue siendo Estados Unidos. Ante todas las críticas dirigidas en su contra, Estados Unidos -- y su alianza con Europa -- se sostiene como la esperanza individual más importante para el futuro de la democracia liberal. Pese a sus problemas y debilidades, Estados Unidos aún está en una posición global de fortaleza y es probable que la mantenga incluso si crecen las potencias capitalistas autoritarias. No sólo su PIB y su tasa de crecimiento de productividad son los más altos del mundo desarrollado; como un país de inmigrantes con cerca de un cuarto de la densidad demográfica de la Unión Europea y China y un décimo de la de Japón e India, Estados Unidos todavía tiene un potencial considerable de crecimiento -- tanto en lo económico como en términos demográficos -- mientras que todos los otros mencionados muestran poblaciones que envejecen y, en última instancia, se reducen. La tasa de crecimiento económico de China está entre las más altas del mundo, y dados la inmensa población del país y los aún bajos niveles de desarrollo, tal crecimiento abriga el potencial más radical de cambio en las relaciones entre las potencias globales. Pero incluso si persiste la tasa de crecimiento superior de China y su PIB sobrepasa el de Estados Unidos hacia 2020, como a menudo se prevé, China seguirá teniendo apenas un poco más de un tercio de la riqueza per cápita estadounidense y, por tanto, considerablemente menor poder económico y militar. Cerrar esa brecha aún más desafiante con el mundo desarrollado tardaría varias décadas más.


Por añadidura, se sabe que el PIB por sí solo es un indicador deficiente del poder de un país, y mencionarlo para celebrar el predominio de China es bastante equívoco. Como ocurrió durante el siglo XX, el factor Estados Unidos sigue siendo la mayor garantía de que la democracia liberal no será lanzada a la defensiva ni relegada a una posición vulnerable en la periferia del sistema internacional.

ASIA SIEMBRA LAS SEMILLAS DE LA GLOBALIZACION


Craig A. Lockard






El término "globalización" designa la creciente interconexión de naciones y pueblos que se ha venido produciendo en todo el mundo a través del comercio, las inversiones, los viajes, la cultura popular u otras formas de interacción. Muchos historiadores han calificado la globalización como un fenómeno del siglo XX que está asociado al crecimiento de la economía internacional bajo el dominio de Occidente.


Sin embargo, la amplia interacción entre pueblos remotos y los viajes a través de largas distancias por diferentes regiones del mundo ya habían existido durante muchos siglos en el pasado. En el siglo XI, las semillas de la globalización ya habían echado raíces en el hemisferio oriental, especialmente en las tierras que bordeaban el océano Índico y el mar de la China meridional. En aquella época estas eran las regiones más dinámicas y con mayor interacción del mundo. Para entender cómo la globalización echó por primera vez sus raíces entre los siglos XI y XVI es necesario centrar la atención en los contactos mantenidos entre pueblos distantes de Asia, especialmente en los contactos derivados del comercio de larga distancia.

El comercio interregional ha sido siempre un factor importante en la historia mundial porque fomenta otras formas de intercambio, incluida la difusión de religiones, culturas y tecnologías. Durante muchos siglos el ejemplo más sobresaliente de interacción por tierra fue la Ruta de la Seda a través de Asia central, aunque también floreció el comercio marítimo que convirtió al océano Índico en el núcleo de la red comercial marítima más amplia del mundo preindustrial. Los comerciantes islámicos dominaban esta red, a través de la cual difundían al máximo su religión.

La expansión islámica dio lugar a una inmensa región cultural que se extendía por todo el hemisferio oriental. Puertos comerciales tales como Malaca, en la península homónima, se convirtieron en activos centros globalizados de comercio y cultura internacional. Los navíos chinos seguirían más tarde esta red comercial para llevar a cabo las mayores exploraciones oceánicas de la historia mundial hasta ese momento.
Estas exploraciones confirmaron el papel crucial de este comercio marítimo afro-eurasiático y el dinamismo de algunas civilizaciones asiáticas. Los intercambios a través de Asia en aquella época, incluida la expansión del islam, fueron suficientemente significativos como para que podamos hablar de una globalización de la economía y de la cultura.

Comercio y contacto interregional

Una característica de la globalización de la edad moderna ha sido la expansión del comercio entre países de todo el mundo. Sin embargo, las raíces de este fenómeno se retrotraen mucho tiempo atrás en la historia. Las rutas comerciales de larga distancia sobrepasaron los sistemas de transporte desarrollados debido a la necesidad de mover recursos por tierra y por mar. A su vez, el comercio y la expansión produjeron un mayor contacto entre diferentes civilizaciones y sociedades, contacto que permitió la expansión de la influencia india, incluida la del budismo, por rutas comerciales terrestres y marítimas hasta Asia Central, Tíbet, China, Japón y el Sureste asiático entre el 200 a.C. y 1500 d.C. Entre aproximadamente el 200 a.C. y 1000 d.C. el ejemplo más significativo de interacción y comercio de larga distancia fue la Ruta de la Seda, que discurría a lo largo del centro y el suroeste asiático, uniendo China a la India, Asia occidental y el Mediterráneo.
A lo largo de la Ruta de la Seda, productos, personas e ideas viajaban miles de millas entre China, la India y Europa. Productos como la seda, la porcelana o el bambú procedentes de China eran transportados hacia occidente a través de desiertos, montañas y praderas hasta Bagdad y los puertos del este del Mediterráneo para, a continuación, ser embarcados hacia Roma. El sistema marítimo establecido en el océano Índico cobró mayor importancia entre 1000 y 1500, sobrepasando incluso en importancia al comercio terrestre. Las rutas oceánicas entre el Sureste asiático y Oriente Próximo sufrieron una considerable expansión. Comerciantes de Arabia, Persia y la India visitaban la costa oriental africana y muchos asiáticos y africanos gozaron de un largo periodo de intercambio comercial marítimo muy lucrativo y relativamente libre.

La Ruta de la Seda y el Imperio mongol

Entre 1250 y 1350 los mongoles establecieron y controlaron el mayor imperio terrestre de la historia mundial que se extendía desde Corea hasta Viena, situando un inmenso bloque de la población mundial bajo su control. Los mongoles conquistaron brutalmente Siberia, Tíbet, Corea, Rusia, gran parte de Europa oriental, Afganistán, Persia, Turquía y algunas zonas de la civilización árabe en Oriente Próximo. Los europeos occidentales se encontraban demasiado lejos y subdesarrollados como para que valiese la pena su conquista y, por lo tanto, no llegaron a sufrir los saqueos experimentados por otros pueblos.

En 1279 China, un adversario más importante y un premio más tentador que Europa occidental, fue incorporada a los dominios gobernados por los mongoles. No debe subestimarse la importancia de la era mongol en la historia mundial o su papel en el establecimiento de una forma inicial de globalización. En el siglo XX la globalización permitió a la tecnología occidental llegar a otras partes del mundo. Algunos historiadores consideran a los mongoles como los grandes compensadores de la historia porque durante su gobierno permitieron la transferencia de tecnología desde Asia oriental, más desarrollada, hacia Europa occidental, más atrasada, y lo consiguieron reabriendo y protegiendo la Ruta de la Seda, aunque sólo fuera por un breve periodo de tiempo.

Durante la era mongol llegaron a Europa invenciones chinas tales como la pólvora, la imprenta, el horno de fundición, la maquinaria para la elaboración de la seda, el papel moneda o el juego de cartas, así como múltiples descubrimientos médicos o frutas cultivadas como la naranja o el limón. Los mongoles prepararon el camino para una mayor comunicación global, abriendo las puertas de China al mundo. Un monje chino, cristiano nestoriano, fue el primer asiático oriental que visitó Roma, Inglaterra y Francia. También otros chinos decidieron asentarse en Persia, Irak y Rusia. Este movimiento fue más fácil que nunca gracias a los viajes entre un extremo y otro de Eurasia.

Los mongoles provocaron inconscientemente cambios que más tarde permitirían a Europa alcanzar e incluso sobrepasar a China. Algunos de estos cambios consistieron en la mejora por parte de Europa de invenciones chinas tales como la imprenta, la pólvora, el timón de codastre y la brújula magnética. Así, hacia 1050 los chinos habían inventado el tipo móvil; sin embargo, más tarde los europeos mejoraron esta tecnología y en la década de 1450 Johann Gutenberg con el tipo móvil pudo producir impresiones múltiples de la Biblia. Otro ejemplo fue la invención china del primer lanzallamas, que más tarde en el siglo XIII se convertiría en la primera escopeta.

La existencia de este arma fue una de las principales causas de que a los mongoles les costase mucho más tiempo conquistar China que otras civilizaciones. Durante la era mongol estas armas fueron traídas a Europa, donde a continuación fueron mejoradas. A finales de la edad media la guerra europea era mucho más mortífera que lo había sido nunca. Actualmente el mundo globalizado se caracteriza por una fuga de talentos desde diferentes continentes hacia Europa y Norteamérica.

En el siglo XIV el mundo ya había presenciado el mismo fenómeno, aunque en este caso el flujo era en sentido contrario, de Occidente hacia Oriente. En China la administración mongol estaba basada en la admisión de un gran número de extranjeros que llegaban para servir en lo que realmente era un servicio civil internacional. Entre los extranjeros se encontraban gran número de musulmanes de Asia central y occidental así como algunos europeos que se sentían atraídos por la mítica Catay.

Una de ellos fue el viajero y escritor italiano Marco Polo, quien afirmaba haber pasado 17 años en China, la mayor parte sirviendo al gobierno. Marco Polo volvió a su país para relatar a los incrédulos europeos los milagros que había visto o que había oído de boca de otros viajeros. Los relatos de Marco Polo parecían increíbles porque en aquel tiempo China se encontraba en muchos aspectos muy por delante de otras civilizaciones eurasiáticas.

El imperio mongol fue uno de los principales imperios terrestres de la historia. Pero a pesar del éxito de la civilización mongol durante el siglo XIII, su imperio tendría una duración breve. A diferencia de otros imperios, los mongoles nunca se aprovecharon del comercio marítimo que florecía en aquel tiempo.
La globalización del islam y el sistema comercial marítimo del océano Índico

Entre los siglos VIII y XV, el islam se aventuró fuera de sus territorios árabes hacia Oriente Próximo para convertirse en la religión dominante en muchas partes de África, Asia y la península Ibérica. En puntos tan diferentes y separados geográficamente como China y los Balcanes surgieron grupos musulmanes. Durante este proceso, se desarrolló un mundo islámico interconectado que recibió el nombre de dar al-Islam (‘la morada del islam’), mundo que estaba unido tanto por una fe común como por conexiones comerciales. El dar al-Islam se extendía desde Marruecos hasta Indonesia.


Esta islamización global llevó nombres, palabras, alfabeto, arquitectura, actitudes sociales y valores culturales árabes a pueblos de todo el mundo. Ibn Batuta, gran viajero marroquí del siglo XIV, pasó décadas visitando el amplio dar al-Islam. Viajó desde Malí, África, y España en occidente hasta el Sudeste asiático y los puertos de las costas chinas en oriente. Mientras que el cristiano Marco Polo siempre se consideró un extranjero en sus viajes, sin embargo Ibn Batuta durante sus viajes encontraba siempre gentes que compartían su visión general del mundo y sus valores sociales.

Las rutas comerciales dominadas por los musulmanes, que al final abarcaban desde el Sahara y España hasta el mar de la China meridional, fomentaban los viajes que favorecían un comercio marítimo muy complejo y cada vez más integrado por todo el océano Índico. Esta red comercial unía China, Japón, Vietnam y Camboya en el este a través de la península de Malaca y el archipiélago indonesio, desde allí cruzaba a India y Ceilán, desde donde se dirigía hacia el oeste a Persia, Arabia y por la costa oriental africana hacia el sur hasta Mozambique o por el Mediterráneo oriental hasta llegar finalmente a Venecia y Génova.

El estrecho de Ormuz en el golfo Pérsico y el estrecho de Malaca en el Sureste asiático fueron los principales pilares de lo que llegaría a convertirse en el sistema mercantil más importante del mundo preindustrial. Fue a través de este sistema mercantil que las especias de Indonesia y el este africano, el oro y el estaño de Malaca, el batik y las alfombras de Java, los tejidos de India, el oro de Zimbabue y las sedas, la porcelana y el té de China llegaron hasta los mercados más distantes. Cuando muchos de estos productos llegaron a Europa, muchas personas decidieron ir en busca de sus fuentes en el Este, iniciando así la era europea de las exploraciones. El comercio marítimo floreció, especialmente en el siglo XIV después de la caída del imperio mongol y de que la peste negra, la plaga bubónica, se extendiera por toda Eurasia interrumpiendo el comercio terrestre. La red marítima alcanzó su máximo esplendor en los siglos XV y XVI, cuando decaía el poder político musulmán pero su poder económico y cultural aún seguía siendo fuerte.

El islam y el auge de Malaca
Muchos estados alrededor del océano Índico y el mar de la China meridional estaban fuertemente ligados al comercio marítimo y así, por ejemplo, ciudades-estado del este de África tales como Mombasa y Kilwa, con su cultura mixta afroárabe-swahili, prosperaron durante muchos siglos. Comerciantes de la India, entre ellos muchos judíos y árabes, mantenían estrechos vínculos con Asia occidental, el norte y el este de África, el Sureste asiático y China.

Ningún poder político dominaba la ruta comercial marítima y su vigor dependía de ciudades portuarias cosmopolitas tales como Ormuz en la costa persa, Cambay en el noroeste de India, Calicut en la costa sudoeste de India y Malaca cerca del extremo meridional de la península homónima. De todas estas ciudades, los historiadores de la que tal vez tienen más referencias es de Malaca, ciudad que ilustra bien los modelos preindustriales de globalización. El Sureste asiático había sido durante mucho tiempo una región cosmopolita donde se mezclaban personas, ideas y productos. Algunos gobernantes de los estados costeros de la península de Malaca y del archipiélago indonesio, ansiosos de atraer a los comerciantes musulmanes que dominaban el comercio marítimo interregional y atraídos por la universalidad del islam, adoptaron su fe.
La llegada del islam al Sureste asiático coincidió con el auge de Malaca, que se convertiría en el poder político y económico de la región, en la principal base de expansión del islam en el archipiélago y en la última parada en el extremo oriental de la red comercial del océano Índico. El papel estelar de Malaca en el comercio mundial quedó confirmado por un viajero portugués de principios del siglo XVI, quien escribió que no tenía “parangón en el mundo” y afirmó su importancia para pueblos y modelos comerciales tan alejados como los de Europa. "Malaca es una ciudad que ha sido creada para el comercio y es la más adecuada del mundo…” escribió. “Todo el comercio entre naciones alejadas miles de leguas debe pasar por Malaca.… El dueño de Malaca tiene sus manos sobre el cuello de Venecia". Durante el siglo XV Malaca era un puerto comercial floreciente que atraía a comerciantes de muchos países de Asia y África.
En el puerto de Malaca atracaban más barcos que en cualquier otro puerto del mundo y los comerciantes que viajaban por mar se sentían atraídos por su gobierno estable y su libre política comercial. La población de Malaca, de entre 100.000 y 200.000 personas, contaba con aproximadamente 15.000 comerciantes extranjeros, entre los que se encontraban árabes, egipcios, persas, turcos, judíos, armenios, etíopes, africanos orientales, birmanos, vietnamitas, javaneses, filipinos, chinos, japoneses e indios de todo el subcontinente. En las calles de la ciudad se podían oír más de 84 lenguas. Malaca tenía una conexión especial con el puerto de Gujerat en Cambay, a unas 3.000 millas, porque los comerciantes de Gujerat en el noroeste de India eran la comunidad extranjera más influyente de Malaca. Todos los años barcos comerciales procedentes del Oriente Próximo y del sur de Asia se reunían en Cambay y Calicut para viajar hasta el lejano Malaca. Estos barcos transportaban grano, artículos de lana, armas, productos de cobre, tejidos y opio para su intercambio por otros productos.
Malaca se había convertido en una de las principales ciudades comerciales del mundo, un centro multiétnico de cultura y comercio globalizado, comparable a lo que actualmente podría ser Nueva York, Los Ángeles o Hong Kong.
La China Ming y el mundo
El grado de globalización de principios del siglo XV puede observarse en los grandes viajes chinos de exploración. El emperador de la dinastía Ming, Yonglo (Yung-lo), envió varias importantes expediciones marítimas al sur de Asia e incluso a lugares más distantes, expediciones que fueron las mayores nunca vistas en el mundo. El almirante Zheng He (Cheng Ho), un musulmán cuyo padre había visitado Arabia, dirigió siete viajes entre 1405 y 1433.

Estos viajes eran enormes empresas con una flota compuesta por 62 barcos y cerca de 28.000 hombres (a título comparativo, algunas décadas después, Cristóbal Colón saldría de la península Ibérica con tres pequeños navíos tripulados por unos cien hombres). Las sólidas embarcaciones de junco chinas eran muy superiores a cualquier otro barco de la época. De hecho, el mundo nunca había visto antes una hazaña marina a gran escala de este tipo.
Durante estos extraordinarios viajes, barcos con la bandera china se desplazaban por las rutas comerciales marítimas por el Sureste asiático hacia la India, el golfo Pérsico, el mar Rojo y Arabia, bajando por la costa oriental africana hasta Kilwa en Tanzania. Malaca se convirtió en su base meridional, y los gobernantes de Malaca realizaban viajes ocasionales a China para reforzar su alianza. Si los barcos chinos hubieran seguido navegando, hubieran podido llegar alrededor de África hasta Europa; sin embargo, Europa ofrecía pocos productos de valor para los chinos. Las expediciones chinas expresaban la exuberancia de una era de gran vitalidad.

A pesar de que la mayoría de las veces los comerciantes chinos viajaba en son de paz, manteniendo sólo ocasionalmente enfrentamientos militares, su país consiguió que otros 36 países, incluidos algunos de Asia occidental, le juraran fidelidad. En este periodo, China se había constituido en la máxima potencia en un hemisferio en plena globalización.
Todavía los historiadores no tienen claras las razones que impulsaron los grandes viajes de Zheng He. Algunos piensan que su principal objetivo era de tipo diplomático para obtener el reconocimiento de países extranjeros y reafirmar la posición de su emperador. Otros apuntan hacia motivos comerciales, dado que los viajes se produjeron en un momento en que los comerciantes chinos estaban en plena actividad en el Sudeste asiático. A comienzos del periodo Ming, China era la civilización más avanzada del mundo. Vibrante desde el punto de vista comercial y con miras hacia el exterior, la China Ming podía haber establecido una mayor comunicación entre los continentes y haberse convertido en la potencia mundial dominante mucho más allá del este de Asia.

Pero, sin embargo, nunca lo hizo. Los grandes viajes a occidente y la pujanza comercial en el Sureste asiático se vieron interrumpidos de forma súbita cuando el emperador Ming ordenó una vuelta al aislacionismo, haciendo volver a toda la población china residente fuera del imperio. ¿Cómo se puede explicar este sorprendente cambio de postura que, bajo la perspectiva de la historia posterior, parece tan contraproducente? Tal vez los viajes eran demasiado costosos incluso para el acaudalado gobierno Ming.
Los viajes no resultaban rentables porque los barcos volvían principalmente con mercancías exóticas, tales como jirafas africanas para el zoo imperial, en lugar de recursos minerales u otros productos valiosos. Parece que los líderes chinos no eran conscientes de todas las posibilidades que ofrecía la globalización. Además, en el sistema social chino los comerciantes carecían de estatus. Y a diferencia de la Europa cristiana, China tenía poco interés en difundir su religión y cultura.
Al mismo tiempo los mongoles se estaban reagrupando en Asia central, y la corte Ming se vio obligada a desplazar allí sus recursos para defender sus fronteras septentrionales. Como resultado, los océanos quedaron abiertos a los europeos occidentales, quienes mejoraron la tecnología naval y militar china y árabe y pronto pudieron desafiar a árabes, indios y asiáticos del sureste y hacerse con la supremacía del sistema comercial del océano Índico.

El fin del primer sistema globalizado
A finales del siglo XV ya había llegado hasta Europa la fama de ciudades como Malaca, Cantón, Calicut y Ormuz como centros de lujo asiático. Ansiosos de acceder directamente al comercio asiático, los portugueses llegaron finalmente a India en 1498 y a Malaca en 1509, instaurando una nueva era de actividad europea en la historia de Asia.

Realmente los portugueses conquistaron Malaca en 1511. A pesar de la superioridad de Portugal en cuanto a navíos y armas, su nivel de vida era probablemente inferior al de las sociedades más desarrolladas de Asia, lo que contribuyó sin duda a que los europeos tuvieran que usar la fuerza armada para alcanzar sus fines comerciales y políticos.
Esta tendencia propició que en los cinco siglos siguientes la globalización del mundo se encontrase bajo los auspicios de los cristianos occidentales en lugar de musulmanes, indios y chinos, quienes entre 1000 y 1500 habían establecido su marco básico.