martes, 29 de enero de 2008

EL CAMBIO QUE SE ESTA GESTANDO EN EL PODER GLOBAL


James F. Hoge, Jr.


La transferencia de poder de Occidente a Oriente se está realizando a un ritmo acelerado y el contexto en que tienen lugar los retos internacionales pronto cambiará notablemente, así como los retos mismos. Muchos en Occidente ya son conscientes de la creciente fortaleza de Asia. Sin embargo, el hecho de que sean conscientes no quiere decir que estén preparados. Y ahí está el peligro: que los países occidentales repitan sus errores del pasado.


Los cambios más importantes de poder entre estados, por no mencionar las regiones, ocurren con poca frecuencia y muy rara vez de manera pacífica. A principios del siglo XX, el orden imperial y los estados en ciernes de Alemania y Japón no lograron ajustarse entre sí. El conflicto así generado devastó grandes partes del planeta. Hoy, la transformación del sistema internacional será aún mayor y requerirá que se asimilen tradiciones políticas y culturales marcadamente diferentes. Esta vez son los muy poblados estados de Asia los que buscan desempeñar un papel más destacado. Como Japón y Alemania en aquel entonces, estas potencias emergentes son nacionalistas, buscan reparaciones de los agravios del pasado y quieren exigir una buena posición en el panorama mundial. El creciente poder económico de Asia se está convirtiendo en mayor poder político y militar, lo que incrementa el peligro potencial de conflictos. En la región, los puntos de mayor riesgo de hostilidades -- Taiwán, la Península de Corea y la Cachemira dividida -- han desafiado cualquier solución pacífica. Cualquiera de ellos podría detonar una guerra de gran escala que haría parecer a las actuales confrontaciones de Medio Oriente meras operaciones policiacas. En breve, lo que está en juego en Asia es de enormes proporciones y exigirá de Occidente toda su capacidad de adaptación.


Hoy, China es la potencia en ascenso más obvia. Pero no está sola: India y otros estados asiáticos ahora ostentan tasas de crecimiento que podrían aventajar a las de los países occidentales más importantes en las décadas por venir. La economía de China crece a más de 9% al año, la de India, a 8%, y los "tigres" del Sureste Asiático se han recuperado de la crisis financiera de 1997 y han reanudado su marcha hacia delante. Se espera que la economía china duplique la de Alemania para 2010 y dé alcance a la de Japón, hoy día la segunda más grande del mundo, para 2020. Si India sostiene un crecimiento de 6% durante 50 años, como lo creen posible algunos analistas financieros, igualará o superará a la de China en ese lapso.


No obstante, es probable que el extraordinario ascenso económico de China continúe durante varias décadas; es decir, si puede salir airosa de los tremendos trastornos causados por el rápido crecimiento, como son la migración interna de las áreas rurales a las urbanas, los elevados niveles de desempleo, la enorme deuda bancaria y la corrupción imperante. En estos momentos, China está enfrentando una prueba crucial en su transición hacia la economía de mercado. Experimenta alzas inflacionarias, burbujas en la propiedad inmobiliaria e insuficientes recursos básicos como petróleo, agua, electricidad y acero. Beijing está restringiendo la oferta de dinero y los préstamos bancarios grandes, a la vez que continúa esforzándose por limpiar a fondo el frágil sector bancario. También está considerando elevar el valor de su moneda, fijada al dólar, para abatir el costo de las importaciones. Si esos intentos de enfriar la economía de China -- que es mucho mayor y más descentralizada de lo que era hace 10 años, cuando se mantuvo sobrecalentada -- no funcionan, la economía podría derrumbarse.


Aunque fuera temporal, una quiebra tan enorme tendría consecuencias terribles. Hoy China es un actor tan importante en la economía global que su salud está inextricablemente ligada a la del sistema en general. China se ha convertido en el motor que impulsa la recuperación de otras economías asiáticas de los reveses de la década de 1990. Por ejemplo, Japón se ha vuelto el mayor beneficiario del crecimiento económico chino, y sus principales indicadores económicos, entre ellos el gasto del consumidor, ha mejorado en consecuencia. Las últimas cifras oficiales indican que el PIB real de Japón se elevó a una tasa anual de 6.4% en el último trimestre de 2003, el crecimiento más alto de cualquier trimestre desde 1990. Gracias a China, Japón puede estar saliendo por fin de una década de malestar económico. Pero esa tendencia podría no persistir si China cae en la bancarrota.


India también adquiere mucha importancia en la pantalla del radar. A pesar del vacilante progreso de sus reformas económicas, India se ha lanzado en una firme trayectoria ascendente, impulsada por sus grandes éxitos en software y las industrias de servicios a empresas, que apoyan a corporaciones en Estados Unidos y otras economías avanzadas. La regulación sigue siendo ineficaz, pero un cuarto de siglo de reformas parciales ha permitido que surja un dinámico sector privado. El éxito económico también está empezando a cambiar las actitudes de fondo: después de 50 años, muchos indios están abandonando por fin su papel de víctimas de la era colonial.


Otros estados del Sureste Asiático están integrando firmemente sus economías en una red más amplia mediante tratados comerciales y de inversión. Sin embargo, a diferencia del pasado, China (y no Japón ni Estados Unidos) es el eje del fenómeno.


Los miembros de la Asociación de las Naciones del Sureste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés), por fin, están considerando seriamente una unión monetaria. El resultado podría ser un enorme bloque comercial, que representaría buena parte del crecimiento económico de Asia . . . y del mundo.


LAS PRESIONES DEL ÉXITO


Apenas empieza el ascenso de Asia, y si las grandes potencias regionales se mantienen estables y mejoran sus políticas, el rápido crecimiento podría continuar durante décadas. Un sólido éxito, no obstante, viene inevitablemente acompañado de varios problemas.


El primero y principal de ellos será las relaciones entre los países más importantes de la región. Por ejemplo, Japón y China nunca han sido poderosos al mismo tiempo: por siglos, China fue fuerte mientras Japón estaba empobrecido; durante la mayor parte de los últimos 200 años Japón fue poderoso y China débil. Que los dos sean poderosos en la misma era será un desafío sin precedentes. Por su parte, India y China no han resuelto su disputa fronteriza que lleva ya 42 años y mantiene la desconfianza entre ellas. ¿Es posible que hoy coexistan estas tres potencias, o chocarán entre sí por el control de la región, el acceso a las fuentes energéticas, la seguridad de las rutas marítimas y la soberanía en las islas del sur del Mar de China?


Cada uno de los aspirantes asiáticos está implicado en explosivos conflictos territoriales, y cada cual tiene variables presiones internas: trastornos demográficos, rígidos sistemas políticos, luchas étnicas, frágiles instituciones financieras y corrupción generalizada. Como en el pasado, las crisis internas podrían provocar confrontaciones internacionales.


Taiwán es el ejemplo más peligroso de este riesgo. Han pasado ya más de 30 años desde que Estados Unidos combinó el reconocimiento de una China con la petición de una solución pacífica de la cuestión de Taiwán. Aunque los lazos económicos y sociales entre la isla y el continente han crecido desde entonces, las relaciones políticas se han deteriorado. Taiwán, con su actual presidente, parece pretender poco a poco la independencia absoluta, mientras la China continental sigue buscando su aislamiento y amenazándola con desplegar 500 misiles a lo largo del Estrecho de Taiwán. Estados Unidos, actuando de acuerdo con su compromiso con la seguridad de Taiwán, ha proporcionado a la isla equipo militar cada vez más sofisticado. A pesar de las advertencias estadounidenses a cada lado, si Taiwán traspasa la línea entre la autonomía provisional y la independencia o si China se torna más impaciente, la región podría estallar.


La región de Cachemira sigue dividida entre una India y un Pakistán dotados de armas nucleares. Desde 1989, el conflicto ha costado unas 40000 vidas, muchas de ellas en choques en la Línea de Control que separa a los dos beligerantes. Recientemente, India y Pakistán han suavizado su retórica belicista entre la una y el otro, pero ningún lado parece dispuesto a un arreglo aceptable para ambos. Las inestabilidades económicas o políticas en Pakistán podrían fácilmente volver a detonar el conflicto.


Corea del Norte es otro de los puntos de mayor riesgo. Varias rondas de conversaciones recientes de seis partes, auspiciadas por China, no han logrado persuadir a Kim Jong Il de que desmantele su programa de armas nucleares a cambio de garantías de seguridad y ayuda a la decrépita economía de Corea del Norte. Más bien, las pláticas han traído recriminaciones: hacia Estados Unidos, por ofrecer demasiado poco; hacia Corea del Norte, por seguir siendo intransigente, y hacia China, por aplicar una presión insuficiente a su vecino dependiente. Pruebas sacadas a la luz recientemente indican que los esfuerzos nucleares de Corea del Norte están más avanzados de lo que antes se creía. Como advirtió el vicepresidente Dick Cheney a los dirigentes de China en su visita de abril, el tiempo puede estar acabándose para llegar a una solución negociada de la crisis.


EL CAMBIO DE PRIORIDADES


Por más de un siglo, Estados Unidos ofreció estabilidad en el Pacífico mediante su presencia militar allá, sus alianzas con Japón y Corea del Sur y su compromiso con la promoción del progreso económico. En efecto, en sus primeros días, el gobierno de Bush subrayó su intención de fortalecer esos lazos tradicionales y de tratar a China más como un competidor estratégico que como un socio para el futuro. Sin embargo, los acontecimientos recientes (entre ellos los ataques del 11 de septiembre de 2001) han modificado el énfasis de la política exterior estadounidense. Hoy, se espera mucho menos de Corea del Sur que en el pasado, gracias en parte a los nuevos dirigentes de Seúl, que representan una generación más joven de coreanos afines a China y mal predispuestos a Estados Unidos y que no temen al Norte.


Entre tanto, Japón, de cara a una China en ascenso, una Corea del Norte con armas nucleares y una creciente tensión con Taiwán se siente inseguro. Por ello se ha comprometido a desarrollar un sistema de defensa de misiles con ayuda estadounidense y estudia flexibilizar sus limitaciones constitucionales sobre el desarrollo y despliegue de sus fuerzas armadas.


Esas medidas han inquietado a los vecinos de Japón, que podrían sentirse aún más incómodos si Japón pierde la fe en su garantía de seguridad brindada por Estados Unidos y optara por construir en su lugar su propia disuasión nuclear. Peor sería, desde la perspectiva estadounidense, que China y Japón buscaran una alianza estratégica entre ellos en vez de tener relaciones paralelas con Estados Unidos. Para adelantarse a ello, Washington debe evitar, en todos sus manejos con China y las dos Coreas, sembrar algún género de dudas en Japón acerca de sus obligaciones en la región.


Sin embargo Japón, dados sus actuales problemas económicos y demográficos, no puede ser el centro de ningún arreglo de poder en Asia. Más bien, ese papel será desempeñado por China y, a la larga tal vez, por India. Por ello, las relaciones con estos dos gigantes en crecimiento son esenciales para el futuro, y el compromiso debe ser la orden del día, aun cuando algunos funcionarios de Bush sigan convencidos de que Estados Unidos y China acabarán siendo rivales. Para ellos, la realidad estratégica es incompatible con los intereses vitales.


En términos militares, Estados Unidos está protegiendo su posición con la más amplia realineación de su poder en medio siglo. Parte de esta realineación es la apertura de un segundo frente en Asia. Estados Unidos ya no está emplazado en varias grandes bases de apoyo en el Pacífico frente al continente asiático; en la actualidad ha realizado movimientos importantes hacia el corazón mismo de Asia, al construir una red de bases más pequeñas, ubicadas en los más remotos rincones de Asia Central. La justificación manifiesta de estas bases es la guerra contra el terrorismo. Pero hay analistas chinos que sospechan que la intención verdadera de estas nuevas posiciones estadounidenses, sobre todo a partir de la reciente intensificación de cooperación militar de Washington con India, es la suave contención de China.


Por su parte China está modernizando sus fuerzas armadas, tanto para mejorar su capacidad de ganar un conflicto sobre Taiwán como para disuadir la agresión estadounidense. Ahora la doctrina militar china se enfoca en contrarrestar las capacidades de alta tecnología de Estados Unidos: redes de información, aeronaves "invisibles", misiles crucero y bombas dirigidas de precisión.


Los estadounidenses suspicaces han interpretado el aumento de los presupuestos militares chinos como signos de la intención de Beijing de reducir la presencia estadounidense en Asia del Este. Por eso Washington está ansioso por usar a India, que está dispuesta a acrecentar su poder económico y militar, como contrapeso de China y como fuerte defensor de la democracia por propio derecho. India, para encarnar estos papeles, necesita acelerar el ritmo de sus reformas económicas y evitar el nacionalismo hindú asociado al Partido Bharatiya Janata (PBJ, por sus siglas en inglés), que sufrió una sorprendente derrota en las recientes elecciones parlamentarias. Funcionarios del triunfante Partido del Congreso se comprometieron a continuar con sus reformas económicas y, al mismo tiempo, a resolver las necesidades de los pobres del campo que a través del voto los llevaron de nuevo al poder. Envalentonados por la victoria, los voceros del Partido del Congreso dijeron que defenderían el incremento de la tasa de crecimiento anual de India a 10%, a partir de su actual ocho por ciento.


A menos que el Congreso siga con su secular tradición de gobernar, reducirá cualquier utilidad que India pudiera obtener de la campaña estadounidense de contrarrestar la influencia de los fundamentalistas islámicos radicales. A la fecha, la aberrante ideología religiosa que se opone a todo gobierno secular ha generado sólo un moderado arrastre entre las grandes poblaciones musulmanas de India y los estados circundantes de Asia Central y del Sureste. Por ejemplo, a los partidos políticos fundamentalistas islámicos les fue mal en las elecciones parlamentarias de invierno y primavera en Malasia e Indonesia. Sin embargo, por otras vías los radicales islámicos se vuelven una seria amenaza para la región. Allá, los gobiernos débiles y la corrupción generalizada ofrecen un campo fértil para las operaciones clandestinas: entrenamiento, reclutamiento y equipamiento de terroristas. Según los indicios, hay allá redes no bien definidas de distintos grupos terroristas del Sureste Asiático que se ayudan entre sí con financiamiento y operaciones.


Encuestas recientes de opinión pública indican que la oposición a Estados Unidos entre los fundamentalistas islámicos radicales está creciendo, en gran parte debido a sus actividades en Irak y al respaldo estadounidense al gobierno de Sharon en Israel. Aún queda por determinar el impacto completo de los ultrajes a los que fueron sometidos los prisioneros iraquíes. Pero ya es patente la profunda ira de las comunidades musulmanas de todo el mundo por la percepción de desdén a los intereses palestinos del gobierno de Bush. Una solución del conflicto palestino-israelí no acabaría con el terrorismo, y los mismos musulmanes deben encabezar la batalla ideológica dentro del Islam. Pero Estados Unidos podría fortalecer la participación de los moderados del mundo islámico con una combinación de cambios de políticas y diplomacia pública eficaces. Estados Unidos debe hacer más que establecer estaciones de radio y televisión para difundir perspectivas alternativas de las intenciones estadounidenses en Medio Oriente. Debe volver a reaprovisionar sus disminuidos recursos de diplomacia pública a fin de reclutar más expertos en idiomas, reabrir bibliotecas extranjeras y centros culturales, y patrocinar programas de intercambio. Dado el gran número de musulmanes tradicionalmente tolerantes de Asia, Estados Unidos debe ayudar con vigor a la creación de alternativas que sean atractivas frente al islamismo radical.


NECESIDAD DE CAMBIOS


Para adaptarse al gran cambio de poder que hoy se da con tanta rapidez en Asia, Estados Unidos requiere una vigorosa preparación de parte de su poder ejecutivo y del Congreso. El compromiso establecido por el gobierno de Bush con China representa una mejora respecto de su postura inicial, y el cambio se ha reflejado en los esfuerzos de Washington por colaborar con Beijing en el combate contra el terrorismo y en las negociaciones con Corea del Norte. El cambio también se ha reflejado en la renuencia a resolver diferencias comerciales y monetarias con la imposición de obligaciones. Sin embargo, de otras maneras, Washington todavía tiene que cambiar su enfoque. Al parecer a Estados Unidos le falta personal allá. A pesar del inmenso incremento en la carga de trabajo, la fuerza laboral de la embajada estadounidense en China llega aproximadamente a los 1000 individuos, que es la mitad de los empleados considerados para la nueva embajada en Irak. La enseñanza de idiomas asiáticos a funcionarios del gobierno estadounidense sólo se ha elevado marginalmente. En cuanto a la próxima generación, sólo unos cuantos miles de estudiantes estadounidenses estudian hoy en China, en comparación con los más de 50000 chinos que ahora lo hacen en escuelas de Estados Unidos.


Para avanzar, Estados Unidos debe ofrecer el liderazgo para forjar los arreglos de seguridad regional, siguiendo las líneas del acuerdo pendiente entre Estados Unidos y Singapur para expandir la cooperación en la lucha contra el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva. También debe ser el adalid de las economías abiertas, o correrá el riesgo de quedar fuera de los pactos comerciales futuros. Estados Unidos también debe evitar crear la profecía propia de la rivalidad estratégica con China. De hecho, tal rivalidad puede llegar a darse, y Estados Unidos debe estar preparado para tal cambio en el curso de los acontecimientos. Pero ello no es inevitable; la cooperación todavía puede producir avances históricos.


En el plano internacional, las potencias asiáticas en ascenso deben tener más representación en instituciones de mayor peso, empezando por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Este importante organismo deberá reflejar la configuración emergente del poder global, y no sólo los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Puede decirse lo mismo de otros organismos internacionales de gran calado. Un reciente estudio de la Brookings Institution señaló: "Existe una asimetría fundamental entre la realidad global de hoy y los mecanismos existentes de la gobernabilidad global, siendo el G-7/8 -- el exclusivo club de países industrializados que representan primordialmente a la civilización occidental -- la principal expresión de este anacronismo".


El primer ministro canadiense, Paul Martin, abrazó la idea de elevar al nivel de jefes de Estado las reuniones del grupo del G-20, que está compuesto por 10 países industrializados y 10 economías de mercados emergentes. Esto podría incorporar en la gobernabilidad mundial a los países con grandes poblaciones y economías en crecimiento.


La credibilidad y eficacia de los organismos internacionales depende de tales cambios; sólo entonces podrán contribuir en grado significativo a la paz entre las naciones. Aunque lejos de ser del todo segura, la reestructuración de las instituciones para reflejar la distribución de poder ofrece más esperanza que permitir que se diluyan en la inaplicabilidad y vuelvan a la irrestricta e impredecible política del equilibrio de poder y a la competencia económica sin orden ni concierto.