sábado, 17 de mayo de 2008

CHINA Y EL CAMBIO CLIMÁTICO: ¿UNA ACTUACIÓN RESPONSABLE?


Pablo Bustelo

El pasado 4 de junio de 2007, en vísperas de la cumbre del G8 en Heiligendamm (Alemania) y sólo unos días después del lanzamiento de la nueva iniciativa del presidente Bush sobre el calentamiento global, China desveló su Programa Nacional sobre Cambio Climático.

Las políticas de China sobre la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), el calentamiento global y el cambio climático son, como es bien sabido, de extrema importancia. China actualmente es el segundo emisor mundial de GEI, tras EEUU. En 2004 las emisiones de GEI de EEUU fueron de aproximadamente 7.200 millones de toneladas métricas y las de China ascendieron a unos 5.600 millones, de los que más de 5.000 millones en forma de dióxido de carbono (CO2). Sin embargo, el pasado mes de abril, Fatih Birol, economista-jefe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) señaló que China podría sobrepasar a EEUU, como el principal país emisor de GEI, ya a finales de 2007 y no en 2009, como se había pensado hasta entonces. Además, anticipó que, en 2004-2030, el crecimiento, en valor absoluto, de las emisiones de China (unos 5.600 millones de toneladas) podría duplicar el del conjunto de los países de la OCDE (2.800 millones de toneladas). La Energy Information Administration, de EEUU, prevé que la parte de China en las emisiones mundiales de CO2 pasará del 17,5% en 2004 al 26,2% en 2030, mientras que la parte de la OCDE se reducirá del 50% al 38,8%.

En su Programa Nacional sobre Cambio Climático, elaborado por mandato de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el Gobierno chino “expone los objetivos, los principios básicos, las áreas principales de actuación y las políticas y medidas para hacer frente al cambio climático para el período que se extenderá hasta 2010”, como señala el preámbulo del Programa. Se trata del primer Plan sobre cambio climático elaborado por un país en desarrollo.

La importancia del programa chino

El Programa es, para empezar, el primer documento oficial importante que reconoce claramente los graves problemas y retos medioambientales de China, al menos en lo relativo a la contaminación del aire y de la atmósfera: aumento previsto de temperaturas entre 1,3 y 2,1 grados centígrados en 2000-2020, mayor incidencia de sequías, tormentas e inundaciones, creciente desertización, disminución de los glaciares del Tíbet y Tianshan, aumento del nivel del mar, reducción de cosechas (la producción agrícola podría será menor en un 10% hacia 2030), etc. Además, aunque el Programa no menciona estos aspectos, es conocido que, según diversos estudios, ya en la actualidad 16 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo, así como cinco de las 10 primeras, están en China y que al menos 400.000 personas mueren anualmente en ese país como consecuencia de infecciones respiratorias debidas a la contaminación. La enorme contaminación del aire y la gran emisión de GEI se deben a diversos factores: fuerte dependencia del carbón, bajos niveles de eficiencia y conservación energéticas, creciente demanda de energía provocada por la urbanización acelerada y las rápidas mejoras en el nivel de vida, aumento muy importante de la motorización, etc.

Además, el Programa insiste en que China renuncia a adoptar una senda de desarrollo basada en un alto consumo de energía y otros recursos naturales y en que el país seguirá un camino de “bajo consumo de energía, bajas emisiones, alta eficiencia y alta productividad”. En otros términos, con arreglo al Programa, China, pese a ser un país en desarrollo, renuncia a una industrialización “ciega”, insensible al deterioro del medio ambiente.

En tercer lugar, el Programa expone de manera clara la posición de un gran país en desarrollo sobre las prioridades de una economía pobre y sobre las distintas responsabilidades en la lucha contra el calentamiento global. China, señala el Programa, antepone el desarrollo económico y la reducción de la pobreza a la lucha contra el cambio climático, puesto que considera que unos objetivos muy estrictos de reducción de emisiones de GEI limitarían sus posibilidades económicas. Además, argumenta que la principal responsabilidad en la reducción de las emisiones recae en los países desarrollados que, además de ser más ricos, han generado una emisión acumulada mucho mayor y emiten, hoy en día, más GEI por habitante.

El Programa retoma unas conocidas estadísticas del World Resources Institute (WRI), en su publicación World Resources 2005. Las emisiones acumuladas de CO2 entre 1950 y 2002, por uso de combustibles fósiles y fabricación de cemento, fueron en el conjunto del mundo de 780.000 millones de toneladas métricas, de las que 600.000 millones correspondieron a los países desarrollados (y 212.000 millones a EEUU) y 180.000 millones a los países en desarrollo (y 72.000 millones a China). En otros términos, los países ricos fueron responsables del 77% de las emisiones acumuladas en 1950-2002, mientras que China realizó apenas el 9% de tales emisiones. Por otra parte, los datos del Banco Mundial indican que en 2003 las emisiones per cápita de CO2 fueron de 19,8 toneladas en EEUU y de 3,2 toneladas en China. El Programa señala que en 2004 las emisiones chinas por habitante fueron de 3,65 toneladas, esto es, el 87% de la media mundial (4,20 toneladas) y el 33% de la media de los países de la OCDE (10,95 toneladas).

Finalmente, el Programa no sólo reitera compromisos previos (como el aumento de la eficiencia energética y el desarrollo de energías alternativas a las basadas en los minerales fósiles) sino que además plantea objetivos de reducción de emisiones de GEI, aunque de manera no vinculante. De hecho, como mencionó el ministro Ma Kai, presidente de la Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo, en la presentación del Programa, “China no se comprometerá a aplicar ningún objetivo cuantificable de reducción de emisiones, pero eso no quiere decir que no aceptemos nuestra responsabilidad en la respuesta al calentamiento global”. Así, el Programa contempla que en 2010 las emisiones de CO2 sean menores en 950 millones de toneladas en relación con las de 2005.

Los aspectos más destacados del Programa

Las medidas principales contenidas en el Programa son las cuatro siguientes.

En primer lugar, China se compromete a aumentar en un 20% la eficiencia energética entre 2005 y 2010. Esta medida, ya expuesta previamente en el 11º Plan Quinquenal de Desarrollo (2006-2010), es de extrema importancia, pues China es un país muy poco eficiente desde el punto de vista energético. En los últimos años, el PIB generado por unidad de energía (kilo de equivalente de petróleo), ha sido de aproximadamente 4,5 dólares (del año 2000 en paridad de poder adquisitivo) en China, frente a más de 5 en la India, 6 en Alemania o Francia, 6,5 en Japón, 7 en Brasil, España y el Reino Unido, 8 en Italia y Suiza, y 9 en Irlanda. Según esa medida de eficiencia, China está a la par que EEUU, país que, como es sabido, derrocha mucha energía. Ese aumento de la eficiencia en una quinta parte en cinco años supone un incremento anual medio de algo más del 3,7%. Los datos de 2006 indican que en ese año China aumentó su eficiencia en un 1,23%, menos de una tercera parte del objetivo previsto.

En segundo término, el Programa apuesta claramente por la diversificación energética. La base energética china es hoy en día muy dependiente del carbón, que supone más de dos terceras partes del consumo de energía primaria y, en general, de los combustibles minerales fósiles (carbón, petróleo y gas natural suman el 93%). El Programa se propone impulsar la energía nuclear y, sobre todo, las energías renovables (hidroeléctrica, eólica, solar y de biomasa), cuya proporción en el consumo de energía primaria pasará, si se cumplen las previsiones del Programa, del 6% en 2005 al 10% en 2010 y al 16% en 2020.

En tercer lugar, el Gobierno quiere promover el uso de tecnologías limpias, para lo cual impulsará la investigación, el desarrollo y el uso de técnicas como el reciclaje del metano en el uso del carbón, la captura de carbono, el uso de nuevos combustibles para automoción, etc. Pero, además, pide que los países desarrollados sean más activos en la transferencia de dichas tecnologías a los países en desarrollo.

Finalmente, el Programa contempla un programa de reforestación masiva y de mejor gestión de los bosques, destinado a absorber una cantidad importante de la emisión bruta de CO2.

En términos agregados, la reducción prevista en 950 millones de toneladas de CO2 se reparte de la siguiente manera: 500 millones por desarrollo de la energía hidroeléctrica, 200 millones por aprovechamiento del metano contenido en las capas de carbón, 110 millones por aumento de la eficiencia energética en la producción de electricidad, 60 millones por desarrollo de las energías eólica, solar, geotérmica y de las mareas, 50 millones por desarrollo de la energía nuclear y 30 millones por desarrollo de la energía de biomasa.

Críticas y argumentos a favor

Algunos gobiernos occidentales y ciertos grupos ecologistas han hecho críticas al Programa chino por no ser lo suficientemente sensible a los peligros del calentamiento global y por no incluir medidas ambiciosas para luchar decididamente contra el cambio climático.

Por ejemplo, se ha dicho que China no debería otorgar prioridad al desarrollo económico y a la reducción de la pobreza respecto de la reducción de las emisiones de GEI. También se ha criticado que el Programa chino no contemple objetivos vinculantes de reducción de emisiones. En esa misma línea, se ha señalado que, a la vista de que las medidas contempladas en el Programa son escasas, lo que ocurrirá en el mejor de los casos es que se reducirá el ritmo de crecimiento de las emisiones de GEI y no la cuantía total de tales emisiones.

No obstante, lo cierto es que un país con una renta per cápita de 1.740 dólares en 2005 y una incidencia aún importante de la pobreza (en 2001, según el Banco Mundial, el 16,6% de la población vivía con unos ingresos inferiores a un dólar) tiene todavía grandes necesidades económicas y sociales. Pese al alto crecimiento del último cuarto de siglo, el ingreso por habitante de China palidece en comparación con el de EEUU (43.740 dólares) o con el de España (25.360 dólares) y es todavía muy inferior al del conjunto del mundo (6.987 dólares). Así, China debe seguir creciendo, lo que continuará haciendo sobre la base de la expansión del sector industrial. En cuanto a los objetivos de reducción de emisiones, el Programa no plantea en efecto cantidades vinculantes pero sí señala que China se propone reducir en 950 millones de toneladas las emisiones de CO2 en el año 2010. Se trata de un objetivo ambicioso, que supone una reducción de aproximadamente el 10% con respecto a 2005. En definitiva, si se cumpliera el Programa, sí habrá reducción de las emisiones totales y no menor crecimiento de las mismas. Otra cosa bien distinta, claro está, es que el Programa sea demasiado optimista o no se cumpla.

Un segundo conjunto de críticas que ha recibido el Programa es que es una mera compilación de medidas ya existentes y que no incluye ninguna novedad significativa. A este respecto, es cierto que retoma objetivos planteados en el 11º Plan Quinquenal, publicado a finales de 2005 y aprobado en marzo de 2006. Entre esos objetivos figuran el aumento en un 20% de la eficiencia energética y la diversificación de las fuentes de energía, con una menor dependencia de las basadas en combustibles minerales fósiles (carbón, petróleo y gas) y el fomento de la energía nuclear y de las energías renovables, especialmente la hidroeléctrica. Siendo esto verdad, también es cierto que el Plan detalla cómo han de lograrse la mayor eficiencia y la diversificación y, sobre todo, las medidas concretas para reducir apreciablemente las emisiones de CO2.

Un tercer grupo de críticas es que, a pesar de las buenas intenciones del Gobierno central, el Programa puede tener serias dificultades de aplicación. Se suelen utilizar dos argumentos: la inadecuada estructura institucional y los problemas que tienen las autoridades centrales para imponer sus opiniones a los dirigentes locales. Se señala, por ejemplo, que la Agencia de Protección Medioambiental de los EEUU (EPA) tiene 17.000 empleados, mientras que su homóloga china (la Administración Estatal de Protección Medioambiental, SEPA) tiene menos de 1.000 trabajadores. Se añade que las autoridades locales (provinciales y municipales) van a tener mucho más interés en alcanzar el mayor crecimiento económico posible que en aplicar una legislación medioambiental todavía incipiente. Un ejemplo de esa resistencia es el explosivo incremento del PIB del país en los últimos tres años, pese a las medidas de restricción que el Gobierno central ha intentado implantar.

Finalmente, muchos grupos ecologistas han elogiado al Gobierno chino por el Programa pero han señalado que el esfuerzo no debe limitarse a la elaboración de un plan sino que debe continuar en el tiempo, mediante la aplicación rigurosa de las medidas contempladas en él y su continuidad en los próximos años, puesto que el Programa actual tiene como horizonte temporal el año 2010.

Conclusiones

China es ya un gran emisor de GEI. Se prevé incluso que podría sobrepasar a EEUU en el transcurso de este mismo año. Además, muchos estudios indican que, de no tomar medidas radicales, sus emisiones de CO2 podrían duplicarse con creces de aquí al año 2030. De ahí que China deba participar en la lucha contra el cambio climático, pues, si no lo hace, los esfuerzos de los países ricos comprometidos en esa tarea carecerán de sentido. De ahí que el Programa Nacional sobre Cambio Climático deba ser bienvenido, porque señala claramente que China actuará de manera responsable en esos asuntos. Parece, en efecto, responsable señalar que China “promete alcanzar logros significativos en el control de las emisiones de gases de efecto invernadero”. No es incompatible con esa afirmación una segunda: que la cuota de responsabilidad global de China en el agravamiento del efecto invernadero es baja. Los criterios para determinar la responsabilidad de cada país no deberían ser las emisiones totales en un año dado ni las emisiones previstas para dentro de uno o dos decenios, sino las emisiones acumuladas, las emisiones per cápita y el nivel del desarrollo.

El Programa ha sido criticado por no ser lo suficientemente ambicioso en la lucha contra el calentamiento global. En particular, se ha señalado, desde algunos sectores de opinión, que China debería haberse propuesto objetivos vinculantes de reducción de emisiones de GEI y, en particular, de CO2. Sin embargo, hay que recordar que el Protocolo de Kioto no obliga a los países en desarrollo a reducir sus emisiones y que el Convenio Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático estipula claramente que existen responsabilidades “comunes pero diferenciadas” y capacidades distintas, de manera que los países desarrollados deben ejercer el liderazgo en el combate contra el cambio climático y sus efectos. Así, especialmente a la luz de los magros resultados al respecto de la reciente cumbre del G8, es perfectamente razonable la posición del Gobierno chino, que señala que los países ricos son los principales responsables del calentamiento global y que sería injusto imponer límites obligatorios de emisiones a los países en desarrollo. Aun así, el Programa se fija como meta reducir las emisiones de CO2 en 950 millones de toneladas entre 2005 y 2010. Por tanto, muchas críticas a China procedentes de EEUU no parecen muy legítimas, a la vista de que Washington ni siquiera ha ratificado el Protocolo de Kioto ni ha aceptado, en la cumbre del G8, reducciones vinculantes de sus emisiones de GEI.

Por último, el problema principal del Programa chino es que puede tener serias dificultades de aplicación. Para evitarles, el Gobierno debería reforzar la estructura institucional y legal, reforzando sustancialmente la Administración Estatal de Protección Medioambiental y promoviendo todos los cambios legales que sean precisos, así como obligar a las autoridades locales, tradicionalmente reacias a seguir las instrucciones de Pekín, a aplicar todas las medidas contempladas en el Programa. Es de esperar que Pekín sea capaz de llevar su Programa a buen puerto, ya que lo que consiga en el combate contra el cambio climático un país como China, que se convertirá en breve plazo en el mayor emisor de CO2 del mundo, será de extrema importancia para el conjunto del planeta.

LA NUEVA DIPLOMACIA CULTURAL CHINA


Jaime Otero Roth

Como en otros aspectos de la modernización de China, pueden reconocerse en su nueva diplomacia pública elementos tomados de otros países, que combinados con las circunstancias propias forman un modelo original. Una importante singularidad del modelo chino de diplomacia pública reside en que se ha desarrollado a partir de la tradición de propaganda política propia de un régimen de partido único. A diferencia de los ejemplos occidentales en los que se inspira, emana de un poder fuertemente centralizado y discurre por canales estrechamente controlados por las autoridades, dejando apenas espacio a la iniciativa de otros agentes. Esta característica explica en buena medida su eficacia, pero al mismo tiempo plantea dudas sobre sus debilidades.

China toma la iniciativa

Detrás de la nueva diplomacia pública china encontramos, en primer lugar, la necesidad de gestionar una creciente interdependencia con el mundo exterior. China se ha transformado profundamente en los últimos 30 años, como consecuencia de sucesivas reformas guiadas por una pragmática combinación de continuidad política y medidas de libre mercado. Por su enorme peso demográfico y el crecimiento vertiginoso de su economía, que no hubiera sido posible sin una progresiva apertura al exterior, China está llamada a desempeñar un papel protagonista en el escenario internacional. Es ya la cuarta economía, el segundo exportador de bienes y el segundo comprador de petróleo del mundo; es el mayor tenedor de divisas, en gran parte invertidas en EEUU, y uno de los mayores receptores de inversión extranjera directa.

La sociedad china es cada vez menos un universo impenetrable, anclado en su pasado milenario o encerrado en un proyecto revolucionario. Los contactos con el exterior aumentan en todos los campos de actividad. El aeropuerto de Pekín subió en 2005 del puesto 20º al 14º en tráfico de pasajeros. En 2005, China recibió 46 millones de visitas (el 4º país del mundo en llegadas), sin contar Macao y Hong Kong, y fue el 7º país que más gastó en turismo emisor. China ha superado a EEUU en número de suscriptores de TV por cable y terminales de teléfono. Sólo en EEUU hay más usuarios de Internet que en China, aunque la penetración de la red está aún lejos de alcanzar la de los países industrializados. Hay en China más niños aprendiendo inglés que en EEUU. Al menos 117.000 jóvenes chinos estaban estudiando en el extranjero en 2003; más de 700.000 lo hicieron en el período 1978-2003, según fuentes del Ministerio de Educación chino, la mayoría de ellos en Europa y EEUU. El número de estudiantes extranjeros en China subió de 30.000 en 1995 a más de 100.000 en 2004, la mayor parte de ellos procedentes de otros países asiáticos.

Al incorporarse a la globalización económica, China se ha vuelto más dependiente del mundo exterior, e influye cada vez más en la economía mundial. Necesita asegurar los suministros de energía y materias primas, consolidar y diversificar mercados para sus manufacturas, y adquirir más conocimientos y tecnología para dar mayor valor añadido a sus productos. Como consecuencia, la política exterior se muestra más participativa en los asuntos mundiales, mediante el ingreso en organizaciones internacionales, la participación en misiones de paz y el aumento de la cooperación al desarrollo. Y con creciente eficacia da a conocer estas políticas a la opinión pública mundial. La actual generación de dirigentes chinos, a diferencia de la anterior, se prodiga en viajes oficiales al extranjero. Las giras del presidente Hu Jintao, del primer ministro Wen Jiabao y de otros ministros y altos cargos por Europa, Africa y América Latina; sus visitas a los principales socios de China (Australia, India, EEUU Rusia y Japón); y su presencia en foros del mundo industrializado, combinan los objetivos mencionados con el lanzamiento de mensajes públicos de amistad y cooperación.

El sendero del ascenso pacífico

En segundo lugar, la nueva diplomacia pública china está guiada por la necesidad de proyectar una imagen amistosa y atractiva sobre la escena mundial que ahuyente posibles recelos ante una hegemonía amenazadora. En el amplio debate internacional sobre el ascenso de China, la “teoría de la amenaza” predice que el auge expansivo del gigante recién despierto producirá inevitablemente el enfrentamiento con sus vecinos e incluso conflictos a mayor escala, como ocurrió con otras potencias emergentes y carentes de suficiente espacio vital en el pasado. En respuesta a esta posición, ha surgido en la propia China la teoría del “ascenso” o “desarrollo pacífico”, que se fija como objetivo prioritario sacar de la pobreza al grueso de la población mediante la incorporación a la globalización económica y el mantenimiento de relaciones de cooperación y amistad con el resto del mundo. China argumenta que su desarrollo depende de un entorno pacífico y está ligado por una ecuación win-win al desarrollo del resto del mundo, y asegura que no busca predominio ni hegemonía sino la “construcción de un mundo armonioso”.

Hasta ahora, la tesis del “ascenso pacífico” ha sido, en términos generales, coherente con la forma y el contenido de la política exterior. China ha desactivado potenciales conflictos regionales y ha apostado por el multilateralismo en el plano global, beneficiándose en su imagen internacional del desgaste que ha sufrido EEUU por su política en Oriente Medio. Se ha asegurado sus abastecimientos por vías diplomáticas y ha evitado presiones y enfrentamientos en la rivalidad por los mercados internacionales. Pero en su camino pacífico hacia el estatus de gran potencia, muchos parecen creer, dentro y fuera de China, que le falta mayor equipaje de prestigio e influencia, de poder de atracción. Joseph Nye ha señalado que como la India, China ha adoptado “una política exterior que hizo que aumentara su atractivo a los ojos de otros. Pero ninguno de los dos países llegó aún a un lugar destacado en los índices de recursos de poder blando con los que cuentan Estados Unidos, Europa y Japón. Si bien la cultura proporciona cierto poder blando, las políticas internas y los valores la limitan, sobre todo en China, donde el Partido Comunista teme conceder libertad intelectual y resiste las influencias externas”.

Según algunas herramientas de medición de la imagen global de un país, como el Anholt Nation Brand Index, la reputación internacional de China ha mejorado recientemente. A pesar de ello, un reciente informe del Foreign Policy Center califica de “emergencia” el problema de imagen de China, y lo señala como su principal amenaza estratégica. Detecta un fuerte contraste entre la imagen que tienen los chinos de sí mismos y la que se percibe desde el exterior; también es grande y “peligrosa” la distancia entre ésta y la realidad de los recientes logros y transformaciones de la sociedad china.

El ascenso de China produce en el exterior percepciones contradictorias e inquietudes reales. Junto a las expectativas positivas que levanta como gran mercado y tierra de nuevas oportunidades, su modelo de crecimiento despierta el temor a las deslocalizaciones y la pérdida de empleos en el resto del mundo. La capacidad de compra de la economía china impulsa el crecimiento en otras regiones, al tiempo que la avidez de materias primas provoca dudas sobre su encarecimiento y posible escasez. Preocupan las repercusiones del crecimiento desordenado sobre el medio ambiente y las posibles consecuencias sociales y políticas de las desigualdades de renta. Las declaraciones sobre el “socialismo armonioso” chocan con las noticias sobre la fiebre consumista, el urbanismo desatado y las fortunas fabulosas. La política de internacionalización de sus empresas, que ha culminado con intentos de compra de grandes compañías extranjeras, se ha topado en algunos casos con los recelos de las autoridades económicas occidentales. Aunque se conocen el esfuerzo inversor en I+D y los progresos realizados en educación y ciencia, el historial de violaciones de la propiedad intelectual e industrial sigue lastrando la imagen de las manufacturas chinas.

La política exterior tampoco está libre de contradicciones. La posición tradicional de China como líder del mundo en desarrollo contrasta con la encendida defensa de la globalización económica. Los votos por la coexistencia pacífica se compadecen mal con las fuertes inversiones realizadas en la modernización de las fuerzas armadas. La protección al Gobierno de Sudán pone en peligro la imagen de Pekín ante la proximidad de los Juegos Olímpicos. En el plano doméstico, el éxito económico de China no ha ido acompañado de reformas políticas significativas. El régimen de partido único sigue vigente, en medio del decreciente peso del sector público en la economía. Después de los sucesos de Tiananmen y el reflujo de la tímida apertura desencadenada por las reformas de los años 80, sólo muy lentamente vuelven a relajarse los mecanismos de control social, mostrando al mismo tiempo la nueva dirección una mayor sensibilidad hacia los desequilibrios sociales derivados del crecimiento económico. El escrutinio internacional sigue denunciando graves carencias en la situación de los derechos humanos, y las manifestaciones de personajes mundialmente populares sobre el Tíbet ponen en cuestión el tratamiento que China da a sus minorías regionales.

De la “vietnamita” a Internet

China mantiene el monopolio informativo de sus medios de comunicación, e invierte grandes esfuerzos en controlar la información que se difunde desde China al resto del mundo, así como en mantener al grueso de su población al margen de determinados contenidos informativos procedentes del exterior. Las estadísticas chinas disponibles siguen siendo poco accesibles e incompletas. Apenas existen instituciones que publiquen informes o análisis críticos o alternativos con alcance internacional. Excepto en entornos controlados como los complejos turísticos, no es posible ver libremente cadenas de televisión o adquirir prensa extranjera. Se habla de decenas de miles de “ciberpolicías” que vigilan permanentemente la red con el fin de bloquear la búsqueda de determinadas expresiones o el acceso a páginas concretas en Internet.

Al mismo tiempo, no hay duda de que, a pesar de la censura, el extraordinario desarrollo de las TIC en China está creando las condiciones para un desarrollo sin precedentes de la libertad de información y de debate. La visita de las páginas oficiales de China, disponibles en varios idiomas, produce una impresión de modernidad e independencia, e incluso de apertura de costumbres y libertad de opinión. China ha ido abandonando viejas formas de propaganda y guerra psicológica. Lejos quedan los bombardeos de octavillas a través del estrecho de Taiwán, o la exportación de la revolución a otros continentes. Los principales órganos de gobierno de China, incluyendo las embajadas, mantienen páginas de Internet en inglés y otros idiomas. Los medios oficiales no eluden asuntos espinosos y explican los progresos en las materias más sensibles, aunque remitiendo unidireccionalmente a los White Papers del Gobierno.

La agencia de noticias Xinhua, así como el People’s Daily, órgano del Partido Comunista Chino, ofrece contenidos en siete lenguas, incluyendo una versión simplificada del chino. El China Daily, “único periódico nacional en inglés”, fue creado en 1981 y tiene una circulación diaria de 200.000 ejemplares, un tercio de los cuales se distribuye en más de 150 países. De él dependen otras publicaciones y suplementos en inglés como los locales China Daily Hong Kong Edition, Shanghai Star y Beijing Weekend. La televisión central, CCTV, tiene desde 2002 un canal internacional de 24 horas en inglés con 45 millones de suscriptores en todo el mundo. Radio China Internacional, fundada en 1941, transmite diariamente 211 horas de programación en 38 lenguas extranjeras, en cuatro variaciones dialectales chinas y en putonghua (la norma común de China).

El sector de la comunicación sigue monopolizado por el Estado, y con la excepción parcial de Hong Kong y otros enclaves más internacionalizados, las distintas emisoras de radio y televisión siguen sujetas a estrictas restricciones de contenidos, a las que han tenido que plegarse también las compañías extranjeras que desde 2005 han sido autorizadas a emitir por cable en algunas áreas. La autocensura es un peaje que han tenido que pagar hasta los Rolling Stones, que dejaron caer algunos temas de su repertorio en el primer concierto que dieron en Shanghai en 2006. Por otra parte, la penetración de programas de entretenimiento extranjeros es cada vez más intensa a través de acuerdos con corporaciones locales como el Shanghai Media Group o Hunan TV, de propiedad pública pero con una gestión marcadamente comercial (los límites entre la propiedad pública y la privada en China aparecen cada vez más difusos). Los programas extranjeros llegan también a los receptores chinos a través de un número desconocido de antenas parabólicas ilegales. Aunque la importación de productos culturales extranjeros está severamente limitada (alrededor de 20 largometrajes al año en el caso del cine), la influencia cultural occidental entra por otras vías, como la distribución de música o cine por Internet u otros soportes (se calcula que el 95% de las películas vendidas en China son copias pirateadas).

Reservas de poder suave y nuevas remesas culturales

Junto a la multiplicación de los contactos y visitas oficiales y los cambios en la política de comunicación con el exterior, China ha empezado a poner en práctica otros instrumentos propios de la diplomacia pública, entre los que destacan la organización de grandes eventos internacionales (Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, Exposición Universal de Shanghai en 2010) y una activa política de intercambios culturales y educativos.

Aunque coherentes con la estrategia del ascenso pacífico e integradas en la política informativa exterior, estas acciones corren en buena medida por cauces diferentes a las anteriores. Al igual que en otros países, las relaciones culturales pretenden construir confianza y credibilidad a largo plazo mediante el contacto permanente con los actores sociales de otros países, más que conseguir objetivos concretos e inmediatos a través de mensajes políticos puntuales. Las recientes tendencias de la política cultural exterior procuran que las relaciones culturales mantengan cierta distancia con los mensajes oficiales directos, aun cuando sean promovidas por instancias gubernamentales. Al mismo tiempo, han ampliado su campo de acción para incluir cuestiones como derechos humanos, valores democráticos, papel de los medios de comunicación, etc., sin eludir los debates nacionales más espinosos. A pesar de que la sociedad civil china está lejos de alcanzar niveles de independencia equiparables a los de las democracias industrializadas, la nueva diplomacia pública china parece haber tomado buena nota de cómo potenciar su imagen exterior a través de las relaciones culturales.

La influencia de la cultura china se extendió por Asia y el mundo mucho antes de que su Gobierno decidiera incorporarla como activo a sus relaciones exteriores: unos 30 siglos antes. China no carece de reservas de “poder suave” que avalen su crédito cultural: una tradición intelectual milenaria, irradiada en el primer milenio antes de Cristo a los países vecinos; inventos como el papel, la pólvora, la imprenta, la porcelana y la seda, que se difundieron por Asia antes de llegar a Occidente a través de los viajeros medievales. La imagen lejana de Cathay y sus riquezas inspiró la expansión marítima europea. La antigua filosofía china, la medicina tradicional, las artes marciales, la caligrafía y la pintura se dieron a conocer mundialmente por medio de misioneros, comerciantes y enviados diplomáticos, sobre todo desde el período de los Tratados Desiguales. La diáspora china, a partir de finales del siglo XIX, ha popularizado en muchas capitales de Europa y América el arte mobiliario, la gastronomía, la gimnasia y las fiestas del calendario chino.

Los agencias públicas chinas se encargan regularmente de recordar estos logros del pasado, y otros menos conocidos, mediante noticias como la del hallazgo de un viejo mapa que indicaría una temprana vuelta al mundo, o la aparición de fósiles que cuestionan el solar original del homo sapiens, o el descubrimiento de los más antiguos restos de papel encontrados hasta la fecha. La recuperación del pasado anterior al estancamiento de China en el siglo XIX cumple a la vez la función de reforzar la autoestima nacional y de reivindicar un papel internacional de primera potencia.

Ciertamente, China no necesita hacer grandes esfuerzos para que despierte el interés por su cultura más allá de sus fronteras. Algunos países europeos han tenido que guardar turno para celebrar “Años cruzados” (el Reino Unido, Francia, Italia, Rusia y España durante el presente año, y Grecia en 2008, en coincidencia con los Juegos Olímpicos) o para obtener permisos de apertura de centros culturales en territorio chino. Los museos occidentales organizan grandes exposiciones de arte chino, como Three Emperors, en la Royal Academy of Arts, que coincidió con la visita del presidente Hu Jintao a Londres en 2005. En 2003 se presentó en el Kennedy Center de Washington el Festival of China, con un presupuesto de 2 millones de dólares. Después de dar la vuelta al mundo, los guerreros de Xian recalaron en España en 2004, y actualmente visitan el British Museum de Londres.

A las reservas de activos culturales tradicionales, China suma ahora nuevas remesas de creación contemporánea que atraen creciente atención en Occidente. Desde finales de los años 90, los comisarios occidentales dedican muestras en ferias y bienales al arte chino de vanguardia que emerge en los grandes centros urbanos. Aun cuando estas manifestaciones no están libres de la censura en la propia China, el Gobierno ha acabado comprendiendo que el arte contemporáneo “vende”, y desde hace poco ampara el nacimiento de centros de arte. Los jóvenes artistas chinos cotizan al alza, ayudados por las principales galerías del Reino Unido y EEUU. Las ventas mundiales de arte chino contemporáneo en Christie’s aumentaron de 13,5 a 90 millones de euros de 2004 a 2006. Museos como el Centro Pompidou y el Guggenheim están considerando abrir filiales en China. En España, Casa Asia programa regularmente actividades culturales en torno a China, como la reciente sobre “hiperarquitectura e hiperdiseño”. Artium y la Fundación ICO han programado recientemente exposiciones de fotografía y vídeo contemporáneos. La danza moderna ha hecho su aparición en Nueva York con compañías como la Guandong Modern Dance Company, la Beijing Modern Dance Company y la Shen Wei Dance Arts.

La literatura china encuentra dificultades para hacerse oír, aunque empieza a encontrar su espacio en los suplementos culturales y los estantes de las librerías. En 2000, Gao Xingjian (exilado en Francia) ganó el primer Nobel de literatura para la lengua china. En 2004, el chino como lengua original ocupaba el puesto 16º en el Index Translationum de la UNESCO con 274 traducciones, mejorando la posición total del período 1979-2002 (21º), aunque todavía por detrás del holandés (330), el portugués (383) y el catalán (392). En las ferias internacionales del libro han hecho su aparición las casetas chinas ofreciendo sobre todo impresión a bajo coste, pero también derechos de traducción. Según fuentes oficiales, en 2004 China exportó 1.314 derechos de publicación e importó 10.040. En 2005, Penguin compró a un precio récord de 100.000 dólares los derechos para el extranjero de The Wolf Totem, obra de Jiang Rong que vendió más de un millón de ejemplares en China. Peter Jackson, director de El señor de los anillos, ha comprado los derechos para un guión cinematográfico. China es el primer impresor del mundo, pero las cifras del comercio exterior del libro están lejos de alcanzar a Japón o Corea del Sur, y los libros exportados tratan sobre todo de cultura china tradicional.

El cine chino gana en volumen y premios, pero progresa lentamente en las taquillas de Occidente. En 2006 se produjo en China un número récord de películas: 330. En este año, Jia Zhangke obtuvo el León de Oro en Venecia por su película Still Life, y Zhang Yuan fue premiado en Berlín por Little Red Flowers. En 2004, la realizadora Xu Jinglei ganó el premio al mejor director por su Carta a una desconocida en el Festival de San Sebastián. 2046, de Wong Kar Wai, recibió el Screen International Award de los Premios del cine europeo, en 2004. En 2003, Hero de Zhang Yimou fue nominada para el Oscar al mejor filme extranjero. Su más reciente La maldición de la flor dorada se ha convertido en la más taquillera de la historia del cine chino. En 2002, Chen Kaige obtuvo la Concha de Oro al mejor director en San Sebastián por Together. La estrella más internacional del cine chino, Gong Li, es invitada habitual del festival de Cannes. Por otra parte, el mercado chino del cine en sala despierta y está atrayendo a las industrias de países vecinos como Japón o Singapur. El despertar del cine en lengua china no ha pasado desapercibido a las todopoderosas productoras estadounidenses, que conocen el potencial de los realizadores chinos gracias a los filmes de Bruce Lee, Jackie Chan o Ang Lee (nacidos respectivamente en EEUU, Hong Kong y Taiwán).

Déficit cultural y acción del Gobierno

A pesar de estos éxitos internacionales, los medios oficiales se lamentan del déficit de la balanza cultural, y subrayan los esfuerzos de las autoridades por corregirlo mediante el estímulo interno a la producción y reclamando una mayor creatividad y diversidad de sus productos culturales. He aquí otro incentivo para la puesta en funcionamiento de una política institucional de difusión cultural: potenciar esa extraña mezcla de mercancía y poder comunicador que posee el producto cultural. El Informe sobre la labor del Gobierno presentado ante la X Asamblea Popular Nacional, en marzo de 2007, rendía brevemente cuentas del desarrollo de la industria cultural: “Se profundizó aún más la reforma del sistema cultural, se aceleró el desarrollo de la industria cultural, y fueron más vigorosos los intercambios culturales con el exterior” (www.spanish.xinhuanet.com/spanish/2007-03/16/content_402218.htm).

La cooperación cultural no es una línea aislada del Gobierno, sino que está conscientemente integrada en la estrategia de desarrollo pacífico: “A medida que avanza la globalización económica, China se hace más consciente de la importancia de los intercambios y el diálogo entre civilizaciones diferentes, y trabaja intensamente para que el resto del mundo conozca y comprenda a China, al tiempo que atrae y absorbe los frutos útiles de otras civilizaciones. En los últimos años, China ha cooperado con muchos países para celebrar eventos conjuntos bajo la forma de Semanas, Visitas, Festivales y Años culturales, promoviendo de esa forma los intercambios y el entendimiento entre el pueblo chino y otros pueblos, y creando nuevas vías para un diálogo igual entre civilizaciones” (White paper on peaceful development road, www.china.org.cn/english/2005/Dec/152669.htm).

En un artículo reciente, el primer ministro Wen Jiabao engarza con más precisión las relaciones culturales en la estrategia global de China y describe un programa completo: “Debemos extender los intercambios culturales con otros países. Los intercambios culturales son un puente que conecta los corazones y las mentes de los pueblos de la tierra y una importante forma de proyectar la imagen de un país (…) Debemos emplear varias formas y medios, como las giras de espectáculos y exposiciones, la enseñanza de la lengua china, el intercambio académico y la promoción de años culturales, para promover la cultura china y aumentar su atractivo en el extranjero. Debemos ejercer una estrategia cultural de alcance global, desarrollar la industria cultural, mejorar la competitividad de las empresas y productos culturales chinos, aumentar las exportaciones de libros, cine, programas de TV y otros productos culturales, de manera que éstos, y en particular los mejores de entre ellos, lleguen al mundo entero”. Y termina adoptando el concepto de diplomacia pública: “Debemos dirigir nuestra diplomacia pública de forma más eficiente. Debemos informar al mundo exterior de los progresos de nuestras reformas, de nuestra apertura y modernización de forma adecuada, oportuna y completa. Al mismo tiempo, debemos ser francos sobre nuestros problemas (…) Debemos trabajar para que la comunidad internacional se forme una visión objetiva y equilibrada de China, con el fin de alentar un entorno de opinión pública amistosa y favorable para China” (“Our Historical Tasks at the Primary Stage of Socialism and Several Issues Concerning China’s Foreign Policy”, China Daily, 27/II/2007).

Conclusión

¿Tendrá éxito la nueva diplomacia china en su objetivo de crear una percepción internacional más favorable de la potencia ascendente? La charm offensive emprendida por China en los últimos años ha tenido un gran impacto en el resto del mundo, ayudada por el creciente peso político y económico de la gran potencia, y seguramente por la erosión de la imagen de EEUU. La capacidad de atracción de China tiene fundamentos sólidos (valores milenarios, tradición cultural, efervescencia creativa), y no hay duda de que los enormes avances del último cuarto de siglo, que hubieran sido imposibles sin una apertura sin precedentes al mundo exterior, están creando las condiciones para transformaciones aún más profundas de la sociedad china. Pero las carencias que aún limitan el pleno desarrollo de China, los desequilibrios producidos por el enorme crecimiento y las contradicciones de su política exterior limitan la credibilidad de la política de relaciones públicas de la gran potencia y ponen en cuestión su eficacia.

Todo indica que es aún largo el camino para que China alcance las cotas de prestigio o influencia intangible (“poder suave”) de que disfrutan Europa o América del Norte, que en última instancia se fundamentan en su alto nivel de vida y en un sistema de valores que concede un amplio grado de libertad individual. Mientras tanto, China toma buena nota no sólo de las nuevas tendencias internacionales para la gestión de su reputación, sino también de las críticas que las contradicciones de su modelo de desarrollo económico y político están recibiendo en el exterior. Algunos incidentes recientes han puesto sobre aviso a las autoridades chinas, como el atentado en una explotación petrolera en Etiopía en el que murieron nueve trabajadores chinos, o el rechazo por parte de Taipei de acoger el recorrido de la antorcha olímpica por la isla. Los conatos de guerra comercial con Occidente, con ramificaciones como las denuncias sobre la calidad o higiene de las manufacturas chinas, o sobre las violaciones de la propiedad intelectual por parte de empresas chinas, son otros ejemplos de los flancos que deberá tener en cuenta la gran potencia en su recorrido hacia el ascenso pacífico.

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[1] Este ARI es un extracto actualizado del artículo “China descubre la diplomacia pública”, Anuario Asia Pacífico 2007, CIDOB-RIE.

EEUU, CHINA Y RUSIA: LA LÓGICA INEVITABLE DE LA MILITARIZACIÓN DEL ESPACIO




David García Cantalapiedra

EEUU ha conseguido lo que técnicamente algunos expertos denominan “control o dominio de los espacios” (Command of the Commons).[1] La capacidad de control, mando y dominio de mar, aire y espacio, alcanzada por la superioridad tecnológica, económica y organizativa indica una capacidad de influencia a nivel global. Este dominio es el capacitador y multiplicador militar clave para la posición de EEUU como única superpotencia, permitiéndole explotar más en profundidad otras fuentes de poder, incluido su propio poder económico y militar, y el de sus aliados. Así, el Quadrennial Defense Review (QDR) de 2001, junto con la Estrategia de Seguridad Nacional (National Security Strategy) de 2002 y 2006, establecen que las fuerzas armadas norteamericanas no pueden estar en inferioridad a ninguna otra del mundo (second to no-one). El QDR esta basado en la premisa de que, en combinación con otros instrumentos al servicio de EEUU, “the foundation of a peaceful world for ourselves and for our posterity rests on the ability of the US Armed Forces to maintain a substantial margin of national military advantage relative to others”.[2] La superioridad militar tecnológica tiene uno de sus apoyos en la concepción del Net-Centric Warfare y la superioridad de información (Information Superiority) sobre la del adversario, los procesos basados en la información, sistemas informáticos y redes informáticas mientras se defienden las propias.

Sin embargo, esta primacía norteamericana establecida desde el final de la Guerra Fría, traducida en una situación de unipolaridad, se está viendo desafiada por diferentes potencias, ante el desgaste de la reputación de EEUU y, sobre todo, por la percepción de una sobre-extensión de sus compromisos militares en el mantenimiento de la seguridad del sistema internacional. De hecho, esta situación ya se preveía por parte de algunos sectores de la Administración Bush, incluso antes de llegar a la Casa Blanca. Por ejemplo, Peter Rodman, secretario de Defensa adjunto para Asuntos de Seguridad Internacional en la primera Administración Bush, escribía en 1999: “Most of the world’s other major powers have made it into a central theme of their foreign policy to attempt to build counterweights to American power. This is in fact one of the main trends in international politics today”.

Así, aunque el sistema internacional aún mantiene a EEUU como la única superpotencia militar, hay una tendencia cada vez mayor a desafiar la capacidad y supremacía norteamericana. A pesar de que las tendencias de los conflictos parecen haber descendido a la insurgencias, terrorismo y operaciones de estabilización, la competencia entre las grandes potencias se juega también en un tablero estratégico en el que la capacidad tecnológica y espacial será fundamental en el futuro.

La lógica de la política espacial en la política estrategia de EEUU

Hace 25 años, el 23 de marzo de 1983, el presidente Reagan lanzaba la Iniciativa de Defensa Estratégica (Strategic Defense Initiative SDI), conocida popularmente por “Guerra de las Galaxias”, que marcaría el inicio de un cambio radical en la postura estratégica de EEUU. Este cambio partía fundamentalmente de la no aceptación de la vulnerabilidad de EEUU bajo un ataque nuclear. Tal como durante casi 200 años la posición insular y la hegemonía en el continente americano habían permitido a EEUU mantener su cuasi-invulnerabilidad, la aceptación de esta posibilidad era rechazada por la Administración Reagan en términos que trascendían la Guerra Fría. Así, desde una postura de “Paz a través de la Fuerza” (Peace through Strength), EEUU iba a diseñar una política estratégica basada en la superioridad espacial. Así, desde los años ochenta, la llamada Net Assessment Office en el Departamento de Defensa se dedico a catalizar y potenciar la “Revolución en los Asuntos Militares” (Revolution in Military Affairs, RMA), sobre todo en beneficio de la superioridad espacial.

Desde que a partir de finales de los años setenta se acuñara por parte de militares soviéticos el término RMA, debido a los avances tecnológicos y su aplicación en el campo militar, se ha ido abriendo poco a poco un área de importancia capital para la conducción de las operaciones militares. La RMA acompasa varios elementos, sobre todo el de trasformación organizativa de la sociedad, pero en el nivel estratégico y operacional se ha dirigido al llamado Mando, Control, Comunicaciones, Computadoras e Inteligencia (Command, Control Communications, Computers and Intelligence, o C4I) al que también se han acabado uniendo la vigilancia y el reconocimiento (surveillace and reconnoissance) y la dirección del combate (Battle Management) creando el concepto C4ISR/BM. Dentro de estas concepciones se introducen los apartados más avanzados de la RMA: los sistemas espaciales, stealth (furtivos o invisibles) y, finalmente, las tecnologías informáticas avanzadas y la Guerra de la Información.

La lógica estratégica del control del espacio traspasaría el marco de la Guerra Fría, y el QDR 2001 establece el dominio del ciberespacio como una de las tres características básicas de la estrategia militar junto con las operaciones especiales y la capacidad de ataque a larga distancia en profundidad, actuando de forma simultánea y no consecutiva como se realizaba hasta entonces: se “ciega” al adversario y se utiliza la fuerza decisivamente. Estas conclusiones se han alcanzado dado el cambio de los conceptos básicos por los que se conducen o se van a conducir los conflictos en este siglo XXI. En último extremo hablaríamos de dominio de la información como parte del concepto de dominio en todo el espectro del conflicto (Full Spectrum Dominance) según establece la Joint Vision 2020, publicada por la Junta de Jefes de Estado Mayor Conjunto (Joint Chiefs of Staff) en el año 2000, que con el concepto de guerra basada en la interconexión de redes (Net-centric Warfare) y la transformación de lo militar (Military Transformation) conforman esta visión del dominio en todo el espectro del conflicto.

En este sentido, la superioridad y control del espacio es fundamental para la dirección de las operaciones y la denegación al adversario de estas capacidades, aunque también en un sentido estratégico y operativo. Siguiendo la revisión de la postura nuclear de 2001 (Nuclear Posture Review, NPR 2001), el QDR 2001 y 2006, EEUU ha desarrollado también una serie de programas espaciales, comenzados algunos durante los años ochenta. Uno de ellos es la parte espacial de la capacidad global de ataque (Global Strike) y otro más especifico son los llamados Rods from God. Otros programas como los interceptores espaciales (Brilliant Pebbles) fueron detenidos por la Administración Clinton. Estos sistemas espaciales, aunque no nucleares, y por tanto no susceptibles de ser incluidos en el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre de 1967, operacionalmente tendrían un efecto estratégico y operativo como un artefacto nuclear de alta penetración terrestre, pero sin el problema de la radiación posterior. Funciona gracias a dos satélites, uno que contiene las barras de tungsteno y otro que mantiene las comunicaciones. El programa Future Imaginery Architecture mantendría una red de satélites de control e identificación de objetivos.

Es así que la construcción de esta política estratégica hizo que el Mando Espacial de EEUU (USSPACECOM) fuera absorbido por el Mando Estratégico (USSTRACOM), que tiene bajo su mando todas las fuerzas estratégicas de EEUU, la defensa antimisiles, el sistema C4ISR Joint Task Force Computer Network Operations y la modernización del Battle Control System. La lógica del dominio espacial y de la Defensa Estratégica están intrínsecamente unidas, ya que significan la capacidad de denegar el uso del espacio a cualquier adversario contrario a los intereses de EEUU, tal como establece el sexto principio de la directiva de seguridad nacional NSPD 49 (US National Space Policy) de 2006 que establece la política espacial de EEUU. Esta directiva suspende la directiva presidencial 49 (PDD 49) de 1996, que establecía un curso completamente diferente, contrario a la militarización del espacio.

De acuerdo a la NSPD 49, a la doctrina conjunta de operaciones espaciales de 2002 (Joint Doctrine for Space Operations) y la doctrina de operaciones espaciales de la Fuerza Aérea de EEUU de 2004 (Air Force Counterspace Operations doctrine), se establece la “deception, disruption, denial, degradation and destruction”, en el enfrentamiento de sistemas espaciales. Esto significa que a la vez que se puede derribar un misil balístico con un sistema BMD, también se puede hacer con un satélite. Sin embargo, los sistemas terrestres y sus medios de alerta actuales son sólo el principio más rudimentario de las futuras capacidades que se basarán en medios más flexibles y maniobrables, además de unas crecientes capacidades espaciales que le permitan en el futuro la habilidad de determinar los acontecimientos estratégicos internacionales. Para todas las Administraciones norteamericanas, desde el principio de la Guerra Fría, ha estado claro en mayor o menor medida la prioridad de mantener la primacía en el espacio en el mismo sentido que el Imperio Británico mantenía la primacía naval global para el mantenimiento de las líneas comerciales y como protector último de sus intereses en ultramar.

En diciembre de 2007, el subsecretario de Estado para control de armamento y seguridad internacional, Robert Joseph, realizaría una declaración reafirmando la política espacial de EEUU y la doctrina de las Fuerzas Aéreas relativa a las operaciones espaciales: EEUU se opone a cualquier limitación o prohibición futura sobre la capacidad de instalar armamento espacial, donde EEUU mantiene el dominio en las operaciones espaciales. Sin embargo, durante la última década, se ha incrementado la carrera por parte de China para limitar y denegar, si es posible, al Pentágono esta posibilidad, sobre todo en la hipótesis de un posible conflicto por Taiwan.

China y Rusia en la carrera militar espacial

Tanto China como Rusia ven esta preponderancia espacial de EEUU como un capacidad difícilmente superable (ya lo observaron los soviéticos al final de la Guerra Fría con el desafío que imponía la Iniciativa de Defensa Estratégica de la era Reagan) y la base de las superioridad estratégica y militar de EEUU, gracias a su ventaja tecnológica. China mantiene operaciones clandestinas para hacerse con tecnología avanzada estratégica y espacial norteamericana, tal como el robo de diseños de miniaturización de las cabezas nucleares más modernas W-88 de los Laboratorios de Los Alamos en 1999, o como se hizo público con la detención de un grupo de ciudadanos chinos y norteamericanos en febrero de 2008 por el FBI, que habían robado secretos de Boeing y del programa espacial de la NASA.

Desde este punto de vista, Rusia y China, sobre todo esta última ante un acelerado programa espacial, buscan limitar las capacidades y superioridad norteamericana a través de sucesivas iniciativas en la Comisión de Desarme de Ginebra. Al mismo tiempo, China se ha lanzado a una carrera por establecer armamento antisatélite que le permita contrarrestar, en primer término, la capacidad de EEUU de dirigir y llevar a cabo operaciones en un hipotético conflicto por Taiwan. Así, en enero de 2007 la RPC habría destruido un viejo satélite meteorológico con un arma ASAT (anti-satellite weapon) utilizando un misil balístico que contenía un KKV (Kinetic Kill Vehicle), un proyectil de destrucción cinética, que destruye el satélite debido a la velocidad del impacto. Esta no sería la primera demostración de las capacidades de la RPC, y tampoco la más directa hacia los sistemas de satélites de EEUU, ya que ha habido intentos previos de cegar satélites norteamericanos utilizando láser terrestres.

Por otro lado, gran parte de la política rusa de oposición al sistema BMD en Europa (Polonia y la República Checa) tiene más que ver con esta lógica de la superioridad espacial que con la problemática del equilibrio nuclear estratégico. De acuerdo con la nueva doctrina militar rusa y el papel destinado a sus fuerzas nucleares tácticas, éstas harían inútil esta instalación si su objetivo fuera proteger Europa o proporcionar la capacidad de un primer ataque a fuerzas nucleares de EEUU o de la OTAN desde Europa, dada la corta distancia, el tiempo casi inexistente de alerta ante un ataque y la posible utilización de misiles de crucero (por ejemplo, los KH-55). Sin embargo, la reciente destrucción de un satélite de la NRO (National Reconnaissance Office) L-21 Radarsat USA-193 en mal funcionamiento y con un depósito de combustible tóxico, utilizando un sistema antimisiles naval por la Armada de EEUU, ha vuelto a dar más argumentos a Rusia de que Washington esta probando su capacidad antisatélite mediante un sistema antimisiles SM-3 por primera vez desde los años ochenta, a la vez que destruía tecnología comprometida en caso de caer en manos incorrectas.

El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, presentó en nombre de China y Rusia el día 12 de febrero ante la Conferencia de Desarme de la ONU en Ginebra, un proyecto de tratado para la prevención del emplazamiento de armas en el espacio exterior y la amenaza o uso de la fuerza contra objetos en el espacio exterior.

Una iniciativa parecida ya fue presentada en 2002, bajo la forma de documento de trabajo, y fue rechazada de nuevo en 2005 por EEUU y otros países. Este movimiento muestra la posición de ambos Estados ante la superioridad espacial de EEUU, ya que, aunque el tratado de 1967 prohíbe la instalación de armas nucleares en el espacio, algunos armamentos no nucleares instalables en el espacio podrían producir efectos estratégicos iguales al uso en el espacio de un arma nuclear o su uso desde el espacio, tales como las “Varas de Dios”. Esta situación, controlada por un tratado, limitaría la capacidad de defensa norteamericana de sus sistemas espaciales e igualaría las capacidades antisatélite entre China, Rusia y EEUU, ya que permitiría a rusos y chinos mantener y crear medios terrestres antisatélite con misiles balísticos. Este no sería un tratado como el de 1967, el ABM u otros tratados creados en la búsqueda de estabilidad en una situación de paridad estratégica como durante los años setenta y ochenta en la Guerra Fría.

En este sentido, además, China, consciente de la vulnerabilidades norteamericanas en su dependencia de los sistemas espaciales para llevar a cabo operaciones y su dirección en tiempo real, se ha dedicado a crear todo un sistema de mecanismos asimétricos para limitar el uso del espacio a las fuerzas norteamericanas, que incluye no sólo ASAT, sino capacidades dirigidas contra GPS, pulsos electromagnéticos y láser. Pero la política espacial china no sólo esta dirigida a estos medios contra-espaciales, sino que la propia modernización del PLA y su doctrina militar llevan a la creación de todo un sistema de medios espaciales de inteligencia, comunicaciones y navegación para llevar a cabo sus propias operaciones a nivel local y regional. Sin embargo, la limitada capacidad técnica, la búsqueda de diversificación e independencia y la reducción de vulnerabilidad hacen que China utilice satélites con uso civil y militar, tanto de comunicaciones como en el campo de la fotografía e inteligencia electrónica (aunque no proporciona información en tiempo real), y a la utilización tanto del GPS, del Glonass ruso y del Galileo europeo.

Conclusiones

A la vez que estas capacidades conceden la superioridad en las operaciones a EEUU, también pueden ser su talón de Aquiles. La superioridad tecnológica militar descansa en el espacio. Los sistemas C4RSI/BM están abrumadoramente basados allí y eso podría hacer relativamente frágil la preponderancia militar norteamericana, pero, parafraseando a Sir Halford MacKinder, esto no cambia la lógica de que quién domina el espacio “dominará el World Island”. Así, estas capacidades se mueven en dos direcciones para el pensamiento estratégico norteamericano: permitir cerrar la ventana de vulnerabilidad abierta con el advenimiento de la era nuclear y, a la vez, permitir el desarrollo de una nueva política estratégica que responde y conforma la situación estratégica de la post-post-Guerra Fría. Así, a pesar de que EEUU, Rusia y la RPC son parte del tratado de 1967 que prohíbe situar armas nucleares en el espacio, éste no prohíbe medidas contra-satélite ni el uso de ASAT no nucleares, y ninguno de ellos ha renunciado a estas capacidades, su desarrollo y a su uso.

En el caso de China, la carrera militar espacial puede ser, al menos temporalmente, no para desafiar la superioridad estratégica global de EEUU, sino para conseguir sus propias capacidades frente a EEUU en Asia y en caso de un conflicto por Taiwan. Pero la lógica inevitable de la militarización del espacio se va imponiendo dado que también otros Estados como Japón y la India consideran estas capacidades esenciales para sus intereses estratégicos y pueden ver el posicionamiento norteamericano, chino y ruso como un intento de mantener una superioridad estratégica a largo plazo sobre ellos, una amenaza sobre sus satélites, sus comunicaciones y su economía, y una ventaja operativa en caso de conflicto.

Desde que las comunicaciones y los sistemas de navegación y observación se han basado en el espacio, y estas capacidades se han convertido en la base de la dirección y control de las operaciones militares, la competición estratégica y por el control y el uso militar en el espacio, se han convertido en el objeto principal de las políticas de seguridad y defensa de las grandes potencias. A pesar de ello, EEUU mantendrá su política de superioridad espacial como base de su posición de única superpotencia militar.

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[1] Barry Posen, “Command of the Commons: the Military Foundation of US Hegemony”, International Security, vol. 28, nº 1, pp. 5-46, verano de 2003.
[2] Guidance and Terms of Reference for the 2001 Quadrennial Defense Review, 22/VI/2001, p. 1.