martes, 4 de noviembre de 2008

RECONSIDERAR LA REVALUACIÓN


David D. Hale y Lyric Hughes Hale

En la última década, la economía de China ha crecido de manera extraordinaria: actualmente, es dos veces mayor que hace diez años. Este crecimiento espectacular implica que Beijing puede influir hoy en la economía global en formas que hubieran sido inimaginables en los años noventa -- un acontecimiento que ha generado inquietud en Estados Unidos -- . Muchos funcionarios de Washington y algunas pequeñas empresas estadounidenses de manufactura aducen que Beijing ha subvaluado deliberadamente su moneda y que ha manipulado los mercados para promover el crecimiento de sus exportaciones.

En consecuencia, muchos políticos estadounidenses claman por que se lleven a cabo acciones para remediar el creciente superávit comercial anual de China con Estados Unidos, que actualmente es de 250 000 millones de dólares. Asumen que aumentar el valor del yuan con respecto al dólar disminuirá las exportaciones chinas a Estados Unidos, ya que se volverían más caras, y, al mismo tiempo, estimulará las importaciones de productos estadounidenses en China, al abaratarlos. Conforme se acercan las elecciones presidenciales de 2008, el Congreso de Estados Unidos discute activamente una legislación proteccionista y la instauración de nuevos aranceles que castigarían a China si su moneda no se revalúa a una tasa superior a la actual (5%).

Pero la revaluación -- sin importar qué tan vehementemente se abogue por ella -- difícilmente conseguirá el resultado deseado de reducir el desequilibrio comercial entre Estados Unidos y China. La reforma fiscal, la reestructuración de los sectores bancario y corporativo, la apertura gradual de las cuentas de capital y el fomento del consumo interno tendrían, incluso por separado, un efecto más mensurable y duradero sobre el superávit de la cuenta corriente de China. Asimismo, hay pocas razones para creer que Beijing aceptará la revaluación a gran escala de 20% o más que quieren algunos miembros del Congreso de Estados Unidos. Dicha política podría tener como resultado la disminución de las exportaciones, la pérdida de empleos y la fuga de capitales hacia otros mercados emergentes con mano de obra más barata, sin mencionar el aumento en la especulación monetaria y las pérdidas por la modificación del tipo de cambio sobre cientos de miles de millones de dólares de deuda en bonos del Tesoro de Estados Unidos que tiene en sus manos el gobierno chino.

Además, el desequilibrio comercial que la revaluación del yuan supuestamente remediaría no es la amenaza extrema que muchos en el Congreso han querido hacer de ella. El creciente superávit comercial chino ha generado, en realidad, numerosos beneficios para la economía mundial, así como para las empresas y para los consumidores estadounidenses. Ha recompensado generosamente a compañías estadounidenses, como Wal-Mart, las cuales han obtenido una rentabilidad sin precedente como resultado de la mano de obra barata y de los bajos costos de producción en China. Los críticos se olvidan de que el banco central chino, el Banco Popular de China, utiliza el superávit para comprar bonos de deuda estadounidenses, lo que beneficia a la economía de Estados Unidos. Más aún, cerca de 27% de las exportaciones chinas en realidad lo generan empresas estadounidenses que, a su vez, transfieren sus ahorros a los consumidores en Estados Unidos.

El solo hecho de fortalecer el yuan no corregirá el desequilibrio comercial entre Estados Unidos y China, ni mucho menos llevará a la dinámica economía de China a alcanzar un equilibrio duradero; en el mejor de los casos, es una solución imperfecta para un problema secundario. El desafío más grande -- y también el más crítico -- consiste en concluir adecuadamente la integración plena de China a la economía global. China no es más que un engrane, y la revaluación es sólo una palanca en la compleja maquinaria del comercio internacional. Desafortunadamente, muchos políticos estadounidenses con escasos conocimientos de teoría económica, flujos comerciales o patrones de inversión no han entendido las complicaciones de la economía china y su lugar en el mercado global. Por eso, buscan una solución jingoísta y políticamente popular para un problema complejo y multifacético.

Los peligros de la revaluación


Ésta no es la primera vez que Washington ha buscado intervenir en los asuntos monetarios de Beijing. Al principio de la década de los treinta, el gobierno del presidente Franklin Roosevelt apoyó la legislación para elevar el precio de la plata, y así obtener el respaldo de los senadores de los estados productores de plata en el oeste para el Nuevo Trato (New Deal ) e incrementar las exportaciones de Estados Unidos a China. Pero esto probó ser un desastre para China, quien utilizaba el patrón plata y no el patrón oro. A diferencia del resto del mundo, China había experimentado un crecimiento económico durante los primeros años de la Gran Depresión debido a los bajos precios de la plata y a una rápida industrialización. La Ley de Compra de Plata (Silver Purchase Act) de 1934 obligó a China a revaluar su moneda, disminuyó sus exportaciones en casi 60%, y sumió a la economía china en el caos, pero fracasó en su intento de aumentar las exportaciones de Estados Unidos a China. En el mundo del siglo XXI, caracterizado por la gran movilidad de capital, de información, de talento y de tecnología, políticas similares de contención económica, como las que ahora circulan en el Congreso, tienen aún más posibilidades de fracasar.

No obstante, Washington sigue obsesionado con la política cambiaria china. Los sindicatos y las empresas manufactureras de segundo nivel insisten en que China ha mantenido su tipo de cambio subvaluado artificialmente para mejorar su posición competitiva en el ámbito internacional. Señalan que China tiene un superávit comercial con Estados Unidos cercano al 2% de su PIB, en comparación con el máximo de 1.2% que alcanzó Japón en la década de los ochenta, cuando el gobierno estadounidense fue presa del pánico por última vez con respecto a los desequilibrios comerciales con Asia.

Washington ya ha emprendido acciones punitivas. El 30 de marzo de 2006, el Departamento de Comercio de Estados Unidos causó conmoción en los mercados financieros cuando anunció nuevas medidas comerciales contra la industria papelera china, lo que abrió potencialmente la puerta para que otras empresas estadounidenses intentaran repetidamente frenar las importaciones chinas. Estas medidas fijaron aranceles a las importaciones de papel chino, con el argumento de que la industria china papelera se beneficiaba de subsidios injustos, tales como bajas tasas impositivas y préstamos de bajo costo. Este anuncio acabó con la política hacia China que había llevado Estados Unidos durante 23 años, en la que no la trataba como economía de mercado y, por lo tanto, no era sujeto de medidas compensatorias. Antes de este cambio, las empresas estadounidenses sólo podían demandar a las compañías chinas por casos de antidumping. La decisión del gobierno de Bush de imponer estas sanciones refleja el nuevo ambiente político en los círculos de poder de Washington.

Puede que Washington haya olvidado cómo afectó su política de la plata a China en la década de los treinta, pero los formuladores de políticas públicas en China sí lo recuerdan, y no quieren llevar a cabo otra revaluación masiva que pudiera producir una deflación interna y perjudicar sus exportaciones, lo que conduciría a la pérdida masiva de empleos. Esta prudencia es especialmente comprensible dada la experiencia de otros países asiáticos que hicieron caso a los consejos de las instituciones internacionales. Cuando los vecinos de China siguieron la prescripción del Fondo Monetario Internacional de liberalizar su sistema financiero durante la década de los noventa, experimentaron una gran crisis debido a sus grandes déficits en la cuenta corriente y sus enormes deudas en dólares. De hecho, China ya estaba en camino de instaurar un régimen de tipo de cambio de flotación libre y la plena convertibilidad justo antes de la crisis financiera de Asia del Este en 1998. Pero después de la debacle en la región, Beijing se convenció de que, en un mundo de fondos de cobertura (hedge funds) y de especulación rampante, era mucho más seguro proteger su propia moneda.

A la postre del colapso asiático, existía el riesgo de que China devaluara el yuan y que esto llevara a una serie de devaluaciones en cadena en toda la región, lo que hubiera profundizado la crisis. En lugar de eso, China asumió una perspectiva de largo plazo. Mostró su liderazgo regional y dejó en paz al yuan. Después de todo, no necesitaba realmente correr el riesgo. De hecho, debido a las devaluaciones forzadas en otros países de la región, el tipo de cambio real en China se apreció un 30% durante la crisis. No obstante, sus exportaciones siguieron siendo fuertes, debido al gran crecimiento de su productividad. Todavía en 2002, Beijing siguió resistiéndose a la tentación de devaluar la moneda, aun cuando, de haberlo hecho, hubiera obtenido ventajas inmediatas para las exportaciones del país. China no temía quedarse sola; la firmeza fue su primer acto de ciudadanía global en el período de la posguerra.

Tradicionalmente, han sido los bancos chinos quienes se han opuesto a la revaluación de la moneda, por temor a que esto pueda dañar al sector financiero. Pero, hoy, la resistencia a un tipo de cambio más flexible proviene también de otros grupos de interés en China, como los industriales o los productores agrícolas, quienes temen perder su ventaja competitiva en el mercado de las exportaciones. China depende del sector manufacturero para emplear a 109 millones de personas -- lo que evidentemente contrasta con los 14 millones de empleos en el sector manufacturero de Estados Unidos -- y, naturalmente, al gobierno le preocupa que una apreciación significativa del tipo de cambio pueda reducir el empleo en ese sector de la economía china: los precios de las exportaciones se elevarían y los mercados en el extranjero para los productos chinos baratos se agotarían. Algunas empresas textiles en el centro manufacturero de la provincia de Guangdong están mudando sus fábricas a Camboya y Vietnam debido al rápido aumento de los salarios en China y a la incertidumbre sobre la política cambiaria de Beijing. Los campesinos chinos también están preocupados por lo que pueda suceder, en el largo plazo, con la competencia internacional, ahora que los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio han hecho que el mercado chino sea más poroso frente a las importaciones. Estos campesinos son un grupo de interés potencialmente poderoso, ya que dos tercios de la población de China residen en el campo y el aumento de las importaciones tendría un impacto significativo en el desarrollo de la economía rural.

El déficit comercial global de China

A diferencia de muchas de sus contrapartes en Washington, los funcionarios en Beijing comprenden que los desequilibrios comerciales entre China y Estados Unidos son producto de algo mucho más grande que los tipos de cambio o, incluso, que el comercio bilateral. Hoy, la producción se ha vuelto tan integrada globalmente que son muy pocos los productos manufacturados que se hacen en un solo país de principio a fin. A diferencia de Japón, por ejemplo, China no tiene una economía interna integrada verticalmente, capaz de producir una línea entera de productos, desde las materias primas hasta el producto terminado. En su lugar, China es la última parada en la línea de ensamblaje global. Importa componentes de otros países asiáticos, completa el proceso de manufactura y luego exporta los productos terminados a Estados Unidos. En 2003, los bienes intermedios producidos por compañías de Corea del Sur, Japón, Singapur y Taiwán representaron 34% del total de las importaciones chinas, en contraste con el 18% de 1992 -- y, probablemente, hoy este porcentaje sea bastante mayor -- . Asimismo, ya que China funge, básicamente, como un taller de terminados, apenas 20% del valor de los productos que exporta es capturado realmente por la economía china. Como resultado, aunque China tiene un superávit comercial con Estados Unidos, tiene un déficit comercial con el resto de Asia. De hecho, el déficit comercial de China con Asia del Este creció más de 300%, al pasar de 39 000 millones a 130 000 millones de dólares, entre 2000 y 2007, a la vez que el superávit comercial de China con Estados Unidos casi se triplicó, de 90 000 millones a cerca de 250 000 millones de dólares en el mismo período.

Como dejan en claro estas cifras, se ha puesto demasiado énfasis en los temas bilaterales entre Estados Unidos y China, en vez de en los desequilibrios comerciales como un problema global. Para empezar, sugieren que estar en el extremo más débil de un desequilibrio comercial no es necesariamente una carga económica. Quienes apoyan a China en Estados Unidos -- incluidos el Club para el Crecimiento (Club for Growth ) y un buen número de académicos y economistas de Wall Street -- han advertido de los riesgos que conlleva el proteccionismo anti-China, precisamente con base en que el superávit comercial chino no es necesariamente algo tan malo para Estados Unidos. Las crecientes ganancias corporativas han provisto a China con un excedente en el ahorro, el cual recicla al comprar bonos del Tesoro de Estados Unidos como parte de sus reservas cambiarias. Las empresas estadounidenses también han compartido este auge: las ganancias obtenidas de hacer negocios en China crecieron a más de 4 000 millones de dólares en este año, 50% más que el año anterior.

Más aún, como muestra un estudio reciente del Hong Kong Institute for Monetary Research (HKIMR, el think tank del banco central de facto de Hong Kong, la Hong Kong Monetary Authority), el valor del yuan depende de la balanza comercial china en su conjunto, y no sólo de su superávit vis a vis Estados Unidos. De hecho, señalan los investigadores del HKIMR, la apreciación de la moneda no tendría el efecto esperado de hacer decrecer las exportaciones chinas. En realidad, podría tener el efecto contrario, al disminuir el costo de las importaciones que China necesita para crear los productos terminados que exporta a Estados Unidos y a Europa.

Más allá de la revaluación


El verdadero desafío, como bien lo sabe Beijing, es ayudar a China para que integre su vibrante economía al sistema internacional. En la medida que siga aumentando la tasa de crecimiento de China, muchos en ese país -- incluido Zhou Xiaochuan, director del Banco Popular de China -- han empezado a preocuparse por la inflación, la cual está ahora en su máximo nivel en 11 años. Las reservas internacionales de China son superiores a 1.4 billones de dólares, es decir, aproximadamente 50% del PIB. En los últimos dos años, el índice de la bolsa de valores de Shanghái pasó de 1 000 a 6 000 puntos. En mayo de 2007, el volumen de los intercambios en las bolsas de valores de Shanghái y de Shenzhen superó al de todas las bolsas del resto de Asia y de Australia juntas. Hoy, China es responsable del 5% del total de la actividad bursátil a escala mundial.

Hasta ahora, la política monetaria de China, por sí sola, ha fracasado en el intento por reducir su enorme tasa de crecimiento, actualmente por encima del 11%. El Banco Popular de China no puede valerse de una herramienta común para restringir el mercado bursátil, regulando el margen de deuda, lo que permite a los inversionistas echar mano de fondos prestados para comprar acciones: ese tipo de deuda no existe en China. En lugar de eso, ha respondido con el aumento sostenido de los requerimientos de las reservas bancarias y con la subida paulatina de las tasas de interés. Pero si aumenta las tasas de interés de forma brusca, podría atraer flujos de capital de inversionistas extranjeros, los cuales fortalecerían la moneda. Con tasas de interés más altas, también se podría mantener más dinero chino dentro del país. Ninguno de estos resultados frenaría la economía. Por lo tanto, los formuladores chinos de políticas públicas tendrán que mirar más allá de la política monetaria y concentrarse, en cambio, en reformar las leyes fiscales, en incrementar el consumo, en fomentar la salida de capitales y en cambiar las regulaciones que rigen a las empresas chinas.

Tradicionalmente, China reembolsaba a los productores el Impuesto al Valor Agregado (IVA) del 17% sobre los insumos de producción que se pagaba en las exportaciones. Pero, en junio de 2007, anunció que iría descontinuando las devoluciones del IVA en 25% de los productos que exporta. Ha eliminado las devoluciones con respecto a bienes intensivos en energía, tales como carbón, cobre refinado, aluminio primario, acero crudo y carbono activado, todos los cuales se producen en industrias que sufren de sobreinversión. China mantendrá las devoluciones del IVA en los productos con mayor valor agregado, como la maquinaria, porque los considera como los motores del desarrollo en el futuro.

Debido al crecimiento de su mercado interno y a la increíble magnitud de sus actividades manufactureras, China ha conseguido acumular un nivel de ahorro corporativo y gubernamental sin precedente. Pero la transición hacia el capitalismo ha estado llena de obstáculos e imperfecciones. La incapacidad de China para pagar los dividendos corporativos ha inflado las arcas de las empresas, lo que ha llevado a un ciclo de sobreinversión en bienes de capital y a una forma de especulación corporativa en la bolsa de valores que es similar a la práctica japonesa de usar el capital excedente para realizar inversiones riesgosas de corto plazo, conocida como zaitekku. Un cambio en las reglas que regulan las corporaciones chinas, que les obligara a pagar dividendos a todos los accionistas, curaría una distorsión de envergadura.

En última instancia, China también tendría que cambiar a una nueva política que fomente el consumo interno y reduzca su dependencia de las exportaciones. El gasto de los consumidores no se ha mantenido a la par del crecimiento global del PIB: la parte que le corresponde del PIB ha caído constantemente de 50%, en la década de los ochenta, a 36% actualmente. El consumo se ha visto eclipsado por las enormes ganancias del gasto del capital y las exportaciones. El gobierno ha realizado algunos cambios para aumentar el consumo, como la introducción de medidas para abolir los impuestos a los agricultores y el aumento del gasto público en salud y educación. Sin embargo, los hogares chinos aún tienen la tasa más alta de ahorro del mundo, de entre 23% y 25%. Esto es así porque la red de seguridad social china sigue siendo tan deficiente que mucha gente prefiere ahorrar más para poder pagar por la educación, la salud o el retiro. Irónicamente, para disminuir la tasa de ahorro de los hogares y fomentar el gasto en consumo, el gobierno tendrá que reinstaurar algunas políticas socialistas que desaparecieron en la década de los noventa.

Beijing también está tratando de ralentizar el crecimiento de sus reservas cambiarias, fomentando la salida de más capitales. En mayo de 2007, Beijing cambió las reglas en esta área y permitió que los fondos de inversión especiales chinos invirtieran en acciones extranjeras y que las empresas extranjeras invirtieran en acciones chinas. Este cambio produjo una ganancia inmediata en la bolsa de Hong Kong, donde las instituciones chinas compran rutinariamente acciones "H", es decir, acciones de empresas chinas que tienen autorización para aparecer en la bolsa de Hong Kong. (Éstas se venden con un descuento significativo, en comparación con acciones similares en la bolsa de Shanghái debido a que tienen una demanda al menudeo más baja y un mercado menor). El gobierno chino magnificó el repunte al anunciar que daría a los ciudadanos chinos mayor libertad para comprar acciones de Hong Kong y que permitiría a los fondos de inversión participar en una gama más amplia de mercados extranjeros. China espera que esta estrategia de promoción de la salida de capitales tenga el mismo éxito que tuvo en Japón hace algunos años, al reducir las altas reservas internacionales y llevar a la economía a un equilibrio duradero.

Un actor global

A pesar de la comprensible renuencia del gobierno de Beijing a ceder a las demandas de Estados Unidos, hay buenas posibilidades de que China termine por cambiar de rumbo y permita que su tipo de cambio se aprecie más rápidamente como resultado de la presión política de Washington. Pero la apreciación del tipo de cambio tendrá un impacto mucho menos significativo en el superávit comercial de China que los cambios en la política económica que China ya está llevando a cabo. En los últimos 30 años, China ha estado involucrada en un complejo proceso de integración a la economía mundial. Sin importar cuántas reformas económicas sensatas se instrumenten en Beijing, gran parte de la responsabilidad de integrar a China a la economía global recaerá en la comunidad internacional. Y este proceso requerirá más que los esfuerzos unilaterales de Estados Unidos por proteger sus propios intereses; en cambio, debería considerarse como un asunto multilateral que afectará a casi todos los países del mundo.

Ha llegado el momento de que haya un esfuerzo internacional amplio para integrar a China a la economía global. Estados Unidos debe reformar las tradicionales cumbres del G-8 para incluir a China como su noveno miembro. El G-7 (el grupo de países muy industrializados) admitió a Rusia a fines de la década de los noventa y, actualmente, China es un actor económico mucho más importante que Rusia entonces. De hecho, no puede haber una discusión seria sobre asuntos económicos globales sin la participación activa de Beijing. La admisión de China al proceso del G-8 crearía un importante foro global en el que los principales países industrializados podrían discutir sobre el impacto del auge exportador de China en la economía de otros Estados y debatir el tema del impacto ambiental de la creciente demanda de Beijing de mayores importaciones de materias primas y bienes agrícolas primarios, así como de recursos energéticos. Al final, sólo una hábil combinación de reformas estructurales en China y esfuerzos multilaterales coordinados permitirán establecer una relación económica más equilibrada entre Washington y Beijing.

LAS RELACIONES ENTRE LA UNIÓN EUROPEA Y CHINA: UNA CLAVE DEL ORDEN MUNDIAL DEL SIGLO XXI


Alfredo Pastor y David Gosset

La celebración en septiembre de 2005 de la octava cumbre entre la UE y China dio como resultado una declaración de 26 puntos, que refleja de la intensificación de las relaciones de cooperación entre Bruselas y Beijing. Esta cumbre supone la continuidad de la situación extraordinariamente positiva en la que nos encontramos. Tras la entrega a China de Hong Kong en 1997 y de Macao en 1999, no existen otras disputas importantes entre China y Europa, por lo que para tanto Beijing como Bruselas supone una ventaja estar libres de cualquier contencioso del pasado. El informe sobre política para la UE publicado por China en 2003 subraya que “no hay conflictos de intereses fundamentales entre China y la UE, y ninguna de las partes supone una amenaza para la otra”. Será interesante observar durante los próximos años la reacción de Beijing al posible ingreso de Turquía como nuevo miembro de la Unión Europea ya que el problema Uyghur de Xinjiang podría afectar directamente a las relaciones entre la UE y China.

El diálogo entre la UE y China experimentó un significativo avance en Londres en 1998 con motivo de la celebración de la primera cumbre a la que asistieron jefes de Estado y de Gobierno. En esta cumbre se discutieron de forma constructiva todos los temas principales de las relaciones bilaterales.

La globalización está causando un incremento muy importante en las relaciones comerciales entre la UE y China, y en unas condiciones cada vez más abiertas. Desde que Deng Xiaoping comenzara la apertura del país en 1978, el comercio bilateral UE-China se ha visto multiplicado por 40, alcanzando aproximadamente 170.000 millones de euros en 2004. China es en la actualidad el segundo socio comercial de la UE después de los Estados Unidos, mientras que la Unión Europea se convirtió en el mayor socio comercial de China en 2004. Durante los últimos años, las empresas de la UE han realizado fuertes inversiones en China (el promedio de los flujos anuales de inversión extranjera directa –IED– ha rondado los 4.200 millones de dólares en los últimos cinco años), con una IED europea que supera los 35.000 millones de dólares. Hay razones para pensar que, como en cualquier proceso de integración, las actuales fricciones comerciales continúen. Hasta la fecha no ha ocurrido nada que no pudiera resolverse dentro del marco de la OMC y aunque el impacto del comercio no está uniformemente distribuido por los diferentes países y regiones de Europa, en conjunto la repercusión es sin duda positiva.

El principal marco legal de las relaciones con China es todavía el “Acuerdo de Comercio y Cooperación entre China y la CE de 1985”, que sustituyó a una versión anterior de 1978 y que engloba las relaciones comerciales y económicas, así como el importante programa de cooperación UE-China. Este acuerdo se complementó en 1994 y 2002 mediante intercambios de notas que establecen el diálogo político UE-China. En 2004 se aprobó un acuerdo importante que concedió el estatuto de destino autorizado (ADS, por sus siglas en inglés) por el que se permite a los turistas chinos beneficiarse de unos procedimientos más fáciles para viajar a Europa. Este acuerdo tendrá una repercusión enorme en la industria turística europea y debería servir como base para crear las condiciones de un mejor entendimiento entre Europa y el “Reino Medio”. En el año 2000 se aprobó un Acuerdo de Ciencia y Tecnología que fue renovado en 2004. En el año 2003 se firmó un nuevo acuerdo de cooperación sobre el programa central europeo Galileo de navegación por satélite. Durante la 7ª Cumbre UE-China se firmó un acuerdo sobre investigación conjunta del uso pacífico de la energía nuclear.

Los dirigentes europeos denominan “alianza estratégica” al vínculo entre la Unión Europea y China. Los temas en los que desean mejorar, y que han sido tratados por Bruselas y Beijing, son asuntos estratégicos globales, como la proliferación de armas de destrucción masiva, el terrorismo internacional, la seguridad de los suministros de energía mundiales, las crisis en diversas zonas del mundo y el medio ambiente. Además, China y la Unión Europea son socios que cuentan con un significativo peso global, gran influencia y responsabilidades en la escena internacional. Así, los dos extremos del continente euroasiático, conscientes de su peso global, sitúan sus relaciones mutuas en una perspectiva mundial.

Tanto Bruselas como Beijing han expuesto claramente sus intenciones en documentos oficiales y actualmente están en el proceso de conseguir llegar a un “compromiso muy serio”, según Romano Prodi. La política exterior actual de la UE con respecto a China está basada en el documento sobre política de la Comisión adoptado en 2001 y denominado “Estrategia de la UE con respecto a China: aplicación del comunicado de 1998 y futuros pasos para conseguir una política europea más efectiva”. El nuevo documento sobre política de la Comisión, titulado “Una alianza en desarrollo: intereses comunes y retos en las relaciones entre UE-China”, fue aprobado por la UE el 13 de octubre de 2003. Este documento indica cómo lograr una mayor profundización de las relaciones entre la UE y China mediante la definición de políticas concretas de acción en la política de la UE hacia China en los próximos años. La Unión Europea dará un impulso al diálogo político, se asegurará de que la cooperación en materia de inmigración ilegal siga orientada a obtener resultados y mejorar la eficacia del diálogo sobre derechos humanos. En los campos económico y comercial se da prioridad a la cooperación en los asuntos de la agenda de la ronda de Doha y a hacer un seguimiento del cumplimiento de los compromisos de China con la OMC. Con el objetivo de estructurar mejor la relación transeurasiática, Beijing dio un paso muy significativo y así, en octubre de 2003, China publicó su primer documento sobre política para con la UE, siguiendo las prácticas en este sentido de la propia UE.

En resumen, la UE está apostando seriamente por la gradual apertura de China y el gigante asiático está haciendo esfuerzos por acercarse más a la UE. Beijing está centrándose en la UE para comprender mejor una nueva entidad política, está cada vez más implicado en las reuniones Asia-Europa (en inglés Asia Europe Meetings, ASEM) y está mostrando cierto interés en mejorar aspectos importantes para Bruselas, como el medio ambiente, la normativa legal y el cumplimiento de la legislación internacional. Además, cuando hay dificultades (como en las recientes conversaciones sobre la industria textil) ambas partes buscan activamente por medio de la negociación una solución satisfactoria para todos; el proceso de negociación en el contexto del sistema de la UE juega un papel clave en las relaciones UE-China.

¿Es la relación UE-China la mejor posible?

A la UE le ha resultado difícil lograr una política común en relación a China, ya que cada Estado miembro tiene su propia relación histórica con Asia y especialmente China –desde las extremadamente intensas a las prácticamente inexistentes–, habiendo en algunos casos conflictos de intereses de carácter económico. La escala de valores, su comprensión y su interpretación pueden ser motivo de divergencia y así en derechos humanos existen diferentes sensibilidades entre los países europeos. Irlanda, Suecia, Finlandia, Dinamarca y Holanda conceden una atención prioritaria al asunto, puesto que la opinión pública y los parlamentos de cada uno de ellos prestan una gran atención al problema. Mientras que en el extremo opuesto, los países latinos no le dan tanta importancia y Alemania, el Reino Unido y Francia se sitúan en una posición intermedia. Sin embargo, la cuestión de los derechos humanos podría dañar las relaciones globales entre la UE y China. El Informe Anual sobre Derechos Humanos de la UE de 2004 se refiere con claridad a este tema: “Aunque China reformó su constitución en marzo de 2004 para incluir una referencia a los derechos humanos y a pesar de que se ha avanzado en cuestiones sociales como la de los trabajadores emigrantes y el VIH/SIDA y que también está en marcha la reforma de los sistemas judicial y legal, a la Unión Europea le preocupan las continuas violaciones de los derechos humanos en China”.

Los diversos intereses económicos de los países europeos, entre los que se encuentra la sobradamente conocida cuestión textil, son también una fuente de divergencia en el seno de la UE en relación con China. Las negociaciones llevadas a cabo en junio de 2005 por el Comisario de Comercio de la UE, Peter Mandelson, tuvieron en cuenta sobre todo a los productores textiles y tres meses más tarde el Comisario sufrió las protestas del comercio minorista. El Consejo celebrado el 3 de octubre de 2005 adoptó un reglamento que impone un arancel antidumping definitivo a las importaciones de ácido tricloroisocinanúrico de origen chino, en contra de la opinión de Dinamarca, Holanda, Estonia, Finlandia y Suecia. La falta de acuerdo sobre la cuestión del ácido, aunque con una repercusión mucho menor que las negociaciones y renegociaciones Bo-Mandelson sobre el textil, demuestra que los 25 Estados miembros de la UE tienen diferentes intereses. Hasta ahora, sus opiniones se han tenido en cuenta dentro de los mecanismos habituales de la UE sin grandes problemas. Sin embargo, si el nacionalismo continuara creciendo tanto en Europa como en China existe el riesgo de que ciertos países europeos abandonen la solidaridad europea y por tanto se menoscabe la credibilidad de la UE.

El espectacular aumento del comercio, así como su propia naturaleza, pueden ser un punto de fricción entre la UE y China. Aunque en una economía globalizada un déficit bilateral no significa mucho en sí mismo, los europeos se quejan y seguirán quejándose de su creciente déficit comercial con China. Mientras que Europa disfrutó de un superávit comercial con China a comienzos de la década de los ochenta, las relaciones comerciales entre ellos se caracterizan ahora por tener un considerable y creciente déficit europeo, que rondó en 2003 los 55.000 millones de euros, y que es el mayor déficit comercial bilateral de la UE. China, por su parte, se opone a las barreras comerciales de la UE. Aunque el ingreso de China en la OMC estimule los intercambios comerciales con Europa, es inevitable que surjan algunas fricciones en el ámbito comercial, como por ejemplo en productos alimentarios.

Tampoco los Estados miembros se ponen de acuerdo sobre la interpretación y las consecuencias del ascenso estratégico de China. El documento de 2003 sobre la política china con la UE declaraba que “La UE debería levantar en fechas próximas su prohibición sobre la venta de armas a China para eliminar obstáculos y permitir abrir el camino a una mayor cooperación bilateral en la industria de defensa y en tecnología”. París, con el presidente Jacques Chirac al frente, está convencido de que el embargo de armas a China debe ser suprimido. París y Berlín creen que la China de hoy no supone una amenaza para el Este de Asia; sin embargo, esa no es la opinión del Reino Unido que cree, en sintonía con los temores de Washington, en la amenaza de una China agresiva, como una versión del siglo XXI de las aventuras coloniales de Japón en Asia tras la Primera Guerra Mundial. Existe un alto riesgo de divergencia en la relación transatlántica y de posteriores divisiones dentro de la UE sobre el ascenso estratégico de China. Por ello, Bruselas, Washington y Beijing deben establecer mecanismos que creen las condiciones para una positiva relación a tres bandas.

Es de vital importancia que se desarrollen en Europa los estudios de sinología de forma que se pueda afrontar con éxito la gradual apertura de China. Como señalaba David Shambaugh en el Washington Quarterly (verano de 2005), los estudios sobre China son poco habituales en Europa en comparación con Estados Unidos. La UE no puede establecer una agenda adecuada o poner en práctica políticas ambiciosas sin un mayor conocimiento de la realidad china.

Es necesario tener una visión a largo plazo de China y por tanto evitar un planteamiento a corto plazo, que normalmente no resulta positivo y hasta podría ser perjudicial. Tanto la construcción de una Europa unida como el crecimiento y la apertura de China son procesos de una magnitud considerable y la interacción constructiva entre ambos fenómenos requiere tiempo. La política europea hacia China no debería ser resultado de una mera yuxtaposición de proyectos, a pesar de que estén bien dirigidos, sino que debería ser resultado de una inteligente y bien documentada gestión de todo un proceso.

China debería ser un país o, incluso mejor, el país con el cual Europa actuara de forma unitaria más que como la simple suma de todos sus Estados miembros. Las relaciones históricas de los Estados-nación europeos con China, cuando han existido, han dejado un sabor algo menos amargo que en otras partes del mundo, por ello es más fácil crear una presencia europea unitaria en China que, por ejemplo, en Oriente Próximo o en el Norte de África. Los europeos deberían aprender del éxito de la escuela de negocios China Europe International Business School (CEIBS) de Shanghai, ya que ningún país miembro de la UE por sí solo, por muy importante que fuera, hubiera logrado lo que la CEIBS ha conseguido en tan solo diez años. Todo ello en gran parte debido a la fuerte conciencia europea existente en el campus de la escuela de negocios de Pudong. Hemos de subrayar que en su informe histórico sobre la UE de octubre de 2003, China menciona explícitamente a la CEIBS como un proyecto de suma importancia (“Deberán hacerse los esfuerzos necesarios para hacer de la China Europe International Business School todo un éxito”).

En el mundo posterior a la Guerra Fría, las relaciones entre Europa y China han dado un gran salto adelante. Sin embargo, dado el gran cambio producido en el mundo –por segunda vez en sólo una década– en el otoño de 2001, tanto Beijing –un modelo a seguir para los países en desarrollo (que pretende reducir la pobreza)– como Bruselas –un modelo de cooperación entre países (que pretende la articulación de la soberanía y la globalización)– deberán asumir mayores responsabilidades para trabajar juntos como los principales arquitectos de una Eurasia en cooperación. En el contexto del desorden mundial surgido tras el 11 de septiembre, la UE y China deben desarrollar una auténtica estrategia para convertirse en los pilares, conjuntamente con EEUU, de un orden mundial estable. Para afrontar los retos del Grand Chessboard (el “Gran Tablero de Ajedrez” de Brzezinski, 1997), Bruselas y Beijing han de acordar una gran estrategia para el continente eurasiático ya que ambos cuentan con los recursos materiales y culturales para convertirse en fuentes de estabilidad para nuestra peligrosa y volátil “aldea global”. Para conseguir esto, sobre todo desde el lado europeo es necesaria la articulación de una Política Exterior y de Seguridad Común que sea reflejo de una Europa unida e independiente.

El 22 de septiembre de 2005 José Manuel Durão Barroso dio una conferencia en Lisboa en la que se refirió a su reciente visita a China (en realidad fueron dos visitas en tres meses) en la que afirmaba que “para poder avanzar y poner a trabajar de nuevo a Europa, debemos construir un nuevo consenso sobre políticas rediseñadas para un nuevo periodo de integración europea. La Comisión que presido está dispuesta y preparada para tomar esta iniciativa. (…) El área en la que más urgentemente hay que tomar medidas es en la remodelación de las diferentes estructuras económicas y sociales de Europa, respetando los principios y valores que determinan nuestra forma europea de alcanzar la competitividad y justicia social (…) ¿Por qué es esto tan urgente? Acabo de regresar de China y de la India y lo que he podido observar es una intensa demostración de la espectacular velocidad y dimensión de los cambios en el mundo”.

El objeto de esta cita es señalar que los dirigentes políticos europeos están afrontando directamente el reto que supone China y, así, cuando emplean la palabra “globalización” a menudo se refieren a China. No obstante, la magnitud del proceso de apertura de China al mundo no solo requiere que la Comisión realice algunos ajustes o que impulse reformas económicas y sociales, sino que también exige que los Estados miembros tomen las medidas necesarias para alcanzar una mayor integración política europea. Después de todo, la integración europea alentada por Washington tras la Segunda Guerra Mundial también fue estimulada desde el exterior –aunque de forma negativa– por la URSS. La caída de la Unión Soviética fue seguida por la firma del Tratado de Maastricht que dio lugar a la UE, y Europa comenzó entonces a ampliarse hacia el Este. La apertura de China podría también impulsar una mayor integración europea.

Desde una perspectiva global, la Unión Europea como modelo de cooperación entre países, los Estados Unidos como punto de referencia de vitalidad tecnológica y económica y China como ejemplo para los países en desarrollo, se complementan entre ellos. Potencialmente, estos tres vértices podrían ayudar a la humanidad a superar las guerras, la pobreza y el oscurantismo. Un triángulo positivo UE-China-EEUU, es decir, un Occidente renovado, una Eurasia que coopera con un liderazgo sinoeuropeo y una política estadounidense hacia Asia centrada en China, daría por cerrado definitivamente el siglo XX y daría paso a un nuevo orden mundial del siglo XXI. Tanto los gobiernos de Bruselas, Washington y Beijing, como sus think tanks, deberán establecer los mecanismos necesarios para sacar el máximo partido de una triangulación positiva.

Conclusión

Si la apertura de China es entendida correctamente, podría servir como catalizador para la profundización del proceso de integración europea. La Unión Europea, que se encuentra en la actualidad en un momento especialmente crítico de su historia, debe ir más allá en sus relaciones con China y alejarse de una perspectiva que vea al gigante asiático simplemente como una amenaza o una oportunidad económica. La interacción entre los dos extremos del continente eurasiático puede ser altamente beneficiosa para ambas partes.

LA HERENCIA DE MAO EN LA CHINA ACTUAL


Enrique Fanjul

¿Queda algo de Mao y del maoísmo en la China actual, aparentemente tan alejada de la senda por la que éste intentó conducirla? En contra lo que en principio podría pensarse, sí permanece en China una herencia apreciable y significativa del líder del Partido Comunista Chino que fundó la República Popular en 1949.

Entendemos el término maoísmo en un doble sentido: por un lado la acción política efectiva, real, de la figura histórica de Mao; y por otro su ideología, el que fuera llamado "marxismo-leninismo pensamiento Mao Tse-tung", que sirvió de base ideológica no sólo al Partido Comunista Chino, sino a numerosos partidos comunistas de todo el mundo.

La figura de Mao no es unidimensional, única. Hubo a lo largo del tiempo, por así decirlo, varios Mao, diferentes e incluso contradictorios entre sí en su actuación política y en su ideología. Depende de cuál sea el Mao que consideremos, su herencia ha desaparecido o, en contra de lo que podría deducirse de una observación superficial de la China de nuestros días, su herencia sigue presente de forma importante.

El Mao cuya herencia ha resistido menos el paso del tiempo es el más próximo cronológicamente, el Mao de los últimos veinte años de su vida. Es la época en la que asumió posturas de un izquierdismo radical, lanzó campañas que tuvieron efectos devastadores sobre China, propugnó el igualitarismo a ultranza, desconfió de los intelectuales, defendió que al comunismo se podría llegar con mucha mayor rapidez de lo que hasta entonces se había considerado. Es el Mao que persiguió con crueldad a los que percibió como sus enemigos políticos, aunque se tratara de viejos compañeros del Partido que habían luchado a su lado, y por la revolución china, durante años.

Es difícil saber, en relación con la actuación de Mao en la dos últimas décadas de su vida, hasta qué punto sus planteamientos ideológicos respondieron a una genuina convicción, o hasta qué punto fueron una pantalla para encubrir su ambición por el poder. Quizás ambas motivaciones, convicción e interés, actuaron conjuntamente, entremezcladas y alimentándose entre sí, sin que sea posible separarlas con claridad. Quizás la distinción entre una y otra, al fin y al cabo, no tiene mayor relevancia, puesto que lo que en realidad cuenta para el análisis histórico es el comportamiento real, al margen de las motivaciones últimas de las personas.

Según han señalado algunos autores, Mao tenía una personalidad psicológica particular, una personalidad "frontera" con dos características que condicionaron su comportamiento, en especial a partir de 1957. Una de ellas era la necesidad de tener enemigos irreconciliables, enemigos que podían ser tanto países -Estados Unidos, la Unión Soviética- como personas.

La otra característica era su incapacidad para compromisos emocionales permanentes. Mao, a lo largo del tiempo, terminó enfrentándose con numerosos camaradas del Partido con los que había llegado a estar muy cercano, camaradas que habían luchado con él, que habían sido sus colaboradores y amigos pero que, o bien lo abandonaron, o bien Mao los rechazó. Los dos casos más importantes son los de Liu Shaoqi y Lin Biao. Liu Shaoqi, un viejo revolucionario que compartió con Mao momentos de lucha, derrota y victoria, y que llegaría a ocupar el cargo de Presidente de la República Popular, fue perseguido y tuvo un final trágico durante la Revolución Cultural. Lin Biao, nombrado en 1969 como el sucesor de Mao, murió en 1971 cuando el avión en el que intentaba huir de China se estrelló en Mongolia, tras haber organizado una conspiración y un intento de asesinato contra Mao Tse-tung.

A partir de 1957, Mao tenía motivos para temer que su posición política en la estructura de poder de la República popular fuera cuestionada. Dentro del Partido, determinados sectores habían asumido abiertamente las críticas contra Stalin, susceptibles de ser interpretadas como críticas contra el dominio excesivo del poder por una sola persona, lo cual, en las circunstancias de China, significaba poner en tela de juicio la figura de Mao. En el VIII congreso del Partido Comunista, celebrado en 1956, los informes políticos más relevantes fueron presentados por Deng Xiaoping y Liu Shaoqi, no por Mao. La frase que hacía referencia al papel guía del "pensamiento Mao Tse-tung" fue quitada de la Constitución del Partido. El puesto de Secretario General, que había sido abolido hacía tiempo, fue restablecido y ocupado por Deng Xiaoping. Los documentos aprobados en el Congreso recogieron ideas económicas ortodoxas, opuestas a las ideas radicales y colectivistas que propugnaba Mao.

Bien fuera como un mecanismo de defensa de su posición de poder, bien como un genuino desarrollo de sus convicciones políticas, lo cierto es que Mao elaboró en los años finales de la década de los cincuenta unas nuevas teorías políticas, que se podría sintetizar en cuatro grandes proposiciones.

En primer lugar, Mao argumentó que un factor vital en la historia era la conciencia de los pueblos, y que una conciencia adecuada permitiría a éstos moldear la realidad de acuerdo con sus ideas. En esa época el problema central que el Partido tenía que resolver era la modernización económica de un país atrasado como era China. Mao defendió que, con una movilización política basada en una conciencia comunista, se podrían conseguir avances extraordinarios en un plazo de tiempo muy breve. Esta afirmación estaba en contradicción con la visión marxista tradicional, según la cual lo determinante en el progreso social son las fuerzas materiales, avanzándose hacia el comunismo por un proceso a largo plazo apoyado en el desarrollo de las mismas. Mao invirtió los términos: primero había que establecer el comunismo y una conciencia comunista en la población, y con ellos se conseguiría después el desarrollo de las fuerzas materiales.

Algunos hechos históricos podían alentar este voluntarismo de Mao, este desmesurado optimismo acerca de la capacidad del ser humano -que se reflejó en las consignas que se popularizaron en el Gran Salto Adelante, como "el hombre es el factor decisivo" o "los hombres son más importantes que las máquinas"-. A lo largo de la historia, Mao y el Partido Comunista habían sido autores de grandes gestas, como la Larga Marcha o la victoria tras la Segunda Guerra Mundial en la guerra civil contra el Kuomintang, cuyo ejército disponía inicialmente de una abrumadora superioridad militar. Esos éxitos no hubieran sido posibles sin una firme voluntad de victoria y un heroico esfuerzo de los combatientes comunistas. En 1957, según Mao, la voluntad y el esfuerzo del pueblo volverían a ser artífices de nuevas gestas, ahora no en el terreno militar sino en el económico.

El segundo concepto básico de este pensamiento maoísta fue el de la revolución permanente, según el cual al comunismo se accede mediante una serie indefinida de luchas, de contradicciones, que se van resolviendo a través de sucesivas rupturas revolucionarias. Si con la colectivización de la agricultura efectuada en los años cincuenta se había instaurado el socialismo, ahora se trataba de hacer una nueva ruptura revolucionaria, con la cual se produciría la transición del socialismo al comunismo. El desequilibrio, la contradicción, existían por tanto de forma permanente, y actuaban como motores de la historia.

En tercer lugar, y estrechamente relacionado con la anterior idea de la revolución permanente, Mao afirmó que la lucha de clases continuaba existiendo en las sociedades socialistas. En 1957 se produjo a este respecto un cambio crucial en sus planteamientos: desde ese año, y hasta el final de su vida, la contradicción principal de la sociedad china pasó a ser para Mao la contradicción entre la burguesía y el proletariado, entre la vía socialista y la vía capitalista. Aunque en los escritos y discursos de Mao hay una cierta ambigüedad sobre qué es lo que entendía por burguesía, parece que pensaba, más que en una lucha de clases contra las antiguas clases capitalistas que ya habían desaparecido, en la lucha contra tendencias o posturas capitalistas. El concepto de clase no lo hacía depender por tanto del status económico sino del comportamiento político individual: no se era capitalista por la condición económica que se tenía, sino por las ideas que se defendían. Según diría, "hay gente en el Partido que adopta el disfraz de miembros del Partido Comunista, pero en absoluto representan a la clase trabajadora; por el contrario, representan a la burguesía", añadiendo que "en una sociedad socialista, nuevos elementos burgueses pueden ser generados". En 1958 Mao calculó que las clases "hostiles" suponían un cinco por 100 de la población, es decir, unos 30 millones de personas, mostrándose poco optimista sobre la posibilidad de recuperarlas ("si podemos transformar el 10 por 100 de ellas será un éxito").

Una implicación de esta teoría era la idea de que en el propio Partido Comunista había aparecido una clase burocrática privilegiada, en un fenómeno parelelo a lo que había sucedido en la Unión Soviética, en la cual, según señalaría Mao en los años sesenta, había emergido una nueva burguesía. Puesto que en una sociedad socialista uno de los peores crímenes que se podía cometer era defender el capitalismo, este tipo de argumentos le serviría para descalificar, con una gran arbitrariedad, a sus enemigos, cuyas ideas y cuyo comportamiento fueron calificados y condenados como capitalistas -por supuesto, por el propio Mao y sus seguidores-.

Este es quizás uno de los puntos de la doctrina maoísta en el que se halla más diluida la frontera entre la sincera creencia ideológica y la pura conveniencia personal para justificar la destrucción de los enemigos en la lucha por el poder.

En cuarto y último lugar, el maoísmo atribuyó un papel fundamental a las masas, y sobre todo a las masas campesinas, como fuente de "creatividad revolucionaria". Mao siempre manifestó recelo y desconfianza hacia los intelectuales, hacia las personas con una alta capacidad técnica y profesional. Lo "atrasado" tenía la ventaja de que sobre ello se podía construir más fácilmente un mundo nuevo; los intelectuales estaban más maleados, tenían ya una determinada forma de ser que no era fácil alterar. El pueblo campesino, atrasado, inculto, era como "una hoja de papel en blanco". Mao escribió a este respecto: "La pobreza suscita el deseo de cambio y el deseo de revolución. En una hoja de papel en blanco, libre de toda señal, los caracteres más frescos y hermosos pueden ser escritos, los cuadros más frescos y hermosos pueden ser pintados". Esta peculiar teoría acerca de las ventajas de lo "atrasado" serviría más adelante para justificar el envio de intelectuales y de la gente de la ciudad al campo, como un procedimiento para que aprendieran las "virtudes proletarias".

En la sociedad podía haber contradicciones entre los dirigentes y las masas, y el Partido Comunista no tenía por qué ser infalible. Esta proposición no era desinteresada. Una de sus implicaciones era que Mao, en el caso de sentirse a disgusto con la línea imperante en el Partido, podría liberarse de la disciplina de éste e instituir un vínculo directo con las masas, apoyándose en su papel histórico de gran timonel de la Revolución. Mao no podía aceptar la idea de la infalibilidad del Partido Comunista -que ha ocupado normalmente un lugar central en los planteamientos de los partidos leninistas- si anticipaba que en un momento dado tendría que oponerse a la línea dominante en él.

Estos fueron los cuatro componentes ideológicos del maoísmo: la confianza en que se podrían ejecutar grandes proezas económicas con una movilización y una concienciación política comunista de las masas; la revolución permanente, como un proceso dialéctico de desequilibrios y rupturas que se van sucediendo indefinidamente; la persistencia de la lucha de clases en la sociedad socialista, con la posibilidad de que aparezcan en ésta tendencias políticas capitalistas; y las virtudes revolucionarias de las masas y en particular de las masas campesinas. En estos cuatro componentes radica el fundamento político-ideológico del Gran Salto Adelante, de la Revolución Cultural, y del implacable enfrentamiento de Mao y sus seguidores con la línea pragmática del Partido.

La línea pragmática o moderada de Partido Comunista Chino analizaba la realidad de una manera notablemente distinta a la de Mao. Los pragmáticos opinaban que la tarea prioritaria no era la lucha de clases, que se podía dar básicamente por terminada en la China de los años cincuenta, sino la modernización económica, que no se podría conseguir a través de la movilización política y la implantación del comunismo, para la cual China no estaba todavía preparada. China era un país atrasado, y la transición al comunismo, de acuerdo con un planteamiento marxista clásico, solo sería posible a largo plazo y mediante el previo desarrollo de las estructuras productivas.

Mao llevó a la práctica sus ideas radicales con el Gran Salto Adelante, que provocó una gran desorganización de la actividad económica. La perspectiva histórica lo ha situado como una de las mayores calamidades de la historia contemporánea de China y de la humanidad. Basta un dato estremecedor para comprender su alcance: según estudios sobre lo que habría sido una evolución demográfica normal, se ha estimado que el hambre sufrida durante el Gran Salto Adelante originó entre 10 y 20 millones de muertes (algunas estimaciones llegan a hablar de hasta 30 millones). Los desastres naturales tuvieron parte de responsabilidad. La explicación maoísta convencional culparía de lo sucedido en estos años a la doble acción de las malas condiciones meteorológicas y la "traición" de la URSS. Pero la responsabilidad del Gran Salto Adelante es atribuible, antes que a cualquier otra cosa, al desorden inducido por la nueva filosofía voluntarista de Mao.

Como reacción al desastre del Gran Salto Adelante, la línea pragmática se hizo con el control del poder en los primeros años sesenta. A partir de 1966, Mao y sus seguidores radicales lanzaron la Revolución Cultural, con la intención de evitar la restauración del capitalismo y neutralizar a los "seguidores del camino capitalista" que había en el Partido.

Entre 1957 y 1976, por tanto, la historia de China estuvo marcada por el enfrentamiento entre las dos facciones, la maoísta y la pragmática. Entre 1957 y 1960, con el Gran Salto Adelante, el maoísmo fue la tendencia dominante. Los pragmáticos dominaron entre 1961 y 1965, los años de la "restauración moderada". El periodo 1966-1969 fue el de la fase más aguda y violenta de la Revolución Cultural (que no terminaría oficialmente, según las autoridades chinas, hasta 1976). Entre 1970 y 1976 Mao siguió dominando el poder, pero ejerciendo una política más prudente (inducida en primer lugar por la agudización del enfrentamiento de China con la URSS).

Desde la perspectiva de la dialéctica entre estas dos líneas, una maoísta o radical y otra pragmática ("reformista" desde 1978), la herencia de Mao en la China de nuestros días se ha ido difuminando poco a poco. Desde 1978, al amparo de la política de la reforma, la prioridad básica es la modernización y al desarrollo económico. Se ha avanzado de forma decisiva hacia el establecimiento de una economía de mercado que ha supuesto el abandono de consignas igualitaristas, se ha reducido enormemente el peso de la politización y de las campañas políticas, se ha favorecido el consumo y el nivel de vida de la población. En política internacional se ha promovido un marco de relaciones pacífico y estable, en el que la cooperación económica ha sido un pilar básico.

Todos estos desarrollos son opuestos a la política de radicalización izquierdista, implantación acelerada del comunismo, campañas continuas de movilización, enfrentamiento al imperialismo en la escena internacinal, que Mao propugnó desde 1957 hasta su muerte en 1976.

Pero la figura político-histórica de Mao no se limita al Mao de la etapa 1957-76. Existe otro Mao, cronológicamente anterior, cuya figura se entremezcla con la gran revolución china del siglo XX, la revolución que culminó en la implantación de la República Popular China en 1949 y de la cual ha surgido la actual China de la reforma. Mao fue el líder del Partido Comunista que llevó a cabo esta revolución, con la que China terminó un largo periodo de crisis y decadencia. Gracias a la revolución comunista, China logró recuperar su unidad, rechazar las agresiones exteriores que venía sufriendo desde el siglo XIX, convertirse en una gran potencia, temida y respetada en la comunidad internacional. Desde esta perspectiva, la herencia de Mao en la China actual sigue siendo destacada.

El Partido Comunista ha sido para China la fuerza de vertebración político-social que le ha permitido superar su gran crisis de los siglos XIX y XX. Esta crisis tuvo dos elementos principales. En primer lugar, la desunión nacional, que se manifestó en la pérdida de poder por el gobierno central, las rebeliones interiores, el aumento de poder de los "señores de la guerra". El segundo elemento (vinculado a la debilidad que se derivaba de la desunión nacional) fue la vulnerabilidad exterior, la incapacidad para mantener la independencia y la soberanía de China. Desde el siglo pasado la historia de China estuvo caracterizada por el desmembramiento, por la agresión y paulatina ocupación de parte del territorio nacional por potencias extranjeras, por las guerras civiles.

El Partido Comunista, creado en los años veinte, tuvo que superar condiciones tremendamente adversas, ejemplarizadas quizás mejor que en ningún otro hecho en la Larga Marcha. Poco a poco, mediante una prolongada lucha, logró ganarse, gracias en primer lugar a la abnegación y el sacrificio de sus militantes, el apoyo del pueblo chino.

Mao fue, desde mediados de los años treinta, el principal dirigente del Partido Comunista, su líder indiscutible, su primer intérprete ideológico, y por tanto el responsable clave de la gran revolución que el Partido protagonizó.

Mao fundó, al frente del Partido Comunista, una República Popular que tenía una serie de rasgos esenciales -unificación del país, independencia exterior y defensa de la soberanía nacional, gobierno autoritario por una minoría encuadrada en el Partido Comunista, etcétera- que permanecen vigentes en la China actual. Estos rasgos constituyen una herencia incontestable del maoísmo en la China de la reforma, por mucho que ésta se haya apartado del radicalismo izquierdista de Mao Tse-tung.

Hay pues dos perspectivas para evaluar lo que ha quedado de Mao en la China de nuestros días. Una es la del Mao radical, izquierdista, impulsor de una línea política que llevó a China, sobre todo a partir de 1957, a una serie de campañas que trajeron al país desorden, hambre, sufrimiento, muertes, persecuciones. Desde esta perspectiva, poco es lo que ha quedado de herencia de Mao en la China de la reforma, en la China del presente.

La otra perspectiva es la del Mao que dirigió la gran revolución china del siglo XX, una revolución nacionalista que unificó el país, acometió su desarrollo económico, lo transformó en una gran potencia internacional y estableció un sistema de gobierno dictatorial que recogía las tradiciones políticas chinas. La herencia de este Mao no ha desaparecido, sino que forma parte de la configuración de la China de nuestros días.

Podría argumentarse que el sistema de economía de mercado que China está en vías de implantar supone una ruptura esencial respecto a la República Popular que fundó Mao. Pero el socialismo y la planificación no son elementos esenciales de la R.P. China. De hecho, la República Popular adoptó en sus primeros años de existencia un modelo soviético de desarrollo inspirado en la Unión Soviética. Después, a fines de los años cincuenta, se produjo el intento de establecer un modelo "maoísta" basado en la movilización política. Lo mismo que esos dos tipos de modelo económico, distintos entre sí, existieron en periodos anteriores de la República Popular, sin que cambiara su naturaleza esencial, con la política de reforma se ha pretendido implantar un nuevo modelo que busca su referencia central en las fuerzas de mercado. Este modelo tampoco es incompatible con la naturaleza esencial de la República Popular China.

En resumen, la figura del Mao izquierdista tiene una herencia que cada día es más débil, más difícil de reconocer en la China actual. Por el contrario, la figura del Mao que condujo el Partido Comunista hacia la victoria en 1949 y que estableció la República Popular ha dejado una herencia que forma parte de la China de nuestros días, y que previsiblemente se mantendrá todavía durante un largo periodo de tiempo.

Un tema aparte es la nostalgia por Mao que se ha desarrollado en China desde hace algunos años (en especial con motivo del centenario de su nacimiento, en 1993). Esta nostalgia ha sido, en buena medida, un recurso de sectores de población que se han sentido poco favorecidos por los beneficios económicos de la etapa de la reforma, o que quieren expresar su desagrado por los efectos negativos que ésta ha traído consigo. En la base del resurgimiento de esta veneración por Mao se halla la frustración causada por las incertidumbres, los trastornos económicos y sociales, que han acompañado los rápidos cambios económicos y sociales. Antes, todos los ciudadanos chinos tenían la seguridad de un empleo fijo de por vida; ahora, cada vez son más los que trabajan expuestos al riesgo del despido. Muchas personas añoran la seguridad, tanto económica como ideológica, que había en la China de Mao, y que contrasta con la acelerarada y a veces incontrolada transformación experimentada en estos últimos años. Este tipo de nostalgia, en fin, refleja un rechazo hacia los males actuales, más que una genuina añoranza de la China maoísta, o un deseo de regresar hacia las políticas del pasado. En este sentido, es similar a la nostalgia por el comunismo que ha aparecido en Rusia y en otros países de Europa del Este.

En suma, la China actual, de la reforma, la China que está protagonizando la mayor revolución económica de la historia de la humanidad, es un desarrollo de la República Popular China que Mao fundó en 1949, y probablemente no habría existido sin las realizaciones que éste llevó a cabo.