domingo, 10 de agosto de 2008

LA NUEVA ESTRATEGIA DE ISRAEL


Barry Rubin

El final de la ocupación

La política y los programas gubernamentales israelíes se someten a una transformación revolucionaria, una de las cadenas de hechos más importante en la historia de la nación. Así de extraordinarios como los acontecimientos recientes, lo es la aparición de un nuevo paradigma estratégico que revierte 30 años de debate y práctica y destruye algunas de las suposiciones israelíes más fundamentales.

¿Por qué han cambiado en forma tan notable las percepciones, la política y la estrategia? El cambio empezó cuando el primer ministro Ariel Sharon ordenó el retirado completo de la Franja de Gaza y de partes de Cisjordania, incluso el desmantelamiento de los asentamientos judíos en esas áreas. En pocos meses, el Partido Likud de Sharon se rebelaba en su contra; Sharon abandonaba el Likud y formaba otro partido, el Kadima; el Partido Laborista elegía como dirigente a un personaje externo, populista; la coalición gobernante se disolvía, lo que obligó a la realización de nuevas elecciones; Sharon quedó incapacitado físicamente por un ataque apoplético y fue sustituido por un destacado diputado, Ehud Olmert, y Olmert logró ganar las elecciones de marzo de 2006. La victoria de Hamas en las elecciones palestinas de enero de 2006 sólo subrayó las ya existentes tendencias.

La nueva política que está surgiendo se basa en un amplio reconocimiento israelí de que mantener Cisjordania y la Franja de Gaza sencillamente no sirve a los intereses de Israel, pese al hecho de que las autoridades palestinas se han mostrado apáticas respecto a la paz, e incapaces de realizarla, y de que tanto Fatah como Hamas utilizarán esas tierras para tratar de lanzar ataques contra Israel. Los territorios ya no ofrecen una función estratégica para Israel, dado lo improbable de un ataque convencional por parte de los ejércitos estatales árabes, e Israel podría defender mejor a sus ciudadanos creando una fuerte línea defensiva en vez de dispersar sus fuerzas. Es más, como no es probable que se alcance un amplio acuerdo de paz por muchos años, los territorios ya no tienen valor como elementos para la negociación. Durante el largo tiempo que pasará antes de que los palestinos estén bien organizados y lo suficientemente moderados para hacer la paz, Israel tiene que establecer su propia estrategia basada en esta realidad.

¿Territorio por paz?

La situación internacional cambió drásticamente en la década de 1990, pero hasta hace poco Israel estaba demasiado ocupado con crisis de plazo más corto y asuntos más cercanos como para integrar la nueva realidad externa a su ideario. La Guerra Fría terminó, la Unión Soviética cayó y Estados Unidos se convirtió en la única superpotencia mundial. En 1991, la coalición encabezada por los estadounidenses derrotó a Irak y lo obligó a salir de Kuwait. Mientras tanto, los Estados árabes fueron perdiendo interés en luchar en el conflicto árabe-israelí; la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), después de décadas de combatir con Israel sin lograr sus objetivos, llegó a uno de sus puntos más bajos.

Al principio, pareció que tales cambios -- más una acumulación de derrotas y problemas internos en Palestina -- impulsarían a los dirigentes palestinos, a Siria y a la mayor parte de los Estados árabes hacia un acuerdo de paz con Israel. El proceso de paz fue un experimento para ver si éste podría ocurrir de hecho. En 2000, tanto Siria como los palestinos (siguiendo el Plan Clinton y los acuerdos de Camp David) rechazaron la paz, demostrando así que tales expectativas eran erróneas.

Según concluyó la mayoría de los israelíes, ese resultado no era producto de algún malentendido, de la intransigencia estadounidense o israelí, de un leve paso en falso diplomático o de la necesidad de hacer cambios menores en el trato que se ofrecía. Al contrario, las dirigencias palestina y siria sencillamente no estaban listas para la paz . . . debido a las fuerzas e ideologías radicales, a las personalidades de línea dura, a los objetivos extremistas y al hecho de que el conflicto fortalecía a los dictadores que, de otro modo, enfrentarían serios problemas internos. Al ver frustradas sus propias esperanzas, los israelíes de todo el espectro político aceptaron de mala gana que el conflicto persistiría durante mucho tiempo.

La respuesta israelí a este reconocimiento se definió en el histórico debate israelí sobre la estrategia nacional, las lecciones percibidas de la experiencia de Oslo y el análisis israelí de la realidad política palestina. Un sector del público israelí siempre ha querido conservar los territorios capturados en la Guerra de los Seis Días de 1967 por motivos religiosos o nacionalistas, pero siempre fue una posición minoritaria y no la política del gobierno, con la excepción del caso de Jerusalén Oriental. Los verdaderos argumentos importantes para retener los territorios eran de índole estratégica y diplomática: primero, mantener Cisjordania y la Franja de Gaza daría a Israel profundidad estratégica, que podría utilizarse para defenderse contra un ataque militar convencional; y segundo, los territorios podrían emplearse como elementos de negociación cuando hubiera un socio palestino dispuesto a hacer una paz duradera . . . un "territorio por paz", como indicaba la consigna. El Partido Laborista y el Likud por igual invocaron estos argumentos para apoyar los asentamientos judíos en los territorios. Ambos partidos preferían mantener Cisjordania y la Franja de Gaza hasta lograr un verdadero avance en el frente diplomático.

Esta posición era racional por varias razones. Para la mayor parte de la historia de Israel, la principal amenaza estratégica al país fue una guerra convencional en sus fronteras con los Estados árabes. En tal contexto, era vital poseer Cisjordania, en especial para controlar el Valle del Jordán y utilizar las serranías que, de norte a sur, se extienden por el oeste como posiciones para defenderse contra un ataque de las fuerzas iraquíes, jordanas, sauditas o sirias. La posesión de los territorios también daba a Israel un colchón de seguridad contra los ataques terroristas palestinos desde el otro lado de la frontera, una amenaza que se magnificaba por lo irritante y real debido al hecho de que tales fuerzas contaban con la ayuda árabe y del bloque soviético. Al mismo tiempo, se suponía que los que estaban "detrás" de las líneas defensivas israelíes -- los palestinos de Cisjordania y de Gaza -- sólo representarían un problema de seguridad limitado.

El concepto estratégico funcionó muy bien durante 20 años -- hasta la primera intifada a finales de los ochenta -- y razonablemente bien durante otra década. A medida que pasaba el tiempo y que muchos israelíes llegaron a creer que había una posibilidad real de alcanzar una solución negociada, el argumento de "territorio por paz" se fortaleció aún más. Esa idea fue la base del Acuerdo de Oslo de 1993 con la OLP. El primer ministro Isaac Rabin, el ministro de Asun¬to Exteriores Shimon Peres y otros dirigentes israelíes pensaron que ceder territorio sería la medida de creación de confianza que persuadiría a los palestinos de que Israel estaba listo para un acuerdo.

El fracaso de Oslo

La experiencia de Israel con el proceso de paz de Oslo de 1993 a 2000 dio nueva forma a ese pensamiento estratégico. Creyendo que la paz era posible, Israel hizo grandes concesiones y aceptó verdaderos riesgos, y una mayoría de sus dirigentes y su pueblo aceptaron la creación de un Estado palestino y la retirada de casi todos los territorios capturados en 1967 como compromisos tolerables para lograr la paz. Israel reconoció a la OLP, permitió que sus fuerzas -- incluidos muchos terroristas -- volvieran del exilio a Cisjordania y Gaza, y entregó armas y el control sobre el territorio. Esta política se basó en las promesas de la OLP de que reconocería a Israel y detendría la incitación para destruir Israel, pondría un alto a su propio terrorismo y desmantelaría a los grupos asentados en los territorios que trataban de atacar a Israel. Aunque pocos de estos compromisos se cumplieron, muchos israelíes sostuvieron que todos estos problemas se resolverían cuando empezaran las negociaciones finales y los palestinos vieran un verdadero progreso hacia el final de la ocupación y recibieran un Estado propio y miles de millones de dólares en ayuda de compensación.

Pero el proceso de Oslo fracasó, y más allá de la responsabilidad de Israel por este fracaso, los israelíes concluyeron que la falla principal estaba del otro lado. Hasta 2000, muchos israelíes creyeron que si sólo seguían ofreciendo y dando más -- si sólo hicieran un mejor trabajo de implementación o mostraran más empatía -- sería posible alcanzar la paz completa. Este anhelo, junto con la ardiente autocrítica tan característica de la sociedad israelí, inspiró muchas ilusiones. Sin embargo, al final, incluso una mayoría de la izquierda llegó a reconocer que tal optimismo no concordaba con los hechos ni ofrecía bases para una política sobre el tema . . . al menos no si Israel habría de sobrevivir.

Cuando en 2000 el primer ministro Ehud Barak ofreció a los palestinos un Estado independiente con capital en Jerusalén Oriental a cambio de una paz total, la dirigencia palestina desaprovechó la oportunidad. En cambio, lo que siguió fue una guerra terrorista de cinco años en la cual murieron más de mil israelíes . . . muchos de ellos con las armas que Israel había permitido que tuviera la Autoridad Palestina (AP) y por parte de bandidos que Israel había liberado de prisión o dejado que volvieran a los territorios. La incitación antiisraelí en las declaraciones oficiales de la AP y en las escuelas, mezquitas y medios de comunicación palestinos impulsó la destrucción de Israel y el asesinato de sus ciudadanos. Las concesiones israelíes se convirtieron en armas que se usaron para matar a la gente de Israel, lección que no debe dejar de tomarse en cuenta. Aunque hubieran preferido no llegar a esta conclusión, una abrumadora mayoría de israelíes llegó a poner en duda que la existente dirigencia palestina sería alguna vez un verdadero socio para la paz.

Al principio, la experiencia de Oslo pareció haber demolido principalmente la posición de la izquierda en Israel, pero de hecho demostró que tanto la izquierda como la derecha se habían equivocado. La izquierda había pensado que el líder palestino Yaser Arafat haría un trato y se apegaría a él, y la derecha había esperado que hiciera un trato y lo rompiera. Los defensores del proceso sostenían que si se ofrecía un buen trato a Arafat -- un Estado palestino en Cisjordania y Gaza, la mayor parte de Jerusalén Oriental, el final de la ocupación y mucho dinero por compensaciones -- , éste haría la paz. El Estado palestino resultante tendría interés en mantener la estabilidad y elevar los niveles de vida de sus ciudadanos; los refugiados palestinos regresarían con miles de millones de dólares del extranjero; los Estados árabes se alinearían para hacer la paz, y el conflicto habría terminado. Mientras tanto, la derecha criticaba el proceso de paz no en rechazo a la paz sino porque suponía que el proceso era una trampa. Pensaba que Arafat tomaría Cisjordania y Gaza, crearía un Estado palestino y luego utilizaría ese Estado como trampolín para tratar de borrar a Israel del mapa. Con ataques fronterizos, y con los Estados árabes o Irán enviando armas y ejércitos, nunca acabaría el conflicto . . . y se habría deteriorado la posición estratégica de Israel.

Ninguna de ambas cosas llegó a pasar. Nadie previó que a Arafat se le ofrecería el trato que propuso la izquierda, que lo rechazaría y que recurriría a una guerra total. Para los israelíes, el año 2000 fue una revelación. Los dirigentes palestinos y sirios considerados dispuestos para la paz optaron en cambio por continuar el conflicto. Los dirigentes palestinos mantuvieron el "derecho a volver" de los refugiados como su mayor prioridad, cosa que los israelíes vieron como un signo de que la destrucción de Israel era más importante para los líderes palestinos que poner fin a la ocupación. Los israelíes concluyeron que su vieja creencia en el deseo de los palestinos de la paz se había debilitado en lo fundamental.

A partir de entonces, se consideró que la dirigencia palestina no estaba preparada para la paz, y sin duda no le entusiasmaba. El proceso de construcción de confianza había fracasado. El resultado de las concesiones había sido desgastar nuevamente al país en vez de recompensarlo. ¿Cómo, preguntaban los israelíes, podrían reaccionar a estas revelaciones a fin de desarrollar un nuevo enfoque?

Cambio de paradigma

Desde el fracaso del proceso de paz de 2000, el pensamiento de los israelíes se ha visto muy afectado por la experiencia de la necesidad de defenderse contra uno de los ataques más sangrientos de terrorismo en la historia, además de una campaña internacional que etiqueta a Israel como un Estado paria que no merece existir. Pero otros acontecimientos en otras partes también ayudaron a crear un nuevo paradigma estratégico. Entre ellos están los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos, la guerra contra el terrorismo, el derrocamiento de Saddam Hussein, la aparición de un movimiento árabe por la democracia que desafía al orden imperante, la muerte de Arafat y la falta de un fuerte líder palestino nacionalista que lo sustituya, y la preponderancia adquirida por Hamas y otros movimientos islámicos radicales en el mundo árabe. Muchos de estos acontecimientos aumentaron la percepción profunda en Israel de que el problema no derivaba de la falta de generosidad de Israel sino de la naturaleza misma de su adversario. Alcanzar la paz, concluyeron los israelíes, sería más difícil y tardaría más de lo que habían considerado o esperado.

Al mismo tiempo, muchos otros acontecimientos que se sumaban indicaban que, aunque el conflicto continuaría, no se extendería ni se agravaría. Por su parte, la caída de Hussein eliminó una amenaza fundamental. Mientras tanto, otros regímenes árabes -- desafiados por los islamistas y estratégicamente débiles -- empezaron a estar dispuestos a sacrificar parte de su apoyo a los palestinos a cambio de una mejora de sus relaciones con Estados Unidos. Aun si no hacían la paz con Israel, tampoco querían la guerra y su respaldo a los palestinos llegó a su punto más bajo. Todo esto reforzó las tendencias desatadas por el final de la Guerra Fría y el cambio consiguiente en el equilibrio internacional de poder. El ambiente de seguridad de Israel empezó a tener un aspecto muy diferente. Los ejércitos y las armas árabes parecieron menos peligrosos, y la ocupación de territorios se volvió menos importante que mantener claras líneas defensivas que no encerraran a una población hostil.

Lo que surgió de la conmoción del fracaso de Oslo y de la guerra terrorista de cinco años que lo siguió fue una nueva síntesis en el pensamiento israelí: un consenso nacional a lo largo de líneas centristas, trazando ideas desde más allá del espectro político. De la izquierda provino la idea de que Israel debería retirarse de los territorios capturados, desmantelar muchos de los asentamientos y aceptar un Estado palestino independiente a cambio de una paz verdadera. Esto se mezclaba con la creencia de la derecha de que no habría ningún socio con el cual hacer una paz verdadera, durante mucho tiempo por venir.

Estas dos ideas se fundieron en un nuevo paradigma, que predomina en la política y el ideario israelíes, incluso cuando los palestinos se atengan a una política que combina la debilidad y la intransigencia. Aunque las esperanzas más optimistas de Israel se han desvanecido, la mayoría de los israelíes ahora cree que la situación puede hacerse más segura con el enfoque de la derecha.

Los militares israelíes desempeñaron un papel considerable en el desarrollo de este nuevo punto de vista. Su misión principal, concluyeron sus generales, había sido la de patrullar Cisjordania y la Franja de Gaza, donde protegía caminos y asentamientos a la vez que combatía a los terroristas en términos establecidos en buena parte por el enemigo. Ello no sólo debilitó demasiado a sus fuerzas, sino que también sacrificó las ventajas estratégicas que Israel sostenía. Además, la protección del territorio y de los ciudadanos de Israel se había hecho más difícil por la falta de una frontera perceptible o defendible. El problema no podía remediarse mientras se requiriera que el ejército defendiera cada asentamiento judío y tratara con una amplia y hostil población civil.

La idea de una defensa basada en una línea clara establecida a lo largo de un terreno ventajoso era mucho más atractiva para los estrategas. Los asentamientos peligrosamente expuestos podrían ser evacuados, y las nuevas cercas de seguridad ofrecerían una protección adicional a los ciudadanos israelíes. Con la protección de patrullas marítimas en la costa de la Franja de Gaza, con poderío aéreo e incursiones de corto plazo en los territorios, el único punto vulnerable que quedaba serían los misiles disparados desde el otro lado de la frontera, cosa que casi equivalía al problema enfrentado por las fuerzas israelíes cuando estaban realmente en el terreno en Cisjordania y Gaza.

El final de las ilusiones

Junto con los oficiales del ejército, tanto los políticos como el público israelíes reconocieron que la adopción de un marco sostenible para la defensa implicaría renunciar a la idea de que la AP ayudaría alguna vez a combatir el terrorismo; la experiencia había enseñado a Israel que la dirigencia palestina era, en el mejor de los casos, inútil y, en el peor, un aliado de facto de los terroristas. En una entrevista de oc¬tubre de 2004 concedida a Haaretz, Dov Weisglass, consejero de Sharon, dijo que durante mucho tiempo, la "suposición era que cuando la mayoría palestina obtuviera la satisfacción nacional, ellos de¬pondrían las armas y que los 'ocupantes' y los 'ocupados' saldrían de las trincheras y se abrazarían y besarían". Pero Sharon entendió que ninguna dirigencia palestina forzaría una política moderada contra su sociedad y que, en palabras de Weisglass, "el terrorismo palestino, en parte, no tiene un carácter nacional en lo absoluto, sino religioso. Por tanto, garantizar la satisfacción nacional no resolverá el problema de este terrorismo".

El consenso estribaba en que había pocas posibilidades de lograr un acuerdo con los palestinos debido a la naturaleza de su política y dirigencia. Prácticamente nadie en la dirigencia palestina trató realmente de alterar esa naturaleza en la década de 1990, y los líderes palestinos cada vez más intensa y abiertamente suscribieron las posiciones radicales después de 2000. Más allá de las buenas intenciones que pueda tener el dirigente palestino Mahmoud Abbas, es demasiado débil para imponer el orden o tomar las duras decisiones necesarias para la paz, sobre todo ante la ausencia de cualquier facción moderada fuerte que pudiera contribuir a rehacer la política palestina. Cuando tuvo el control, el movimiento Fatah de Arafat sencillamente no ofreció tal liderazgo, y la corrupción y la incompetencia fueron destruyéndolo (como se hizo evidente cuando fue derrotado en las elecciones de enero de 2006). Además, la clara multiplicidad y rebeldía de varias facciones palestinas hicieron casi imposible la imposición del orden, por no hablar de una política coherente, aparte de la opción, comprendida y aceptada por la mayoría, de continuar con el conflicto. Y aunque Fatah estaba abrumadoramente dominada por los extremistas, que incluían tanto a los viejos e intransigentes seguidores de línea dura como a una generación más joven que ensalzaban el terrorismo de las Brigadas de Al Aqsa, Hamas iba adquiriendo cada vez más poder.

Mientras tanto, el deseo de los palestinos de eliminar a Israel resultó ser demasiado fuerte de vencer, y su glorificación de la violencia demasiado poderosa. Parecía que los dirigentes palestinos nunca dejarían de incitar al terrorismo o de armar a grupos terroristas. Los líderes palestinos, los activistas palestinos y el público palestino en general seguían creyendo que la victoria total, es decir la destrucción de Israel, era posible. Incluso cuando las encuestas mostraron la existencia de opiniones más moderadas entre los palestinos promedio, éstas nunca entraron en los programas de la dirigencia, mucho menos en las agendas de los hombres armados que atacaban Israel y sembraban el caos entre su propio pueblo.

Este análisis se resume en la descripción que hizo Weisglass de las opiniones de Sharon, a las que Olmert, su lugarteniente más cercano y hoy su sucesor, dio forma. Weisglass explicó: "Sharon no piensa que después de un conflicto de 104 años sea posible obtener un pedazo de papel que ponga fin al asunto. Piensa que la otra parte debe someterse a un profundo y amplio cambio sociopolítico". La mayoría de los israelíes no ve ningún indicio de que tal proceso haya empezado. Por el contrario, la política palestina ha ido en la dirección contraria, como claramente demostraría la reciente elección de Hamas. Con Hamas en el poder, Abbas ha perdido aún más poder, Fatah se ha radicalizado y se ha vuelto más violento en un esfuerzo desesperado por competir con los islamistas, y se ha intensificado la incitación de la generación palestina más joven a continuar la lucha durante muchos años.

Los israelíes esperan que algún día las cosas sean diferentes, pero son conscientes de que ese día podría estar muy lejos en el futuro. Sin embargo, en el caso de que así suceda, la nueva política de Israel ha puesto en claro su disposición a establecer un compromiso verdadero por la paz. No obstante, mientras tanto, Israel necesitaba una nueva estrategia que se adecuara a las condiciones existentes. Como dijo Weisglass: "Cuando se juega a solas, cuando nadie está sentado al otro lado de la mesa, no hay más opción que barajar los naipes uno mismo".

Cuando Weisglass dijo que el proceso de paz debía ponerse en "formaldehído", no quiso decir que Sharon trataba de aniquilarlo. Uno no aniquila algo con el formaldehído; lo conserva para el futuro. Lo que Weisglass quiso decir era que la política israelí debía mantener abierta la posibilidad de entablar negociaciones exitosas con los palestinos, pero que para ello se requería una etapa de transición.

Ir por la libre

Tal fue el contexto en el que Sharon decidió completar el retiro de la Franja de Gaza y desmantelar varios asentamientos de Cisjordania. Como paso siguiente, durante la campaña electoral de 2006, su sucesor, Olmert, anunció una política de "convergencia", en la que Israel se retiraría de la mayor parte de las posiciones que le quedaban en Cisjordania, desmantelaría muchos más asentamientos y consolidaría los "bloques de asentamientos" que tuviera la intención de reclamar en el futuro.

La idea de la separación entre Israel y los territorios tiene una historia bipartidista. Primero fue planteada por el ex ministro de Defensa Yitzhak Mordechai, del Likud, y luego por Barak, del Laborista. El retiro unilateral fue defendido por los laboristas en las elecciones de 2002 (aunque los votantes rechazaron la idea, y Sharon se opuso a ella, cuando fue presentada como parte de un esfuerzo para persuadir a los palestinos de la buena fe de Israel, más que como parte de una política estratégica coherente). En sus primeros años en el poder, Sharon tampoco mostraba entusiasmo por construir una cerca de seguridad en Cisjordania. Históricamente, la derecha política en Israel se opuso a este proyecto por temor de que ello pudiera demostrar que Israel estaba preparado para dejar casi toda Cisjordania. En torno a esto, como en la cuestión del retiro unilateral de Gaza, Sharon haría un cambio de posición total.

¿Qué fue lo que ocurrió que hizo a Sharon dar marcha atrás por completo, al punto de que muchos de sus colegas del partido lo reprobaron? Olmert afirma que él fue el primero en presentar la idea, la cual, junto con el análisis del establecimiento de defensa de los factores antes mencionados, instigó a Sharon a repensar las cosas en forma importante.

Es cierto que Israel nunca había querido la Franja de Gaza para mucho, a no ser para propósitos defensivos. En 1992, al comenzar las conversaciones con la OLP, la oferta inicial de Israel incluyó entregar la Franja de Gaza al dominio palestino. Desde 1994, la mayor parte del territorio había estado bajo el control de la AP. Una década más tarde, los israelíes estaban poco dispuestos a retirarse, no por algún deseo intrínseco de conservarlo, sino por su preocupación de que el área se convirtiera en una base para atacar a Israel. A muchos también les preocupaba que el retiro de Gaza fuera tomado como un precedente para dejar toda Cisjordania y que los terroristas lo consideraran como una victoria, con lo que se alentarían más acciones de terrorismo y se reducirían los esfuerzos de Israel para negociar sobre algo más. Eran argumentos muy impresionantes, pero para 2004 ya no persuadían ni siquiera a un primer ministro que históricamente era de línea dura.

El retiro de la Franja de Gaza seguía siendo algo doloroso para los dirigentes y los ciudadanos de Israel. El abandono voluntario del territorio capturado en una guerra en curso, cuando uno de los adversarios se niega a hacer la paz (o incluso aceptar el derecho de su enemigo de existir), prácticamente carece de precedentes. Para alcanzar una opción democrática, con un abrumador respaldo de la opinión pública israelí, poner en práctica este retiro demandaba reconsiderar las suposiciones básicas. ¿Podía Israel replegarse sin que ello pareciera una victoria del terrorismo? ¿Estaba preparado el país para desarraigar a ciudadanos que habían vivido en Gaza durante décadas? ¿Significaba el repliegue ceder un activo en el proceso de negociación sin, a la vez, recibir nada a cambio? ¿El territorio abandonado se convertiría sencillamente en una base para más ataques terroristas contra Israel?

Al cambiar el concepto estratégico del país, Sharon tenía que responder a esas preguntas . . . a riesgo de pagar un alto precio político. Antes de anunciar su plan de retirada, gozaba de una inmensa popularidad tanto en la derecha como en la izquierda. Sin duda, su Partido Likud lo apoyaba sólidamente, y podía continuar como primer ministro mientras así lo quisiera. Después su partido se dividió, y la mitad estaba furiosa y lista para sustituirlo; su futuro político estaba en entredicho, aunque fuera temporalmente.

Sharon tenía varios motivos serios para correr tan grandes riesgos políticos y estratégicos. Quería que su legado mostrara que era un moderado que había buscado la paz y hecho de Israel un país más seguro. Pero reconoció la necesidad de Israel de una postura estratégica sostenible mientras estuviera fuera del alcance una solución diplomática completa. Llegó a darse cuenta de que mantener los territorios ya no era algo ventajoso en términos estratégicos (y era quizá perjudicial en una larga guerra de desgaste) y aceptó la realidad demográfica de que Israel, si no cambiaba de enfoque, pronto estaría gobernando sobre una población árabe que excedería en número a su propia población judía. Sharon también quería poner el balón en el campo palestino, obligándolos a demostrar si serían capaces de gobernar un territorio que, para la mayoría de los propósitos prácticos, era un Estado. Entregar la Franja de Gaza, dijo Weisglass, significaba que "no había más excusas. [ . . . ] El mundo entero está preguntándose qué se proponen hacer con esta rebanada de tierra". Al final, Israel incluso entregó el control de la frontera de Gaza con Egipto a la AP. Ante el argumento de que mantener la tierra proporcionaba un elemento de negociación en las conversaciones, Sharon sencillamente preguntó: ¿De qué nos sirven elementos de negociación cuando no hay nadie con quien negociar?

Mientras tanto, Sharon creía que las cercas de seguridad ofrecerían una línea viable hacia la cual podían retirarse las fuerzas israelíes y que, habiendo ganado la guerra de 2000-2005, Israel podía desplegar de nuevo sus tropas en sus propios términos: el resultado de una victoria sobre el terrorismo y no una derrota por parte del mismo. De todos modos, Israel podría ejercer acciones de represalia cuando fuera necesario, y las medidas defensivas de seguridad parecían prometedoras. Según encuestas, alrededor de 80% de los israelíes consideró atractiva el retiro unilateral de Gaza y de partes de Cisjordania.

Si la política palestina hubiera sido diferente, el retiro de Gaza podría haber iniciado un verdadero progreso hacia la paz. Si las autoridades palestinas hubieran sido capaces de mantener el orden, detener el terrorismo y hacer de la Franja de Gaza el escaparate de un Estado palestino moderado, habrían atraído el respaldo internacional y dentro del mismo Israel para buscar una solución de amplio espectro. Pocos israelíes esperaban que esto ocurriera, pero el retiro era una oportunidad genuina para que la dirigencia palestina demostrara que tal escepticismo era incorrecto. Pero no fue así.

Un nuevo consenso

La traducción del nuevo paradigma de la estrategia de Israel en acciones empezó con un movimiento de Sharon, que no sólo excluyó a los palestinos sino que además se hizo sin consultar a su propio partido. Cuando el polvo se asentó, la realineación política puso al Partido Laborista a la izquierda de Sharon, a su nuevo Partido Kadima en el centro y al Likud a su derecha.

Quienes permanecieron en el Likud, ahora conducido por el ex primer ministro Benjamin Netanyahu, adoptaron la postura tradicional de tratar de mantener todo lo que quedara del territorio capturado en 1967; en ello estaban de acuerdo con que el actual movimiento palestino no era un socio para la paz, pero rechazaban el nuevo paradigma con el que supuestamente se respondería a esta situación. Sin embargo, incluso en el Likud, una amplia facción encabezada por el ex ministro de Asuntos Exteriores, Silvan Shalom, aceptó en lo fundamental el nuevo concepto estratégico Sharon-Olmert.

El Partido Laborista se concentró en una parte completamente diferente del consenso nacional. Ya que su pasada impaciencia para hacer concesiones había cobrado tanto descrédito, subrayó en cambio temas sociales internos. Al mismo tiempo, sus dirigentes aceptaron en lo esencial el nuevo paradigma estratégico, postura que se endureció tras la victoria electoral de Hamas.

El Partido Kadima encarnó el nuevo consenso nacional, y así ganó las elecciones de marzo de 2006. El objetivo común de sus diversos miembros y partidarios era dar prioridad a la nueva agenda estratégica: garantizar la seguridad de Israel mediante el reforzamiento de sus defensas contra el terrorismo, rechazar las ilusiones y consolidar el control sobre las relativamente pequeñas porciones de Cisjordania que Israel se propone reclamar como parte de un acuerdo diplomático.

Todo este replanteamiento y el relanzamiento de la política tuvieron lugar antes de que Hamas ganara en las elecciones palestinas de enero de 2006. Cuando los israelíes concluyeron que no había ningún socio palestino para la paz, pensaban más bien en Fatah y Abbas, no en Hamas. La victoria de Hamas sólo reforzó esta perspectiva, y también demostró su exactitud a muchos observadores extranjeros.

Con Sharon postrado en la incapacidad y con una inevitable victoria del Kadima, el partido de Olmert no logró todo lo que se esperaba de él en las elecciones de marzo. Algunos votantes se quedaron en casa; otros emitieron sus votos para expresar su respaldo a partidos de intereses especiales. Sin embargo, los partidos que suscribieron el nuevo paradigma tuvieron en general buenos resultados, y a los de la extrema izquierda y la extrema derecha les fue muy mal. Habiendo puesto en claro su plan antes del día de las elecciones, Olmert podía afirmar que se le había entregado dicho mandato.

Los elementos básicos del nuevo paradigma ahora constituyen el programa del nuevo gobierno de Israel, y es probable que lo siga siendo durante mucho tiempo. Israel quiere la paz. Está dispuesto a ser flexible, a correr riesgos y hacer concesiones, y a lograr un acuerdo con un Estado palestino en buena parte de lo relacionado con Cisjordania y en todo lo relativo a la Franja de Gaza. El objetivo no es la ocupación, sino la seguridad y el derecho de existir como una sociedad que no es objeto de un ataque exterior. Al mismo tiempo, los israelíes creen que no se cuenta con ningún socio para la paz, y que no lo habrá pronto. Unas cuantas declaraciones dispersas, ambiguamente "moderadas", de Hamas no los engañarán para hacerlos pensar que Hamas ha cambiado, sobre todo porque sigue incitando, facilitando y respaldando los ataques terroristas.

La política de "convergencia" de Olmert es la expresión de esas creencias. En una entrevista concedida el 9 de abril a The Washington Post, Olmert presentó un resumen sucinto de dicha política. Los asentamientos que queden fuera de la cerca de seguridad a la larga serán eliminados y sus residentes "convergerán hacia los bloques de asentamientos que permanecerán bajo control israelí. [ . . . ] En el resto de los territorios no habrá ninguna presencia israelí y se permitirá la contigüidad territorial con un futuro Estado palestino". El objetivo de Israel, que perseguirá en forma temporal, es tener fronteras muy cercanas, pero no exactamente coincidentes, con las del periodo anterior a 1967.

Un factor decisivo en esta orientación defensiva será la culminación de la cerca de seguridad para proteger a Israel contra ataques; pero se harán esfuerzos para minimizar el sufrimiento de los palestinos, contando en ello la posible alteración del trazo de la cerca en respuesta a juicios palestinos ante tribunales israelíes. Otro elemento vital será que Israel mantendrá su derecho a la acción militar para prevenir ataques terroristas, incluido el lanzamiento de misiles, y el de garantizar que quienes realicen tales operaciones no serán capaces de repetirlas en el futuro.

A pesar de su evaluación crítica de la política palestina, Israel tratará de ayudar a moderar a los palestinos, pero sin guardar expectativas ilusorias respecto a su poder o a su grado de pragmatismo. Lo importante no es si los funcionarios israelíes se reúnen con funcionarios de Abbas u otros funcionarios palestinos, sino si hay alguna razón para creer que tales debates podrían tener un verdadero resultado.

Por último, dado este nuevo consenso sobre la paz y los temas de seguridad, los israelíes se concentran en los asuntos internos de ín¬dole socioeconómica. Israel ha tenido un desempeño notablemente satisfactorio en cuanto a la construcción de su economía e infraestructura y en cuanto a elevar sus niveles de vida pese a las fuertes tensiones causadas por sus necesidades de seguridad y al gasto en los asentamientos. Sin embargo, los cambios en los últimos años, muchos de los cuales corren en paralelo con las tendencias en otras partes del mundo, han ampliado las brechas socioeconómicas, socavado el sentido de comunidad de Israel e impedido que mejoren las instituciones de asistencia a la salud, educativas y de otro tipo. Con un nuevo paradigma de seguridad y dar por concluidos muchos añejos debates, los israelíes creen que ha llegado la hora de concentrarse en esos problemas.

Esta revolución ha promovido la unidad nacional. Quienes piensan que Israel puede obtener la paz sencillamente cediendo más, así como quienes piensan que Israel debería conservar todos los territorios, se han visto empujados hacia los márgenes de la política y el debate. Enfrentar la realidad y sacar el mejor partido de las difíciles condiciones ha triunfado sobre las ilusiones. Tal es el tipo de enfoque que satisface a una cultura política israelí que siempre se ha concentrado en el arte de lo posible. En este caso, un optimismo relativo es el resultado de sacar el mayor provecho posible de una situación aparentemente irresoluble que, de no lograrse, sólo puede engendrar la desesperanza.