jueves, 7 de febrero de 2008

ASIA CENTRAL: UNA REFORMA SIN RUMBO


Roger Serra

Introducción

Todo parece indicar que en Asia Central la transición aún no ha terminado. Tras quince años de independencia, las repúblicas de Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán siguen inmersas en procesos de reforma de sus sistemas políticos y económicos. Sin embargo, los resultados beneficiosos del proceso de reforma no se hacen patentes (pues este proceso permanente difícilmente logra arañar la superficie del sistema), mientras la desigualdad económica y la inestabilidad política crecen en la región.

Para hacer frente a los nuevos retos de las sociedades de Asia Central (desarrollo, democratización, estabilidad, etc.) será necesario que estas reformas se materialicen, pese a que de momento no hay un modelo socioeconómico claro al que estos países estén acercándose. Más bien, y como hemos visto durante 2006, parece que sus modelos podrían continuar divergiendo: desde regimenes que apuestan porla liberalización económica y el parlamentarismo (Kazajstány Kirguistán), al estancamiento del super presidencialismo autoritario (Uzbekistán y Tayikistán)o la involución totalitaria de Turkmenistán.

Finalmente, en este marco, la cooperación regional e internacional debe contemplarse como una gran oportunidad económica y política; en este sentido, la presencia de un mayor número de actores internacionales relevantes en la región (como la UE) y el buen clima de cooperación regional han sido buenas noticias del 2006.

Kazajstán: ¿reformas hacia dónde?

El año empezó en Kazajstán con la resaca de las elecciones presidenciales que revalidaron a Nazarbayev en el cargo por un 91% de los votos en diciembre de 2005 y hasta el 2012. El reelegido presidente por cuarta vez decidió crear una Comisión para el establecimiento de la democracia en Kazajstán para impulsar las reformas, que podrían llevar al país hacia un sistema político que podría parecerse a un “sultanato” constitucional, similar a las monarquías constitucionales de España o Jordania. Esto catapultaría a Nazarbayev como “presidente vitalicio” y crearía su propia dinastía, aunque existen pocos precedentes de presidentes de República (sin dinastía previa) que se conviertan en rey (sultán en este caso) de una monarquía constitucional. Sin embargo, sí existen precedentes muy cercanos (el caso de Azerbaiyán) de una sucesión dinástica en el cargo presidencial.

Tras algunos cambios superficiales en el Gobierno a principios de 2006, como el nombramiento de Karim Masimov como nuevo viceprimer ministro, empieza a ser evidente que el resultado de la reforma rural es un fracaso, y que el desempleo y las desigualdades sociales siguen aumentando.

Por ello, el Gobierno del primer ministro Akhmetov establecerá las nuevas prioridades para el año: llevar a cabo la reforma bancaria y la construcción de una central nuclear en el sur del país. Sin embargo, el asesinato en febrero y en extrañas circunstancias de uno de los principales líderes de la oposición, Altynbek Sarsenbayev, miembro del partido Naghyz Ak Zhol, de la colación opositora “Para un Kazajstán Justo”, termina por salpicar a altos cargos de la administración (como Nartay Dutbayev, Jefe del Comité de Seguridad Nacional), dando lugar a numerosos rumores y teorías que han alimentado las posturas más críticas.

El hecho de que al principio se calificara su muerte de “accidente de caza”, algo incompatible con los detalles que se conocieron de su muerte (dos tiros en el pecho, y uno en la cabeza y con su guardaespaldas en el asiento del coche) indignó todavía más a la opinión pública y provocó que tras su funeral miles de personas se manifestaran en protesta por este asesinato político. Tras diferentes investigaciones, el Ministerio del Interior estableció que los asesinos eran miembros de las fuerzas especiales del Comité de Seguridad Nacional, detuvo a cinco miembros de las fuerzas especiales como responsables y Nartay Dutbayev renunció a su cargo de Jefe del Comité de Seguridad Nacional.

Sarsenbayev había ejercido cargos de gran responsabilidad como ministro de Información en 1997 y embajador en Rusia entre 2002 y 2003; sin embargo decidió pasar a la oposición en 2004 después de denunciar escándalos de corrupción gubernamental.

Acabamos el 2006 con una importante reforma gubernamental (a materializarse en enero de 2007) por la que el primer ministro Daniel Akhmetov dimitía y era sustituido por el viceprimer ministro Masimov, de etnia uigur (pese a que no consta así en su pasaporte), que habla chino y que debería impulsar el proceso de reformas económicas y políticas liberalizadoras. Pese a su ascenso, Masimov no es un candidato a la sucesión (no es kazajo), así que tras estas reformas en el Ejecutivo parece que quien ha salido reforzado es Timar Kulibayev (a su vez aliado de Nazarbayev y Aliyev), que puede convertirse en el segundo hombre fuerte del régimen.

Kirguistán: inestabilidad estable

El país más democrático de Asia Central junto con Kazajstán, según Freedom House, con una sociedad civil más desarrollada y con una mayor libertad de prensa, vive inmerso en una inestabilidad política que sigue ocupando las páginas de la actualidad política de los principales medios de comunicación de la región. La inestabilidad actual arranca con los tristes incidentes de Ak-Sui en 2002, en los que las protestas acabaron con una decena de muertos entre los manifestantes y que se sumarán a los problemas del presidente Akayev para mantenerse en el poder (pese a ganar el referéndum de 2003), junto con diferentes escándalos de corrupción económica y las acusaciones de fraude electoral a principios de 2005. Ante esta crisis institucional la oposición parlamentaria se unió y estalló en la primavera de 2005, la “Revolución de los Tulipanes”.

Tras días de manifestacines en la capital, Akayev tuvo que exiliarse en Rusia y la oposición asumió el poder, repartiéndose entre los tres principales líderes los cargos institucionales más relevantes. Así, Kurmanbek Bakayev fue el nuevo presidente, Feliks Kulov primer ministro y Omurbek Tekebayev presidente del Parlamento. Esta revolución, parecida a la de Georgia en 2004 o Ucrania en ese mismo año, tampoco tardará en defraudar las expectativas democratizadoras y reformistas que había generado, y convertirá la inestabilidad política e institucional en una característica constante de su sistema político, que puede llevar a Kirguistán a convertirse en un Estado fracasado.

De este modo, después de la revolución, el nuevo Gobierno parece imitar las debilidades del depuesto Akayev (corrupción, autoritarismo, etc.), sin conseguir una democratización real, ni reformas de suficiente calado. Ante esto, se inició una creciente tensión entre los líderes de la oposición que se tradujo en un conflicto institucional entre el Parlamento y el Gobierno que llega a la actualidad y que podemos analizar en tres episodios.

El primero, empieza a finales de 2005, cuando se rompe el citado pacto a tres bandas y Omurbek Tekebayev decide abandonar su cargo y pasar a la oposición, colocando al Parlamento en contra del Gobierno y el presidente.

En marzo de 2006, diferentes encuestas demostraban que la opinión pública no había percibido cambios sustantivos tras la revolución del año anterior y la decepción se tornó en protestas y manifestaciones contra el Gobierno, alimentadas aún más si cabe por una sucesión de escándalos. El más llamativo fue la detención de Tekebayev en Polonia por tráfico de heroína, aunque posteriormente se descubrió que le había sido ocultada en su equipaje en el aeropuerto de Bishkek por agentes del servicio secreto.

Finalmente, en octubre 2006 asistimos al último episodio de esta agitada historia, cuando la oposición, organizada en el “Movimiento para la Reforma”, se enfrentó abiertamente al presidente Bakayev y a su primer ministro Kulov (cuyo partido, Ar-Namys, forma parte también del Movimiento para la Reforma), exigiéndoles una reforma constitucional. La principal manifestación tuvo lugar el 2 de noviembre y derivó en una semana de protestas que pondrían de manifiesto las tensiones entre el Parlamento, los partidos políticos, el Gobierno y el presidente. Tras múltiples enfrentamientos y con parte de la oposición acampada en la plaza de Alatoo, en el centro de Bishkek, el presidente Bakayev firmó un compromiso para una nueva Constitución que limitaba sus poderes en favor del Parlamento.

Parecía que finalmente se había superado la crisis institucional y que Kirguistán estaba virando hacía un sistema político menos presidencialista, sin embargo el presidente Bakayev se guardaba una pequeña sorpresa. El 30 de diciembre presentó al Parlamento una Constitución que no era exactamente la que se había acordado con anterioridad y que retenía en sus manos la potestad de nombrar al primer ministro hasta que se llevaran a cabo nuevas elecciones parlamentarias. Naturalmente el candidato presidencial a primer ministro fue Feliks Kulov, miembro del círculo presidencial, que no recibió el apoyo del Parlamento y que acabó pasando a la oposición, amenazando desde entonces con la posibilidad de crear una alternativa al ”Movimiento para la reforma”.

De todo este proceso, podemos concluir que Bakayev ha demostrado ser muy hábil para mantenerse en el poder, pero que sus políticas han sido más bien continuistas con las de Akayev, y que la prolongada inestabilidad no ha permitido la recuperación económica esperada. Por otra parte, parece clara la necesidad de nuevos líderes, pues ni Kulov ni Bakayev podrán ser reelegidos en 2010. Parece posible afirmar, también, que ya no hay vuelta atrás en cuanto al sistema presidencialista, aunque sea difícil predecir si esta crisis institucional prolongada llevará hacía un sistema político más democrático. Un estudio del Instituto de Políticas Públicas de Kirguistán1 realizado en 2006 confirmó que, en este sentido, aún le quedaba un largo trecho por recorrer a la cultura política de un país en el que el 52% de la población no conoce el nombre ni de uno de los partidos políticos del país y donde la institución presidencial sigue siendo la mejor valorada por la población (62%).

Tayikistán: elecciones sin oposición


En Tayikistán hemos visto que las elecciones mostraron un marcado carácter continuista. Esta vez, a diferencia de las legislativas de 2005, la oposición no llevó a cabo ningún boicot, aunque tampoco participó activamente en las elecciones del 16 de noviembre. El clima pre-electoral –en un país que en el que no existe la libertad de expresión y se persiguen todas aquellas organizaciones que defienden la democratización o los derechos humanos– fue absolutamente tranquilo, en contraposición con los hechos que estaban teniendo lugar en la vecina Kirguistán.

Al final, cinco partidos políticos decidieron presentar un candidato a las elecciones presidenciales, lo que no indica que hubiera realmente diferentes alternativas. El presidente Rakhmanov presentó su candidatura con en el Partido Democrático Popular. El Partido Agrario y el Partido para la Reforma Económica (ambos de reciente creación) son también partidos gubernamentales y han presentado candidato, aunque no puedan considerarse un oposición real. Sólo quedaba el Partido Socialista, gravemente dividido y que no reconoce a su propio candidato, y el Partido Comunista, cada vez más pro-Rakhmanov, ambos con escaso poder electoral.

Por otro lado, Mahmudruzi Iskandarov (líder del Partido Democrático) está en la cárcel y su partido ha boicoteado las elecciones junto al Partido Social-Demócrata, cuyo líder, Rahmatullo Zoirov, parece haber sido envenenado.


Sin embargo, la gran sorpresa la dio el Partido del Renacimiento Islámico (PRI), el segundo en importancia y cuyo líder Mukhiddin Kabiri ha decidido no presentar un candidato a las elecciones. El PRI de Tayikistán, actor clave en la guerra civil entre 1992 y 1997, es el único partido religioso (islámico) que ha tenido cierto acceso al poder en Asia Central y la única alternativa real a Rakhmanov. Parece que Kabiri podría haber llegado a cierto pacto con Rakhmanov para no presentarse a las elecciones, o quizás no quiere perder prestigio de cara a futuras actuaciones políticas.

Uzbekistán: represión y el dilema de la sucesión

El gobierno de Karimov sigue teniendo la permanencia en el poder como principal objetivo y ha incrementado la represión política y religiosa tras la masacre de Andijan (en el Valle de Fergana) en 2005, donde una manifestación de protesta acabó con centenares de muertos y heridos y con la condena de la comunidad internacional.

El cierre de la oficina de Freedom House y de diferentes ONG occidentales, la continua persecución de periodistas locales e internacionales o la expulsión del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) son muestras de esta tendencia represiva que se ha trasladado en un endurecimiento del código penal. Sin embargo, por primera vez, Karimov ha reconocido que la autoridades locales no actuaron del todo correctamente en Andijan y ha sustituido a su gobernador, Ahmadjan Usmanov, que ha reforzado las políticas represivas y la persecución del islam con leyes que, por ejemplo, obligan a todos los bares y cafés a servir alcohol, prohíben que la mezquitas llamen públicamente a rezar y se veta que los niños y adolescentes atiendan a rezar en las mezquitas, entre otras políticas similares cuya vulneración será castigada con multas que pueden llegar al equivalente de 300 euros.

Los intentos de mejorar las relaciones con la UE y los procesos de reforma constitucional en la vecina Kirguistán parece que fueron determinantes para la presentación de una nueva ley “sobre el rol de los partidos políticos en la renovación y democratización de Uzbekistán”, que incluye la propuesta de cambiar algunos de los artículos de la Constitución (que permanece intacta desde 1992). La reforma legal debería reducir el poder del presidente en beneficio de los partidos políticos y el Parlamento (Oli Majilis) y avanzar en la democratización del país.

Sin embargo, tras su publicación podemos decir que la mayor novedad es que el Parlamento deberá ratificar el primer ministro, que continuará siendo elegido por el presidente. Sin embargo, tras tres candidatos no aceptados por el Parlamento, el presidente puede disolver al Parlamento e imponer a un candidato en funciones. Otras novedades, también de escaso impacto, permiten que se creen facciones parlamentarias en el marco de los partidos políticos parlamentarios e incluso contempla que el presidente pueda nombrar todos los gobernadores del país, incluido el de Tashkent, sin tener que consultar al Parlamento.

Así parece que la nueva ley, presentada por el gobierno como una reforma importante, no reforzará significativamente el Parlamento sino que reforzará el poder del presidente, y que los cinco partidos legales en el país (la “oposición constructiva”), todos pro-gubernamentales, continuarán teniendo un papel secundario sin que la verdadera oposición política, muy debilitada, fragmentada y perseguida, tenga opciones de participación.

En 2007, deberán realizarse elecciones presidenciales a las que en teoría Islam Karimov no puede aspirar a la reelección. Para retener el poder, le queda la posibilidad de intentar extender su mandato mediante un referéndum (como han hecho otros presidentes centroasiáticos) o elegir a un sucesor ante la creciente fragilidad de su salud. Los rumores sobre la posible sucesión de Karimov (se baraja la posibilidad que le suceda su hija, o el primer ministro, entre otros muchos candidatos), continúan siendo el juego favorito de los analistas políticos del país y sin duda van a mantenerse durante el 2007.

Turkmenistán: la sucesión silenciosa

El régimen totalitario de Turkmenistán sufrió una convulsión inesperada con la muerte de su presidente Saparmurat Niyazov a finales de diciembre de 2006. Niyazov estuvo al frente del país durante 20 años y basó su gobierno en el culto a su persona, dejando un legado más bien preocupante de aislacionismo internacional, intervencionismo económico y represión de la sociedad civil. Niyazov gobernó el país como si de su finca particular se tratara: se autoproclamó Turkmenbashi (“padre de los turkmenos”) y presidente vitalicio, su aniversario se convirtió en el día de la nación, el mes de enero fue rebautizado por el de Turkmenbashi y el de abril por el nombre de su madre, etc. Pero sus políticas excéntricas que llegaron a los titulares de la prensa internacional también han afectado a la población: expropiaciones y relocalizaciones forzadas, detenciones arbitrarias, pésimos servicios sanitarios, proyectos megalómanos (como la creación de un lago en medio del desierto) y la ausencia de una sociedad civil organizada.

Hablar de Turkmenistán era hablar del Turkmenbashi, por lo que no deja de ser sorprendente que su sucesión se haya resuelto de forma tan rápida y tranquila, más aún si se tiene en cuenta que ésta, no ha seguido los cauces legales establecidos para ello. La Constitución de Turkmenistán establecía que el sucesor provisional tenía que ser el presidente del Parlamento (Mejlis), Oraz Atayev, sin embargo, tras la muerte del presidente, no tardaron en iniciarse nuevas negociaciones entre bambalinas, para elegir un nuevo líder.

El único hijo reconocido del ex presidente, Murat Niyazov, no parecía en condiciones de suceder a su padre, por su declarada adicción al juego, un nulo interés en política y por no ser un turkmeno “puro” (su madre es eslava). La escasa oposición interna al régimen tampoco parecía que tuviera opciones reales. Su principal líder, Boris Shikhmuradov estaba encarcelado y aún sufría secuelas a causa de las drogas que le fueron suministradas durante el proceso judicial que sufrió en 2003. Tampoco la débil y fragmentada oposición en el exilio, formada por antiguos colaboradores de Niyazov purgados y empresarios repudiados, consiguió encontrar apoyos suficientes dentro del país ni en el seno de la comunidad internacional.

Tras esta breve incertidumbre, pronto se vio que ni la Constitución ni Atayev iban a ser un problema para la designación de Gurbanguly Berdymukhammedov, dentista y antiguo ministro de Salud, que en su momento fue quién tomó la decisión de cerrar todos los hospitales del país excepto los de las capitales de provincia. Berdymukhammedov mantiene excelentes relaciones con buena parte de los altos cargos turkmenos, y muy especialmente con Akmurat Rejepov, antiguo miembro del KGB y jefe de las Guardia Presidencial, que ha sido su aliado clave. En pocos días Berdymukhammedov se encargó de la organización de los funerales de Niyazov –responsabilidad que recae normalmente en el sucesor–, encarceló a Oraz Atayev y consiguió que el Congreso
Popular (Halk Maslahaty) modificara la Constitución para que pudiera presentarse al cargo de presidente y lo nominara candidato de forma unánime.

Las elecciones previstas para febrero de 2007 parece que van a perpetuar el estilo del anterior presidente, vista la escasa relevancia política de los otros candidatos y la ausencia de onitoreo internacional. La mayoría de analistas creen que la continuidad va a ser la tónica dominante del nuevo gobierno, sin embargo, también podemos pensar que todo cambio es positivo en un sistema tan totalitario como el de Turkmenistán. Quizás la mayor debilidad del nuevo presidente –en comparación con Niyazov– pueda obligarle a buscar activamente el apoyo de los gobernadores provinciales, y deba renunciar a llevar a cabo las políticas personalistas de su predecesor.

Terrorismo, drogas y Afganistán

A todas estas fuentes de inestabilidad política doméstica debemos añadirles el aumento del terrorismo, el narcotráfico y muy especialmente la situación en Afganistán. Pese a que la lucha contra el terrorismo en el marco de la OCTS y la OCS puede considerarse uno de los escasos éxitos de cooperación regional en Asia Central –gracias a la implicación de China y Rusia–, el factor determinante para debilitar la amenaza terrorista en la región fue la intervención de Estados Unidos en Afganistán en 2002.

Una observación atenta de la amenaza que el terrorismo islámico supone en Asia Central, nos permite afirmar que no ha existido un enfoque unitario del tema para los diversos estados de la región. Si bien en algunos casos, se ha exagerado su potencial como fuente de inestabilidad –Karimov en Uzbekistán sería un buen ejemplo de ello–, en otros la amenaza terrorista se considera un asunto de poca importancia. Así, mientras el régimen de Uzbekistán califica el fundamentalismo islámico como la principal amenaza a su régimen (junto con influencia de las ONG occidentales o de partidos políticos independientes) en Kirguistán y Kazajstán, la amenaza islamista es percibida como muy leve.

Sin embargo, la gran represión religiosa y política de Uzbekistán, evidenciada con la masacre de Andijan, ha convertido Kirguistán (especialmente el Valle de Fergana) y Tayikistán en refugio político de disidentes uzbekos y terroristas, y en la principal víctima de la violencia terrorista en 2006. En febrero una prisión tayika, en el distrito de Kara-Kum, sufrió un ataque terrorista supuestamente perpetrado por un grupo de hombres que consiguieron liberar a un preso del Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU). A los pocos días, las autoridades detuvieron a los activistas en el norte del país.

A mediados de mayo, en otro episodio similar, una docena de hombres armados atacaron un punto fronterizo en Tayikistán, matando a tres soldados tayikos y dirigiéndose posteriormente hacia Kirguistán, donde mataron a ocho agentes y un civil. Entre los asaltantes cuatro murieron, dos fueron capturados y el resto consiguió huir. Finalmente, a principios de julio otro ataque se saldó con la muerte de un policía kirguizo, y de cuatro muertos y cinco detenidos entre los terroristas (en su mayoría de origen uzbeko).

Estos ataques muestran más que cualquier otra consideración, la debilidad que tienen ambos países (Kirguistán y Tayikistán) para hacer frente a amenazas violentas, y no deberían interpretarse como un reforzamiento de los movimientos terroristas. El carácter transfronterizo de las actividades delictivas, evidencia la existencia de fronteras extremadamente porosas por las que el tráfico de armas y drogas con Afganistán, transcurre con asombrosa facilidad.

En este sentido, si bien Estados Unidos consiguió derribar el gobierno talibán en poco tiempo e incrementar su proyección militar en Asia Central, la situación no ha hecho más que empeorar desde 2003, con un incremento de la resistencia afgana en el sur del país, que de contagiarse al norte podría ser una amenaza para la estabilidad de países como Tayikistán y Uzbekistán, que seguramente acabaría afectando a toda la región. Finalmente debemos destacar que existen rumores de que el Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU), el grupo insurgente más importante que se ha constituido en Asia Central, podría haberse reorganizado, según afirmaciones de su líder, Tahir Yuldashev, en un discurso difundido por la BBC el 11 de septiembre de 2006.

Las relaciones internacionales de Asia Central: ¿fin del juego a tres bandas?

A lo largo de 2006 hemos visto como la región de Asia Central va normalizando sus relaciones internacionales, con la llegada paulatina de nuevos actores relevantes. Tras los fracasos de Turquía e Irán en los años noventa, que quizás desplegaron políticas demasiado ambiciosas, las relaciones internacionales de Asia Central parecía que eran cosa de tres: Rusia, Estados Unidos y China.

Pese a que éstos continúan siendo las grandes potencias de la región, el empeño de los Estados de Asia Central para diversificar sus relaciones parece que empieza a tener ciertos éxitos, con el desembarco efectivo en la región de una aún tímida pero creciente y cada vez más pragmática Unión Europea (especialmente de Alemania), Pakistán, India, Irán y también de Japón.

Rusia

Rusia tiene intereses energéticos y de seguridad en Asia Central: limitar la presencia norteamericana en su patio trasero, filtrar el terrorismo y el narcotráfico provinente de Afganistán y continuar monopolizando las exportaciones energéticas regionales. En los últimos años Rusia ha podido recuperar parte del terreno perdido en Asia Central por las presiones sobre derechos humanos y democratización occidentales (matanza de Andijan), sus buenas relaciones con China e Irán (otras importantes potencias en la región), reforzando las organizaciones regionales y especialmente la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) y la
Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS), incrementando su presencia militar en Kant (Kirguistán), en Navoi
(Uzbekistán) y en Tayikistán, y llegando a acuerdos energéticos que le dan el casi total monopolio de las exportaciones energéticas de Asia Central para los próximos años.

Cierto es que Rusia ha sufrido algunos contratiempos, como la creación del oleoducto Baku-Tiblisi-Ceyhan (BTC) o el de2006, una cifra muy inferior a las Atsau-Alashankou (Kazajstán-China) y que existen diferentes proyectos como la construcción de un oleoducto a través del Caspio que conectaría Asia Central con Europa a través del Cáucaso y el Mar Negro, evitando el territorio ruso. Sin embargo, a corto plazo, todas las partes implicadas en el “nuevo gran juego” del petróleo en Asia Central son conscientes de que Rusia va a mantener el “casi monopolio” de sus exportaciones.

Rusia sigue siendo el principal garante de la seguridad para todos los países de Asia Central, entre los que destaca Kazajstán por ser el más próximo y el que tiene más reservas energéticas. Putin lo ha continuado mimando en 2006, aceptando trasladar la presidencia de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) a Astana e invitando a Nazarvayev a la Cumbre del G-8.

Finalmente, la celebración de una doble reunión de la OTSC (Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva) y la EurAsEc en Minsk con Rusia, Bielarús, Armenia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, decidió establecer una Fuerza Colectiva de Intervención Rápida (unos 4.000 soldados, mayoritariamente rusos) de forma permanente en Bishkek y bajo mando ruso; un importante avance de estas organizaciones que están bajo la órbita rusa.

Estados Unidos

Las relaciones de Estados Unidos en Asia Central pueden dividirse en tres grandes fases. La primera desde su independencia en 1991 hasta el 11-S, cuando la estrategia de Washington viró para fijarse como objetivo una política basada en el desarrollo de los recursos energéticos y la promoción de la democratización de la región. La idea subyacente era ocupar aquellos ámbitos en los que Rusia estaba perdiendo terreno. En el transcurso de los acontecimientos que siguieron al 11-S y la posterior invasión de Afganistán, Estados Unidos aumentó considerablemente su poder en la zona, con el establecimiento de bases militares en Uzbekistán y Kirguistán y la garantía de la cooperación militar de Kazajstán y Tayikistán, convirtiéndose así en un actor de seguridad clave. Sin embargo, tras la masacre de Andijan y la revolución en Kirguistán, su proyección regional ha disminuido y Rusia, junto con China, ha intentado recuperar el terreno perdido en sus relaciones con ambos países, que fueron los aliados tradicionales de EEUU.

Esto ha colocado a Kazajstán, casi por defecto, en el rol de principal socio de Estados Unidos en la región (o por lo menos en el más fiable), sin que haya dejado de ser también un gran socio de Rusia.

Muestra de esta debilidad norteamericana es que ahora sólo dispone de la base de Manas (Kirguistán) y que, como destaca Svante E. Cornell (2006), su presencia es provisional, solamente justificada por la guerra de Afganistán, sin que se considere la posibilidad de que pueda permanecer en la región una vez terminado el conflicto.

China

China ha continuado expandiendo sus relaciones multilaterales y bilaterales en la región siguiendo tres grandes prioridades: su acceso a los recursos energéticos, el control del terrorismo y la insurgencia uigur, y la retirada de las tropas de Estados Unidos.

Este año hemos visto como mejoraban sus relaciones, especialmente con Uzbekistán, que tras el aislamiento occidental encontró en China un socio interesante que se convertía en una potencia comercial en la región tan importante para el país como Rusia lo era para Kazajstán o Kirguistán. Además del oleoducto con Kazajstán, China ha firmado un acuerdo con Turkmenistán para la construcción de un faraónico gasoducto entre ambos países y busca la cooperación de Uzbekistán y Kirguistán en este proyecto, que de lograrse, podría estar operativo en 2009.

La Organización para la Cooperación de Shanghai (OCS) sigue siendo el gran instrumento complementario para la proyección de China en la región. La OCS consta actualmente de dos órganos permanentes, el Secretariado en Beijing y el Comité Ejecutivo Regional de la Estructura antiterrorista en Tashkent (Uzbekistán) y pese a que en sus inicios su agenda se limitaba a temas de seguridad, actualmente ésta se ha ampliado a otros aspectos políticos y económicos, realizando más de 120 proyectos de cooperación común en campos tan diferentes como las telecomunicaciones, el comercio, las infraestructuras, la energía o las finanzas.

Por otro lado, se ha intentado integrar y potenciar la iniciativa privada (diplomacia de segunda vía) mediante la creación de un Comité de Emprendedores, que ha convertido las relaciones económicas en el nuevo gran objetivo de la OCS. Finalmente, se han realizado por primera vez en el marco de la Estructura Regional Antiterrorista (RATS), ejercicios militares entre tropas chinas y kazajas.