domingo, 5 de agosto de 2007

INDEPENDENCIA DE LOS PAÍSES ASIÁTICOS Y AFRICANOS TRAS LA II GUERRA MUNDIAL


Alan T. Wood

En los cuatro siglos transcurridos entre 1500 y 1914, la cuestión central de la historia mundial fue la expansión del poder europeo. Después de 1914, sin embargo, tuvieron lugar una serie de acontecimientos que gradualmente minaron el predominio de Occidente en el mundo. El catalizador fue la I Guerra Mundial (1914-1918). Durante cuatro años, los europeos lucharon brutalmente y se causaron a sí mismos millones de muertos, además despilfarraron los recursos financieros de todo el continente. Apenas habían comenzado a recuperarse de la catástrofe sufrida por la más grave depresión económica de la era moderna cuando llegó la II Guerra Mundial (1939-1945). Al final de este sangriento conflicto, las potencias europeas estaban tan exhaustas, tan empobrecidas y tan desmoralizadas, que casi no podían asegurar el control sobre sus propios países, por no hablar de las colonias. No es sorprendente que los movimientos nacionalistas en Asia y África se aprovecharan de la debilidad de Europa. En una generación, estos movimientos se emanciparon de los gobiernos coloniales y establecieron una amplia gama de estados independientes. Con el fin del tercer cuarto del siglo XX, terminaban 400 años de dominación europea.


Características comunes de los movimientos de independencia


Se puede establecer un conjunto de características comunes que influyeron en todos los movimientos de independencia en Asia y África. Una de estas características es un antagonista común, verbigracia Europa. Es cierto que los diferentes estados europeos administraban sus colonias de distinto modo. Pero a pesar de ello, todos manifestaban similares rasgos de paternalismo y arrogancia y todos transmitieron a sus colonias una herencia institucional (el Estado-nación) que ha tenido consecuencias perdurables.


Los diversos movimientos de independencia compartían en muchos casos algunos rasgos paradójicos e irónicos. En muchas colonias europeas, por ejemplo, los intelectuales y los líderes políticos habían sido educados en Europa o América. Allí habían sido educados en las ideas occidentales de libertad e igualdad encarnadas en las revoluciones americana y francesa. No fue una gran sorpresa, por lo tanto, que volvieran a casa con estos ideales, especialmente el objetivo de la soberanía nacional. Los líderes habían conocido además otro modelo de acción política, la Revolución Rusa. El éxito de la revolución marxista de 1917 en Rusia parecía ofrecer un equipo (hágalo usted mismo) a los intelectuales nacionalistas que en todo el mundo intentaban dinamitar sus viejos regímenes. El marxismo, mezclado con el nacionalismo, formaba una combinación explosiva que puso en marcha revoluciones exitosas a lo largo del siglo XX, desde China a Vietnam y de África a Cuba. Los líderes occidentales además, exportando el nacionalismo y el marxismo, habían puesto en manos de quienes se resistían a ellos, los instrumentos de su propia expulsión.


Una vez que se concedió independencia a las colonias, tuvo lugar otra paradoja. La libertad no siempre trae consigo la prosperidad y el autogobierno para el que mucho líderes llevaban trabajando mucho tiempo. En algunos casos, el nuevo pueblo "libre" descubrió al despertar que sus jefes coloniales simplemente habían sido sustituidos por dictadores locales que utilizaban las viejas instituciones coloniales para su beneficio personal. En otros casos, los países se enfrentaban a nuevas formas de explotación económica tan opresivas como las del período colonial. Si esa explotación constituía otra forma de colonialismo, en ocasiones llamado neocolonialismo, o si fue asumida de buen grado por los nuevos jefes de las antiguas colonias, es materia de discusión para los historiadores. Algunos dicen que aunque las colonias habían gozado de escasa capacidad de decisión sobre cómo administrar los recursos económicos, los nuevos estados soberanos sí tuvieron elección. Eran libres de nacionalizar o expulsar a las empresas extranjeras de sus países, y muchos hicieron exactamente eso.


Características específicas de los movimientos de independencia


Además de las características comunes, los movimientos de independencia también tenían muchas características específicas. Cada país se enfrentaba a una serie de desafíos distintos. Cada uno tenía una herencia cultural e histórica diferentes que inevitablemente perfilaba su respuesta al colonialismo y sus esfuerzos por desterrar el dominio colonial. Algunos países alcanzaron la independencia rápidamente, otros tardaron mucho más. Al final, algunos países hicieron una transición gradual a la democracia. Otros, sin embargo, pasaron de la tiranía del poder colonial a la tiranía de un dictador local.


África


En África, los movimientos de independencia fueron tan variados como las potencias coloniales que dominaban el continente, tan diversos como los líderes destacados que emergían para forjar las nuevas naciones. Después de la II Guerra Mundial, Gran Bretaña y Francia fueron las primeras potencias europeas que se obligaron a abandonar sus territorios coloniales, aunque no siempre pacíficamente, como en el caso de Argelia. En el otro extremo estaba Portugal, que mantuvo algunas de sus colonias como Angola y Mozambique hasta el último momento. En la mayoría de los casos, Gran Bretaña y Francia se marcharon sin violencia; sin embargo, donde había un gran número de pobladores europeos, como en Kenia y Argelia, la independencia sólo se logró tras una dura lucha.


Al final, los estados africanos obtuvieron la independencia mediante una combinación de los esfuerzos de los movimientos nacionalistas africanos y la debilidad europea tras la II Guerra Mundial. Alemania, Francia, Italia, los Países Bajos y Bélgica habían sido destrozadas durante la guerra, y Gran Bretaña estaba exhausta. Las primeras colonias que obtuvieron la independencia fueron las del norte de África. Entre 1952 y 1956, Egipto, Libia, Tunicia y Marruecos alcanzaron la independencia. Argelia las siguió en 1962. Sin embargo, los colonos franceses en Argelia se opusieron con mucha dureza a las concesiones ofrecidas y apoyaron el terrorismo y la guerra para evitarlos. Finalmente, y con más de un millón de argelinos muertos, Francia se rindió.


Las colonias francesas al sur del Sahara, con una población total de unos 30 millones de habitantes, tenían todas ellas movimientos independentistas activos. Tuvieron que esperar, sin embargo, hasta que el general Charles de Gaulle llegara a la presidencia de Francia para que sus anhelos de independencia se hicieran realidad. Sólo él tuvo en Francia el tacto político necesario para manejar hábilmente el abandono del poder en el África colonial. En unos pocos años de su presidencia, la mayoría de los estados africanos eran libres. El líder más importante que surgió de las antiguas colonias en África occidental fue Léopold Sédar Senghor. Nacido en el actual Senegal en 1906, Senghor se educó en París y fue profesor en Francia antes de regresar a su país y asumir el liderazgo del movimiento de independencia. Fue presidente del Senegal independiente de 1960 a 1980 y se le menciona a menudo como el intelectual africano más relevante. Su poesía y sus ensayos sobre literatura son conocidos y aclamados en todo el mundo.


La experiencia británica en África subsahariana fue completamente distinta. En África occidental, la libertad llegó pacíficamente. En Costa de Oro (actual Ghana), surgió un movimiento independentista en 1947, inmediatamente después de la II Guerra Mundial. Allí, uno de los más influyentes líderes africanos, Kwame Nkrumah comenzó a hacerse internacionalmente célebre. En 1957, Nkrumah ayudó a Ghana a convertirse en la primera nación de África subsahariana en alcanzar la independencia. Nigeria, el país más populoso de África, la siguió sólo tres años después, en 1960. A los británicos no les satisfizo precisamente la independencia nigeriana, pero no hicieron nada para aplastar el movimiento de independentista que había surgido en 1944.


Con frecuencia, la violencia fue el único medio para lograr la independencia en África central y oriental, donde había un número importante de colonos blancos. La experiencia de Kenia constituye un ejemplo de este fenómeno. Allí, la comunidad blanca alcanzaba aproximadamente la cifra de 60.000 personas. Los colonos, absolutamente opuestos a cualquier concesión para el autogobierno a los africanos, estaban dispuestos a matar con tal de preservar sus privilegios. Sólo después de una lucha extremadamente intensa, durante la cual Jomo Kenyatta se convirtió en la figura más importante de la historia reciente africana, logró Kenia su independencia en 1963.


En Rhodesia, los colonos blancos declararon la independencia de Gran Bretaña en 1965, para casi de inmediato establecer un sistema policial para tener el control de la población autóctona africana. Robert Mugabe se convirtió en el líder de un movimiento de resistencia que se hizo con el poder en 1980 y estableció la República de Zimbabue. Mugabe asumió entonces el cargo de primer ministro y creó un Estado de partido único.


En 1961, Suráfrica se liberó definitivamente de su vínculo con Gran Bretaña y estableció una república gobernada por colonos blancos. Las poblaciones africana e india fueron vetadas sistemáticamente para acceder el poder político. Las nuevas leyes, parte de una política más amplia conocida como apartheid, separaban a las poblaciones blancos y africanos, forzando a éstos a vivir en condiciones infrahumanas, en aspectos sanitarios, educativos, etc. La resistencia entre la comunidad africana creció, especialmente bajo el liderazgo de un joven abogado llamado Nelson Mandela. En 1962 Mandela fue encarcelado por el gobierno surafricano. Cuando fue liberado en 1990, Mandela hizo gala de su altura moral al negociar el fin del apartheid y una transición política a las instituciones democráticas. En 1994, como resultado de las primeras elecciones en las que participaron todas las razas, Mandela se convirtió en presidente de Suráfrica. Por primera vez a lo largo de su historia, Suráfrica adquiría las características de una verdadera democracia.


La experiencia de otros poderes coloniales europeos, como el belga en el Congo, Ruanda y Burundi, estuvo plagada de violencia, dejando una herencia de odio y desconfianza que ha envenenado desde entonces a los políticos regionales. La pérdida de las colonias portuguesas como Angola y Mozambique, escenarios de sangrientas guerras de liberación, proporcionaron a los portugueses una oportunidad para derribar a su propio régimen dictatorial. Paradójicamente, en este caso, la libertad para los pueblos de las colonias llevó la libertad a los colonizadores.


Asia


En Asia, la historia de la independencia postbélica tuvo lugar en el sur y en el sureste. En el Sureste asiático, Filipinas fue el primer país que alcanzó su independencia después de la II Guerra Mundial. Estados Unidos había adquirido el archipiélago tras la Guerra Hispano-estadounidense de 1898 y al principio se resistió a los movimientos de independencia filipinos. Las fuerzas norteamericanas reprimieron brutalmente una insurrección armada entre 1899 y 1901. Pero cuando Franklin D. Roosevelt se convirtió en el presidente estadounidense en 1933, su política cambió. En 1934, la legislación que prometía la independencia de Filipinas en 1946 fue aprobada por el Congreso de Estados Unidos. El 4 de julio de 1946, las islas Filipinas se convirtieron en una república independiente.


El resto del Sureste asiático tuvo un viaje hacia la independencia mucho más complicado. Indonesia, que hoy es el cuarto país más populoso del mundo, había estado controlado por el gobierno neerlandés desde que la antigua Compañía Holandesa de las Indias Orientales dejó de operar en 1799. El movimiento nacionalista indonesio, liderado por Sukarno, comenzó su actividad en la década de 1920, pero fue reprimido por el gobierno de los Países Bajos. Durante la II Guerra Mundial, cuando Indonesia fue ocupada por los japoneses, éstos permitieron a Sukarno que organizara un partido político como recompensa por su ayuda al esfuerzo de guerra japonés. Cuando la guerra terminó, los neerlandeses intentaron restablecer su control, pero fracasaron. Sukarno fue nombrado presidente cuando Indonesia alcanzó su total independencia en 1949.


En Indochina (actualmente Camboya, Laos y Vietnam), los franceses habían establecido su control en 1883, durante la etapa álgida de imperialismo europeo de la segunda mitad del siglo XIX. El líder principal del movimiento por la independencia de Indochina fue Ho Chi Minh, que había vivido en su juventud en Francia y la Unión Soviética. Como sus vecinos indonesios, Ho Chi Minh se aprovechó de la ocupación japonesa durante la II Guerra Mundial para reforzar su propio poder. Cuando los franceses se negaron a conceder la independencia tras la guerra, lideró la lucha guerrillera que culminó con la retirada francesa de Vietnam en 1954. Sin embargo, solamente consiguió imponerse en el norte de Vietnam. A principios de la década de 1960, comenzó una campaña militar para conseguir el control del sur del país. En 1975, después de una guerra larga y mortífera en la que participó Estados Unidos, en apoyo de Vietnam del Sur, los sucesores de Ho Chi Minh lograron la unificación de los dos Vietnams en un solo país.


En la península Malaya, los británicos habían hecho crecer su influencia paulatinamente desde el siglo XVIII. Como en los casos mencionados, la ocupación japonesa de Birmania (rebautizada como Myanmar en 1989) y Malasia, proporcionó una oportunidad a los movimientos independentistas para tener un asidero cuando los nacionalistas se aliaron con los japoneses en su lucha contra los británicos. Birmania se independizó en 1948, y después lo hizo Malasia (Malaysia) en 1957.


El movimiento independentista en la India tenía raíces que se retrotraían al siglo XIX. El Congreso Nacional Indio, fundado en 1885, se convirtió en la fuerza conductora del nacionalismo indio. El líder por antonomasia de la independencia india y una de las figuras más prominentes del siglo XX, tanto moral como políticamente, fue Mohandas K. Gandhi. Tras estudiar Derecho en Londres, ejerció la abogacía en Suráfrica, donde se rebeló contra el trato racista hacia los indios en el país. Allí, desarrolló la teoría y la práctica de la resistencia pasiva conocida como satyagraha (término sánscrito que significa ‘verdad y firmeza’). En 1914, tras 20 años de esfuerzos, el método Gandhi se convirtió en un éxito y logró notables concesiones por parte del gobierno sudafricano. Ese año, animado por su experiencia, Gandhi volvió a la India. Desde entonces hasta 1947, cuando la India logró finalmente la independencia de Gran Bretaña, Gandhi logró con éxito convencer a los políticos indios para que practicasen su estrategia de resistencia no violenta al poder británico.


Pero la independencia de la India trajo también la mayor pesadumbre de Gandhi: la división del país en un Estado de mayoría hindú, la India, y otro de preponderancia musulmana, Pakistán. Cientos de miles de inocentes fueron asesinados mientras los hindúes cruzaban las nuevas fronteras en dirección a la India y los musulmanes se trasladaban a Pakistán. Después de tantas décadas de resistencia no violenta a los británicos, la independencia trajo un cataclismo de odio y violencia entre los propios indios. Gandhi fue su víctima: murió asesinado en 1948 por un fanático hindú.


El precio de la libertad


El deseo de libertad es una de las características fundamentales de la humanidad. Que las potencias coloniales europeas suprimieran la libertad de otros pueblos, incluso cuando la buscaban para ellos mismos, era tan poco realista como injusto. Sólo a regañadientes dejaron sus colonias en Asia y África, y sólo después de hacerlo se vio claramente que no tenían otra alternativa. Debería haberse evitado el sufrimiento que los habitantes de las colonias de todo el mundo tuvieron que soportar durante el largo camino hacia la libertad. Pero no fue así, ni seguramente la libertad era el final de su lucha. Al poco tiempo de obtener la libertad, estos países tuvieron que enfrentarse al siguiente desafío, y probablemente el más difícil: decidir qué significa la libertad y qué hacer con ella. ¿Establecerían instituciones democráticas estables, o crearían las mismas instituciones represivas contra las que habían luchado? En muchos países, las respuestas a estas preguntas no se han hallado todavía.