martes, 23 de junio de 2009

MEMORIA DE TIANANMEN: 20 AÑOS DESPUÉS


Enrique Fanjul

La crisis de Tiananmen ha estado muy presente en la actuación de los gobernantes chinos en los últimos 20 años. Quizá una de las lecciones más importantes fue la necesidad de prestar atención a la potencialidad desestabilizadora del descontento social. Ha sido habitual presentar las protestas de la primavera de 1989 como un movimiento prodemocracia, sin embargo en el trasfondo se encuentra, ante todo, el descontento por los “efectos indeseados” del proceso de reforma que China había abordado desde finales de los años setenta.

En 2006 la cadena de televisión estadounidense PBS emitió un documental, El hombre del tanque, sobre los sucesos de Tiananmen de 1989. El productor, Anthony Thomas, contó posteriormente en una entrevista que, durante la filmación en China, se reunió con un grupo de estudiantes universitarios de Pekín a quienes les mostró una fotografía de esa escena, la que da el título al documental, una de las imágenes más emblemáticas de aquellos sucesos, en la que un hombre, quizá un estudiante, se enfrenta y detiene una columna de tanques en el centro de Pekín. Según Thomas, los estudiantes no reconocieron la escena, no sabían de qué iba aquella foto. “Debe ser un desfile”, le oyó murmurar a una estudiante. La impresión de Thomas fue que la imagen no significaba nada para los estudiantes de la China actual.

Lo anterior es un reflejo, y la consecuencia, de la política que ha mantenido el gobierno chino para borrar la memoria de los trágicos acontecimientos que sacudieron China en junio de 1989. Hoy, la mayoría de la población menor de 30 años tiene un conocimiento nulo o muy pequeño de este episodio de la historia de su país.

Pero Tiananmen no ha podido ser borrado completamente de la memoria colectiva ni en China, como lo muestran las periódicas peticiones de las “madres de Tiananmen” para que se revisen los sucesos, ni mucho menos a nivel internacional, donde la atención sobre ellos ha persistido a lo largo de estas dos décadas.

La crisis de Tiananmen ha estado muy presente en la actuación de los gobernantes chinos en estos 20 años. Quizá una de las lecciones más importantes fue la necesidad de prestar atención a la potencialidad desestabilizadora del descontento social. Ha sido habitual presentar las manifestaciones y protestas de la primavera de 1989 como un movimiento prodemocracia, sin mayores matizaciones. Según esta interpretación, el objetivo fundamental de los estudiantes, y de los ciudadanos que se unieron a ellos en determinadas etapas, era derribar la dictadura del Partido Comunista y establecer un régimen democrático en China. De forma mecanicista se establecieron paralelismos con las revoluciones que en aquellos años terminaron con los regímenes comunistas en Europa del Este y la Unión Soviética.

Sin embargo, en el trasfondo de las manifestaciones y protestas que estallaron en 1989 se encuentra, ante todo, el descontento por los “efectos indeseados” del proceso de reforma que China había abordado desde finales de los años setenta. En esos primeros 10 años de reforma, las medidas liberalizadoras de la economía y la apertura al exterior habían dado lugar a un espectacular crecimiento económico –que prosiguió en las dos décadas siguientes, hasta nuestros días–. Pero las reformas también tuvieron una serie de efectos negativos. Tres fueron particularmente importantes: la corrupción, los desequilibrios en la distribución de la renta y las tensiones inflacionistas.

Las reformas trajeron consigo un gran crecimiento económico que no benefició a todo el mundo de la misma manera. Mientras que comerciantes, empleados de empresas extranjeras, los nuevos empresarios del sector privado, etcétera, se beneficiaron de fuertes aumentos de su renta, funcionarios y trabajadores del sector estatal vieron su poder adquisitivo disminuido por la inflación. Las regiones del interior de China se beneficiaron del crecimiento de la nueva etapa en menor medida que las zonas costeras.

Las manifestaciones de los estudiantes fueron la chispa que prendió la llama del descontento social que se había ido acumulando en la sociedad china. Más adelante, en especial entre los estudiantes, las posiciones fueron evolucionando y radicalizándose, y hubo sectores que cuestionaron las bases del sistema político, es decir, el poder del Partido Comunista. Pero se trató de sectores minoritarios: el origen auténtico del malestar que estalló en las manifestaciones de la “primavera de Pekín” de 1989 fueron los “efectos indeseados” de la reforma.

La crisis de Tiananmen hizo comprender a los dirigentes chinos el error al descuidar esos efectos negativos. Entonces, a corto plazo, tomaron enérgicas medidas para combatirlos. Se atacó y redujo la inflación, se lanzó una campaña contra la corrupción, con castigos y condenas ejemplares. Más tarde se adoptaron medidas para incentivar el desarrollo económico de las regiones del interior.

En la actualidad, con la crisis económica que ha tenido un fuerte impacto en China, las autoridades han mostrado de forma clara su preocupación por las consecuencias del descontento social. Así, han tomado medidas para ayudar a los trabajadores que han quedado en paro. Dentro de los planes de estímulo económico, se ha anunciado un importante paquete (de más de 100.000 millones de dólares) para ampliar la sanidad pública. En muchos casos de fábricas que han quebrado y cerrado a consecuencia de la crisis, las autoridades han intervenido y abonado parte de los salarios que se debían a los trabajadores. Qué duda cabe que en muchas de estas actuaciones subyace la preocupación por la estabilidad social, y en ello la influencia de Tiananmen ha sido decisiva.

Hay otras lecciones que los dirigentes comunistas chinos aprendieron de los sucesos de Tiananmen, como la necesidad de mantener de puertas afuera la imagen de unidad. Durante la crisis, afloraron públicamente las divisiones existentes en el núcleo dirigente del Partido Comunista sobre la forma de afrontar la situación. El caso más importante fue el de Zhao Ziyang, secretario general del partido, que acudió incluso a la plaza de Tiananmen a reunirse con los estudiantes (acompañado precisamente del hoy primer ministro, Wen Jiabao). Las divisiones entre los dirigentes chinos dificultaron la forma de afrontar la crisis y, en última instancia, fueron en parte responsables de su prolongación y su desenlace violento. Probablemente por ello, el Partido Comunista Chino se ha esforzado desde entonces por no ofrecer signos externos de división.

¿Y qué pasó después con el movimiento de los estudiantes? Un fenómeno llamativo es la escasa continuidad y relevancia que mantuvo, después de 1989. Muchos de los líderes estudiantiles que se exiliaron de China fundaron o se integraron en organizaciones políticas opuestas al régimen del Partido Comunista, como hicieron también algunos de los disidentes expulsados del país en los años siguientes. Ninguna de esas organizaciones ha llegado a tener una importancia mínimamente apreciable. Se han caracterizado por las divisiones y los enfrentamientos entre ellas. Su influencia sobre la evolución del país, o incluso sobre la política que aplican Estados Unidos y otras potencias occidentales hacia China, ha sido prácticamente nula.

Es significativo comparar lo que ha sucedido en China con lo ocurrido en otros países sometidos a una dictadura y en los que también se produjeron en un momento dado revueltas populares, como Suráfrica, donde en 1976 se registraron las protestas de Soweto, y Polonia, donde a principios de los años ochenta estalló el movimiento de protesta de Solidaridad. En ambos casos, los movimientos fueron reprimidos con violencia por las autoridades.

Pero la diferencia es que tanto en Suráfrica como en Polonia el movimiento de oposición no terminó ahí. Las revueltas surafricanas de 1976 y las huelgas y revueltas polacas de 1980 y 1981 marcaron el desarrollo de un movimiento político de oposición que, a pesar de la represión, continuó y creció. Finalmente, esos movimientos fueron claves para el cambio de régimen y la democratización que terminó imponiéndose.

En China, por el contrario, el movimiento de oposición política, que tuvo un espectacular desarrollo en un cortísimo plazo de tiempo, no tuvo continuidad. A diferencia de Suráfrica o Polonia, no fue el germen de una oposición al régimen comunista que fuera creciendo y aumentando su importancia con el paso del tiempo, ni dentro ni fuera de China.

Por otro lado, Tiananmen no tuvo un impacto apreciable en la evolución posterior de China, tanto económica como política. Desde el punto de vista político, no se han producido durante estas dos décadas cambios sustanciales en el régimen, que ha continuado dominado por el poder del Partido Comunista y que ha cortado con firmeza los escasos y limitados conatos de disidencia.

Sí ha habido una progresiva y significativa extensión del imperio de la ley, de las libertades individuales de la población, de elecciones más democráticas a nivel de gobiernos locales. Pero ello no es atribuible a Tiananmen. Este proceso se había iniciado con anterioridad, y se explica en última instancia por el proceso de modernización y crecimiento económico, así como por la progresiva integración internacional de China. Es un proceso que, presumiblemente, continuará y poco a poco llevará a China hacia una inevitable democratización.

Desde el punto de vista de la evolución de la política económica, Tiananmen tampoco tuvo consecuencias significativas. A raíz de la crisis de 1989 muchos analistas pronosticaron una involución en la política de reforma: China iba a abandonar su proceso de apertura al exterior, que era el culpable en última instancia de lo que había sucedido, volvería al aislamiento, suspendería las reformas que había abordado con audacia a partir de 1978.

Estos pronósticos no se cumplieron. China ha seguido avanzando por la senda de la política de reforma, desarrollando un nuevo sistema económico que, aunque tiene una fuerte intervención estatal, ya no se puede calificar de “socialista”. Hubo, sí, un periodo de contención y estabilización económica tras los sucesos de 1989, con el fin de controlar la inflación y atacar los “efectos indeseados” de la reforma. Pero en 1992, Deng Xiaoping efectuó su famoso “viaje al Sur”, visitando algunas de la zonas más emblemáticas de la política de reforma, en una simbólica acción para reanudar la senda reformista con renovada energía, y en la que China se ha mantenido con firmeza hasta nuestros días.

Durante todos estos años ha perdurado la polémica y los interrogantes sobre lo que sucedió en Tiananmen, en especial durante los primeros días de junio en los que la violencia estalló en las calles de Pekín. Ha habido discusión y polémica sobre algunos de los hechos. El mejor símbolo de estos interrogantes probablemente sea el “hombre del tanque”, aquel ciudadano anónimo que, según se pudo ver en aquellas extraordinarias imágenes, y movido probablemente por la ira y la indignación ante lo que había pasado en su ciudad, se plantó ante una columna de tanques y la detuvo.

¿Quién era aquella persona que se ha convertido en uno de los mayores símbolos del coraje ciudadano? Y, sobre todo, ¿qué pasó con él? Las imágenes muestran cómo, al cabo de varios minutos de “enfrentamiento” ante los carros de combate, un grupo de tres o cuatro personas va en su busca, lo agarran y se lo llevan. ¿Eran policías, como apunta una versión, según la cual lo más probable es que el “hombre del tanque” fuera ejecutado poco después? ¿O eran ciudadanos que, arriesgando también sus vidas, fueron a salvarle, de forma que el “hombre del tanque” regresó al anonimato de las masas, de la calle, y salvó su vida?

¿Cuántas víctimas hubo? Al principio, en el calor del momento, algunos medios de comunicación hablaron de miles de muertes. Luego, estimaciones más realistas cifraron las víctimas en unos centenares. Nicholas Kristof, corresponsal del New York Times, ya señaló, poco después de los hechos que, según sus cálculos, el número de muertos habría sido de una decena de soldados y policías y entre 400 y 800 civiles.

Hubo también polémica acerca del número de estudiantes muertos en la plaza de Tiananmen. Diferentes versiones, algunas de ellas que se presentaban como de testigos presenciales, señalaron que los soldados habían entrado en la plaza disparando de forma indiscriminada contra los estudiantes, que había habido miles de muertos, que los carros de combate habían pasado por encima de las tiendas de campaña instaladas en la plaza, aplastando a muchos estudiantes que se encontraban dentro. Sin embargo, la evidencia que ha aflorado posteriormente indica que en la propia plaza hubo muy pocas víctimas, que los estudiantes que se encontraban allí, unos 3.000 0 4.000, la abandonaron pacíficamente después de una doble negociación: entre ellos, para decidir lo que hacían, y con el ejército que los rodeaba.

Pero sí hubo víctimas en muchos otros lugares del centro de Pekín, mientras trabajadores, estudiantes, ciudadanos en general se enfrentaban, levantaban barricadas, intentaban detener como podían a las tropas que entraban en la ciudad.

¿Tiene alguna significación el hecho de que las víctimas se produjeran en la propia plaza de Tiananmen o en las calles del centro de Pekín? En principio, que las víctimas cayeran en uno u otro lugar de la ciudad no cambia la naturaleza esencial de la tragedia. Pero dada la importancia simbólica de la plaza, el hecho de que en ella no hubiera una matanza sí tenía relevancia.

Situada en el corazón de Pekín, a la entrada de la Ciudad Prohibida, de una enorme extensión –se dice que es la plaza más grande del mundo, con una capacidad para unas 600.000 personas– allí se encuentran el mausoleo con los restos de Mao, el Gran Palacio del Pueblo, el monumento a los Héroes del Pueblo, erigido en memoria de todos aquellos que perdieron su vida en las luchas por la liberación del pueblo chino desde las “guerras del opio” del siglo XIX.

La plaza ha tomado su nombre de la puerta de Tiananmen (la paz celestial), que se encuentra en su parte Norte y que es la principal entrada a la Ciudad Prohibida. Desde 1949 ha sido el símbolo de la nueva China que encarnó el régimen comunista y el escenario de grandes concentraciones populares. Desde la puerta de Tiananmen, Mao proclamó la República Popular el 1 de octubre de 1949; desde allí presidió las gigantescas concentraciones de la Guardia Roja durante la Revolución Cultural. La plaza, en suma, tiene un gran simbolismo para la República Popular y, por ello, probablemente los dirigentes chinos hicieron todo lo posible para evitar que en ella hubiera derramamiento de sangre.