lunes, 15 de septiembre de 2008

TURQUÍA REDESCUBRE MEDIO ORIENTE


F. Stephen Larrabee

Hogar, dulce hogar

Mientras las recientes disputas en Turquía entre generales e islamistas han llamado la atención sobre la política interna turca, ha pasado en gran medida inadvertido un cambio significativo en la política exterior del país: tras décadas de pasividad, Turquía se alza hoy como un importante actor diplomático en Medio Oriente. En los últimos años, Ankara ha establecido estrechos vínculos con Irán y Siria, países con los cuales mantuvo relaciones tensas durante las décadas de 1980 y 1990, y ha adoptado una actitud más activa respecto de los agravios que padecen los palestinos y mejorado sus relaciones con el mundo árabe en un nivel más amplio.

Este nuevo activismo constituye un cambio importante de la reciente política exterior turca. Uno de los principios básicos propugnados por Mustafa Kemal (mejor conocido como Atatürk), fundador de la república turca moderna, era que Turquía debe limitar su participación en los asuntos de Medio Oriente y, salvo por un breve periodo en los años cincuenta, Ankara se mantuvo fiel a dicho principio.

Sin embargo, el reciente enfoque de Turquía en Medio Oriente no significa que vuelva la espalda a Occidente. Tal cambio tampoco es indicio de la "paulatina islamización" de la política exterior turca, como pretenden algunos críticos. El nuevo activismo de Turquía es una reacción a cambios estructurales en su entorno de seguridad desde el final de la Guerra Fría. Y, si se le maneja apropiadamente, podría representar una oportunidad para que Washington y sus aliados occidentales se valgan de Turquía como un puente hacia Medio Oriente.

Bajas de guerra

Durante la Guerra Fría, las principales amenazas para la seguridad turca provinieron casi exclusivamente de la Unión Soviética. Hoy, Turquía enfrenta un conjunto mucho más diverso de desafíos: separatismo kurdo en aumento, violencia sectaria en Irak que podría extenderse, el ascenso de Irán y la fragmentación de Líbano, en parte a manos de grupos radicales que estrechan lazos con Siria e Irán. Ya que la mayor parte de estos grupos proviene de la periferia sur de Turquía y del Gran Medio Oriente, es comprensible que Turquía haya empezado a prestar más interés a la región.

Al mismo tiempo, los lazos de Turquía con Occidente se han deteriorado. Su camino para convertirse en miembro de la Unión Europea (UE) ha sido bloqueado por desacuerdos con Bruselas por el tema de Chipre y por las estancadas reformas políticas y económicas en Turquía, así como por la creciente preocupación entre los europeos por la inmigración, el desempleo y la expansión de la UE. Además, las relaciones de Turquía con Estados Unidos se han tensado cada vez más, en gran medida por la invasión estadounidense de Irak. Según una encuesta realizada por el German Marshall Fund en septiembre de 2006, 81% de los turcos desaprobaba (y sólo 7% aprobaba) la conducción de las políticas internacionales por parte del presidente George W. Bush. Hoy, Turquía se encuentra en una situación sin precedentes en la que, simultáneamente, tiene malas relaciones con la UE y con Estados Unidos.

Estas tendencias han coincidido con importantes cambios internos en la sociedad turca, y en cierto grado éstos las han reforzado. La élite pro occidental que dio forma a la política exterior turca desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha sido gradualmente sustituida por una más conservadora, más religiosa y más nacionalista, recelosa de Occidente y con una actitud más positiva hacia el pasado otomano de Turquía. El Partido Justicia y Desarrollo Islamista (conocido como AKP, por sus siglas en turco), actualmente en el poder y encabezado por el primer ministro Recep Tayyip Erdogan, ha logrado aprovechar el creciente nacionalismo popular integrándolo al Islam.

La Guerra del Golfo de 1990-1991 fue un catalizador decisivo para la reinserción de Turquía en Medio Oriente. Contra el consejo de muchos de sus asesores y de militares turcos, el presidente Turgut Özal dio el apoyo total de Turquía a la campaña militar estadounidense para expulsar a Irak de Kuwait. Aplicó las sanciones de la Onu cortando el flujo de las exportaciones petroleras de Irak por los oleoductos turcos, desplegó 100,000 soldados a lo largo de la frontera turco-iraquí y permitió que Estados Unidos realizara incursiones aéreas en Irak desde bases turcas. Özal consideró la guerra como una oportunidad para demostrar que Turquía seguía teniendo importancia estratégica y para consolidar lazos de defensa más estrechos con Estados Unidos. Esperaba que el apoyo turco fortalecería su "alianza estratégica" con Estados Unidos y mejoraría sus expectativas de adherirse a la Comunidad Europea (como se llamaba entonces la UE).

Las esperanzas de Özal resultaron ilusorias en ambos puntos. Nunca se materializó la alianza estratégica con Estados Unidos, y las posibilidades de Turquía para ser miembro de la Comunidad Europea apenas mejoraron. En lo económico, Turquía pagó un alto precio por su apoyo a la campaña militar estadounidense: perdió miles de millones de dólares en cuotas y comercio de los oleoductos. En lo político, tuvo que afrontar una considerable intensificación de su problema kurdo. El establecimiento de un Estado kurdo de facto en el norte de Irak, protegido por Occidente, dio nuevo ímpetu al nacionalismo kurdo y proporcionó una base logística para los ataques a territorio turco dirigidos por el Partido de los Trabajadores de Kurdistán, el violento grupo separatista kurdo conocido como PKK. Para muchos turcos, la guerra fue, como señaló el veterano observador de Turquía Ian Lesser, "el sitio donde empezó el problema".

La Guerra del Golfo también acentuó las susceptibilidades turcas sobre la soberanía nacional. En términos generales, los turcos han sido cautos en cuanto a permitir que Estados Unidos utilice sus instalaciones para operaciones ajenas a la OTAN; la decisión de Özal de permitir que Estados Unidos usara las instalaciones militares turcas para realizar incursiones aéreas sobre Irak fue la excepción, no la regla. Tras la Guerra del Golfo, Turquía permitió que Estados Unidos, el Reino Unido y Francia utilizaran sus bases para supervisar la zona de exclusión de vuelos sobre el norte de Irak pero con restricciones significativas, entre ellas la exigencia de que el permiso de usar las bases se ratificara cada seis meses. En años recientes, el gobierno turco ha impuesto cada vez más restricciones a las operaciones estadounidenses desde la base aérea de Incirlik, en el sur. Si bien Ankara ha permitido al Pentágono utilizar Incirlik para el transporte de tropas y material bélico hacia Afganistán e Irak, se ha negado a hacerlo para estacionar aviones de guerra en la base o para realizar misiones aéreas de combate en Medio Oriente o el Golfo Pérsico.

La invasión de Irak encabezada por Estados Unidos en 2003 arrastró más profundamente a Turquía al centro de la política de Medio Oriente. Desde el principio, los dirigentes turcos tuvieron fuertes reservas sobre la invasión. No tenían ninguna estima por Saddam Hussein, pero él proporcionaba la estabilidad en la frontera sur de Turquía: les preocupaba que su derrocamiento pudiera fragmentar a Irak y fortalecer el nacionalismo kurdo, y con ello poner en riesgo la seguridad de Turquía. Desde la invasión, los peores temores de la dirigencia turca se hicieron realidad. Irak se ha convertido en un caldo de cultivo para el terrorismo internacional, y enfrenta un posible colapso. La influencia de Irán en Irak y en la región se ha incrementado en forma más amplia. La aspiración de los kurdos iraquíes a la autonomía -- y, a la larga, a la independencia formal -- ha cobrado impulso. A los funcionarios turcos les preocupa que la creación de un Estado kurdo en la frontera sur de Turquía pueda exacerbar las presiones separatistas entre la propia población kurda de Turquía y plantear una amenaza para la integridad territorial del país.

Este es un asunto grave. Turquía ha presenciado un aumento de la violencia por parte del PKK en los últimos años. Durante más de dos décadas el PKK ha mantenido una guerra de guerrillas en el sureste de Turquía, en la que han muerto más de 35,000 turcos y kurdos. Tras la captura de su líder Abdullah Öcalan, en 1999, el PKK declaró un alto al fuego unilateral y la violencia amainó temporalmente. Pero el grupo tomó las armas de nuevo en junio de 2004. Desde enero de 2006, ha lanzado repetidos ataques contra el territorio turco desde los santuarios en las montañas Kandil, en el norte de Irak, matando a varios cientos de integrantes de las fuerzas de seguridad turcas.

El gobierno de Erdogan ha solicitado en repetidas ocasiones la asistencia militar estadounidense para ayudar a eliminar los campos de adiestramiento del PKK en el norte de Irak. Pero Washington ha sido reacio a emprender acciones militares. Con sus fuerzas ya al límite de su capacidad, el Pentágono afirma que no puede prescindir de tropas, a las que necesita para combatir la insurgencia en otras partes de Irak.

Además, los funcionarios estadounidenses temen que intervenir contra el PKK podría provocar trastornos en el norte de Irak, más estable que el resto del país. Los kurdos han sido los promotores más leales de la política estadounidense en Irak y, sin su apoyo, no es grande la esperanza de mantener unido al país.

La falta de participación de Washington ha contribuido a una alarmante alza del sentimiento antiestadounidense en toda Turquía. (Una encuesta realizada por Pew Charitable Trusts en junio de 2006 mostró que sólo 12% de los turcos veía a Estados Unidos de forma positiva.) Muchos turcos consideran que la posición de Washington es un respaldo tácito al PKK y pone en evidencia un doble rasero: según lo ven, Estados Unidos ha invadido dos países -- Afganistán e Irak -- para eliminar refugios seguros de terroristas, pero ahora se niega a ayudar a Turquía a hacer lo mismo.

Estos problemas se agravan con la situación potencialmente explosiva de Kirkuk, ciudad del norte de Irak, que se asienta sobre uno de los depósitos petroleros más grandes del mundo y cuya situación jurídica ha de determinarse mediante referendo antes de que acabe el año. En los últimos años, cientos de miles de kurdos que fueron desalojados durante la campaña de Hussein para "arabizar" Kirkuk en las décadas de 1970 y 1980 están de vuelta para recuperar sus hogares y sus propiedades. Ahora, los kurdos de Irak procuran hacer de Kirkuk la capital del Gobierno Regional de Kurdistán en el norte de Irak. Pero las autoridades turcas temen la creciente "kurdización" de la ciudad. Ankara quiere que todos los grupos étnicos de la ciudad compartan el poder y posponer el referendo con la esperanza de que su situación jurídica se aclare de otro modo. Si los kurdos iraquíes tratan de forzar este asunto, Ankara podría verse provocada a emprender acciones militares, lo cual agravaría la inestabilidad en Irak y en la región en su conjunto.

El enemigo de mi enemigo

El mayor activismo de Turquía en Medio Oriente también se ha reflejado en su intento para fortalecer los lazos con Irán y Siria. Las relaciones de Ankara con Teherán y Damasco fueron tensas en las décadas de 1980 y 1990, en parte debido a que Irán y Siria apoyaban al PKK en su esfuerzo por desestabilizar Turquía. Pero las relaciones han mejorado significativamente en los años recientes, gracias al interés común de los tres gobiernos de contener el nacionalismo kurdo y prevenir el surgimiento de un Estado kurdo independiente en sus fronteras.

La cooperación de Turquía con Irán se ha intensificado considerablemente, en especial en el terreno de la seguridad. Durante la visita del primer ministro Erdogan a Teherán en julio de 2004, Turquía e Irán firmaron un acuerdo de cooperación en seguridad que calificaba al PKK como una organización terrorista. Desde entonces, ambos países han incrementado la cooperación para proteger sus fronteras. Al igual que Turquía, Irán enfrenta problemas de seguridad en sus propias áreas pobladas por kurdos: el año pasado, un grupo iraní afiliado al PKK, el Partido por una Vida Libre en Kurdistán Iraní lanzó ataques contra autoridades de seguridad de Irán. Teherán ha tomado represalias atacando bases del PKK en las montañas Kandil.

Los energéticos han sido otro factor importante en la mejora de las relaciones turco-iraníes. Irán es el segundo mayor proveedor de gas natural de Turquía (después de Rusia). En julio de 1996, poco después de su llegada al poder, el primer ministro turco Necmettin Erbakan cerró un trato de 23,000 millones de dólares por la entrega de gas natural desde Irán por 25 años. En febrero de 2007, durante el gobierno del primer ministro Erdogan, Turquía e Irán convinieron en firmar dos nuevos acuerdos energéticos: uno permitiría a la Corporación de Petróleo Turca (conocida como la TPAO, por las siglas de Türkiye Petrolleri Anonim Ortakligi) explorar yacimientos de petróleo y gas natural en Irán, y el otro transferir gas de Turkmenistán a Turquía (y de ahí a Europa) a través de un oleoducto en Irán. (El trato sobre el oleoducto de Turquía con Irán se opone a la preferencia de Washington por evitar que Irán transporte el gas a través del Mar Caspio y, si se concluye, podría añadir un nuevo elemento de fricción en las relaciones entre Turquía y Estados Unidos.)

Sin embargo, las ambiciones nucleares de Irán son una fuente de serias preocupaciones en Ankara. Un Irán dotado de armas nucleares tendría un impacto desestabilizador en la región del Golfo Pérsico y forzaría a Turquía a adoptar medidas preventivas por su propia seguridad. Si Irán se rehúsa a satisfacer las demandas de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Ankara tendrá esencialmente tres opciones: expandir su cooperación en defensa contra misiles con Estados Unidos e Israel; reforzar sus capacidades militares convencionales, en especial los misiles de alcance medio, o desarrollar su propia capacidad nuclear. Turquía consideraría desarrollar la opción nuclear sólo como último recurso: si, supongamos, sus relaciones con Estados Unidos declinaran, Ankara ya no habría considerado creíbles las garantías de la OTAN, y la UE rechazaría el ingreso de Turquía. Un esfuerzo decidido de Irán por desarrollar su capacidad nuclear podría socavar su acercamiento con Turquía y llevar a Ankara a fortalecer sus vínculos con Occidente, en especial con Estados Unidos.

En la década pasada, las relaciones de Turquía con Siria también han mejorado considerablemente. En la de 1980 y a principios de la de 1990, fueron tensas y alcanzaron su punto crítico en octubre de 1998, cuando Turquía amenazó con invadir Siria si Damasco no dejaba de apoyar al PKK. Ante la abrumadora superioridad militar de Turquía, Damasco retrocedió y expulsó al jefe del PKK, Öcalan, a quien había dado refugio seguro, y clausuró los campamentos de adiestramiento del PKK. El viraje de Damasco abrió el camino para un mejoramiento gradual en las relaciones, que desde entonces han adquirido un ímpetu considerable. Este acercamiento quedó puesto de relieve con la visita del presidente sirio Bashar al-Assad a Ankara en enero de 2005, el primer viaje de un presidente sirio a Turquía desde la independencia de Siria en 1946.

La creciente preocupación de Damasco por la amenaza del nacionalismo kurdo ha dado un fuerte impulso a este cambio en las relaciones sirio-turcas. La minoría kurda de Siria, como las de Turquía e Irán, se ha vuelto últimamente cada vez más inquieta. Al gobierno de Assad le ha preocupado que el surgimiento de un gobierno kurdo económicamente fuerte en el norte de Irak pudiera alentar las presiones por mejoras económicas y políticas entre la propia población kurdo-siria.

Los lazos más estrechos de Turquía con Siria han creado tensiones con Washington. Éstas no fueron tan fuertes durante el gobierno de Clinton, que mantuvo un diálogo con Damasco a pesar de desaprobar muchas de sus políticas. Sin embargo, las tensiones se acentuaron durante el gobierno de Bush, que trató de aislar a Siria. Las tensiones fueron especialmente notorias en la primavera de 2005, cuando los funcionarios estadounidenses no lograron convencer al presidente turco Ahmet Necdet Sezer para que cancelara su visita a Damasco. Sezer, con el respaldo de Erdogan, mantuvo su decisión, lo que significó una manifestación de la independencia turca que causó gran consternación en Washington. No obstante, los recientes intentos estadounidenses de emprender un diálogo con Siria -- paso que Ankara favorecía desde hace tiempo -- deberían ayudar a reducir esas tensiones y hacer que converjan los acercamientos de Washington y Ankara a Siria.

Un equilibrio delicado

La política de Ankara respecto de Israel y los palestinos también ha experimentado un viraje. Turquía ha mantenido una estrecha relación con Israel desde 1996, en especial en las áreas de defensa e inteligencia. La cooperación brindó ventajas para ambos lados: ofreció a Israel un camino para salir de su aislamiento regional y un medio para presionar a Siria, y ofreció a Turquía nuevos cauces para adquirir armamento y tecnología avanzada en un momento en que enfrentaba mayores restricciones en materia de adquisición de armas de Estados Unidos y Europa.

Pero más recientemente, bajo la conducción del AKP, la actitud turca hacia Israel ha empezado a cambiar, y Ankara ha empezado a adoptar una política pro palestina más activa. Erdogan ha sido abiertamente crítico de la política israelí en Cisjordania y Gaza al referirse a ella como un acto de "terror de Estado". Al mismo tiempo, ha procurado establecer lazos más estrechos con la dirigencia palestina. A pocas semanas de las elecciones en los territorios palestinos en enero de 2006, fue anfitrión en Ankara de una delegación de alto nivel de Hamas encabezada por Khaled Mashaal. Erdogan esperaba que la visita destacara la capacidad de Turquía de desempeñar un papel diplomático de mayor peso en Medio Oriente. Pero fue organizada sin consultar a Washington y Jerusalén e irritó a ambos gobiernos, que querían aislar a Hamas hasta que éste cumpliera un conjunto de condiciones específicas, entre ellas la aceptación del derecho de Israel de existir.

Asimismo, Turquía adoptó una posición independiente opuesta a la política israelí durante la crisis del verano pasado en Líbano. Erdogan condenó duramente los ataques israelíes, y en varias de las más importantes ciudades turcas hubo protestas masivas y quemas de la bandera israelí. También hubo organizaciones no gubernamentales turcas que condenaron las acciones de Israel en Líbano y los territorios palestinos.

Al mismo tiempo, Erdogan decidió enviar 1000 soldados para participar en las fuerzas de pacificación de la ONU en Líbano, como una de las mayores contribuciones de cualquier Estado europeo. Esa decisión fue muy criticada por los partidos dominantes y algunos miembros del propio partido de Erdogan, que temían que Turquía se viera arrastrada a un conflicto militar con Hezbollah y provocara una franca división entre el presidente Sezer y Erdogan. Sezer se opuso a la participación turca con el argumento de que "no era la responsabilidad de Turquía proteger los intereses nacionales de otros". Erdogan sostenía que Turquía no podría proteger sus propios intereses nacionales en calidad de "mero espectador" y que tenía que participar en el proceso de pacificación.

Aunque no sin riesgos, la decisión de Erdogan de contribuir con tropas a la misión de pacificación de la ONU en Líbano tuvo varios beneficios importantes. Puso de relieve las credenciales europeas de Turquía y mostró que Ankara es un destacado actor regional. Esto le valió elogios a Erdogan en Washington, lo cual ayudó a reducir las tensiones con Estados Unidos. Y junto con la crítica de Erdogan a la acción militar de Israel, ello permitió que Turquía demostrara su solidaridad con importantes gobiernos árabes en la región, que apoyaban la misión de mantenimiento de la paz. En particular, las relaciones con Arabia Saudita se han fortalecido recientemente, como se puso de manifiesto con el viaje del rey Abdullah a Turquía en agosto de 2006: la primera visita de este tipo en 40 años. Los dos países han colaborado para vigorizar el proceso de paz árabe-israelí así como para contener el poder en ascenso de Irán.

Los vínculos de Turquía con Egipto, otra potencia regional, se han incrementado. Durante una visita a Ankara en marzo de 2007, el presidente egipcio Hosni Mubarak y las autoridades turcas decidieron establecer un nuevo diálogo estratégico y una alianza en materia de cooperación energética y de seguridad regional.

Manos a la obra

El nuevo activismo de Turquía en Medio Oriente -- en especial sus lazos más estrechos con Irán y Siria -- ha causado preocupación en ciertos círculos en Washington. Algunos funcionarios estadounidenses temen que ello podría debilitar los vínculos de Turquía con Occidente o conducir a la "islamización" de la política exterior de Ankara. Pero estos temores son infundados. El mayor compromiso de Turquía en Medio Oriente es parte de la diversificación gradual de la política exterior turca desde el final de la Guerra Fría. En efecto, Turquía está redescubriendo la región de la cual ha formado parte integral históricamente. En especial bajo los otomanos, Turquía fue la potencia dominante en Medio Oriente; el periodo republicano -- con su énfasis en no involucrarse en los asuntos medioorientales -- fue una anomalía. El actual activismo de Turquía es un regreso a un patrón más tradicional.

Sin embargo, los responsables políticos estadounidenses tendrán que acostumbrarse a tratar con una Turquía con mentalidad más independiente y firme. Como resultado de sus cada vez mayores intereses en Medio Oriente, es probable, por ejemplo, que sea sumamente cautelosa con permitir que Estados Unidos utilice sus instalaciones militares para operaciones en Medio Oriente y el Golfo Pérsico cuando no sirvan claramente a sus intereses o a los de la OTAN.

Al mismo tiempo, Estados Unidos tiene que construir una alianza estratégica más fuerte con Turquía. El tan anunciado documento "Visión compartida" que emitieron en julio de 2006 la secretaria de Estado Condoleezza Rice y el ministro de Relaciones Exteriores turco Abdullah Gul, que identifica áreas concretas en las que podría incrementarse la cooperación, proporciona un marco útil para construir esa nueva alianza estratégica. Pero Estados Unidos y Turquía tendrán que hacer ajustes importantes en sus políticas actuales si las ambiciosas metas del plan han de realizarse.

Tanto Ankara como Washington tienen que aceptar que la guerra en Irak ha creado nuevas realidades y desatado nuevas fuerzas a las que hay que adaptarse. Por más que lo deseen, no se puede retroceder en el tiempo. Es preciso aceptar, en particular, dos nuevas realidades. Primero, las posibilidades de que surja un fuerte gobierno central en Irak -- el resultado que prefieren tanto Ankara como Washington -- son casi nulas. Las diferencias entre las diversas fuerzas políticas son demasiado intensas, y de todos modos los kurdos iraquíes no aceptarían una fuerte autoridad central. En el mejor de los casos, surgirá un gobierno central débil; en el peor, Irak se fragmentará en varias entidades. Segundo, el norte de Irak ya es un cuasi-Estado de facto. Tiene un gobierno en funcionamiento que la población considera legítimo, su propio ejército y una bandera nacional, así como un fuerte sentido de identidad nacional.

Ankara también tiene que aceptar que fuerzas externas no pueden imponer una solución duradera; ésta sólo puede darse como resultado de un acuerdo satisfactorio entre Turquía y los kurdos iraquíes. Esto no significa que Ankara deba reconocer o aceptar un Estado kurdo independiente en Irak, pero tendrá que iniciar un diálogo con la dirigencia kurda iraquí.

Al parecer, el gobierno de Erdogan lo reconoce. El año pasado, dio varios pequeños pasos en la dirección correcta. Autorizó vuelos chárter a dos ciudades kurdas y reabrió el consulado turco en Mosul. Hay un intenso comercio transfronterizo con los kurdos en el norte de Irak, sobre todo de petróleo crudo y gasolina, una fuente vital de apoyo económico para el gobierno regional kurdo en el norte de Irak.

Sin embargo, las fuerzas armadas turcas se oponen a tal diálogo: afirman que los dos principales grupos kurdos en Irak, el Partido Democrático de Kurdistán, encabezado por Massoud Barzani, y la Unión Patriótica de Kurdistán, dirigida por el presidente iraquí Jalal Talabani, dan apoyo militar y material al PKK. Dada la importancia de las fuerzas armadas en la política turca, sobre todo en asuntos de seguridad nacional, el gobierno necesitará su apoyo -- o al menos su consentimiento -- si se espera que cualquier clase de diálogo con los kurdos iraqués tenga éxito.

Si bien las fuerzas armadas turcas pueden exagerar el grado de apoyo que el PKK recibe de los líderes kurdos iraquíes, éstos no han sido suficientemente agresivos a la hora de tomar medidas enérgicas contra el PKK. No queda claro si esto se debe a que los kurdos iraquíes consideran al PKK como un elemento de negociación para usarlo más adelante a cambio de concesiones en Kirkuk o a que temen la oposición de los líderes kurdos más jóvenes y radicales. Lo que sí está claro es que una política más enérgica hacia el PKK es una condición sine qua non para mitigar las tensiones entre la dirigencia kurda iraquí y Turquía.

Estados Unidos tiene que desempeñar un papel más activo en ayudar a calmar las tensiones entre Ankara y la dirigencia kurda iraquí. La designación en septiembre pasado de Joseph Ralston, general retirado de la fuerza aérea y ex comandante en jefe aliado de la OTAN para Europa, como enviado especial responsable de coordinar los esfuerzos contra el PKK fue un paso en la dirección correcta. Pero su misión ha arrojado pocos resultados concretos. En consecuencia, el gobierno de Erdogan ha caído bajo la creciente presión de las fuerzas armadas turcas para emprender acciones militares unilaterales contra el PKK, cosa que crearía mucha desestabilización y podría provocar que se extendiera el conflicto de Irak.

Al mismo tiempo, las recientes tensiones entre el gobierno de Erdogan y las fuerzas armadas turcas sobre la selección de un nuevo presidente turco han amenazado la estabilidad del propio país y hecho más urgente la participación de Estados Unidos. Washington tiene que ejercer mayor presión sobre la dirigencia kurda iraquí, en particular sobre el gobierno regional de Kurdistán, para adoptar medidas drásticas contra las actividades del PKK y cerrar sus campamentos de adiestramiento. Deberá insistir en que las autoridades kurdas iraquíes detengan a los líderes del PKK -- muchos de los cuales recorren libremente el norte de Irak e incluso aparecen en los canales de televisión controlados por el gobierno -- y los entreguen al gobierno turco. Tal acción tendría un enorme impacto en la opinión pública en Turquía y reduciría significativamente el creciente sentimiento antiestadounidense en el país.

Asimismo, Estados Unidos debe alentar al gobierno turco a abordar más resueltamente los agravios que padecen los kurdos en Turquía. Las acciones de Ankara deberán contemplar un esfuerzo integral para promover el desarrollo económico del sureste de Turquía, una de las partes más pobres y menos desarrolladas del país y principal foco de reclutamiento para el PKK, en especial entre los kurdos más jóvenes. Una medida útil sería abrir el sistema político turco a una mayor participación de grupos kurdos en el parlamento. La mayoría de los kurdos turcos no está de acuerdo con los objetivos o los métodos del PKK, pero cree que se trata del único grupo que defiende sus intereses. Si los grupos kurdos tuvieran una mayor oportunidad de representar abiertamente esos intereses en el parlamento, el PKK perdería simpatías entre los kurdos de Turquía.

Por último, los responsables políticos estadounidenses tienen que prestar más atención a otros temas de seguridad de Turquía, como las implicaciones estratégicas de las ambiciones nucleares de Irán. Cabe esperar que la posibilidad de que Irán obtenga armas nucleares aumente el interés de Turquía en la defensa contra misiles. Sin embargo, los actuales planes para desplegar elementos de un sistema estadounidense de defensa antimisiles en Polonia y la República Checa tienen el propósito de ofrecer protección sólo contra amenazas de misiles de largo alcance de Irán y Corea del Norte, y excluyen el sur de Europa y Turquía, con lo que de hecho se divide a Europa en dos zonas de seguridad desiguales. Esto va a reforzar el sentimiento de inseguridad de Turquía y el desencanto con sus aliados occidentales, pues ya enfrenta una amenaza de los sistemas iraníes de corto y mediano alcance, algunos de los cuales pueden llegar a partes del este del país. Estados Unidos tiene que desarrollar un sistema de defensa contra misiles de corto y mediano alcance -- quizás mediante el despliegue de sistemas Patriot -- que pueda proteger a Turquía y el resto del sur de Europa. De no hacerlo, los actuales planes podrían agravar las preocupaciones de seguridad de Turquía y crear nuevas tensiones en las relaciones de Washington con Ankara.

Consideradas en conjunto, estas medidas demostrarían que Estados Unidos afronta con seriedad las principales preocupaciones de seguridad de Turquía, y podrían constituir los componentes básicos para desarrollar una alianza estratégica significativa con Ankara. Sin embargo, el tiempo se agota. A menos que Washington tome rápidamente medidas más resueltas para encarar estos temas, es probable que las relaciones con Turquía se deterioren aún más, y Estados Unidos perderá una importante oportunidad para incrementar la estabilidad en una región que se está volviendo esencial para su propia seguridad.