martes, 4 de noviembre de 2008

LA HERENCIA DE MAO EN LA CHINA ACTUAL


Enrique Fanjul

¿Queda algo de Mao y del maoísmo en la China actual, aparentemente tan alejada de la senda por la que éste intentó conducirla? En contra lo que en principio podría pensarse, sí permanece en China una herencia apreciable y significativa del líder del Partido Comunista Chino que fundó la República Popular en 1949.

Entendemos el término maoísmo en un doble sentido: por un lado la acción política efectiva, real, de la figura histórica de Mao; y por otro su ideología, el que fuera llamado "marxismo-leninismo pensamiento Mao Tse-tung", que sirvió de base ideológica no sólo al Partido Comunista Chino, sino a numerosos partidos comunistas de todo el mundo.

La figura de Mao no es unidimensional, única. Hubo a lo largo del tiempo, por así decirlo, varios Mao, diferentes e incluso contradictorios entre sí en su actuación política y en su ideología. Depende de cuál sea el Mao que consideremos, su herencia ha desaparecido o, en contra de lo que podría deducirse de una observación superficial de la China de nuestros días, su herencia sigue presente de forma importante.

El Mao cuya herencia ha resistido menos el paso del tiempo es el más próximo cronológicamente, el Mao de los últimos veinte años de su vida. Es la época en la que asumió posturas de un izquierdismo radical, lanzó campañas que tuvieron efectos devastadores sobre China, propugnó el igualitarismo a ultranza, desconfió de los intelectuales, defendió que al comunismo se podría llegar con mucha mayor rapidez de lo que hasta entonces se había considerado. Es el Mao que persiguió con crueldad a los que percibió como sus enemigos políticos, aunque se tratara de viejos compañeros del Partido que habían luchado a su lado, y por la revolución china, durante años.

Es difícil saber, en relación con la actuación de Mao en la dos últimas décadas de su vida, hasta qué punto sus planteamientos ideológicos respondieron a una genuina convicción, o hasta qué punto fueron una pantalla para encubrir su ambición por el poder. Quizás ambas motivaciones, convicción e interés, actuaron conjuntamente, entremezcladas y alimentándose entre sí, sin que sea posible separarlas con claridad. Quizás la distinción entre una y otra, al fin y al cabo, no tiene mayor relevancia, puesto que lo que en realidad cuenta para el análisis histórico es el comportamiento real, al margen de las motivaciones últimas de las personas.

Según han señalado algunos autores, Mao tenía una personalidad psicológica particular, una personalidad "frontera" con dos características que condicionaron su comportamiento, en especial a partir de 1957. Una de ellas era la necesidad de tener enemigos irreconciliables, enemigos que podían ser tanto países -Estados Unidos, la Unión Soviética- como personas.

La otra característica era su incapacidad para compromisos emocionales permanentes. Mao, a lo largo del tiempo, terminó enfrentándose con numerosos camaradas del Partido con los que había llegado a estar muy cercano, camaradas que habían luchado con él, que habían sido sus colaboradores y amigos pero que, o bien lo abandonaron, o bien Mao los rechazó. Los dos casos más importantes son los de Liu Shaoqi y Lin Biao. Liu Shaoqi, un viejo revolucionario que compartió con Mao momentos de lucha, derrota y victoria, y que llegaría a ocupar el cargo de Presidente de la República Popular, fue perseguido y tuvo un final trágico durante la Revolución Cultural. Lin Biao, nombrado en 1969 como el sucesor de Mao, murió en 1971 cuando el avión en el que intentaba huir de China se estrelló en Mongolia, tras haber organizado una conspiración y un intento de asesinato contra Mao Tse-tung.

A partir de 1957, Mao tenía motivos para temer que su posición política en la estructura de poder de la República popular fuera cuestionada. Dentro del Partido, determinados sectores habían asumido abiertamente las críticas contra Stalin, susceptibles de ser interpretadas como críticas contra el dominio excesivo del poder por una sola persona, lo cual, en las circunstancias de China, significaba poner en tela de juicio la figura de Mao. En el VIII congreso del Partido Comunista, celebrado en 1956, los informes políticos más relevantes fueron presentados por Deng Xiaoping y Liu Shaoqi, no por Mao. La frase que hacía referencia al papel guía del "pensamiento Mao Tse-tung" fue quitada de la Constitución del Partido. El puesto de Secretario General, que había sido abolido hacía tiempo, fue restablecido y ocupado por Deng Xiaoping. Los documentos aprobados en el Congreso recogieron ideas económicas ortodoxas, opuestas a las ideas radicales y colectivistas que propugnaba Mao.

Bien fuera como un mecanismo de defensa de su posición de poder, bien como un genuino desarrollo de sus convicciones políticas, lo cierto es que Mao elaboró en los años finales de la década de los cincuenta unas nuevas teorías políticas, que se podría sintetizar en cuatro grandes proposiciones.

En primer lugar, Mao argumentó que un factor vital en la historia era la conciencia de los pueblos, y que una conciencia adecuada permitiría a éstos moldear la realidad de acuerdo con sus ideas. En esa época el problema central que el Partido tenía que resolver era la modernización económica de un país atrasado como era China. Mao defendió que, con una movilización política basada en una conciencia comunista, se podrían conseguir avances extraordinarios en un plazo de tiempo muy breve. Esta afirmación estaba en contradicción con la visión marxista tradicional, según la cual lo determinante en el progreso social son las fuerzas materiales, avanzándose hacia el comunismo por un proceso a largo plazo apoyado en el desarrollo de las mismas. Mao invirtió los términos: primero había que establecer el comunismo y una conciencia comunista en la población, y con ellos se conseguiría después el desarrollo de las fuerzas materiales.

Algunos hechos históricos podían alentar este voluntarismo de Mao, este desmesurado optimismo acerca de la capacidad del ser humano -que se reflejó en las consignas que se popularizaron en el Gran Salto Adelante, como "el hombre es el factor decisivo" o "los hombres son más importantes que las máquinas"-. A lo largo de la historia, Mao y el Partido Comunista habían sido autores de grandes gestas, como la Larga Marcha o la victoria tras la Segunda Guerra Mundial en la guerra civil contra el Kuomintang, cuyo ejército disponía inicialmente de una abrumadora superioridad militar. Esos éxitos no hubieran sido posibles sin una firme voluntad de victoria y un heroico esfuerzo de los combatientes comunistas. En 1957, según Mao, la voluntad y el esfuerzo del pueblo volverían a ser artífices de nuevas gestas, ahora no en el terreno militar sino en el económico.

El segundo concepto básico de este pensamiento maoísta fue el de la revolución permanente, según el cual al comunismo se accede mediante una serie indefinida de luchas, de contradicciones, que se van resolviendo a través de sucesivas rupturas revolucionarias. Si con la colectivización de la agricultura efectuada en los años cincuenta se había instaurado el socialismo, ahora se trataba de hacer una nueva ruptura revolucionaria, con la cual se produciría la transición del socialismo al comunismo. El desequilibrio, la contradicción, existían por tanto de forma permanente, y actuaban como motores de la historia.

En tercer lugar, y estrechamente relacionado con la anterior idea de la revolución permanente, Mao afirmó que la lucha de clases continuaba existiendo en las sociedades socialistas. En 1957 se produjo a este respecto un cambio crucial en sus planteamientos: desde ese año, y hasta el final de su vida, la contradicción principal de la sociedad china pasó a ser para Mao la contradicción entre la burguesía y el proletariado, entre la vía socialista y la vía capitalista. Aunque en los escritos y discursos de Mao hay una cierta ambigüedad sobre qué es lo que entendía por burguesía, parece que pensaba, más que en una lucha de clases contra las antiguas clases capitalistas que ya habían desaparecido, en la lucha contra tendencias o posturas capitalistas. El concepto de clase no lo hacía depender por tanto del status económico sino del comportamiento político individual: no se era capitalista por la condición económica que se tenía, sino por las ideas que se defendían. Según diría, "hay gente en el Partido que adopta el disfraz de miembros del Partido Comunista, pero en absoluto representan a la clase trabajadora; por el contrario, representan a la burguesía", añadiendo que "en una sociedad socialista, nuevos elementos burgueses pueden ser generados". En 1958 Mao calculó que las clases "hostiles" suponían un cinco por 100 de la población, es decir, unos 30 millones de personas, mostrándose poco optimista sobre la posibilidad de recuperarlas ("si podemos transformar el 10 por 100 de ellas será un éxito").

Una implicación de esta teoría era la idea de que en el propio Partido Comunista había aparecido una clase burocrática privilegiada, en un fenómeno parelelo a lo que había sucedido en la Unión Soviética, en la cual, según señalaría Mao en los años sesenta, había emergido una nueva burguesía. Puesto que en una sociedad socialista uno de los peores crímenes que se podía cometer era defender el capitalismo, este tipo de argumentos le serviría para descalificar, con una gran arbitrariedad, a sus enemigos, cuyas ideas y cuyo comportamiento fueron calificados y condenados como capitalistas -por supuesto, por el propio Mao y sus seguidores-.

Este es quizás uno de los puntos de la doctrina maoísta en el que se halla más diluida la frontera entre la sincera creencia ideológica y la pura conveniencia personal para justificar la destrucción de los enemigos en la lucha por el poder.

En cuarto y último lugar, el maoísmo atribuyó un papel fundamental a las masas, y sobre todo a las masas campesinas, como fuente de "creatividad revolucionaria". Mao siempre manifestó recelo y desconfianza hacia los intelectuales, hacia las personas con una alta capacidad técnica y profesional. Lo "atrasado" tenía la ventaja de que sobre ello se podía construir más fácilmente un mundo nuevo; los intelectuales estaban más maleados, tenían ya una determinada forma de ser que no era fácil alterar. El pueblo campesino, atrasado, inculto, era como "una hoja de papel en blanco". Mao escribió a este respecto: "La pobreza suscita el deseo de cambio y el deseo de revolución. En una hoja de papel en blanco, libre de toda señal, los caracteres más frescos y hermosos pueden ser escritos, los cuadros más frescos y hermosos pueden ser pintados". Esta peculiar teoría acerca de las ventajas de lo "atrasado" serviría más adelante para justificar el envio de intelectuales y de la gente de la ciudad al campo, como un procedimiento para que aprendieran las "virtudes proletarias".

En la sociedad podía haber contradicciones entre los dirigentes y las masas, y el Partido Comunista no tenía por qué ser infalible. Esta proposición no era desinteresada. Una de sus implicaciones era que Mao, en el caso de sentirse a disgusto con la línea imperante en el Partido, podría liberarse de la disciplina de éste e instituir un vínculo directo con las masas, apoyándose en su papel histórico de gran timonel de la Revolución. Mao no podía aceptar la idea de la infalibilidad del Partido Comunista -que ha ocupado normalmente un lugar central en los planteamientos de los partidos leninistas- si anticipaba que en un momento dado tendría que oponerse a la línea dominante en él.

Estos fueron los cuatro componentes ideológicos del maoísmo: la confianza en que se podrían ejecutar grandes proezas económicas con una movilización y una concienciación política comunista de las masas; la revolución permanente, como un proceso dialéctico de desequilibrios y rupturas que se van sucediendo indefinidamente; la persistencia de la lucha de clases en la sociedad socialista, con la posibilidad de que aparezcan en ésta tendencias políticas capitalistas; y las virtudes revolucionarias de las masas y en particular de las masas campesinas. En estos cuatro componentes radica el fundamento político-ideológico del Gran Salto Adelante, de la Revolución Cultural, y del implacable enfrentamiento de Mao y sus seguidores con la línea pragmática del Partido.

La línea pragmática o moderada de Partido Comunista Chino analizaba la realidad de una manera notablemente distinta a la de Mao. Los pragmáticos opinaban que la tarea prioritaria no era la lucha de clases, que se podía dar básicamente por terminada en la China de los años cincuenta, sino la modernización económica, que no se podría conseguir a través de la movilización política y la implantación del comunismo, para la cual China no estaba todavía preparada. China era un país atrasado, y la transición al comunismo, de acuerdo con un planteamiento marxista clásico, solo sería posible a largo plazo y mediante el previo desarrollo de las estructuras productivas.

Mao llevó a la práctica sus ideas radicales con el Gran Salto Adelante, que provocó una gran desorganización de la actividad económica. La perspectiva histórica lo ha situado como una de las mayores calamidades de la historia contemporánea de China y de la humanidad. Basta un dato estremecedor para comprender su alcance: según estudios sobre lo que habría sido una evolución demográfica normal, se ha estimado que el hambre sufrida durante el Gran Salto Adelante originó entre 10 y 20 millones de muertes (algunas estimaciones llegan a hablar de hasta 30 millones). Los desastres naturales tuvieron parte de responsabilidad. La explicación maoísta convencional culparía de lo sucedido en estos años a la doble acción de las malas condiciones meteorológicas y la "traición" de la URSS. Pero la responsabilidad del Gran Salto Adelante es atribuible, antes que a cualquier otra cosa, al desorden inducido por la nueva filosofía voluntarista de Mao.

Como reacción al desastre del Gran Salto Adelante, la línea pragmática se hizo con el control del poder en los primeros años sesenta. A partir de 1966, Mao y sus seguidores radicales lanzaron la Revolución Cultural, con la intención de evitar la restauración del capitalismo y neutralizar a los "seguidores del camino capitalista" que había en el Partido.

Entre 1957 y 1976, por tanto, la historia de China estuvo marcada por el enfrentamiento entre las dos facciones, la maoísta y la pragmática. Entre 1957 y 1960, con el Gran Salto Adelante, el maoísmo fue la tendencia dominante. Los pragmáticos dominaron entre 1961 y 1965, los años de la "restauración moderada". El periodo 1966-1969 fue el de la fase más aguda y violenta de la Revolución Cultural (que no terminaría oficialmente, según las autoridades chinas, hasta 1976). Entre 1970 y 1976 Mao siguió dominando el poder, pero ejerciendo una política más prudente (inducida en primer lugar por la agudización del enfrentamiento de China con la URSS).

Desde la perspectiva de la dialéctica entre estas dos líneas, una maoísta o radical y otra pragmática ("reformista" desde 1978), la herencia de Mao en la China de nuestros días se ha ido difuminando poco a poco. Desde 1978, al amparo de la política de la reforma, la prioridad básica es la modernización y al desarrollo económico. Se ha avanzado de forma decisiva hacia el establecimiento de una economía de mercado que ha supuesto el abandono de consignas igualitaristas, se ha reducido enormemente el peso de la politización y de las campañas políticas, se ha favorecido el consumo y el nivel de vida de la población. En política internacional se ha promovido un marco de relaciones pacífico y estable, en el que la cooperación económica ha sido un pilar básico.

Todos estos desarrollos son opuestos a la política de radicalización izquierdista, implantación acelerada del comunismo, campañas continuas de movilización, enfrentamiento al imperialismo en la escena internacinal, que Mao propugnó desde 1957 hasta su muerte en 1976.

Pero la figura político-histórica de Mao no se limita al Mao de la etapa 1957-76. Existe otro Mao, cronológicamente anterior, cuya figura se entremezcla con la gran revolución china del siglo XX, la revolución que culminó en la implantación de la República Popular China en 1949 y de la cual ha surgido la actual China de la reforma. Mao fue el líder del Partido Comunista que llevó a cabo esta revolución, con la que China terminó un largo periodo de crisis y decadencia. Gracias a la revolución comunista, China logró recuperar su unidad, rechazar las agresiones exteriores que venía sufriendo desde el siglo XIX, convertirse en una gran potencia, temida y respetada en la comunidad internacional. Desde esta perspectiva, la herencia de Mao en la China actual sigue siendo destacada.

El Partido Comunista ha sido para China la fuerza de vertebración político-social que le ha permitido superar su gran crisis de los siglos XIX y XX. Esta crisis tuvo dos elementos principales. En primer lugar, la desunión nacional, que se manifestó en la pérdida de poder por el gobierno central, las rebeliones interiores, el aumento de poder de los "señores de la guerra". El segundo elemento (vinculado a la debilidad que se derivaba de la desunión nacional) fue la vulnerabilidad exterior, la incapacidad para mantener la independencia y la soberanía de China. Desde el siglo pasado la historia de China estuvo caracterizada por el desmembramiento, por la agresión y paulatina ocupación de parte del territorio nacional por potencias extranjeras, por las guerras civiles.

El Partido Comunista, creado en los años veinte, tuvo que superar condiciones tremendamente adversas, ejemplarizadas quizás mejor que en ningún otro hecho en la Larga Marcha. Poco a poco, mediante una prolongada lucha, logró ganarse, gracias en primer lugar a la abnegación y el sacrificio de sus militantes, el apoyo del pueblo chino.

Mao fue, desde mediados de los años treinta, el principal dirigente del Partido Comunista, su líder indiscutible, su primer intérprete ideológico, y por tanto el responsable clave de la gran revolución que el Partido protagonizó.

Mao fundó, al frente del Partido Comunista, una República Popular que tenía una serie de rasgos esenciales -unificación del país, independencia exterior y defensa de la soberanía nacional, gobierno autoritario por una minoría encuadrada en el Partido Comunista, etcétera- que permanecen vigentes en la China actual. Estos rasgos constituyen una herencia incontestable del maoísmo en la China de la reforma, por mucho que ésta se haya apartado del radicalismo izquierdista de Mao Tse-tung.

Hay pues dos perspectivas para evaluar lo que ha quedado de Mao en la China de nuestros días. Una es la del Mao radical, izquierdista, impulsor de una línea política que llevó a China, sobre todo a partir de 1957, a una serie de campañas que trajeron al país desorden, hambre, sufrimiento, muertes, persecuciones. Desde esta perspectiva, poco es lo que ha quedado de herencia de Mao en la China de la reforma, en la China del presente.

La otra perspectiva es la del Mao que dirigió la gran revolución china del siglo XX, una revolución nacionalista que unificó el país, acometió su desarrollo económico, lo transformó en una gran potencia internacional y estableció un sistema de gobierno dictatorial que recogía las tradiciones políticas chinas. La herencia de este Mao no ha desaparecido, sino que forma parte de la configuración de la China de nuestros días.

Podría argumentarse que el sistema de economía de mercado que China está en vías de implantar supone una ruptura esencial respecto a la República Popular que fundó Mao. Pero el socialismo y la planificación no son elementos esenciales de la R.P. China. De hecho, la República Popular adoptó en sus primeros años de existencia un modelo soviético de desarrollo inspirado en la Unión Soviética. Después, a fines de los años cincuenta, se produjo el intento de establecer un modelo "maoísta" basado en la movilización política. Lo mismo que esos dos tipos de modelo económico, distintos entre sí, existieron en periodos anteriores de la República Popular, sin que cambiara su naturaleza esencial, con la política de reforma se ha pretendido implantar un nuevo modelo que busca su referencia central en las fuerzas de mercado. Este modelo tampoco es incompatible con la naturaleza esencial de la República Popular China.

En resumen, la figura del Mao izquierdista tiene una herencia que cada día es más débil, más difícil de reconocer en la China actual. Por el contrario, la figura del Mao que condujo el Partido Comunista hacia la victoria en 1949 y que estableció la República Popular ha dejado una herencia que forma parte de la China de nuestros días, y que previsiblemente se mantendrá todavía durante un largo periodo de tiempo.

Un tema aparte es la nostalgia por Mao que se ha desarrollado en China desde hace algunos años (en especial con motivo del centenario de su nacimiento, en 1993). Esta nostalgia ha sido, en buena medida, un recurso de sectores de población que se han sentido poco favorecidos por los beneficios económicos de la etapa de la reforma, o que quieren expresar su desagrado por los efectos negativos que ésta ha traído consigo. En la base del resurgimiento de esta veneración por Mao se halla la frustración causada por las incertidumbres, los trastornos económicos y sociales, que han acompañado los rápidos cambios económicos y sociales. Antes, todos los ciudadanos chinos tenían la seguridad de un empleo fijo de por vida; ahora, cada vez son más los que trabajan expuestos al riesgo del despido. Muchas personas añoran la seguridad, tanto económica como ideológica, que había en la China de Mao, y que contrasta con la acelerarada y a veces incontrolada transformación experimentada en estos últimos años. Este tipo de nostalgia, en fin, refleja un rechazo hacia los males actuales, más que una genuina añoranza de la China maoísta, o un deseo de regresar hacia las políticas del pasado. En este sentido, es similar a la nostalgia por el comunismo que ha aparecido en Rusia y en otros países de Europa del Este.

En suma, la China actual, de la reforma, la China que está protagonizando la mayor revolución económica de la historia de la humanidad, es un desarrollo de la República Popular China que Mao fundó en 1949, y probablemente no habría existido sin las realizaciones que éste llevó a cabo.