miércoles, 10 de junio de 2009

LA DIPLOMACIA POP: UNA MIRADA A LA DIPLOMACIA CULTURAL JAPONESA


Csilla Davalovszky

Las grandes líneas de la política exterior del Japón de la época de la posguerra fueron concebidas al final de la Segunda Guerra Mundial y determinadas por el hecho de que Japón salió de la misma como Estado vencido. El fin del conflicto mundial supuso para Japón algunos cambios fundamentales: la expansión militarista fue seguida por la instauración de la democracia y la paz y la rivalidad con Occidente por la cooperación con EEUU. Con la Doctrina Yoshida en el centro de su política, a partir de la segunda mitad de la década de los 40 Japón se dedicó a la persecución de un sostenido crecimiento económico. Gracias a una serie de factores, como su apuesta por la innovación tecnológica, las altas tasas de ahorro de su población, así como a la sólida ética laboral de su mano de obra, Japón no sólo recuperó su economía devastada por la guerra, sino que alcanzó un nivel de desarrollo nunca antes visto, convirtiéndose en una superpotencia económica para los años 80. Aunque el “milagro japonés” fue cuestionado en la “década perdida” de los 90, hoy día Japón constituye la segunda economía del mundo en términos de PIB y la tercera en términos de paridad de compra. El país que copió a otros Estados se ha convertido en un modelo a copiar.

La cultura en el contexto de las relaciones internacionales de Japón

Aunque en el transcurso de los primeros 25 años que siguieron al fin de la Segunda Guerra Mundial existieron en Japón algunos programas de intercambio cultural con EEUU, se puede considerar que los orígenes de la diplomacia cultural japonesa se remontan a los años 70. Para esa década la diplomacia nipona había cumplido con “la misión histórica de reconstruir la economía y de reintegrar al país a la comunidad internacional” (Diplomatic Bluebook, 1973). Si bien la persecución de los intereses económicos seguía siendo un objetivo principal para Japón en los años 70 y también en las décadas siguientes, a partir de los 70 las críticas por parte de ciertos países asiáticos contra el carácter fuertemente económico de la diplomacia nipona llevaron a los dirigentes políticos de Japón a dar un enfoque más humano a la misma. En la edición de 1973 del ya citadoinforme anual Diplomatic Bluebook, el Ministerio japonés de Relaciones Exteriores (MOFA) declaró que en los tiempos que corrían ya no era posible conseguir los intereses económicos y políticos del país sin desarrollar un entendimiento mutuo entre Japón y los países del mundo. Temiendo a una especie de “aislamiento a la inversa”, el país del sol naciente no tuvo otra alternativa que encontrar su identidad en el nuevo orden internacional, posicionándose como un Estado que contribuía a la comunidad internacional. Así, en los años 70 el Gobierno japonés empezó a poner los intercambios culturales al servicio de la diplomacia con la misión de mejorar las relaciones de Japón con los países del Sudeste Asiático (área de cooperación bajo el paraguas de EEUU), así como de paliar las tensiones económicas producidas con los miembros de la ASEAN, principal área de actividad de las empresas japonesas. Es importante señalar que en esta primera época de intercambios culturales con Asia los países prioritarios de la diplomacia nipona no eran la República Popular China o la República de Corea, es decir, los vecinos inmediatos de Japón en los que aún persistía la memoria de la guerra, sino el Sudeste Asiático, región a la que también destinó la mayor parte de su ayuda oficial al desarrollo.

La creación de la Fundación Japón en 1972 igualmente daba muestra de la preocupación del Gobierno por convertir el intercambio cultural en el cuarto pilar de la diplomacia nipona junto a la política, la economía y la cooperación económica. En este contexto cabe destacar que en japonés se utiliza el término “intercambio cultural internacional” (kokusai bunka koryu) para referirse a lo que en otros países es conocido como “diplomacia cultural” o “acción cultural exterior”. La razón de ello es que a diferencia de la mayor parte de los países occidentales que tienden a ver la diplomacia cultural como una herramienta para la self-projection, las actividades de intercambio cultural de Japón ponen énfasis tanto en exportar la cultura nipona al extranjero como en importar las culturas extranjeras a Japón. El Ministerio de Relaciones Exteriores proclama que Japón debe llevar a cabo la divulgación de su realidad cultural en el extranjero sin que ésta se convierta en “una campaña publicitaria unidireccional”. De este modo, el término “intercambio cultural internacional” expresa el carácter recíproco de las relaciones culturales de Japón. La predicción de Ohira Masayoshi, primer ministro de Japón entre 1978 y 1980 y autor de The Age of Culture (Bunka no jidai) de que la década de los 80 iba a ser la edad de la cultura y la internacionalización en Japón, empezó a cumplirse con la involucración de los gobiernos prefecturales, así como de las ONG y las organizaciones civiles niponas en las actividades de intercambio cultural del Gobierno central.

La cultura popular y el poder suave de Japón

Paralelamente a la desaceleración de la economía nipona, a partir de los años 90 se ha producido un gran interés en el extranjero por la cultura popular japonesa (J-Pop). El manga (el cómic) y el anime (los dibujos animados), así como la música y la moda japonesas se lanzaron a la conquista del mundo y encontraron a sus más fieles aficionados (otaku) en EEUU y en Asia. El estilo de vida japonés resulta especialmente atractivo para los jóvenes asiáticos dada la proximidad geográfica y cultural de Japón. De hecho, la clave del éxito de la cultura popular japonesa en Asia se esconde en el afán de la clase media y de los jóvenes asiáticos por asumir el Japanese Way of Life, estilo de vida cosmopolita y consumista occidental copiado y mezclado por Japón con elementos de la cultura tradicional nipona, lo que Douglas McGray llama Japanese Cool en su artículo publicado en Foreign Policy (2002). El que Japón haya logrado crear con tanta habilidad una mezcla original y única de dos estilos de vida diferentes se debe al hecho de que a lo largo de su milenaria historia, el país isla ha pertenecido a dos órdenes mundiales diferentes que le han conferido una doble identidad: por un lado asiática, por su situación geográfica y su cultura y, por otro lado, occidental, gracias a los contactos que tuvo con Europa en el siglo XVI y, más adelante, con EEUU. Esta doble identidad le ha permitido convertirse en un puente (kakehashi) entre Oriente y Occidente y ha sido también un factor determinante de sus relaciones internacionales.

Hasta el siglo XVI Japón formó parte del orden mundial asiático dominado por la hegemonía del Reino del Centro, es decir China, que ejerció una enorme influencia en el desarrollo del Estado japonés. Tras una primera toma de contacto con los europeos en el siglo XVI, Japón optó por encerrarse en sí mismo. El aislamiento (sakoku) del país se prolongó durante dos siglos, hasta 1853, año en el que el capitán estadounidense William Perry forzó con sus “Barcos Negros” la apertura de Nipón a Occidente.

Los primeros contactos de Japón con el mundo externo se caracterizaron por producir un verdadero “choque” político, social y cultural en el país del sol naciente. Sin embargo, Japón no tardó mucho en entender que si lograba adaptarse a las circunstancias cambiantes, podría incluso sacar provecho de las mismas. De este modo, se desarrollaron en Japón tres grandes olas de modernización a lo largo de la historia, de acuerdo con las exigencias de cada época. La primera, entre los siglos VI y X, bajo influencia china, con la introducción de la escritura, del sistema judicial y burocrático, así como del budismo, del confucianismo y de varias técnicas artísticas y novedades tecnológicas. La segunda, en el siglo XIX, según el modelo occidental, con la Restauración Meiji (1868), y la consiguiente implantación de una serie de reformas (un comportamiento similar al ejercido en el orden mundial chino, pero ésta vez utilizando elementos británicos, prusianos y franceses, los más desarrollados de la época) por las que Japón no sólo logró salir del aislamiento, sino que se convirtió en una gran potencia, la única en la región asiática en sus tiempos. La tercera (y hasta ahora última) gran ola de modernización se produjo en Japón en la época de la posguerra bajo el signo del desarrollo económico e industrial y tuvo una marcada influencia estadounidense. Este elemento característico de la cultura japonesa de introducir las novedades extranjeras sin perder la identidad nipona (wakon kansai en el caso de China y wakon yousai en el caso de Occidente) es la clave de entender la capacidad de adaptación de Japón y de la sociedad japonesa a las exigencias de un mundo cambiante.

Es probable que actualmente haya más consumidores de la cultura popular japonesa fuera de Japón que en el propio archipiélago, aunque los acontecimientos más importantes, a los que acuden aficionados extranjeros en gran número, siguen celebrándose en Japón. Asiática en sus raíces pero occidental en su apariencia, la J-Pop encarna en los ojos de los jóvenes de diversas nacionalidades la modernidad y el estilo chic japonés. La cultura popular es fácil de entender, sirve fines de diversión y es accesible por todos. Esto explica la gran popularidad de la J-Pop en Asia, Europa y EEUU. Además, es un bien que los miembros de la nueva generación, en cuyas manos está depositado el futuro de las relaciones de amistad entre los Estados y la paz mundial, piedra angular de la diplomacia nipona, pueden absorber sin dificultad, sin olvidar que la cultura popular japonesa ha creado una industria que mueve miles de millones de yenes anuales, por lo que no se puede dejar de lado su valor comercial. En este sentido, no es una casualidad que en los últimos años el Gobierno japonés haya empezado a “tomar en serio la cultura popular japonesa” (palabras de Taro Aso) y a ver en ella una herramienta idónea para la difusión de la imagen de Japón en el exterior. En países como China o Corea del Sur, que aún tienen percepciones negativas sobre la política exterior japonesa de la época de la Segunda Guerra Mundial, los dibujos animados y las telenovelas niponas están ayudando a crear una imagen más positiva del Japón de nuestros días, especialmente entre los miembros de la nueva generación. El flagelo de la guerra, así como la experiencia de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki crearon en el pueblo japonés un deseo de paz que, unido a la presión norteamericana, dieron lugar a una política exterior japonesa sumamente pacifista. El artículo 9 de la Constitución, aprobada en 1947 bajo ocupación estadounidense, establece que el pueblo japonés renuncia para siempre al uso de la fuerza como derecho soberano del Estado y que Japón nunca dispondrá de fuerzas armadas terrestres, marítimas o aéreas. Aunque en la práctica Japón dispone de una Fuerza de Autodefensa, su política de seguridad es estrictamente defensiva y sus gastos de defensa se mantienen alrededor del 1% de su PIB. Las significativas aportaciones de Japón al presupuesto de Naciones Unidas (actualmente un 20% del total), su Ayuda Oficial al Desarrollo (entre 1991 y 2000 Japón fue el mayor donante de ADO del mundo), su participación en las misiones de paz de la ONU, así como el envío de jóvenes voluntarios japoneses a países en vías de desarrollo dan muestra de la vocación pacifista del aikido State, metáfora utilizado por los autores del libro Japan’s International Relations (Routledge, 2001) por el paralelismo que existe entre este arte marcial de origen japonés basado en la no agresión y la autodefensa y el carácter discreto y no violento de la diplomacia nipona de la época de la posguerra. Al renunciar a la vertiente militar de su “poder duro” (hard power) y con el fin de completar a la dimensión económica de éste, Japón está centrando una parte de sus recursos en ejercer su “poder suave”para aumentar su peso político en el mundo.

Hacia la diplomacia pop

En abril de 2006, el entonces ministro de Relaciones Exteriores de Japón, Taro Aso, hizo una presentación en Tokio sobre lo que podemos considerar la nueva dirección de la diplomacia cultural japonesa. La presentación tuvo lugar en la Digital Hollywood University, reconocido centro de formación de diseño de la “vanguardia contemporánea” japonesa especializado en el contenido digital. El mensaje central de la intervención del ministro Aso puede resumirse en la frase “una diplomacia cultural que deja de lado la cultura popular no se merece ser llamada una verdadera diplomacia cultural”. El ministro destacó que no se puede sobreestimar el papel de los dibujantes y empresas exportadoras de la industria pop en la promoción y difusión de la cultura japonesa en el exterior. Consciente del enorme interés por la J-Pop en el mundo desde el anime y el manga hasta la música y la moda, el ministro calificó la cultura popular de “nuevo aliado de la diplomacia japonesa” e hizo un llamamiento a los jóvenes diseñadores a ser los nuevos agentes de la diplomacia cultural nipona. Asimismo, el ministro Aso resaltó el poder y el atractivo de la marca-país de Japón. Hizo referencia a la encuesta realizada por BBC World Service entre 2005 y 2006 en la que 31 de los 33 países encuestados opinaban que Japón tenía una influencia positiva en el mundo. Afirmó que la diplomacia japonesa debe basarse en esta buena percepción para seguir fortaleciendo la marca-país. Por otro lado, el ministro Aso invitó al sector privado a cooperar con el Gobierno en forma de asociaciones público-privadas (Public-Private Partnership) dividiendo las tradicionales tareas relacionadas con la diplomacia culturaly la diplomacia públicaentreel Ministerio de Relaciones Exteriores, la Fundación Japón y las empresas y ONG niponas.

En su presentación, Taro Aso anunció tres proyectos ambiciosos que desde entonces se han hecho realidad: la creación del Premio Internacional Manga (2007), el lanzamiento del proyecto Embajador del Anime (2008) y el sistema Cultural Exchange Interns (prácticas en el ámbito de la cultura) para estudiantes universitarios extranjeros en las Embajadas y Consulados de Japón en el exterior. El establecimiento del premio Trend Communicator of Japanese Pop Culture en 2009 también se enmarca dentro de esta estrategia. El primer Embajador del Anime, Doraemon (el famoso gato robot cósmico del siglo XXII), viajará por todo el mundo difundiendo la imagen de Japón a través del cine de animación japonesa, en colaboración con las representaciones diplomáticas y consulares de Japón en 116 países.

La Fundación Japón

El principal agente de la diplomacia cultural nipona es la Fundación Japón (JF), un organismo público dedicado a la promoción de la cultura japonesa a través de la realización de proyectos de intercambio cultural a nivel internacional dese las artes tradicionales hasta la J-Pop. Creada en 1972 como ente especial bajo los auspicios del Ministerio de Relaciones Exteriores, la Fundación tiene como misión contribuir al buen desarrollo de las relaciones internacionales de Japón, promover el entendimiento mutuo entre Japón y los países del mundo, así como fomentar la amistad en el ámbito internacional.

Además de su sede central en Tokio, la Fundación Japón cuenta con una red de 22 centros (Bangkok, Budapest, Colonia, El Cairo, Hanoi, Kuala Lumpur, Londres, Los Ángeles, Manila, Moscú, dos centros en Nueva York, Nuevo Delhi, México D.F., París, Pekín, Roma, São Paulo, Seúl, Sydney, Toronto y Yakarta) repartidos en 20 países (nueve en Asía-Pacífico, cuatro en las Américas, seis en Europa y uno en África), así como con una oficina en Kioto y dos organizaciones afiliadas en las ciudades japonesas de Urawa y Kansai (The Japan Foundation Japanese Language Institute Urawa y The Japan Foundation Japanese Language Institute Kansai). La distribución geográfica de dichos centros refleja la importancia de los países anfitriones para la diplomacia japonesa.

En octubre de 2003 la Fundación Japón fue convertida en una institución administrativa independiente, lo que le ha impulsado a reflexionar sobre sus actividades y a reformar su método de funcionamiento con el fin de satisfacer la demanda de los tiempos que corren. Para ello, la Fundación ha elaborado planes de acción que cubren períodos de cinco años (2003-2007 y 2007-2011). El segundo plan de acción, actualmente en vigor, fija los siguientes objetivos: reducir los gastos de gestión en un 15%; reducción en un 1,2% anual de los gastos de los programas financiados por el Gobierno japonés, incrementando la cooperación con otras organizaciones pero sin sacrificar la calidad de dichos programas; aumentar la proporción de las donaciones; y mejorar la eficacia de los recursos humanos.

Para coordinar las actividades desarrolladas por los diferentes centros de la Fundación repartidos en diferentes países del mundo, en 2008 se creó el Departamento de Proyección Exterior (Overseas Policy Planning Department) que ha permitido aumentar la flexibilidad de los proyectos y desarrollar una programación más coherente.

Los programas de la Fundación se enmarcan en tres categorías principales: (1) intercambios artísticos y culturales; (2) cursos de lengua japonesa en el extranjero; y (3) estudios sobre Japón e intercambios intelectuales. En cuanto a la distribución de fondos entre los tres pilares, en los últimos años alrededor del 41% han sido destinados a los cursos de idioma, un 32% a los programas artísticos y culturales y un 27% a los intercambios intelectuales.

De acuerdo con los objetivos del Ministerio de Relaciones Exteriores, la Fundación Japón considera que el intercambio de personas es indispensable para crear un ambiente favorable para el diálogo intercultural y el entendimiento mutuo. En este espíritu, envía cada año a más de 50 expertos japoneses a unos 40 países extranjeros en el marco de proyectos de intercambio artístico y cultural con el fin de dar a conocer los diferentes aspectos de la cultura nipona al público general del país de destino, desde la cultura tradicional (la ceremonia del té, la caligrafía, el teatro, la literatura, la música, la arquitectura y la danza, etc.) hasta la cultura popular (el anime, el manga, la música, la gastronomía, la moda, etc). Al mismo tiempo, la Fundación cursa invitaciones a una media anual de 30 personajes extranjeros de reconocimiento nacional en sus respectivos países a pasar una estadía de un máximo de 15 días en Japón. De esta forma, los proyectos de intercambio cultural contemplan los dos sentidos, es decir, ponen énfasis tanto en exportar la cultura japonesa al extranjero como en dar a conocer la realidad de otros países a los ciudadanos japoneses.

Asimismo, la Fundación lleva a cabo actividades clásicas de promoción cultural en las que la cultura popular cobra cada vez un mayor protagonismo: exposiciones, proyecciones de películas y de dibujos animados; participa en ferias de libro, festivales de cine, etc. Además de elaborar proyectos propios, la Fundación presta apoyo financiero e institucional a actividades organizadas por otras instituciones que pretenden dar a conocer las artes japonesas tanto tradicionales como contemporáneas.

Según la encuesta Survey on Japanese Language Education Abroad 2006 realizada por la Fundación Japón entre noviembre de 2006 y marzo de 2007, en el período examinado 2,98 millones de personas estudiaban la lengua japonesa en 133 países diferentes del mundo. Si tomamos en consideración que existen muchas personas que estudian japonés por su cuenta, es decir, sin estar inscritas en cursos de lengua oficiales, esta cifra podía ser mucho más elevada. La encuesta refleja que a pesar de la prolongada recesión de la economía japonesa en los años precedentes, el número total de estudiantes creció un 26,4% entre 2003 y 2006, fecha de la penúltima y la última encuesta. En cuanto a la distribución regional de los alumnos, un 60% de los mismos procedían de Asia Oriental, representando la región Asia-Pacífico el 90% del total de estudiantes (30,6% en Corea del Sur, 23% en China y 12,3% en Australia). Contrariamente a lo que se podría pensar, las razones más citadas para los alumnos extranjeros para aprender japonés no fueron las económicas o comerciales sino el interés por la cultura japonesa, el deseo de comunicarse con los ciudadanos japoneses en la lengua nipona, así como el interés por el idioma. Otro fenómeno interesante revelado por la encuesta es que en los últimos años el interés por la cultura popular japonesa ha generado un interés entre los jóvenes extranjeros por la lengua japonesa. La Fundación Japón trata de satisfacer la creciente demanda de aprendizaje de la lengua japonesa con una más amplia oferta de cursos de japonés en sus centros extranjeros, así como con la organización de seminarios y otras actividades relacionadas con la J-Pop.

La Fundación Japón fomenta los estudios de japonés en diferentes formas: concede becas y ayudas a individuos (profesores y estudiantes) para realizar estudios de la lengua japonesa en Japón, publica y difunde materiales de aprendizaje de japonés, realiza donaciones de libros japoneses y de libros sobre Japón a centros de enseñanza, además de enviar a profesores y lectores de japonés al extranjero. Asimismo, la Fundación crea portales de Internet para la enseñanza del japonés, produce materiales de aprendizaje digitales y gestiona los exámenes Japanese Language Proficiency Test (JLPT), análogo al DELE para la lengua española. En España, el interés por el japonés va en aumento, en parte debido a la afición al manga y el anime. El número de inscritos en el JLPT, que se celebra desde 1997 en la Universidad Autónoma de Barcelona y desde 2006 además en la Universidad Autónoma de Madrid, se cuadriplicó entre 1997 (205) y 2008 (848).

En el año 2006 la Fundación financió más de 140 proyectos en el extranjero, entre ellos cursos de lengua japonesa, conferencias sobre la enseñanza del japonés y seminarios sobre Japón. La realización de conferencias, seminarios y talleres sobre temas de actualidad que requieren respuestas globales constituyen un ámbito importante de actuación de los intercambios intelectuales. En Europa, la Fundación está presente en Roma, París, Londres, Colonia, Budapest y Moscú. En España, la Fundación colabora, entre otros, con el Centro Cultural Hispano Japonés de la Universidad de Salamanca, creado en 1999 a raíz de la visita de los Emperadores de Japón en 1994. Está prevista la apertura de un centro de la Fundación en Madrid en el transcurso del año 2009.

Mención especial merecen también los “Años de Amistad”, empleados por la diplomacia nipona para la proyección exterior. Consisten en programas culturales y de otra índole, organizados en colaboración con las Embajadas y Consulados de Japón, así como con los centros de la Fundación Japón en el exterior con ocasión del aniversario del establecimiento de las relaciones diplomáticas o la firma de un acuerdo de cooperación, etc., entre este país asiático y otros Estados. Suelen tener un año de duración y culminan en una visita del más alto nivel. Este año se celebran dos “Años de Amistad” con cuatro países de la Europa Central y Oriental (Austria, Bulgaria, Hungría y Rumanía) y cinco países del Sudeste Asiático (Camboya, Laos, Myanmar, Tailandia y Vietnam): el Japan-Danube Friendship Year 2009 y el Mekong-Japan Exchange Year 2009.

Cooperación financiera con el sector privado

Las donaciones que ha venido recibiendo la Fundación Japón de individuos y empresas constituyen una importante fuente de recursos de financiación, especialmente en los últimos años fiscales en los que ha tenido que acomodarse a ciertas restricciones presupuestarias del Estado. Desde su creación hasta el año 2006 la Fundación Japón recibió 900 millones de yenes de empresas, organizaciones e individuos que pueden agruparse en dos categorías: donaciones generales (para financiar programas de intercambio o contribuir a los gastos de mantenimiento de la Fundación, según la preferencia del donante) y donaciones “etiquetadas” (para financiar programas de intercambio concretos en Japón o en el extranjero). Dentro de la primera categoría existen dos subcategorías: Corporate Membership System (para empresas u otras organizaciones) y JF Supporters Club (para individuos o de grupos de individuos).

Entre las diversas actividades de la Fundación Japón y del Ministerio de Relaciones Exteriores cabe destacar algunos proyectos por su carácter extraordinario:

En diciembre de 2006 la Fundación invitó a cinco jóvenes diseñadores de moda de Asia (Filipinas, la India, Indonesia, Malasia y Tailandia) a pasar una semana en Japón para que, tras estudiar la moda y los textiles japoneses a través de intercambios directos con estilistas nipones, cada uno de ellos diseñara una camiseta que expresara el carácter único de la cultura nipona y que llevara el logotipo de la Fundación. Actualmente estas camisetas se venden en la tienda del Tokyo Metropolitan Art Museum y en tiendas de recuerdos en Japón.


Como continuación del programa Japanese Overseas Cooperation Volunteers, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón lanzó a principios del presente año el Programa de Voluntariado Cultural y ha enviado a voluntarios J-CAT a Bulgaria, Hungría, Polonia y Rumanía para que éstos difundan la cultura tradicional y contemporánea nipona en dichos países.

Con el fin de llevar la cultura japonesa (taiko, danza, origami, etc.) a los jóvenes que viven en zonas remotas de Australia, en mayo de 2006 se puso en marcha el llamado WONDERBUS Japan, programa que permitió alcanzar a unos 9.000 niños australianos.


La Fundación Japón está utilizando las nuevas tecnologías para crear blogs dedicados a compartir las experiencias de alumnos extranjeros residentes en Japón. El sitio web Heart to Heart, lanzado en el año 2006, permite a los jóvenes chinos que están cursando sus estudios en Japón escribir y compartir sus vivencias niponas en japonés en formato de diario.


En la Cumbre Japón-Singapur celebrado en noviembre de 2007, los ministros de Relaciones Exteriores de los dos países acordaron crear en Singapur el Japan Creative Center (JCC), un ambicioso proyecto único en su género que pretende difundir la imagen del Cool Japan en el Sudeste Asiático bajo el lema de “Innovación y Tradición”. Una vez inaugurado en noviembre de 2009, el Centro será un espacio donde conocer el diseño, moda, gastronomía, cine de animación, arquitectura, etc., del Japón a través de programas organizados por el sector privado.

Conclusiones

La política exterior de Japón de los últimos 60 años se ha caracterizado por tener un estilo discreto. La apuesta por la economía como medio para reintegrarse a la comunidad internacional en la época de la posguerra hizo que Japón, anclado en su Constitución de 1947, fuera llamado un “gigante económico pero enano político”, aunque su posición como superpotencia económica le ha otorgado cierto poder político en el seno de los Organismos Internacionales.

A principios de los años 70 el Gobierno japonés tomó conciencia de la importancia del “poder suave” y de convertir a la cultura en el cuarto pilar de su diplomacia junto a la política, la economía y la cooperación económica. La creación de la Fundación Japón (1972) se enmarcó en la nueva estrategia pública de utilizar los intercambios culturales para lograr una mayor cooperación y comprensión internacionales con EEUU (principal aliado de Japón en los campos de la economía y de la seguridad), el Sudeste Asiático y, más adelante, con Europa, así como con sus países vecinos inmediatos y con el resto del mundo.

Hoy en día, en la era de Internet y de la comunicación de masas, la diplomacia no puede dejar de lado la influencia que la opinión pública local y extranjera ejercen en las relaciones internacionales. Ya no sólo se trata de desarrollar un entendimiento mutuo entre gobiernos, sino también de conseguir la simpatía de los ciudadanos de otros países, por lo que en Japón acción cultural y diplomacia van de la mano. El interés producido por el Japanese Cool a partir de la década de los 90 ha contribuido considerablemente a la creación de una imagen positiva de Japón en el exterior, especialmente en los países asiáticos. La inclusión en el año 2006 de la cultura popular japonesa en la estrategia de diplomacia pública en calidad de “nuevo aliado de la diplomacia”, así como la cooperación con el sector privado en este ámbito constituyen un elemento que confiere un carácter peculiar y único a la diplomacia nipona del siglo XXI.

UN VOTO POR LA CONTINUIDAD POLÍTICA EN LA INDIA


Antía Mato Bouzas

Una semana después de la conclusión del proceso electoral, Manmohan Singh juraba como primer ministro, al igual que lo hacían parte de los miembros que van a constituir el nuevo gobierno. La mayoría de 206 escaños obtenida por el Partido del Congreso (de un total de 543 de la Cámara Baja del Parlamento) le permite mantener el control de los ministerios principales con lo que, a excepción de determinadas áreas de infraestructuras y temas sociales que irán a parar a algunos de los socios de la coalición, el próximo ejecutivo va ser bastante homogéneo y sobre todo va a ser un gobierno básicamente del Partido del Congreso. Además, parte de los ministros del anterior equipo repiten, por lo que se espera continuidad. A falta de algunos nombramientos, se observa que en la composición ministerial sigue habiendo poca presencia de mujeres, cuyos cargos se restringen además a las áreas relativas a asuntos sociales y cultura. Tan sólo la aliada bengalí del Congreso, Mamata Banerjee, ha sido encargada de ponerse al frente del complejo Ministerio de Ferrocarriles.

En líneas generales, a pesar de las deficiencias que pueda tener el sistema político y de las grandes desigualdades persistentes en el país, el proceso electoral reciente en la India es contemplado con un cierto respiro y tranquilidad, sobre todo si se compara con la convulsa situación actual que vive Asia meridional. La celebración de elecciones generales, así como los comicios que han tenido lugar en tres de los estados de la República, forman parte de un ejercicio de legitimación de la normalidad democrática. De hecho, la estabilidad que transmite a la zona la India (pese a que tenga también un significativo nivel de inestabilidad interna) contrasta con la dramática situación actual que se vive en Sri Lanka y Pakistán y la delicada situación política del vecino Nepal. Durante el proceso electoral hubo algunos incidentes, pues en algunas áreas del norte y del este del país los enfrentamientos entre la guerrilla maoísta y las fuerzas de seguridad causaron una decena de víctimas. Aún así, se puede afirmar que la convocatoria se ha desarrollado en un clima constructivo y ausente de la polarización que dominaba la escena política cinco años atrás.

En cuanto a los datos de participación (ha habido problemas para el acceso a los mismos, pues la página web de la Comisión Electoral colapsó durante la jornada del 16 de mayo y estuvo inoperante algo más de una semana), éstos han sido similares a los de 2004, pues ha votado un 58,43% (frente al 58,07% en 2004). No obstante, el porcentaje de voto varía notablemente según los estados, pues se dan cifras de participación superiores al 80% en algunos de ellos (por ejemplo en el noreste indio, Nagaland y Tripura, que elegían un único escaño), mientras que en otros como en Jammu y Cachemira –donde existe un boicoteo a los comicios, además de las amenazas por parte de los grupos extremistas– no alcanza el 40%. Conviene tener en cuenta que la población india participa en el proceso electoral según una realidad en la que existen disparidades en la situación política y económica a nivel regional y local, así como otros factores de estratificación social y la división urbana y rural. La ausencia de estudios detallados que posean un cierto alcance o representatividad sobre algunos de estos aspectos impide ahondar en cuestiones sobre la movilización e intención de voto.

La complejidad de las coaliciones y del apoyo político

Más allá de las recurrentes referencias que caracterizan las elecciones en la India –la mayor democracia del mundo, los datos que conlleva el desarrollo del magno proceso, etc.–, uno de los rasgos más significativos ha sido la transformación que ha sufrido el sistema de partidos a lo largo de las dos últimas décadas y la emergencia de las coaliciones políticas para obtener gobiernos estables. El Partido del Congreso y el Partido Popular de la India o PPI (también conocido como Bharatiya Janata Party) siguen siendo los partidos más votados, pero entre los dos consiguen el respaldo de un 50% del electorado, mientras el resto va a parar a las fuerzas comunistas, partidos menores de ámbito nacional con implantación en algunos estados (algunos agrupados sobre la base de intereses de determinados grupos sociales, como los dalits), partidos regionales y facciones escindidas de los anteriores, entre otros. La política de coaliciones tiene sus defensores y detractores: por una parte, ha dinamizado y pluralizado sustancialmente el panorama nacional, dada la necesidad de recurrir a negociaciones; por otra, ha hecho aún mucho más compleja la tarea de buscar aliados adecuados, ya que esta operación puede tener consecuencias muy dispares para los socios.

Tal realidad da lugar a casos de evidente oportunismo político, donde el interés en asegurarse un número determinado de escaños oscurece aspectos de proximidad ideológica o de acercamiento en un programa de gobierno. Además, la formación de las coaliciones también exige una gran comprensión y tacto de la política regional, especialmente en aquellos estados donde los dos partidos principales del país no figuran entre las fuerzas capaces de liderar un gobierno, como es el caso de Tamil Nadu y Bengala Occidental y el más complejo de Uttar Pradesh. Por ejemplo, en el estado sureño de Tamil Nadu la escena política está dominada por la rivalidad entre dos partidos regionales (Dravida Munnetra Kazhagam y el All India Dravida Munnetra Kazhagam), quienes han dado su apoyo unas veces al Partido del Congreso y otras al PPI. El respaldo a una u otra formación en Nueva Delhi puede tener repercusiones en el apoyo y la formación de posibles alianzas a nivel regional. Además, las coaliciones en el centro merman en ocasiones las aspiraciones de los representantes regionales de un partido principal, como en el caso del Partido del Congreso en Uttar Pradesh. Otras veces, las adhesiones en Nueva Delhi pueden constituir un paso para promover un cambio a nivel regional, como parece ser el deseo de la líder bengalí Mamata Banerjee (All India Trinamool Congress), que ha obtenido la victoria en Bengala Occidental, de poner fin al dominio comunista en ese estado.

La coalición que va a estar al frente del país (la alianza preelectoral), además del Congreso, está formada por varios partidos que son fuerzas importantes en varios estados, así como de varios candidatos únicos. No obstante, se debe señalar que el amplio margen de escaños obtenidos por el partido que lidera Sonia Gandhi obedece más bien a las peculiaridades del sistema electoral que a una espectacular subida de este partido. Si se confirman los datos de la Comisión Electoral, el partido del Congreso habría recibido el 27,31% de los votos, poco más que en las pasadas elecciones, cuando obtuvo un 26,53%. No obstante, la mayoría que tiene este partido hace que la adhesión de otros partidos menores o candidatos independientes no altere mucho el equilibrio de fuerzas en la alianza.

En principio, todo parece indicar que el próximo gobierno puede ser bastante estable (recuérdese que en 2008 el equipo de Manmohan Singh se enfrentó a una moción de confianza al retirarle el apoyo las fuerzas de la izquierda), aunque también habrá que tener en cuenta la evolución de la política regional en algunos estados donde estos socios menores bien están gobernando, bien poseen una mayoría que les puede dar la llave del poder. Este puede ser el caso del Trinamool en Bengala Occidental (donde se deben celebrar elecciones dentro de un año), el Dravida Munnetra Kazhagam en Tamil Nadu (crítico con el gobierno central por la actitud de éste hacia la guerra en Sri Lanka) o la Conferencia Nacional de Janmú y Cachemira, que está apoyada por el Partido del Congreso en ese estado. Un giro de los acontecimientos en estos Estados puede alterar el equilibrio de fuerzas en Nueva Delhi, si bien es cierto que el amplio margen del partido de Sonia Gandhi y Manmohan Singh le sitúa en una buena posición para buscar alternativas, en caso de ser necesario. Por otro lado, aunque no se trata de un asunto determinante, tampoco conviene olvidar el hecho de la edad del primer ministro, de casi 77 años (algunos de los demás miembros del ejecutivo también tienen una edad similar), que debe afrontar una legislatura de cinco años. Manmohan Singh aúna un gran consenso dentro del partido, pero cabe preguntarse si habrá sorpresas en el liderazgo político, máxime cuando un candidato de los Gandhi, Rahul, se postula como un posible candidato a hacerse con las riendas del poder.

Vencedores y perdedores

Los resultados escrutados el pasado 16 de mayo han situado a la Alianza Progresista Unida (APU) a 10 escaños de la mayoría absoluta. Los sondeos electorales ya daban una ligera ventaja al Congreso frente al PPI, aunque pocos se esperaban la subida de más de 60 escaños del primero. La mayoría relativamente amplia de la APU le hace prescindir de buscar acuerdos con las fuerzas de izquierda, las agrupadas en torno al Partido Comunista de la India (Marxista), y no hace necesario revalidar así el respaldo ofrecido en 2004. Durante la campaña electoral tanto los líderes del Congreso como los comunistas mostraron una ambigüedad sobre esta posibilidad, pero lo cierto es que la retirada del apoyo a la APU en julio del año pasado por parte del Frente de Izquierdas distanció a ambas fuerzas.

Las fuerzas que componen la Alianza Democrática Nacional (ADN), agrupadas en torno al PPI, han sufrido una importante derrota, pues han quedado a más de 100 escaños de la coalición hasta ahora gobernante. Su controvertido candidato a primer ministro, L.K. Advani, no ha sido capaz de cautivar a las masas a través de su retórica populista (e hinduista) y divisiva, sobre todo en asuntos relativos al terrorismo y a las relaciones con Pakistán. El PPI ha perdido votos en estados de la India central, donde había conquistado algunas ganancias en comicios anteriores, aunque se mantiene en estados ricos como Gujarat y Karnataka. El retroceso del PPI ya se hizo evidente en varias elecciones regionales celebradas tras los atentados de Mumbai a finales del año pasado, donde el pronóstico de partida parecía augurar un ascenso de ese partido. Probablemente, los pobres resultados obtenidos provocarán no sólo un cambio en la cúpula dirigente sino también modificaciones en la orientación general del partido.

En cuanto al Tercer Frente, éste ha quedado muy lejos de sus objetivos de erigirse como una alternativa a las dos coaliciones dominantes. La agrupación de las dos principales formaciones comunistas y otras fuerzas de izquierda –además del apoyo de otros partidos de implantación regional con líderes carismáticos como Mayawati, Jayalalitha y Chandrababu Naidu– ha obtenido 80 escaños. Sin embargo, lo más apreciable ha sido el descenso del Frente de Izquierdas, ejemplificado en el Partido Comunista de la India (Marxista) que ha pasado de 43 escaños obtenidos en 2004 a tan sólo 16. Quizá, más que cuestiones de política nacional, la pérdida de votos de los partidos comunistas hay que relacionarla con cuestiones de política regional allí donde éstos gobiernan (Bengala Occidental) o probablemente con la diferencia de voto entre las elecciones generales y las estatales (como en el caso de Kerala).

La agenda del próximo gobierno

La crisis económica mundial también está haciendo mella en el país, donde ya se han rebajado las previsiones de crecimiento del PIB del 7% al 6,5%, y es probable que ni siquiera este último dato se cumpla. Uno de los principales temas de la campaña electoral ha sido el aumento de precios de los productos alimenticios básicos, que supone una cuestión crucial para dos tercios de la población con escasa capacidad adquisitiva. Otro aspecto que sigue siendo relevante es la reestructuración del campo y la creación de puestos de trabajo, así como la mejora de condiciones de los campesinos y otros trabajadores del sector primario. La APU había introducido algunas medidas en este sentido (como la National Rural Employment Guarantee Act), pero la realidad es que en el país siguen ocurriendo tragedias como el suicidio de campesinos endeudados.

Con respecto a la situación en las áreas urbanas tampoco parece demasiado halagüeña, dada la disminución generalizada de las exportaciones y la fragilidad de servicios que, como el outsourcing, emplean a una población joven y bien formada. Se espera que la tasa de desempleo del país aumente dados los recortes en la industria. Por ello, al presente gobierno se le plantean retos difíciles (en parte propiciados por una situación de recesión generalizada), si bien el apoyo obtenido en las urnas y la experiencia gubernativa del anterior mandato parecen respaldar su labor.

Otro asunto que ha figurado en la última parte de la campaña electoral ha sido el terrorismo. Si bien este tema no ha dominado la agenda central de los partidos, la referencia al mismo ha sido claramente con intenciones políticas, en especial por parte del PPI, que ya lo había usado en las elecciones regionales del año pasado, con no muy buenos resultados. El discurso sobre el terrorismo ha sufrido una cierta transformación. Mientras que el PPI sigue abogando por una línea dura de reforzar la legislación y de amenazar a su vecino paquistaní, el Partido del Congreso ha puesto como ejemplo la política de presión tras los últimos atentados de Mumbai como modo de conseguir la colaboración de su vecino.

El terrorismo, a nivel general, no supone un tema determinante para la mayoría del electorado, pero sí se trata de una cuestión que preocupa en la opinión pública. Concretamente, el terrorismo importa no sólo en su dimensión interna –reforzar la seguridad a la vez que mantener los derechos fundamentales, modificar la legislación existente, etc.–, sino también en su dimensión externa, dado que una parte del problema procede de la problemática periferia india y de los Estados vecinos, sobre todo de Pakistán. De hecho, lo que se cuestionaba al tratar el tema del terrorismo en la campaña era la política de diálogo y de contención adoptada por el gobierno de Manmohan Singh con su homólogo paquistaní a lo largo de los últimos cinco años.

Así pues, la victoria del Congreso también posee una lectura de respaldo a una política exterior de negociación (en vez del enfrentamiento y la presión militar) como modo de crear un escenario más estable y favorable a los intereses del país. Esto resulta particularmente relevante en el caso de Pakistán, con quien parece probable que más pronto o más tarde se reanude el proceso de diálogo interrumpido a raíz de los atentados del año pasado. Los dos países, a pesar de las reticencias y el cruce de acusaciones al principio, están colaborando en la investigación de los hechos y la determinación de responsabilidades que implican a varios individuos paquistaníes.

La otra cuestión regional que la India tiene que manejar con cierto tacto es la evolución de la situación en Sri Lanka, dada la sensibilidad que despierta en el estado indio de Tamil Nadu la situación de los tamiles hacinados en campos de desplazados en el país vecino. El gobierno indio ha adoptado una actitud comedida hacia la guerra emprendida por su homólogo cingalés contra los Tigres Tamiles: ha apoyado la acción militar, pero también ha visto con preocupación el drama de la población civil atrapada en el conflicto. Esta ambigüedad ha dado lugar a movilizaciones en el estado indio sureño a lo largo de la campaña electoral. Por el momento, el gobierno de Colombo sólo se expresa en términos de victoria, pero es parco a la hora de señalar si va a adoptar una política de reconciliación y reconocimiento de los derechos de los tamiles.

Con respecto a la relación con EEUU, aunque es probable que se mantenga una continuidad y un diálogo fluido, éste va a depender en buena medida de cómo Washington aborde el problema afgano y la relación con Pakistán. La Administración estadounidense está imprimiendo algunos cambios generales en la política hacia la región, determinados por el deterioro de la seguridad en la zona, y a pesar de que se mantiene una actitud particularmente favorable con respecto a la India, se está prestando mayor interés a cuestiones de estabilidad general que a la pretensión de enredarse en juegos de alianzas. La India valorará el papel que la Administración Obama pueda hacer para favorecer la colaboración de Pakistán en materia de seguridad, pero no va admitir interferencias para resolver las disputas pendientes con ese país.

Conclusiones

Los resultados electorales respaldan la política de coaliciones como una característica cada vez más permanente de la democracia india, pero han renovado sobre todo la confianza depositada en el Partido del Congreso. En parte, la razón para ello hay que buscarla en el clima de mayor estabilidad general existente en el país durante los últimos cinco años y sobre todo en una política de consenso, tanto en el plano interno como en el externo.

Con respecto al retroceso electoral sufrido por el PPI, éste no implica cambios para su condición de principal fuerza de la oposición y segunda fuerza política, pues el partido no se ha hundido y sigue teniendo bastante respaldo en algunos estados importantes. El PPI tendrá que afrontar cambios en su liderazgo y a nivel programático, evitando las posturas más ideológicas y las más tecnocráticas. Por el contrario, la situación se presenta más difícil para las fuerzas comunistas, que han sufrido un importante descalabro y pueden perder, además, uno de sus principales bastiones cuando se celebren las próximas elecciones en Bengala Occidental.

Por último, a pesar de que la situación general de crisis puede afectar a las políticas del gobierno en los próximos años para los sectores más desfavorecidos, el comedimiento exhibido por el liderazgo del Partido del Congreso durante la campaña electoral ha reforzado su imagen de fuerza política responsable. Esto también tiene especiales implicaciones en el plano exterior, donde se espera que la India contribuya a la estabilidad regional mediante un clima de diálogo constructivo con sus vecinos, en particular con Pakistán.

ASIA: MIGRACIÓN FORZADA


Laura Rubio Díaz Leal

En el siglo XX la migración forzada fue parte integral del desarrollo y de la constitución de nuevos estados en Asia. (A pesar de las sutiles diferencias legales, aquí se usarán indistintamente los términos "migración forzada", "desplazamiento forzado de población" y "refugiados" para referirse tanto a las personas que han sido desplazadas por la fuerza dentro de sus países de origen [Personas Internamente Desplazadas: PID] por conflicto, persecución y proyectos de desarrollo económico a gran escala, así como a aquellas personas que han sido obligadas a cruzar una frontera internacional para escapar de alguna forma de persecución, de los efectos de guerra civil, de movimientos insurgentes y/o de catástrofes naturales.) Durante el proceso de descolonización en la región y la consecuente reorganización política, el desplazamiento forzado con intercambios masivos de población jugó un papel central en Estados como India, Pakistán y Bangladesh. La revolución comunista en China e Indochina, así como la invasión soviética a Afganistán, inmersas como estaban en el conflicto bipolar, produjeron nuevas olas de refugiados que influyeron en la configuración de fuerzas en la región. Actualmente la migración forzada es el resultado de dos fenómenos: en primer lugar, el de guerra civil y/o reacomodo político producto de los regímenes heredados del periodo anterior en países como Bhután, Myanmar, Nepal, Indonesia y Afganistán, y, en segundo lugar, de proyectos de desarrollo económico e infraestructura a gran escala que han causado desplazamientos forzados y reasentamientos involuntarios de cientos de miles de personas en India, China, Indonesia y Vietnam.

Este ensayo intenta analizar los focos de inestabilidad producidos por la migración forzada en Asia en sus dos vertientes, e integrar el estudio de ambas para atraer la atención de la comunidad internacional a un problema viejo que hoy presenta dimensiones preocupantes. La migración forzada producida por conflicto ha contribuido en forma significativa a la inseguridad nacional y regional, y ha entorpecido el establecimiento de relaciones más estrechas y la cooperación en el seno de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ANSEA) y de la Asociación del Sur de Asia para la Cooperación Regional (SAARC, por sus siglas en inglés). En décadas recientes las instancias involucradas en el asentamiento, protección, reasentamiento y repatriación de los refugiados producidos por conflicto han sido organizaciones gubernamentales del régimen internacional para los refugiados encabezadas por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), así como un sinnúmero de organizaciones no gubernamentales internacionales y locales.

Sin embargo, raro es el caso en que la migración forzada causada por el desarrollo se estudia (y atiende) dentro del mismo rubro que la migración por conflicto, dada la falta del ingrediente de persecución política o violencia, que constituye el criterio fundamental mediante el cual el régimen internacional para los refugiados brinda protección y asistencia a sus víctimas. Ello implica que las víctimas de desplazamiento forzado y reasentamiento involuntario producidos por proyectos de desarrollo queden a merced de los gobiernos responsables, toda vez que las instituciones financieras internacionales y/o empresas transnacionales que financian tales proyectos difícilmente asumen la responsabilidad de lidiar con los costos sociales e impactos ecológicos una vez que el proyecto ha sido concluido.

Al 1 de enero de 2005 había 6899600 refugiados en Asia (UNHCR 2005:1-11), incluidos refugiados víctimas de persecución, y por conflicto, solicitantes de asilo y personas sin Estado. No obstante, esta estadística excluye a los desplazados por proyectos de desarrollo económico. Nada más en la década de 1990 la construcción de grandes presas hidroeléctricas en países en desarrollo en todo el mundo desplazó a alrededor de 40 millones de personas (T. Scudder, 1997). Este tipo de proyectos y sus efectos sobre el desplazamiento humano no son nuevos; sin embargo, la construcción de infraestructura hidroeléctrica en Asia en las últimas dos décadas lo ha elevado a dimensiones sin precedente (según R. Phadke, 1999, entre 1970 y 2000 sólo en China e India la cifra aumentó más de 100%). A nivel global, hay más refugiados por el desarrollo económico que por guerras y desastres naturales (M.M. Cernea, 1996). A pesar de la magnitud del problema, no es frecuente que en la literatura de la migración forzada se vincule este fenómeno al de la seguridad nacional y regional.

Migración forzada por reacomodo político

El reacomodo político en los países del sur y este de Asia con problemas de migración forzada refleja la imperfección de las instituciones políticas que emergieron de revoluciones sociales o de la descolonización, incapaces de integrar a las minorías étnicas. En las últimas dos décadas la reconfiguración de fuerzas se ha manifestado en cuatro modalidades: conflictos armados en busca del cambio de régimen -- guerrilla maoísta en Nepal, insurgencia mujaidín en Afganistán e insurgencia comunista en Myanmar -- ; establecimiento de gobiernos de extrema derecha ultranacionalista que priva a minorías étnicas de participación política y de ciudadanía -- el gobierno de Myanmar en contra de los musulmanes rohingyas, o el bhutanés en contra de los hindúes lhotshampas -- ; búsqueda de representación política y/o autonomía de algún grupo étnico -- tibetanos y los musulmanes uigures de la provincia de Xinjiang en China -- ; y el caso más extremo, el intento de secesión de alguna minoría étnica -- la provincia de Aceh en Indonesia.

Estas circunstancias han generado violencia, represión, persecución, huida y flujos de refugiados hacia los países vecinos. Ninguno de estos conflictos se ha resuelto en forma satisfactoria debido a problemas crónicos en los países de origen, así como a las restricciones, intolerancia y el semiencarcelamiento en el que viven los refugiados en los países huésped (G. Loescher y J. Milner, 2005). Algunas de estas situaciones han persistido durante más de 20 años, por lo que miles de refugiados continúan viviendo en campamentos en espera de condiciones propicias para su regreso, lo cual, inevitablemente, exacerba problemas propios de los países huésped. En el sur y este asiáticos, ninguno de los países receptores es signatario de los instrumentos internacionales para refugiados (Convención de 1951 y Estatuto de 1967 de la ONU) que protegen a los desplazados contra el regreso forzado (refoulement) a su país de origen o el maltrato en manos de fuerzas fronterizas y la comunidad local. Por ende, su seguridad y la posibilidad de que el ACNUR u otras organizaciones los asista dependen solamente de la buena voluntad del país receptor.

En Asia destacan cuatro casos de problemas de refugiados prolongados: el de la minoría étnica lhotshampa de Bhután en el sureste de Nepal y noreste de India; el de disidentes políticos y minorías étnicas de Myanmar en Tailandia y de los musulmanes rohingyas de la provincia de Arakan de Myanmar en Bangladesh; el de los tibetanos en India y Nepal y, finalmente, el de los afganos en Pakistán e Irán.

En diciembre de 1990, en Bhután, como estrategia de limpieza étnica motivada por el miedo al crecimiento demográfico de las minorías, el gobierno negó la ciudadanía a los residentes que no pudieran comprobar que habían llegado al país antes de 1958. Por consiguiente, alrededor de 100000 lhotshampas indios descendientes de emigrantes nepalíes fueron obligados a buscar refugio en Nepal en donde el ACNUR los acogió en seis diferentes campamentos. Dada la negativa del gobierno bhutanés de cambiar su postura, la única solución duradera ha sido la de procurar la integración de los lhotshampas a la sociedad nepalí con sus propios problemas de inestabilidad.

Con el mismo espíritu, el gobierno de Myanmar decidió negar la nacionalidad a los musulmanes rohingyas en 1978, lo que motivó la salida de alrededor de 250000 refugiados hacia Bangladesh, donde el índice de pobreza extrema es de los más altos del mundo. En 1994, con la asistencia del ACNUR, se repatrió voluntariamente a la mayoría, no obstante las condiciones desfavorables en Myanmar. Por ello, al menos 20000 refugiados decidieron quedarse en Bangladesh en condiciones difíciles pero sin la amenaza a su seguridad. En Myanmar, la inseguridad se suma a la insurgencia comunista y al carácter represivo del régimen, ocasionando la salida de disidentes y otras minorías: más de 120000 refugiados birmanos han huido hacia Tailandia de la violencia, arrestos arbitrarios y persecución, del reasentamiento y trabajo forzado y destrucción de cosechas, para asentarse en campamentos a lo largo de la frontera o en el interior del país. Adicionalmente, 500000 inmigrantes ilegales birmanos, que desde los ochenta han salido en busca de mejores condiciones de vida, viven actualmente en Tailandia, país que disputa su frontera con Myanmar, propiciando la infiltración de refugiados, inmigrantes económicos y traficantes de drogas, aumentado la tensión en la zona.