lunes, 22 de septiembre de 2008

LAS RELACIONES EXTERIORES TURCAS EN LA ERA DE LA POSGUERRA FRÍA


Atila Eralp

En esta reflexión abordaremos el precio que está teniendo que pagar la política exterior turca por su situación durante la transición desde la Guerra Fría hasta el período de la posguerra fría. Observamos que este período muestra un patrón llamativo en términos de la lentitud y larga duración del proceso, el cual también ha sido doloroso tanto para Turquía como para las élites en el Gobierno. En primer lugar, porque durante la Guerra Fría, las élites en el Gobierno gestionaron la política exterior turca en base a dos supuestos: primero, la creencia en la uniformidad de la Alianza Occidental y la idea de que en realidad no existían muchas diferencias entre Estados Unidos y Europa; y segundo, desde el punto de vista de la orientación de la política exterior en el ámbito regional, la estrecha cooperación que existía con la Alianza Occidental, con Occidente y especialmente con Estados Unidos. En todo lo relacionado con las orientaciones de su política exterior regional, Turquía siguió principalmente las políticas occidentales; en este sentido, las élites turcas no mostraban mucha autonomía.

Actualmente, si miramos el clima de posguerra fría, los supuestos de las élites turcas dejan de ser válidos a partir de los cambios que se han producido: ya no existe uniformidad en el interior de la Alianza Occidental, al mismo tiempo que existen diferencias entre Estados Unidos y Europa en relación con cuestiones clave de la política exterior.

Por otra parte, y en el ámbito de la política regional, las élites gubernamentales turcas cuentan con más oportunidades, hecho que las obliga a tener que tomar algunas opciones; así, la política exterior regional tiene más margen de maniobra. En el caso de Turquía, el inicio de su transición hacia el contexto de la posguerra fría coincidió con la negativa de la UE a su solicitud de adhesión presentada en 1987; la decisión de la Comisión se publicó en 1989, al mismo tiempo que la transición en la orientación de la política exterior turca desde el período de la Guerra Fría al de la posguerra fría. El rechazo de la UE dio lugar, por un lado, a un aumento del resentimiento hacia este bloque por parte de la población turca y, por el otro, a la búsqueda de nuevas alternativas a la vocación europea. En este sentido, entre 1989 y 1990, se comenzó a dibujar otro tipo de orientación en la política exterior regional. De esta manera, asistimos a la promoción de distintos intentos para encontrar alternativas a la vocación europea de Turquía; ejemplo de ello fue el aumento de la cooperación en el Mar Negro y con las repúblicas de Asia Central.

Si se analiza el período 1989-1999, este patrón de búsqueda de políticas regionales alternativas a la vocación europea resulta bastante sorprendente. Siempre que Turquía se ha enfrentado a problemas relacionados con la UE, se ha producido esta búsqueda de alternativas regionales, y este patrón resulta aún más llamativo en el contexto de la posguerra fría, especialmente después de 1989, pero también después de 1997, cuando la UE decidió establecer una política más excluyente respecto a Turquía. En ese momento se produjo otra vez una búsqueda de alternativas regionales.

Este patrón comenzó a cambiar a partir de 1999, con la decisión de la UE en la Cumbre de Helsinki de 1999. Se evidenció una actitud más inclusiva hacia Turquía, hecho que supuso, desde nuestro punto de vista, un cambio decisivo, no sólo en términos de las relaciones entre Turquía y la UE, sino también en todo lo relacionado con las orientaciones de política exterior turca en general. Podría incluso afirmarse que, después de Helsinki, Turquía comenzó a adoptar gradualmente una política exterior más “europeizada”. También en el ámbito interno se produjeron cambios de equilibrio, pero en lo que se refiere a la política exterior Turquía comenzó a adoptar esta orientación más europeizada.

En general, y en resumen, cabría entonces señalar que el gran proyecto de “occidentalización”, que era el proyecto básico de la República turca, comenzó a evolucionar; se convirtió en un proyecto mucho más concreto de europeización. Este proceso de europeización, las cuestiones centrales del cual se ubicaban en torno a la democratización, se iba transformando en un proyecto más concreto de la élite turca en el Gobierno –lentamente, ya que llevó cierto tiempo. Asimismo la cumbre de Copenhague (diciembre de 2002) también fue un momento decisivo en el proceso de europeización –la UE comienza a proporcionar más incentivos a Turquía en términos de su vocación europea. Cuando observamos el proceso de europeización, especialmente en lo referente a su reflejo en la política exterior, diríamos que el estilo de la actual política exterior turca comenzó a cambiar después de 1999 y especialmente después de 2002. Turquía abordó una estrategia más cooperativa en cuestiones de política exterior, especialmente en relación con sus vecinos; se produjeron importantes transformaciones en la orientación de la política exterior turca hacia Grecia, Bulgaria y sus vecinos orientales.

Este proceso se desarrolló lentamente. Turquía comenzó a centrarse más en el multilateralismo, la cooperación económica, los medios diplomáticos y las contribuciones a las operaciones de mantenimiento de la paz. Este período también fue testigo del inicio del alineamiento turco con la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la UE.

Observamos, pues, que Turquía se alinea en un 93% con las declaraciones de la PESC. Así, en términos de estilo, se ha producido un cambio fundamental en la política exterior turca. Pero si nos centramos en la sustancia de la cooperación entre Turquía y la UE, vemos que la relación y las mejoras han sido limitadas. Es decir, mientras la mayor parte de la documentación comunitaria enfatiza la contribución que podría hacer Turquía en cuestiones geopolíticas, desde un punto de vista discursivo existe mucho espacio para la cooperación cuando se trata de los asuntos de Oriente Medio, el Cáucaso, los Balcanes, entre otros; desde un punto de vista más sustancial, sin embargo, Turquía resulta invisible en la PESC y en términos de la nueva Política de Vecindad de la UE, donde Turquía no es ni socio ni país objetivo; no tiene ningún papel en estas dos áreas cruciales de la política exterior comunitaria.

Con relación a este tema, existen ciertas limitaciones por parte comunitaria, pero también en el ámbito internacional y en el interno. Brevemente apuntaremos tres limitaciones que definen y determinan la contribución de Turquía a la PESC y a la Política de Vecindad de la UE. Una limitación básica es la cuestión de Chipre. Sin entrar en muchos detalles, Chipre constituye un obstáculo fundamental, que si no se soluciona será imposible para Turquía contribuir a la PESC. En este sentido, el proceso de europeización permanece incompleto y esto tiene ramificaciones tanto en el área del Mediterráneo oriental como en términos de las relaciones entre Grecia y Turquía. Por consiguiente, en la medida en que el problema siga pendiente de resolución, Turquía y la UE se enfrentarán a importantes dificultades respecto a la PESC y a la Política de Vecindad.

La segunda limitación se produce a nivel sistémico, y entendemos por sistémico los crecientes problemas entre Estados Unidos y Europa. En la medida en que existe un creciente conflicto entre Europa y Estados Unidos, será extremadamente difícil para Turquía alinearse aún más con la PESC y la Política de Vecindad. Si analizamos la orientación de la política exterior turca, observamos que se produce una relación más estrecha con Europa y que hay una tendencia hacia una tipología más europea de política exterior; sin embargo, sería desastroso para Turquía optar entre Estados Unidos y Europa.

La tercera limitación presenta un carácter más doméstico. Como señala Soli Özel, el creciente aumento del nacionalismo kurdo en Turquía ha promovido, a su vez, el aumento del nacionalismo turco. Si tomamos la situación en Irak, observamos que existe una creciente inestabilidad en este país. Sin lugar a dudas, esto tendrá importantes ramificaciones, no sólo en el contexto regional, sino también en el contexto doméstico turco, y puede incluso llevar a un aumento del nacionalismo turco y al surgimiento de todo tipo de problemas.

A modo de conclusión, destacaremos que en este proceso se producen todo tipo de problemas y limitaciones, aunque, tal como apunta Giacomo Luciani, existen también amplios espacios de oportunidades. Evidentemente hay riesgos, pero estos también deben asumirse. Turquía tiene un papel destacado en el contexto de la posguerra fría porque es un Estado frontera importante y, como tal, tiene el potencial de vincular el proceso de ampliación a la Política de Vecindad de la UE. Una Turquía transformada dentro del proceso de ampliación tendrá definitivamente un papel importante en la Política de Vecindad de la UE y podrá crear más estabilidad en su área más cercana, una de las regiones más turbulentas del planeta.

Por último, un comentario optimista: si Turquía continúa avanzando hacia la adhesión a la UE, eventualmente estará en condiciones de desempeñar el tipo de papel que en su momento tuvo España cuando estuvo en condiciones de formular, de manera sustancial, la política de la UE hacia América Latina, o incluso el papel que está teniendo actualmente Polonia, que trata de moldear la política de la UE hacia Europa del Este. De la misma manera, Turquía podría algún día contribuir a diseñar la política de la UE en el Mediterráneo oriental.

LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES Y LA SEGURIDAD EN ASIA CENTRAL


Gracia Abad Quintanal

Como es sabido, la descomposición de la Unión Soviética a principios de los años 90 tuvo como consecuencia, entre otras muchas, el retorno de Asia Central como una de las áreas que concitan buena parte del interés – y la preocupación– de los responsables políticos por una parte y los estudiosos del sistema internacional por otro.

Entre los muchos procesos que configuran esa renovada preeminencia de Asia Central, un aspecto frecuentemente poco analizado es el papel de las organizaciones internacionales que tratan de canalizar la cooperación de los Estados de la región – y en ocasiones la de actores extra-regionales– , tanto en el ámbito económico, como en el político, como en el de la seguridad.

Por lo que respecta a estas últimas, las diferencias entre las organizaciones presentes en Asia Central son notables. Así, hay que destacar la existencia tanto de organizaciones que se pueden considerar como endógenas a la región de Asia Central, como la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) y la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), que están integradas completa o principalmente por Estados de la región como de organizaciones que se podrían denominar exógenas, como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) que están presentes en la región por unas razones u otras pero cuentan entre sus miembros con numerosos Estados alejados geográficamente de Asia Central. Del mismo modo, mientras que, como se verá, organizaciones como la OTSC, la OCS o incluso la OTAN pueden acabar por reflejar los intereses de alguna – o algunas– de las potencias con intereses en la región, el caso de la OSCE es distinto, por lo que, en las páginas que siguen y, por razones de espacio este ARI se limitaráa tratar de las tres primeras.

La Organización del Tratado de Seguridad Colectiva

La OTSC surge inicialmente como la principal organización de seguridad de la antigua Unión Soviética. Su origen hay que buscarlo en las Cumbres de la CEI (Comunidad de Estados Independientes) celebradas en Minsk y Bishkek en 2000. En ellas Vladimir Putin sugirióla conversión del Tratado de Seguridad Colectiva de la CEI (más conocido como Tratado de Tashkent) en una organización, tratando con ello de revitalizarlo.

La creación de la organización permitiría una racionalización y estructuración de una serie de mecanismos que habían sido creados entre 1992 y 2001 pero que estaban descoordinados y no respondían a una lógica de conjunto, entre los que destacaban una serie de unidades militares conjuntas, como las Fuerzas Aliadas Euro-Orientales, las Fuerzas Aliadas del Cáucaso y la Fuerza Colectiva de Despliegue Rápido, que pretende seguir el modelo de la OTAN y a la que ha dotado de personal multinacional y de un centro de mando móvil.

La Carta de la OTSC y un acuerdo haciendo referencia al estatuto legal de la organización fueron firmados por los Estados miembros el 7 de octubre de 2002. En septiembre de 2003, tras la ratificación por los seis Estados miembros (Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguizist n, Rusia y Tayikistán), la Carta de la OTSC entró en vigor.

Sobre estas bases, la cooperación se iría intensificando y pronto, ya en 2004 y 2005, se haría patente que iba incluso más alláde la cooperación militar y de la lucha contra las amenazas tradicionales. De hecho, empezóa concentrar su atención en la lucha contra el terrorismo internacional, algo que se confirmaría ya en 2006, con ocasión de la reunión celebrada en junio en Minsk donde la OTSC, además de proponer la declaración de Asia Central como zona libre de armas nucleares, firmaría nuevos documentos relativos a la lucha contra el terrorismo y el tráfico de drogas.

Fruto de esa lucha contra el terrorismo internacional fue también la actividad del Centro Contraterrorista de Bishkek, que se encargóde elaborar una lista de organizaciones terroristas y extremistas que operaban en los Estados miembros y la organización de ejercicios como Anti-Terror 2005, Rubezh-2004 y Rubezh 2005.

Igualmente, desde 2003, fuerzas especiales y de frontera de los Estados miembros de la OTSC han participado regularmente en operaciones contra la droga, como la operación Kanal.

Junto a todo ello, los Estados miembros de la OTSC son cada vez más conscientes de que, de fracasar los intentos por estabilizar Afganistán, ello podría acarrear una extensión de la violencia a Asia Central. De ahíque esta cuestión siga siendo el objeto de buena parte de los esfuerzos de la organización.

En cualquier caso, la diversificación de la actividad de la OTSC es parte de su progresiva transformación desde una alianza militar strictu sensu a una organización inmersa en un abanico de actividades cada vez más amplio, donde cuestiones como las situaciones de emergencia derivadas de catástrofes naturales o las migraciones y la detección de canales de tráfico de seres humanos son también contempladas. Una evolución que, por otra parte, inevitablemente recuerda la experimentada por la agenda de la OTAN.

Por otra parte, en 2006 la OTCS ampliósu nómina de participantes, ya que Uzbekistán decidiólevantar la moratoria de participación activa e ingresar como miembro de pleno derecho en la organización, algo que ratificaría el parlamento uzbeco en marzo de 2008 (en realidad se trataba de volver a ella, puesto que ya había sido miembro del Tratado de Seguridad Colectiva de la CEI). Ese gesto parecióratificar el distanciamiento entre Tashkent y Washington tras los incidentes de Andiján en 2005[1] y los esfuerzos realizados por Rusia desde 2004 para aproximarse a Uzbekistán, como demuestra la firma de un Tratado de Cooperación Estratégica y de un Tratado de Relaciones Aliadas entre los dos países en los años siguientes.

Unos acuerdos tanto más interesantes porque no fueron los únicos alcanzados por Rusia con Estados de la región en esos años. Así, en 2003 se produjo, por primera vez desde la Guerra Fría, el establecimiento de una base militar rusa en Asia Central, en Kant. Una base que, en fecha tan reciente como junio de 2008, Rusia tenía intención de dotar de más equipamiento y más personal. Es interesante resaltar, por otra parte, que la base rusa de Kant se encuentra situada a sólo 30 km de la base norteamericana de Ganci. A dicha base siguieron una base permanente para la 201ª División de Infantería Motorizada Rusa y una base área, ambas en Dushanbe, cedidas por Tayikistán, país con el que, ya en 2006, Rusia alcanzaría un acuerdo para el uso recíproco de sus fuerzas armadas. El colofón de todo ello fue la decisión adoptada en octubre de 2007, con ocasión de l5ª Cumbre de la organización, en virtud de la cual los Estados miembros de la misma podrían comprar armamento y equipamiento para sus fuerzas armadas y especiales a precios internos rusos.

Así, parece innegable que la OTSC permitióen sus primeros años una expansión de las funciones de su predecesor, el Tratado de Tashkent, un refuerzo de la cooperación militar y de seguridad, la creación de una fuerza de despliegue rápido conjunto – que no puede por menos que recordarnos a la de la OTAN– y la realización de ejercicios militares conjuntos, pero también que contribuyóa un incremento considerable del peso de Rusia en la región de Asia Central, algo que Moscúconsidera prioritario en el contexto de la creciente presencia de la OTAN, y aunque en mucha menor medida de la UE, en su flanco occidental. Algo para lo que Rusia ha hecho un esfuerzo consciente ya que, de hecho, Moscúha reducido los despliegues de fuerzas fuera de la CEI al tiempo que ha incrementado la proporción del presupuesto dedicada a instalaciones militares y fuerzas relativas a misiones de la OTSC, suministrando armamento a sus aliados a los mismos precios que paga la propia Rusia. Esa circunstancia explica en buena medida la modernización militar a que asistimos en estos momentos en Asia Central.

La Organización de Cooperación de Shangai

A diferencia de la OTSC, la OCS no ha sido nunca una alianza militar como tal y asílo reiteran sus miembros una y otra vez pero, a semejanza de la OTSC, la OCS también surgióa partir de una estructura preexistente; en este caso, el denominado “Grupo de Shangai” (o “los Cinco de Shangai”) creado en 1996 por China, Rusia, Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán como medida de confianza que permitiera la desmilitarización de las fronteras que los separan, el establecimiento definitivo de las fronteras y, en su momento, la cooperación transfronteriza.

A partir de ese germen – y con la incorporación de Uzbekistán– surgiría en 2001 la OCS, considerada por algunos autores como la institución multilateral de seguridad más importante de Asia Central. A tal valoración invita, al menos, su nómina de participantes, que cuenta, junto a los Estados arriba mencionados, que son participantes de pleno derecho, con otros Estados de la región que de modo regular u ocasional pueden tomar parte en las cumbres, ya sea como observadores – una categoría a la que pertenecen la India, Pakistán, Mongolia e Irán– , ya sea en calidad de “invitados distinguidos”, como lo han hecho Turkmenistán y Afganistán recientemente.

Dos aspectos han caracterizado progresivamente a la organización: su énfasis en la lucha contra los desafíos del extremismo, el separatismo y el terrorismo, que consideran interconectados (una característica de clara inspiración china que se hace patente ya desde la aprobación de la carta de la organización en San Petersburgo en 2002) y su voluntad cada vez más explícita de que sean los Estados de la región los que, libres de injerencias externas, decidan el futuro de la misma. Este último rasgo ha sido si cabe más acusado desde 2005, cuando en el contexto de la cumbre celebrada en Astanáse instó a EEUU, presente en la región desde el lanzamiento de la operación Libertad Duradera en Afganistán, a retirar sus tropas estacionadas en los Estados miembros de la región con objeto de su participación en la guerra contra el terrorismo. Una acción que, más alláde poner en entredicho el discurso oficial de que la OCS no se dirige contra ningún tercer Estado, vuelve a poner de manifiesto el hecho de que las organizaciones en Asia Central son en muchas ocasiones instrumentos en la lucha por la influencia que parecen librar las potencias.

Por lo que hace a la lucha contra el terrorismo, ha sido desde el comienzo uno de los objetivos clave de la organización, como han evidenciado, entre otras cosas, la creación de una estructura antiterrorista (RATS) en Tashkent (Uzbekistán), que se hizo efectiva de modo definitivo en 2004 y las operaciones antiterroristas puestas en marcha en el seno de los diferentes Estados desde 2006 con el fin de identificar los canales de infiltración empleados por los terroristas.

Junto a ello, como ocurría en el caso de la OTSC, los miembros de la OCS son muy conscientes de las posibles consecuencias de ignorar la situación en Afganistán. De ahísu voluntad de desempeñar un papel cada vez más relevante en la solución de dicho problema a través del Grupo de Contacto para Afganistán, establecido en 2005.

Ahora bien, de manera análoga a lo que ocurría en el caso de la OTSC, la OCS ha ido expandiendo progresivamente su ámbito de actuación incluyendo no sólo buena parte del abanico de las nuevas amenazas a la seguridad – para las que parece mejor dotada que la OTSC– sino cuestiones de carácter económico y comercial, energético, tecnológico, de lucha contra las drogas e incluso de protección medioambiental y alivio de la pobreza, como se ha puesto de manifiesto en la cumbre celebrada a finales de agosto de 2008 en Dushanbe. Sin embargo, hay que resaltar que la principal impulsora de esta cooperación ha sido en la mayor parte de los casos China, algo especialmente claro en lo que respecta a la cooperación económica, donde el gigante asiático ha insistido en la importancia de la cooperación para la mejora de las telecomunicaciones y las vías de comunicación y transporte, al tiempo que se ha mostrado partidario incluso de la creación de una hipotética zona de libre comercio entre los Estados participantes en la organización. Con esta actitud, China, más alláde querer asegurarse el acceso a los hidrocarburos de Asia Central, de los que estátan necesitada, da muestras de lo que parece una clara voluntad de ejercer un papel de liderazgo en la OCS que le permita mantener en Asia Central una posición no de control, pero síde cierta influencia.

Es evidente, en consecuencia, que la actuación de las distintas organizaciones responde a intereses explícitos pero también a otros que no lo son tanto y que los distintos actores buscan consolidar sus propias agendas a través de ellas. Así, si bien persiguen incrementar la seguridad en Asia Central, ayudando a disipar tanto las amenazas más tradicionales como, sobre todo, los nuevos desafíos a la seguridad, tan presentes en la región que nos ocupa, son al propio tiempo útiles instrumentos en manos de los distintos actores en su esfuerzo por incrementar su influencia en la región y, simultáneamente, tratar de reducir la de los demás.

En este sentido, el hecho de que sólo un Estado con un notable peso específico en la región como Rusia participe en dos de estas organizaciones, la OCS y la OTSC y que, en función de lo acordado en la cumbre de Bishkek en 2007, ambas estén empezando a coordinar sus actividades y establecer vínculos cooperativos, no parece una cuestión carente de relevancia. Como tampoco es desdeñable el hecho de que sea Rusia quien insista una y otra vez en la importancia de esa cooperación y China quien mantenga una actitud mucho más fría hacia la misma, deseando retener un mayor margen de maniobra y evitando ser arrastrada – al menos explícitamente– a un hipotético eje antiestadounidense o antioccidental. Una diferencia de perspectiva que se ha vuelto de poner de manifiesto en la cumbre de la OSC celebrada recientemente en Dushanbe con los acontecimientos Osetia del Sur como telón de fondo.

Ahora bien, esa cooperación – nada fácil por otra parte, como decimos– no debe ocultarnos otra cuestión igualmente importante: la de la competencia entre Rusia y China por la influencia en Asia Central, una región con la que les unen a ambos importantes vínculos históricos y de cuya importancia política, económica y estratégica en un futuro no tan lejano son tan conscientes como los propios EEUU. De hecho, esa competencia podría contribuir a explicar la tensión que ha caracterizado las relaciones entre las secretarías de las dos organizaciones a lo largo de los últimos años. De hecho, el Memorando de Entendimiento firmado por la OTSC y la OCS en octubre de 2007 para consagrar la cooperación entre las organizaciones buscaba probablemente coordinar los planes para el futuro y delimitar las esferas de actuación de las dos organizaciones con el fin de evitar conflictos.

Con todo, sean los aspectos competitivos o los cooperativos los que predominen entre la OTSC y la OCS, parece claro que la mera “multilateralización” de los asuntos, en particular los de seguridad, que vive Asia Central es en símisma favorable a los intereses de Rusia y China, por cuanto puede contribuir a reducir la influencia en la región de unos EEUU que han basado excesivamente su presencia en la región en una red de relaciones bilaterales.

La Organización del Tratado del Atlántico Norte

La OTAN es una organización de naturaleza completamente distinta a la OTSC o la OCS, de la que además no forman parte los Estados de la región y que, en consecuencia, no permitiráa EEUU servirse de ella para competir de modo efectivo por la influencia en la región.

Y es que, en efecto, la OTAN ha sido uno de los canales de la presencia de EEUU en Asia Central desde el fin de la Guerra Fría y el único basado en una organización internacional. Más en concreto, han sido dos las razones clave de la presencia de la Alianza Atlántica en Asia Central: la Asociación para la Paz (APP) primero y la operación Libertad Duradera y el despliegue de la fuerza de estabilización en Afganistán (ISAF), después.

La APP hizo posible la cooperación entre las repúblicas ex soviéticas y la OTAN en un amplio abanico de cuestiones de seguridad y defensa. El problema es que el mecanismo estaba en consonancia con la “política de puertas abiertas” de la organización, lo que suponía que algunos de sus participantes pudieran acabar por ser miembros de pleno derecho de la OTAN. Esa situación, en el caso de Asia Central y cuando muchos de los Estados participantes en la APP situados más al oeste ya se han integrado en la Alianza Atlántica, no sólo no ha permitido a la OTAN ser considerada por los Estados de la región como algo propio, sino que además ha alimentado los recelos hacia una organización vista cada vez más como valedora únicamente de los intereses de EEUU. En suma, una potencia externa a la región.

Unas impresiones que se han visto reforzadas por la mayor presencia de la OTAN en la región derivada de sus labores en Afganistán. Y es que cuando la OTAN se hizo cargo del mando de la ISAF en 2003 negociódistintos acuerdos – incluidos acuerdos de tránsito para sus fuerzas– con los Estados de Asia Central, nombróun representante especial para Asia Central y establecióun oficial de enlace permanente en la región.

Y por si todo ello era poco, la negativa de la Alianza Atlántica a las iniciativas cooperativas avanzadas por Rusia desde la OTSC tampoco ha contribuido a reducir tensiones. Ello ha tenido como resultado unos vínculos exiguos entre ambas organizaciones que, con todo, aun se sitúan por encima de los que ligan a la OTAN con la OCS, completamente inexistentes.

Sin embargo, reconsiderar la disposición para cooperar con otras organizaciones parece más que aconsejable si la Alianza Atlántica en general y EEUU en particular quieren mejorar su imagen en Asia Central. La introducción de tales dinámicas cooperativas suavizaría la imagen de la OTAN como intrusa en la región, introduciría a EEUU, siquiera mínimamente, en las dinámicas multilaterales mencionadas, facilitando con ello al propio tiempo el relanzamiento de sus relaciones con aquellos Estados de la región con los que se haya podido producir un distanciamiento en los últimos años. Por otra parte, la derivada de tal cooperación sería la única posición que permitiría a los Estados miembros de la Alianza participar, aunque sea mínimamente, en las decisiones acerca de los asuntos de seguridad en la región. Por último, pero no menos importante, permitiría una mejor coordinación, si es que se puede considerar que hay alguna, entre las tres organizaciones en aquello en que sus intereses parecen converger en mayor medida: la estabilización de Afganistán.

Conclusiones

Ahora bien, si nos detuviéramos aquí, estaríamos pasando por alto un elemento igualmente relevante y es que, siendo innegable la importancia de las potencias, al analizar la repercusión de las organizaciones en la seguridad de Asia Central no podemos perder de vista el papel que juegan los “pequeños” Estados centroasiáticos por cuya atención compiten las grandes potencias. De hecho, esa misma competencia de las grandes potencias los convierte en los árbitros de la situación. Y parecen aprovechar hábilmente esa posición tratando de equilibrar su participación en la OTSC con su acción a través de la SCO y sirviéndose de las relaciones con occidente en general y la OTAN en concreto para hacer posible una estrategia de diversificación.

El problema es que unas organizaciones que acumulan objetivos explícitos e implícitos como los expuestos más arriba y entre las que se registra un patrón de interacciones como el que acabamos de describir, bien pueden contribuir a contrarrestar las amenazas concretas a la seguridad identificables en el escenario centroasiático, pero no favorecerán la estabilidad, sino más bien lo contrario, en la región, ya que sirven como canal para la rivalidad entre las grandes potencias. En efecto, mientras que las organizaciones que nos ocupan han podido servir en algunos momentos, en particular la OTAN y la OCS para reducir o, incluso, evitar recelos entre sus miembros, pueden también estar contribuyendo a generar suspicacias entre las potencias que las lideran, incrementando con ello el grado de incertidumbre presente en la región en cuya estabilidad pueden acabar por tener un impacto negativo.

LAS AMBICIOSAS POLÍTICAS RUSAS EN GEORGIA: DESDE FOMENTAR CONFLICTOS SECESIONISTAS HASTA DESENCADENAR LA GUERRA


Nodar Tangiashvili

Antes de que Rusia invadiese Georgia el 8 de agosto de 2008, la situación en las zonas en conflicto en Georgia se encaminaba desde hace años hacia la confrontación militar. Moscú es en gran medida culpable de esta situación. Si Rusia hubiera colaborado en las iniciativas de internacionalización del proceso de paz georgianas y occidentales, si hubiera desistido en su empeño de obstruir la restauración de la integridad territorial de Georgia aceptando la legislación internacional y los derechos de las minorías étnicas, esta guerra hubiera podido evitarse. Pero Rusia utilizó estos conflictos en beneficio de sus propias ambiciones imperialistas.

Los conflictos territoriales de Georgia han sido el principal motivo de desacuerdo entre Rusia y Georgia durante más de una década. Este asunto ha estado marcado por varios factores importantes. En primer lugar, Rusia es culpable de haber apoyado a los separatistas. Moscú siempre ha ayudado militarmente a los regímenes secesionistas y ha utilizado los derechos de las minorías étnicas como un pretexto para impulsar sus propias ambiciones. Georgia se convirtió en Estado independiente en 1991 tras el colapso de la Unión Soviética y pronto se vio envuelto en dos guerras secesionistas con movimientos separatistas étnicos en Abjazia y en Osetia del Sur. Los movimientos independentistas recibieron un firme apoyo por parte de la Rusia de Boris Yeltsin, pero los líderes rusos posteriores también han dado su apoyo político y su ayuda militar a los separatistas pro rusos para favorecer el resurgimiento de un nuevo tipo de Unión Soviética, tanto en el territorio georgiano como en otras zonas de la ex Unión Soviética.

Otro factor de los conflictos territoriales de Georgia está relacionado con la dominación institucional rusa y el bajo nivel de fuerzas neutrales de pacificación internacionales, ausentes en los últimos 16 años. Rusia ha utilizado su capacidad de veto en la diplomacia de la ONU, la división en las políticas de la UE y las provocaciones sobre el terreno, para impedir la internacionalización de estos conflictos.

La intervención rusa en el conflicto entre Georgia y Abjazia hizo imposible su resolución y supuso el principal obstáculo en las tensas relaciones entre Georgia y Rusia. Moscú proporcionó apoyo militar a los separatistas de una minoría étnica, los abjazos, en una guerra secesionista contra los georgianos, que constituían el 60% de la población de Abjazia. En 1993, los separatistas abjazos apoyados por Rusia y los voluntarios de la región rusa del norte del Cáucaso derrotaron finalmente a las autoridades centrales georgianas, se independizaron de Georgia y expulsaron a unas 300.000 personas de origen georgiano en una campaña de “limpieza étnica”, con un resultado de 10.000 georgianos muertos. Dados los intereses económicos rusos en Abjazia, Moscú siguió reforzando sus vínculos económicos, diplomáticos y militares con Sukhumi. Las Naciones Unidas, ocupada en otros asuntos urgentes, delegó las tareas de mantenimiento de paz en Abjazia a las fuerzas de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), una organización que, en opinión de muchos, estaba al servicio del interés ruso de restaurar su dominio en la antigua Unión Soviética. Después de 15 años, el hecho de que la ONU haya mantenido solo una pequeña e ineficaz misión de observadores, la Misión de Observadores de Naciones Unidas para Georgia (UNOMIG), sin fuerzas de pacificación propias, ha resultado ser contraproducente. Desde el punto de vista de Georgia, las tropas de pacificación de la CEI, formadas por efectivos rusos, así como el acuerdo que impuso Moscú en 1994 por el cual se declaró un alto el fuego y la separación de las tropas resulto ser una importante herramienta de influencia para la Federación Rusa. En este período de tiempo, no hubo una paz duradera basada en la resolución del conflicto territorial, de acuerdo con las fronteras de Georgia reconocidas internacionalmente y con las normas internacionales, puesto que los rusos no aceptaron una mediación ni unas fuerzas de mantenimiento de paz imparciales.

Desde la “Revolución de las rosas” en 2003, los georgianos estaban tan insatisfechos con las negociaciones como con la estructura de las fuerzas de mantenimiento de paz en Osetia del Sur. Sobre el terreno, las fuerzas de pacificación procedían de la Federación Rusa, Osetia del Sur y Osetia del Norte (perteneciente a Rusia), situándose frente al contingente georgiano en una Fuerza de Pacificación Conjunta, que originó numerosas tensiones. Al mismo tiempo, el formato de negociaciones ideado por Moscú en 1992 se consideraba cada vez más sesgado y contrario a los intereses de Georgia, puesto que la Comisión Conjunta de Control (CCC), que demostró ser un placebo, se constituyó con la misma fórmula tres contra uno (los negociadores eran Rusia, Osetia del Norte –parte como hemos dicho de Rusia– y la pro rusa Osetia del Sur, por un lado, y Georgia del otro). No había cabida para una verdadera mediación internacional y objetiva. Los representantes de la misión de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y un reducido número de observadores militares desempeñaron un limitado papel únicamente de observación. Georgia deseaba cambiar el marco de las negociaciones, al considerar que la Comisión Conjunta de Control ya no reflejaba la realidad, puesto que ni incluía a otros actores internacionales fiables, ni tomaba en cuenta la opinión de los osetios favorables a Georgia. Por ello, en los dos últimos años, Georgia ha puesto sobre la mesa de negociaciones un plan para sustituir a la Comisión Conjunta. Tbilisi se centró en un formato “2+2+2” en el que los actores en las discusiones incluyesen a georgianos, rusos, separatistas pro rusos de Osetia del Sur bajo el liderazgo del presidente de facto, Eduard Kokoity, la administración del líder pro georgiano de Osetia del Sur, Dmitry Sanakoyev, EEUU y la UE. Esta iniciativa fue rechazada con firmeza tanto por la república secesionista como por los diplomáticos rusos.

Rusia se negó a admitir que había muchos osetios que estaban de acuerdo con vivir junto a los georgianos en un único Estado. Las autoridades georgianas presionaron para que se desmilitarizase la zona en conflicto y se pusieran en marcha proyectos de recuperación económica. Esto último fue llevado a cabo, con la asistencia de la OSCE y de la UE, por la administración del ex líder separatista pro georgiano, Dmitry Sanakoyev, elegido en 2006 como presidente alternativo de Osetia del Sur. En 2007, Sanakoyev fue nombrado jefe de la Entidad Administrativa Provisional de Osetia del Sur. Se trataba de un gobierno alternativo, compuesto de ex separatistas étnicos osetios y con competencia sobre las zonas de Osetia del Sur controladas por Georgia. Negociaron con las autoridades centrales de Georgia un estatus autonómico de Osetia del Sur con una destacada aportación de las comunidades étnicas de Osetia residentes en Georgia.

El gobierno georgiano había optado por una política de resolución del conflicto con tres elementos: (1) apartar a la Comisión Conjunta de Control dominada por Rusia y sus “títeres” de Osetia del Sur; (2) debatir sobre las modalidades de estatuto autonómico para Osetia del Sur con osetios moderados, basándose en la práctica internacional; y (3) utilizar tácticas tipo “zanahoria” y “poder blando” contrastando la creciente prosperidad de los pueblos controlados por Georgia, que conforman el 40% de Osetia del Sur, con las poco halag?eñas perspectivas ofrecidas por el régimen de Tsjinvali. Esta última táctica estaba dirigida probablemente a suscitar una cierta revuelta popular contra el actual régimen corrupto de Eduard Kokoity. Sin embargo, fue interrumpida por las permanentes provocaciones militares de la milicia de Kokoity, que desencadenaron la respuesta de Georgia, en tanto que las fuerzas de mantenimiento de paz rusas no quisieron o no pudieron detener estos acontecimientos (los mayores enfrentamientos se produjeron en el verano de 2004, con un saldo de docenas de muertos en ambos bandos).

Los rusos siguieron aportando una intensa ayuda militar al régimen pro ruso de Eduard Kokoity (enviando material militar disfrazado de material para la “pacificación”, designando oficiales militares y de seguridad rusos como altos cargos del gobierno de Osetia del Sur, construyendo una base militar en Java, etc.). De nuevo, Rusia opuso resistencia, de forma directa o indirecta, a los esfuerzos de Georgia y de EEUU para internacionalizar y revitalizar los marcos del mantenimiento de paz y de las negociaciones en Osetia del Sur. Moscú entregó además grandes cantidades de pasaportes a los surosetios, alegando que eran ciudadanos rusos que serían protegidos por Rusia en el caso de que las autoridades de Georgia decidieran emplear la fuerza contra ellos (y lo mismo respecto a los abjazos).

El desacuerdo sobre el asunto clave de la internacionalización y la continua militarización de la región por parte de Rusia fueron los desencadenantes que llevaron al estallido del conflicto militar el 7 de agosto. Aunque la guerra empezó en Osetia del Sur, ha sido Abjazia, la mayor de las dos regiones secesionistas de Georgia, quien ha acaparado mayor atención internacional recientemente.

Tensiones previas al conflicto

El gobierno georgiano ha descrito a menudo las acciones de Rusia en Georgia como “provocaciones”. De hecho, dada la volatilidad de la situación en las regiones secesionistas de Georgia y la escalada militar por ambas partes, Rusia adoptó medidas que podían provocar en cualquier momento la reanudación de las hostilidades, incluso en contra del deseo de ambas partes.

Las provocaciones del Kremlin se centraron especialmente en Abjazia, pero ello exacerbó también la situación en Osetia del Sur, aliada de Abjazia. El 6 de marzo de 2008, el ministro ruso de Relaciones Exteriores anunció que Moscú abandonaba el régimen de sanciones de la Comunidad de Estados Independientes contra Abjazia; esto implicaba que Rusia se negaba abiertamente a acatar las sanciones económicas, comerciales, financieras y de transportes impuestas a Abjazia en 1996.

La situación se agravó especialmente tras la declaración unilateral de independencia de Kosovo el 18 de febrero y su posterior reconocimiento por varios Estados occidentales, a pesar de la firme oposición de Rusia y sus advertencias de que este hecho tendría efectos desestabilizadores en el sur del Cáucaso.

Rusia intensificó sus provocaciones tras la Cumbre de la OTAN en Bucarest los días 2 a 4 de abril, cuando Alemania y Francia, por temor a provocar la ira de Moscú, bloquearon la concesión del MAP (Plan de Acción para la Adhesión) a Georgia y Ucrania. Los aliados de la OTAN acordaron que en el futuro ambos países ex comunistas se integrarían en la Alianza y prometieron replantearse la concesión del MAP en diciembre. Tal y como advirtieron los georgianos, este fracaso de la OTAN serviría como “luz verde” para que Rusia mantuviera su actitud de acoso. De hecho, el 16 de abril, Vladimir Putin difundió instrucciones a las agencias gubernamentales rusas para que mantuvieran contactos con sus colegas de Osetia del Sur y de Abjazia pasando por encima de las autoridades georgianas.

Todo esto llevó a lo que los expertos georgianos llamaron “anexión sigilosa”, seguida tan sólo tres meses después por la ocupación militar. Más tarde, el cuerpo de ingenieros militares rusos entró en Abjazia para construir el enlace ferroviario –por razones humanitarias, según aseguró Moscú– que se utilizó en realidad para llevar a cabo un rápido despliegue de las tropas rusas tras el estallido de la guerra en Osetia del Sur. El deseo de Rusia de empujar a Georgia al enfrentamiento militar quedó demostrado cuando un cazabombardero ruso derribó una patrulla de reconocimiento georgiano en Abjazia este verano. Rusia aumentó de forma unilateral el número de sus fuerzas de “mantenimiento de paz”. Pese a las protestas de Georgia y a la presión internacional, Rusia se negó a dar marcha atrás e incluso hizo alarde de poderío militar aéreo. Los cazabombarderos rusos penetraron en el espacio aéreo georgiano mientras la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, visitaba Tbilisi con objeto de instar al presidente Saakashvili a resistirse a las provocaciones rusas (cuatro soldados de las fuerzas de pacificación georgianos habían sido detenidos por el gobierno de facto de Osetia del Sur y Georgia estaba amenazando con tomar medidas). Los rusos admitieron la violación del espacio aéreo georgiano y señalaron que su intención era “calmar los encendidos ánimos” en Tbilisi.

En Osetia del Sur, las provocaciones anteriores a la guerra también se multiplicaron. En julio, las autoridades de facto intentaron asesinar a Dmitry Sanakoyev, buscando la reacción de Tbilisi. El 1 de agosto, cinco policías georgianos resultaron gravemente heridos en la explosión de un automóvil en Osetia del Sur. El fuego cruzado continuó hasta el 7 de agosto con bajas y heridos entre los civiles georgianos y los soldados de las fuerzas pacificadoras, pero también entre los surosetios. Georgia trató de establecer conversaciones directas con las autoridades de Osetia del Sur para evitar que la escalada de tensiones llegase a la confrontación militar. El 7 de agosto, el ministro para la Reintegración georgiano se trasladó a la capital de Osetia del Sur, Tsjinvali, con el propósito de mantener conversaciones directas con el gobierno separatista y el enviado ruso, Yuri Popov. Sin embargo, el negociador ruso no se presentó, alegando que su coche se había averiado de camino a Tsjinvali, por lo que las conversaciones no tuvieron lugar. Era evidente que Moscú no quería facilitar las negociaciones directas entre Tbilisi y Tsjinvali.

La “campaña OTAN” de Rusia

Las tensiones en Osetia del Sur se agudizaron el 7 de agosto, cuando varias localidades georgianas fueron bombardeadas por la milicia de Osetia del Sur. Las bombas cayeron en viviendas de civiles, matando a sus ocupantes. En una alocución televisiva el presidente georgiano Saakashvili declaró un alto el fuego unilateral e instó a que se llevasen a cabo conversaciones de paz. Pese al alto el fuego, las fuerzas de Osetia no sólo se negaron a detener los bombardeos sino que intensificaron los ataques. Por ello, a medianoche del día 8 de agosto se decidió enviar tropas georgianas a Tsjinvali. La operación tenía por objetivo la toma de control de la capital de la provincia en un corto período de tiempo y acabar con el régimen separatista eliminando a sus fuerzas de combate. Inmediatamente después, el 58 regimiento ruso cruzó la frontera entre Georgia y Rusia en Osetia del Sur, con más de 100 tanques, a través del Túnel Roki, que conecta Osetia del Sur con la región rusa de Osetia del Norte. Tbilisi ha alegado ante Rusia que sus tanques entraron en Georgia antes de hubiera una reacción por parte de las autoridades georgianas.

Las posiciones osetias dentro y alrededor de Tsjinvali fueron bombardeadas por la artillería georgiana, y los tanques y las fuerzas aéreas de Georgia también entraron en combate. Las fuerzas gubernamentales georgianas tomaron brevemente el control de Tsjinvali y otras muchas localidades cercanas. El líder de facto de Osetia del Sur huyó a Java. Aunque en un principio, las fuerzas georgianas destruyeron las primeras columnas de los soldados rusos y su material bélico, y derribaron una docena de aviones de combate rusos, las fuerzas georgianas no pudieron con la llegada masiva de centenares de carros de combate y miles de soldados rusos, que penetraron por el túnel Roki, y con los contraataques de la artillería y las fuerzas aéreas rusas. Georgia retiró a sus fuerzas de Tsjinvali el 8 de agosto, y finalmente el 11 de agosto del resto de sus posiciones en Osetia del Sur. Las tropas rusas y las milicias de Osetia del Sur siguieron penetrando en zonas de Georgia que estaban al margen del conflicto territorial, mucho más allá de Osetia del Sur, perpetrando todo tipo de crímenes: saqueos, incendio de casas, violaciones, limpieza étnica? Los habitantes de etnia georgiana comenzaron a huir por miles (85.000 en total). Con el tiempo, los soldados y los tanques rusos ocuparon la cercana ciudad de Gori y la carretera central –dividiendo el país en dos– y destruyeron instalaciones militares por doquier.

Cuando empezó la guerra en Osetia del Sur, las fuerzas rusas y abjazas abrieron un segundo frente en Abjazia. Bajo la presión de los bombardeos aéreos rusos, las unidades policiales georgianas se retiraron y los georgianos huyeron de la garganta kodori controlada por Georgia en Abjazia, pero 9.000 soldados rusos continuaron su marcha hasta ocupar la hasta entonces no disputada ciudad de Zugdidi, la principal ciudad portuaria de Poti, bloqueando de esta forma el acceso al Mar Negro y tomando el control de la carretera y la ciudad de Senaki con una base militar georgiana, así como otras ciudades, todas ellas del oeste y el centro de Georgia.

Al mismo tiempo, desde el primer momento los cazabombarderos rusos no se limitaron a bombardear las posiciones georgianas o las tropas georgianas en retirada en Osetia del Sur o Abjazia, sino que sufrieron ataques aéreos prácticamente todos los objetivos estratégicos, militares e incluso civiles en toda Georgia, incluyendo los barrios residenciales de la ciudad de Gori, el aeropuerto internacional y las estaciones de radar de la capital, Tbilisi. Murieron cientos de civiles.

Los dirigentes rusos acusaron a Georgia de cometer “genocidio” contra los surosetios y justificaron lo que denominaron con cinismo “operación para la pacificación” recordando los acontecimientos de 1999. El Kremlin parecía estar dirigiendo una obra de teatro y repartiendo los papeles: Rusia era la OTAN de 1999, el presidente Saakashvili, en este guión, era el serbio Slobodan Milosevic, mientras que Osetia representaba a Kosovo. Por su parte, Georgia y las naciones occidentales han rechazado cualquier paralelismo entre Kosovo y las regiones secesionistas de Georgia. Representantes del gobierno de Georgia rechazaron la comparación alegando que el genocidio y la limpieza étnica en Abjazia no se llevaron a cabo contra una minoría, como en Kosovo, sino contra la mayoría de los georgianos, por lo que el reconocimiento de su independencia sería tanto como legalizar estos crímenes.

Reacciones diplomáticas

Además, las tácticas rusas recordaron a Occidente las incursiones soviéticas en Finlandia, Hungría, Checoslovaquia y Afganistán. La reacción diplomática inicial de Occidente decepcionó a muchos georgianos y a su presidente, pues percibieron una falta de medidas y de firmeza contra el agresor. El presidente norteamericano George W. Bush advirtió que EEUU tomaba “muy en serio” la situación en Georgia y exhortó al “cese de los bombardeos rusos y al regreso de las partes al status quo del 6 de agosto”. Más tarde, el presidente Bush emitió un comunicado muy firme en el que recordaba que la “guerra fría ha terminado” y que “para restablecer su lugar en el mundo, Rusia debe respetar la libertad de sus vecinos”. EEUU decidió enviar ayuda humanitaria a Georgia en buques y aviones militares, un gesto recibido con agradecimiento por los georgianos. La desproporcionada reacción rusa fue objeto de la condena de los líderes occidentales que acudieron rápidamente a Tbilisi prometiendo ayuda humanitaria y ayuda para la reconstrucción, así como para estudiar la situación en el terreno.

Los amigos tradicionales de Georgia –los Estados Bálticos, Suecia y Polonia– fueron especialmente contundentes a la hora de condenar las acciones rusas. El ministro de Relaciones Exteriores lituano voló a Georgia cuando el país estaba todavía siendo bombardeado intensamente. Estos países fueron también activos a la hora de instar a la UE a adoptar una posición firme respecto a Rusia. Los líderes de Polonia, Estonia, Lituania, Letonia y Ucrania estuvieron presentes en la concentración masiva organizada en la capital para mostrar la unidad de Georgia y dirigieron palabras de apoyo a los ciudadanos georgianos.

Francia desempeñó un papel crucial a la hora de intentar resolver la crisis Georgia–Rusia El presidente francés Nicolas Sarkozy, presidente de turno de la UE, fue muy activo en la mediación de un acuerdo de alto el fuego entre Tbilisi y Moscú. El ministro de Relaciones Exteriores francés, Bernard Kouchner, y su homólogo finlandés, Alexander Stubb, presidente en la actualidad de la OSCE, visitaron Tbilisi el 11 de agosto y luego fueron a Moscú, donde exhortaron al cese de hostilidades. Finalmente se alcanzó un acuerdo de alto el fuego de seis puntos los días 15 y 16 de agosto en el marco de la diplomacia francesa, después de que el líder georgiano lo firmara sin gran entusiasmo. El presidente Sarkozy llamó repetidamente al presidente ruso, Dmitry Medvédev, para asegurarse la conformidad de Moscú con el alto el fuego y otros compromisos. El acuerdo alcanzado con la mediación francesa obliga a ambas partes a detener las hostilidades y a retirar sus tropas hasta las posiciones del status quo ante bellum, así como a permitir la asistencia humanitaria. Georgia se compromete a no utilizar la fuerza en adelante mientras que Rusia puede adoptar “medidas de seguridad adicionales antes de la creación de mecanismos internacionales”, definidas de forma absolutamente vaga. La ambig?edad de esta cláusula ha llevado al aplazamiento de la retirada rusa. El acuerdo exige también el inicio de conversaciones internacionales sobre los planes de seguridad y de estabilidad en Abjazia y Osetia del Sur. Rusia ha sugerido conversaciones sobre el estatus de las regiones, pero accedió a modificar esta provisión tras las objeciones de Tbilisi.

El 13 de agosto, Francia convocó una reunión de urgencia del consejo de ministros de Relaciones Exteriores de la UE para abordar el conflicto en Georgia. Según Bernard Kouchner, muchos miembros de la UE estaban dispuestos a enviar observadores, pero necesitaban una resolución de la ONU. Esta perspectiva no resultaba prometedora, pues a pesar de varias sesiones del Consejo de Seguridad, la ONU fue incapaz de acordar una resolución sobre el asunto. Rusia utilizó su veto contra los borradores de resolución de los países occidentales y en un juego de toma y daca presentó sus propios borradores que no incluían ninguna referencia a la integridad territorial de Georgia.

Conclusiones


Este conflicto a gran escala fue provocado en primer lugar por las políticas de Rusia en la región. Moscú temía que de permitirse la intervención internacional, Georgia lograría fácilmente recuperar su integridad y escapar a la influencia de Rusia colocándose en inmejorable posición para el ingreso en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, el adversario del Pacto de Varsovia durante la guerra fría. Mantener su dominio en estas regiones proporcionaba a Rusia una influencia considerable en la política interior de Georgia y en su desarrollo económico. Por lo tanto, muchos creían que a Rusia le favorecía mantener una “inestabilidad controlada” allí. Pero como se ha demostrado sus objetivos iban mucho más allá.

Es obvio que el propósito de la invasión rusa era “proteger” a los surosetios o salvar a los “suyos”, sino destruir la capacidad militar georgiana, inflingir un daño insoportable y humillar a este país, además de paralizar su economía (bloqueando sus carreteras, volando sus puentes ferroviarios, arruinando sus infraestructuras civiles e incluso quemando sus bosques). Con todo ello, Moscú esperaba instigar el descontento social contra el presidente Saakashvili al que inicialmente pensaban derrocar bombardeando y tomando la capital por la fuerza. Al parecer, Rusia pretendía sumir a Georgia en el caos desbaratando los planes del país de integrarse en la OTAN.

Esta guerra caliente en un cálido agosto envía otros mensajes a Occidente: desde los esfuerzos del Kremlin por tomar el control de las rutas alternativas de la energía que cruzan Georgia hasta advertir a Ucrania y a otros miembros de la CEI contra sus tendencias pro occidentales, y posiblemente señalar el regreso de la “guerra fría”. Esta brutal invasión con más de 20.000 soldados rusos de un país al que le iba tan bien con la ayuda de de Occidente no ha podido estar motivada solo por Osetia del Sur.

Occidente debe entender que hasta que se envíen fuerzas pacificadoras y observadores independientes a Georgia, la situación seguirá siendo peligrosa.