martes, 4 de noviembre de 2008

RECONSIDERAR LA REVALUACIÓN


David D. Hale y Lyric Hughes Hale

En la última década, la economía de China ha crecido de manera extraordinaria: actualmente, es dos veces mayor que hace diez años. Este crecimiento espectacular implica que Beijing puede influir hoy en la economía global en formas que hubieran sido inimaginables en los años noventa -- un acontecimiento que ha generado inquietud en Estados Unidos -- . Muchos funcionarios de Washington y algunas pequeñas empresas estadounidenses de manufactura aducen que Beijing ha subvaluado deliberadamente su moneda y que ha manipulado los mercados para promover el crecimiento de sus exportaciones.

En consecuencia, muchos políticos estadounidenses claman por que se lleven a cabo acciones para remediar el creciente superávit comercial anual de China con Estados Unidos, que actualmente es de 250 000 millones de dólares. Asumen que aumentar el valor del yuan con respecto al dólar disminuirá las exportaciones chinas a Estados Unidos, ya que se volverían más caras, y, al mismo tiempo, estimulará las importaciones de productos estadounidenses en China, al abaratarlos. Conforme se acercan las elecciones presidenciales de 2008, el Congreso de Estados Unidos discute activamente una legislación proteccionista y la instauración de nuevos aranceles que castigarían a China si su moneda no se revalúa a una tasa superior a la actual (5%).

Pero la revaluación -- sin importar qué tan vehementemente se abogue por ella -- difícilmente conseguirá el resultado deseado de reducir el desequilibrio comercial entre Estados Unidos y China. La reforma fiscal, la reestructuración de los sectores bancario y corporativo, la apertura gradual de las cuentas de capital y el fomento del consumo interno tendrían, incluso por separado, un efecto más mensurable y duradero sobre el superávit de la cuenta corriente de China. Asimismo, hay pocas razones para creer que Beijing aceptará la revaluación a gran escala de 20% o más que quieren algunos miembros del Congreso de Estados Unidos. Dicha política podría tener como resultado la disminución de las exportaciones, la pérdida de empleos y la fuga de capitales hacia otros mercados emergentes con mano de obra más barata, sin mencionar el aumento en la especulación monetaria y las pérdidas por la modificación del tipo de cambio sobre cientos de miles de millones de dólares de deuda en bonos del Tesoro de Estados Unidos que tiene en sus manos el gobierno chino.

Además, el desequilibrio comercial que la revaluación del yuan supuestamente remediaría no es la amenaza extrema que muchos en el Congreso han querido hacer de ella. El creciente superávit comercial chino ha generado, en realidad, numerosos beneficios para la economía mundial, así como para las empresas y para los consumidores estadounidenses. Ha recompensado generosamente a compañías estadounidenses, como Wal-Mart, las cuales han obtenido una rentabilidad sin precedente como resultado de la mano de obra barata y de los bajos costos de producción en China. Los críticos se olvidan de que el banco central chino, el Banco Popular de China, utiliza el superávit para comprar bonos de deuda estadounidenses, lo que beneficia a la economía de Estados Unidos. Más aún, cerca de 27% de las exportaciones chinas en realidad lo generan empresas estadounidenses que, a su vez, transfieren sus ahorros a los consumidores en Estados Unidos.

El solo hecho de fortalecer el yuan no corregirá el desequilibrio comercial entre Estados Unidos y China, ni mucho menos llevará a la dinámica economía de China a alcanzar un equilibrio duradero; en el mejor de los casos, es una solución imperfecta para un problema secundario. El desafío más grande -- y también el más crítico -- consiste en concluir adecuadamente la integración plena de China a la economía global. China no es más que un engrane, y la revaluación es sólo una palanca en la compleja maquinaria del comercio internacional. Desafortunadamente, muchos políticos estadounidenses con escasos conocimientos de teoría económica, flujos comerciales o patrones de inversión no han entendido las complicaciones de la economía china y su lugar en el mercado global. Por eso, buscan una solución jingoísta y políticamente popular para un problema complejo y multifacético.

Los peligros de la revaluación


Ésta no es la primera vez que Washington ha buscado intervenir en los asuntos monetarios de Beijing. Al principio de la década de los treinta, el gobierno del presidente Franklin Roosevelt apoyó la legislación para elevar el precio de la plata, y así obtener el respaldo de los senadores de los estados productores de plata en el oeste para el Nuevo Trato (New Deal ) e incrementar las exportaciones de Estados Unidos a China. Pero esto probó ser un desastre para China, quien utilizaba el patrón plata y no el patrón oro. A diferencia del resto del mundo, China había experimentado un crecimiento económico durante los primeros años de la Gran Depresión debido a los bajos precios de la plata y a una rápida industrialización. La Ley de Compra de Plata (Silver Purchase Act) de 1934 obligó a China a revaluar su moneda, disminuyó sus exportaciones en casi 60%, y sumió a la economía china en el caos, pero fracasó en su intento de aumentar las exportaciones de Estados Unidos a China. En el mundo del siglo XXI, caracterizado por la gran movilidad de capital, de información, de talento y de tecnología, políticas similares de contención económica, como las que ahora circulan en el Congreso, tienen aún más posibilidades de fracasar.

No obstante, Washington sigue obsesionado con la política cambiaria china. Los sindicatos y las empresas manufactureras de segundo nivel insisten en que China ha mantenido su tipo de cambio subvaluado artificialmente para mejorar su posición competitiva en el ámbito internacional. Señalan que China tiene un superávit comercial con Estados Unidos cercano al 2% de su PIB, en comparación con el máximo de 1.2% que alcanzó Japón en la década de los ochenta, cuando el gobierno estadounidense fue presa del pánico por última vez con respecto a los desequilibrios comerciales con Asia.

Washington ya ha emprendido acciones punitivas. El 30 de marzo de 2006, el Departamento de Comercio de Estados Unidos causó conmoción en los mercados financieros cuando anunció nuevas medidas comerciales contra la industria papelera china, lo que abrió potencialmente la puerta para que otras empresas estadounidenses intentaran repetidamente frenar las importaciones chinas. Estas medidas fijaron aranceles a las importaciones de papel chino, con el argumento de que la industria china papelera se beneficiaba de subsidios injustos, tales como bajas tasas impositivas y préstamos de bajo costo. Este anuncio acabó con la política hacia China que había llevado Estados Unidos durante 23 años, en la que no la trataba como economía de mercado y, por lo tanto, no era sujeto de medidas compensatorias. Antes de este cambio, las empresas estadounidenses sólo podían demandar a las compañías chinas por casos de antidumping. La decisión del gobierno de Bush de imponer estas sanciones refleja el nuevo ambiente político en los círculos de poder de Washington.

Puede que Washington haya olvidado cómo afectó su política de la plata a China en la década de los treinta, pero los formuladores de políticas públicas en China sí lo recuerdan, y no quieren llevar a cabo otra revaluación masiva que pudiera producir una deflación interna y perjudicar sus exportaciones, lo que conduciría a la pérdida masiva de empleos. Esta prudencia es especialmente comprensible dada la experiencia de otros países asiáticos que hicieron caso a los consejos de las instituciones internacionales. Cuando los vecinos de China siguieron la prescripción del Fondo Monetario Internacional de liberalizar su sistema financiero durante la década de los noventa, experimentaron una gran crisis debido a sus grandes déficits en la cuenta corriente y sus enormes deudas en dólares. De hecho, China ya estaba en camino de instaurar un régimen de tipo de cambio de flotación libre y la plena convertibilidad justo antes de la crisis financiera de Asia del Este en 1998. Pero después de la debacle en la región, Beijing se convenció de que, en un mundo de fondos de cobertura (hedge funds) y de especulación rampante, era mucho más seguro proteger su propia moneda.

A la postre del colapso asiático, existía el riesgo de que China devaluara el yuan y que esto llevara a una serie de devaluaciones en cadena en toda la región, lo que hubiera profundizado la crisis. En lugar de eso, China asumió una perspectiva de largo plazo. Mostró su liderazgo regional y dejó en paz al yuan. Después de todo, no necesitaba realmente correr el riesgo. De hecho, debido a las devaluaciones forzadas en otros países de la región, el tipo de cambio real en China se apreció un 30% durante la crisis. No obstante, sus exportaciones siguieron siendo fuertes, debido al gran crecimiento de su productividad. Todavía en 2002, Beijing siguió resistiéndose a la tentación de devaluar la moneda, aun cuando, de haberlo hecho, hubiera obtenido ventajas inmediatas para las exportaciones del país. China no temía quedarse sola; la firmeza fue su primer acto de ciudadanía global en el período de la posguerra.

Tradicionalmente, han sido los bancos chinos quienes se han opuesto a la revaluación de la moneda, por temor a que esto pueda dañar al sector financiero. Pero, hoy, la resistencia a un tipo de cambio más flexible proviene también de otros grupos de interés en China, como los industriales o los productores agrícolas, quienes temen perder su ventaja competitiva en el mercado de las exportaciones. China depende del sector manufacturero para emplear a 109 millones de personas -- lo que evidentemente contrasta con los 14 millones de empleos en el sector manufacturero de Estados Unidos -- y, naturalmente, al gobierno le preocupa que una apreciación significativa del tipo de cambio pueda reducir el empleo en ese sector de la economía china: los precios de las exportaciones se elevarían y los mercados en el extranjero para los productos chinos baratos se agotarían. Algunas empresas textiles en el centro manufacturero de la provincia de Guangdong están mudando sus fábricas a Camboya y Vietnam debido al rápido aumento de los salarios en China y a la incertidumbre sobre la política cambiaria de Beijing. Los campesinos chinos también están preocupados por lo que pueda suceder, en el largo plazo, con la competencia internacional, ahora que los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio han hecho que el mercado chino sea más poroso frente a las importaciones. Estos campesinos son un grupo de interés potencialmente poderoso, ya que dos tercios de la población de China residen en el campo y el aumento de las importaciones tendría un impacto significativo en el desarrollo de la economía rural.

El déficit comercial global de China

A diferencia de muchas de sus contrapartes en Washington, los funcionarios en Beijing comprenden que los desequilibrios comerciales entre China y Estados Unidos son producto de algo mucho más grande que los tipos de cambio o, incluso, que el comercio bilateral. Hoy, la producción se ha vuelto tan integrada globalmente que son muy pocos los productos manufacturados que se hacen en un solo país de principio a fin. A diferencia de Japón, por ejemplo, China no tiene una economía interna integrada verticalmente, capaz de producir una línea entera de productos, desde las materias primas hasta el producto terminado. En su lugar, China es la última parada en la línea de ensamblaje global. Importa componentes de otros países asiáticos, completa el proceso de manufactura y luego exporta los productos terminados a Estados Unidos. En 2003, los bienes intermedios producidos por compañías de Corea del Sur, Japón, Singapur y Taiwán representaron 34% del total de las importaciones chinas, en contraste con el 18% de 1992 -- y, probablemente, hoy este porcentaje sea bastante mayor -- . Asimismo, ya que China funge, básicamente, como un taller de terminados, apenas 20% del valor de los productos que exporta es capturado realmente por la economía china. Como resultado, aunque China tiene un superávit comercial con Estados Unidos, tiene un déficit comercial con el resto de Asia. De hecho, el déficit comercial de China con Asia del Este creció más de 300%, al pasar de 39 000 millones a 130 000 millones de dólares, entre 2000 y 2007, a la vez que el superávit comercial de China con Estados Unidos casi se triplicó, de 90 000 millones a cerca de 250 000 millones de dólares en el mismo período.

Como dejan en claro estas cifras, se ha puesto demasiado énfasis en los temas bilaterales entre Estados Unidos y China, en vez de en los desequilibrios comerciales como un problema global. Para empezar, sugieren que estar en el extremo más débil de un desequilibrio comercial no es necesariamente una carga económica. Quienes apoyan a China en Estados Unidos -- incluidos el Club para el Crecimiento (Club for Growth ) y un buen número de académicos y economistas de Wall Street -- han advertido de los riesgos que conlleva el proteccionismo anti-China, precisamente con base en que el superávit comercial chino no es necesariamente algo tan malo para Estados Unidos. Las crecientes ganancias corporativas han provisto a China con un excedente en el ahorro, el cual recicla al comprar bonos del Tesoro de Estados Unidos como parte de sus reservas cambiarias. Las empresas estadounidenses también han compartido este auge: las ganancias obtenidas de hacer negocios en China crecieron a más de 4 000 millones de dólares en este año, 50% más que el año anterior.

Más aún, como muestra un estudio reciente del Hong Kong Institute for Monetary Research (HKIMR, el think tank del banco central de facto de Hong Kong, la Hong Kong Monetary Authority), el valor del yuan depende de la balanza comercial china en su conjunto, y no sólo de su superávit vis a vis Estados Unidos. De hecho, señalan los investigadores del HKIMR, la apreciación de la moneda no tendría el efecto esperado de hacer decrecer las exportaciones chinas. En realidad, podría tener el efecto contrario, al disminuir el costo de las importaciones que China necesita para crear los productos terminados que exporta a Estados Unidos y a Europa.

Más allá de la revaluación


El verdadero desafío, como bien lo sabe Beijing, es ayudar a China para que integre su vibrante economía al sistema internacional. En la medida que siga aumentando la tasa de crecimiento de China, muchos en ese país -- incluido Zhou Xiaochuan, director del Banco Popular de China -- han empezado a preocuparse por la inflación, la cual está ahora en su máximo nivel en 11 años. Las reservas internacionales de China son superiores a 1.4 billones de dólares, es decir, aproximadamente 50% del PIB. En los últimos dos años, el índice de la bolsa de valores de Shanghái pasó de 1 000 a 6 000 puntos. En mayo de 2007, el volumen de los intercambios en las bolsas de valores de Shanghái y de Shenzhen superó al de todas las bolsas del resto de Asia y de Australia juntas. Hoy, China es responsable del 5% del total de la actividad bursátil a escala mundial.

Hasta ahora, la política monetaria de China, por sí sola, ha fracasado en el intento por reducir su enorme tasa de crecimiento, actualmente por encima del 11%. El Banco Popular de China no puede valerse de una herramienta común para restringir el mercado bursátil, regulando el margen de deuda, lo que permite a los inversionistas echar mano de fondos prestados para comprar acciones: ese tipo de deuda no existe en China. En lugar de eso, ha respondido con el aumento sostenido de los requerimientos de las reservas bancarias y con la subida paulatina de las tasas de interés. Pero si aumenta las tasas de interés de forma brusca, podría atraer flujos de capital de inversionistas extranjeros, los cuales fortalecerían la moneda. Con tasas de interés más altas, también se podría mantener más dinero chino dentro del país. Ninguno de estos resultados frenaría la economía. Por lo tanto, los formuladores chinos de políticas públicas tendrán que mirar más allá de la política monetaria y concentrarse, en cambio, en reformar las leyes fiscales, en incrementar el consumo, en fomentar la salida de capitales y en cambiar las regulaciones que rigen a las empresas chinas.

Tradicionalmente, China reembolsaba a los productores el Impuesto al Valor Agregado (IVA) del 17% sobre los insumos de producción que se pagaba en las exportaciones. Pero, en junio de 2007, anunció que iría descontinuando las devoluciones del IVA en 25% de los productos que exporta. Ha eliminado las devoluciones con respecto a bienes intensivos en energía, tales como carbón, cobre refinado, aluminio primario, acero crudo y carbono activado, todos los cuales se producen en industrias que sufren de sobreinversión. China mantendrá las devoluciones del IVA en los productos con mayor valor agregado, como la maquinaria, porque los considera como los motores del desarrollo en el futuro.

Debido al crecimiento de su mercado interno y a la increíble magnitud de sus actividades manufactureras, China ha conseguido acumular un nivel de ahorro corporativo y gubernamental sin precedente. Pero la transición hacia el capitalismo ha estado llena de obstáculos e imperfecciones. La incapacidad de China para pagar los dividendos corporativos ha inflado las arcas de las empresas, lo que ha llevado a un ciclo de sobreinversión en bienes de capital y a una forma de especulación corporativa en la bolsa de valores que es similar a la práctica japonesa de usar el capital excedente para realizar inversiones riesgosas de corto plazo, conocida como zaitekku. Un cambio en las reglas que regulan las corporaciones chinas, que les obligara a pagar dividendos a todos los accionistas, curaría una distorsión de envergadura.

En última instancia, China también tendría que cambiar a una nueva política que fomente el consumo interno y reduzca su dependencia de las exportaciones. El gasto de los consumidores no se ha mantenido a la par del crecimiento global del PIB: la parte que le corresponde del PIB ha caído constantemente de 50%, en la década de los ochenta, a 36% actualmente. El consumo se ha visto eclipsado por las enormes ganancias del gasto del capital y las exportaciones. El gobierno ha realizado algunos cambios para aumentar el consumo, como la introducción de medidas para abolir los impuestos a los agricultores y el aumento del gasto público en salud y educación. Sin embargo, los hogares chinos aún tienen la tasa más alta de ahorro del mundo, de entre 23% y 25%. Esto es así porque la red de seguridad social china sigue siendo tan deficiente que mucha gente prefiere ahorrar más para poder pagar por la educación, la salud o el retiro. Irónicamente, para disminuir la tasa de ahorro de los hogares y fomentar el gasto en consumo, el gobierno tendrá que reinstaurar algunas políticas socialistas que desaparecieron en la década de los noventa.

Beijing también está tratando de ralentizar el crecimiento de sus reservas cambiarias, fomentando la salida de más capitales. En mayo de 2007, Beijing cambió las reglas en esta área y permitió que los fondos de inversión especiales chinos invirtieran en acciones extranjeras y que las empresas extranjeras invirtieran en acciones chinas. Este cambio produjo una ganancia inmediata en la bolsa de Hong Kong, donde las instituciones chinas compran rutinariamente acciones "H", es decir, acciones de empresas chinas que tienen autorización para aparecer en la bolsa de Hong Kong. (Éstas se venden con un descuento significativo, en comparación con acciones similares en la bolsa de Shanghái debido a que tienen una demanda al menudeo más baja y un mercado menor). El gobierno chino magnificó el repunte al anunciar que daría a los ciudadanos chinos mayor libertad para comprar acciones de Hong Kong y que permitiría a los fondos de inversión participar en una gama más amplia de mercados extranjeros. China espera que esta estrategia de promoción de la salida de capitales tenga el mismo éxito que tuvo en Japón hace algunos años, al reducir las altas reservas internacionales y llevar a la economía a un equilibrio duradero.

Un actor global

A pesar de la comprensible renuencia del gobierno de Beijing a ceder a las demandas de Estados Unidos, hay buenas posibilidades de que China termine por cambiar de rumbo y permita que su tipo de cambio se aprecie más rápidamente como resultado de la presión política de Washington. Pero la apreciación del tipo de cambio tendrá un impacto mucho menos significativo en el superávit comercial de China que los cambios en la política económica que China ya está llevando a cabo. En los últimos 30 años, China ha estado involucrada en un complejo proceso de integración a la economía mundial. Sin importar cuántas reformas económicas sensatas se instrumenten en Beijing, gran parte de la responsabilidad de integrar a China a la economía global recaerá en la comunidad internacional. Y este proceso requerirá más que los esfuerzos unilaterales de Estados Unidos por proteger sus propios intereses; en cambio, debería considerarse como un asunto multilateral que afectará a casi todos los países del mundo.

Ha llegado el momento de que haya un esfuerzo internacional amplio para integrar a China a la economía global. Estados Unidos debe reformar las tradicionales cumbres del G-8 para incluir a China como su noveno miembro. El G-7 (el grupo de países muy industrializados) admitió a Rusia a fines de la década de los noventa y, actualmente, China es un actor económico mucho más importante que Rusia entonces. De hecho, no puede haber una discusión seria sobre asuntos económicos globales sin la participación activa de Beijing. La admisión de China al proceso del G-8 crearía un importante foro global en el que los principales países industrializados podrían discutir sobre el impacto del auge exportador de China en la economía de otros Estados y debatir el tema del impacto ambiental de la creciente demanda de Beijing de mayores importaciones de materias primas y bienes agrícolas primarios, así como de recursos energéticos. Al final, sólo una hábil combinación de reformas estructurales en China y esfuerzos multilaterales coordinados permitirán establecer una relación económica más equilibrada entre Washington y Beijing.