lunes, 23 de junio de 2008

COSTA DE MARFIL: UN FRACASO FRANCÉS EN ÁFRICA


Alberto Míguez

Al mediodía del día 6 de noviembre de 2004, un aparato Sukhoi-25 de fabricación soviética y perteneciente a las fuerzas aéreas de Costa de Marfil lanzó varios cohetes de 57 milímetros sobre las instalaciones de un campamento militar francés situado en las afueras de la ciudad de Buake, al norte de Costa de Marfil. Balance de la operación: nueve soldados franceses muertos y una veintena de heridos, algunos muy graves.

Las tropas acantonadas en el campamento de Buake formaban parte del contingente “Licorne”, componente esencial de la fuerza de interposición de la ONU (UNICI).

Minutos después del inesperado ataque, el Estado Mayor francés ordenaba desde París una “operación respuesta” que se saldó con la destrucción de los cazas Sukhoi que participaron en el ataque y estaban tripulados por pilotos bielorrusos. En menos de una hora toda la fuerza aérea marfileña (dos helicópteros MI-25 y uno MI-8) fue aniquilada, incluido un helicóptero de transporte al servicio del presidente Laurent Gbagbo.

Mientras se producía esta operación de castigo, pandillas de “jóvenes patriotas” (las milicias militarizadas del presidente Gbagbo) iniciaban una serie de asaltos, incendios, robos y violencias contra sociedades, instalaciones y residencias de ciudadanos franceses en la capital del país, Abiyán.

Varios liceos, librerías, sociedades comerciales y múltiples residencias fueron incendiados. Se produjeron al menos diez violaciones (denunciadas) y algunos heridos entre los colonos que iniciaron la huida con la ayuda del contingente galo. Por su parte, tropas de comando marfileñas intentaron asaltar la base francesa donde se hallaba concentrada la 43 Bi-Ma (brigada de infantería de marina) situada cerca del aeropuerto internacional. Grupos de alborotadores se colaron en las instalaciones comerciales del propio aeropuerto y, tras robar en algunas tiendas, fueron desalojados por las tropas franceses que a partir de ese momento lograron cortar el camino a una multitud de manifestantes eufóricos y agresivos, algunos de los cuales reivindicaban “un francés por cabeza”. La situación fue especialmente difícil en el exclusivo barrio de Cocody, donde se encuentran la presidencia de la República, las instalaciones de la embajada francesa y el hotel Ivoire, uno de los “puntos de encuentro” donde los residentes franceses fueron citados para ser trasladados por los contingentes del cuerpo “Licorne” hasta el aeropuerto internacional.

Durante tres días, y mientras continuaban en toda la capital del país los incidentes –los asaltos, las violaciones y las palizas a los residentes franceses–, se inició una operación para “extraer” a cinco mil franceses (de los quince mil instalados en Costa de Marfil) y de otras nacionalidades (entre ellos casi un centenar de españoles) en medio de los enfrentamientos entre las turbas de “patriotas” y las tropas de la “Licorne”. Tanto Laurent Gbagbo como el presidente de la Asamblea Nacional marfileña, Mamadú Kulibali, reiteraron sus ataques contra el Estado francés y el propio Jacques Chirac. Gbagbo llegó a establecer semejanzas entre la incursión de “120 carros franceses en los alrededores de la residencia presidencial” con la invasión en 1968 de los tanques soviéticos en Praga”.

El gobierno francés movilizó tras los incidentes contra sus ciudadanos en Costa de Marfil a los presidentes africanos amigos (Abdulaye Wade de Senegal, Omar Bongo de Gabon, Eyadema de Togo, Blaise Campaoré de Burkina Faso) para anunciarles su decisión de convocar al Consejo de Seguridad de la ONU para que éste implementara un embargo de armamento contra el régimen de Costa de Marfil, como así fue tres días después. El presidente Gbagbo había advertido que tras la destrucción de su fuerza aérea estaba dispuesto a reponerla “dos o tres veces si fuese necesario”.

El presidente en ejercicio de la UA (Unión Africana), el nigeriano Obasanjo convocó al respecto una reunión en la ciudad de Abuja para apoyar la resolución presentada por Francia en el Consejo mientras el presidente de Sudáfica, Thabo Mbeki viajaba a Abiyán para tranquilizar al presidente marfileño y conversar con los principales líderes de la oposición, especialmente con el ex primer ministro Alassane Uattara, clave en la actual crisis y, para algunos, un político de futuro.

Tampoco el presidente Jacques Chirac tuvo pelos en la lengua durante los días posteriores al ataque contra las tropas francesas y los sangrientos incidentes posteriores. “No dejaremos que se desarrolle en Costa de Marfil –advirtió en un discurso en Marsella– un régimen que sólo puede conducir a la anarquía o a un sistema de naturaleza fascista”. “En un ambiente desastroso –añadió– se está desarrollando un sistema de enfrentamientos y tensiones: el Norte contra el Sur, los musulmanes contra los cristianos y ahora la caza del blanco, del extranjero, porque en estos momentos no son solamente los franceses que huyen, también hay muchos marfileños que hacen lo mismo”. Quedaban un tanto lejos las críticas del propio Chirac a Bush cuando se produjo la invasión de Irak, como no dejaron de constatar algunos analistas.

Gbagbo no perdió la oportunidad para reprochar a Chirac y a sus correligionarios gaullistas “haber sostenido durante cuarenta años el partido único –durante el “reino” del “padre fundador” del país, Houphouët Boigny– que era lo más parecido al fascismo”. “¡Fuimos nosotros los que estábamos entonces en la cárcel a causa de ese régimen de partido único apoyado por Francia!”.

Mientras este intercambio de declaraciones y epítetos se producía entre Abiyán y Paris, los medios de comunicación marfileños controlados férreamente por los “patriotas” y sus milicias avanzaban algunas propuestas un tanto extravagantes como, por ejemplo, “prender a los franceses y tomarlos como rehenes para obligar a Paris a que negocie”.

El presidente Gbagbo mostraba mientras tanto un talante tranquilo ante quienes le preguntaban angustiados hasta qué punto el país podría sobrevivir sin los “cuadros” franceses que ahora huían. “Volverán –contestó el presidente–. Una cosa es ser director de empresa en Costa de Marfil y otra, parado en Francia”.

El presidente marfileño ha intentado a lo largo de la crisis personalizar en Jacques Chirac el origen y la responsabilidad de la misma: “No sé por qué Chirac me detesta ni por qué ha hecho todo eso. Desde que soy presidente nada hice contra los franceses y sus intereses aquí. No sé por qué se comportan con tanta arrogancia, como si fueran los patrones y nosotros, todavía, los esclavos”.

Mientras la “histeria nacionalista y xenófoba” alcanzaba todos los rangos de un país dividido en dos y Francia intentaba mover sus peones africanos con vistas a una reconciliación a medio plazo, los primeros análisis de riesgos y prospectiva empezaban a menudear en las Cancillerías europeas. Además, el Departamento de Estado no disimulaba su preocupación creciente y su interés por lo que estaba sucediendo en lo que fue la perla de la corona africana de Francia.

Nadie mínimamente informado debiera sorprenderse, sin embargo, por la actual crisis marfileña que es la continuación lógica de un permanente estado de crisis y agitación tras la desaparición de Félix Houphouët Boigny, mas conocido como “El Viejo”, “padre fundador” de la nación que jugó un papel importante en la política de la metrópoli durante la IV República. El régimen de Houphouët se basaba obviamente en el poder supremo y personal del líder y en una estructura autoritaria de partido único arropada por el poder militar francés y la presencia de varios miles de colonos encargados de que la economía –una de las más prósperas del África ecuatorial entonces– funcionara adecuadamente.

Costa de Marfil fue durante bastantes años un ejemplo de estabilidad política y económica. Esto no era óbice para que las peores características del régimen –autoritarismo, arbitrismo y corrupción– terminaran imponiéndose y el descontento creciese entre una población un tanto harta de soportar los sueños faraónicos de “El Viejo”, entre ellos la famosa “catedral” de Yamassukro, más grande que la basílica de San Pedro, una locura tropical digna de cualquier Tirano Banderas africano.

El enfrentamiento entre los dos herederos de “El Viejo”, Henri Konan Bedié y Alassane Ouattara, no tardó en producirse tras la muerte del “padre fundador” del país. Bedié sucedió a Houphouët en diciembre de 1993, pero antes incluso de organizar elecciones presidenciales y presentar su candidatura decidió alejar a Uattara del escenario político marfileño adoptando un nuevo código electoral en noviembre de 1994. En dicho código se limitaba el derecho a la elección presidencial a quienes fuesen hijos de padre y madre marfileña. Así nació un concepto cuyas consecuencias serían fatales y que todavía condiciona la vida política de Costa de Marfil, la “marfileñidad” (ivoirité, en francés), una suerte de xenofobia contra al menos un tercio de la población de origen “burkinés” (de Burkina Faso, uno de los países vecinos) en su inmensa mayoría de religión musulmana –los marfileños se proclaman unánimemente católicos– y que forman la principal fuerza de trabajo en los grandes centros urbanos, concentrados en los barrios periféricos y más pobres. Uattara, cuya madre era burkinesa, no pudo, pues, presentarse a las elecciones y vencer a Konan Bedié. Se rompía así el “clan Houphouët” en el que la metrópoli confiaba para mantener la ejemplar estabilidad. A partir de ese momento muchos analistas convirtieron a Uattara en “el hombre de los americanos”, debido tal vez a los puestos de responsabilidad que desempeñó en el FMI en Washington en otras épocas.

El pucherazo legal de Konan Bedié no fue óbice para que, en diciembre de 1999, el jefe de las fuerzas armadas, general Robert Guei, diera un golpe de Estado y se hiciera con el poder, aunque no logró mantenerlo porque en octubre del 2000 accedió a permitir elecciones presidenciales que fueron ganadas esta vez por Laurent Gbabgo, un oponente histórico a Houphouët durante cuyo régimen fue perseguido y encarcelado.

Gbabgo contó siempre con el apoyo indisimulado del partido socialista francés, a muchos de cuyos dirigentes había conocido en la metrópoli durante los largos años de exilio que allí pasó. Su partido (el FPI, Frente Popular marfileño) forma parte todavía de la Internacional Socialista, aunque podría ser excluido próximamente.

La victoria de Gbabgo en aquellas elecciones presidenciales fue contestada a derecha e izquierda. Y, en primer lugar, por el propio Uattara cuya “no-marfileñidad” le impidió presentarse. Uattara y Konan Bedié terminaron reconciliándose recientemente y formaron una alianza de pequeños partidos a imagen y semejanza de la UMP (Unión de la Mayoría Presidencial) de Jacques Chirac para vencer en las anunciadas elecciones del año próximo a Gbagbo. En estos momentos, y dada la evolución del régimen, parece cada día menos probable que tales elecciones lleguen a celebrarse en la fecha prevista.

En septiembre de 2002 las fuerzas que se oponían al régimen establecido por Gbagbo iniciaron una rebelión que alcanzó a casi todas las regiones del país. El carácter un tanto heterogéneo de los participantes y la confusión que todavía hoy reina sobre sus objetivos y métodos impide, paradójicamente, calibrar los resultados del levantamiento. A partir de entonces, la mitad norte del país cayó en manos de las llamadas “Fuerzas Nuevas”, principal rama de la rebelión que dirige Guillaume Soro, un antiguo correligionario de Gbagbo con quien compartió en el pasado cárcel y exilio.

El enfrentamiento entre las fuerzas regulares de la República (FANCI) y la guerrilla se saldó con varios miles de muertos y produjo un éxodo fatal de poblaciones según fuese el origen tribal, la confesión religiosa y los clanes de pertenencia.

La ex metrópoli, Francia, intentó pacificar al país mediante el recurso al diálogo entre las fuerzas opuestas y convocó con enormes dificultades y reticencias por todas las partes una conferencia de reconciliación en Marcoussis (enero de 2003) a la que asistieron representantes del poder legal de las diversas guerrillas y de los diferentes y variopintos partidos políticos.

De Marcoussis salió un acuerdo –que sigue siendo válido para el Estado francés aunque en la práctica y sobre el terreno pronto se convirtió en papel mojado– que preveía la supresión del concepto de “marfileñidad” en un nuevo código electoral, el desarme de los contendientes, la instalación de fuerzas internacionales de interposición y la constitución de un gobierno en el que participasen también los rebeldes.

La paradoja de este acuerdo es que permitía a los representantes de los rebeldes sentarse en el Consejo de ministros e incluso desempeñar alguna de las carteras más importantes del gobierno, mientras sus correligionarios se enfrentaban con las fuerzas del propio gobierno. Estos “ministros de la rebelión” siguen en los momentos actuales alojados en uno de los principales hoteles turísticos de Abiyán y despachan los asuntos corrientes rodeados de enemigos.

Algunos analistas compararon este extraño modelo de coexistencia con el que estuvo vigente en Angola durante varios años cuando representantes de la guerrilla UNITA participaban en las altas instancias del país junto con los dirigentes del partido único (el MPLA). La muerte en combate del líder máximo de la UNITA, Jonás Savimbi, dio al traste con una situación insostenible.

La UA (Unión Africana) quiso también participar en el impulso de paz inspirado por Francia y tras las reuniones de Marcoussis promovió una reunión en Accra en la que participaron los Estados de la CEDEAO (Estados del Oeste africano) y otros, vecinos. El envío de fuerzas de interposición y de paz al país (UNICI) constituyó el primer signo de que la masacre de Costa de Marfil no se procesaba entre la indiferencia de unos y el excesivo interés de la ex metrópoli que temía, con razón, perder los privilegios conquistados durante la colonización y las importantes inversiones consiguientes.

Tanto los acuerdos de Marcoussis como los de Accra han funcionado irregularmente y el país sigue dividido en dos partes, controladas por el régimen de Gbagbo, una, y las “Fuerzas Nuevas”, otra. Mejor que peor, las fuerzas internacionales de interposición y la misión francesa “Licorne” han logrado establecer una situación de “ni guerra ni paz”, que de vez en cuando uno de los contendientes rompe, como sucedió el pasado 6 de noviembre. En este caso, quienes sufrieron la ruptura del statu quo fueron las tropas francesas. El gobierno de Paris ha declarado que posee la documentación suficiente para demostrar que el ataque no fue ni fruto de la casualidad ni una equivocación, sino intencionado.

A la crisis política marfileña se le añade como es natural una crisis económica igualmente grave y profunda. Por cuarto año consecutivo el país tendrá un crecimiento negativo en 2004 y es poco probable que la cosecha de cacao –primer recurso del país– pueda enjugar el descenso espectacular de la producción. Por lo demás, el precio mínimo garantizado a los productores se ha convertido en precio indicativo a causa de la baja espectacular de precios en el mercado mundial. Si a esto se añade una cosecha de algodón mediocre, a causa precisamente de la huida en masa de los trabajadores burkineses (víctimas como muchos otros emigrantes de la xenofobia reinante en el país), y la caída de un 43% en la producción de café, el panorama resulta más que preocupante. La pobreza de la inmensa mayoría del país, el paro –que en algunas zonas alcanza a la mitad de la población– y la corrupción del régimen han convertido las zonas controladas por el presidente Gbagbo en una bomba de relojería.

Es obvio que el éxodo de los colonos franceses sólo puede intensificar la crisis económica y social, dado que la dependencia del país hacia la ex metrópoli no ha hecho sino crecer en los últimos cinco años. Unos quince mil franceses estaban instalados en Costa de Marfil hasta ahora. Tras los acontecimientos recientes, cinco mil se han ido, además de otros mil ciudadanos originarios de países europeos y de Estados Unidos. Las imágenes de una ciudad –Abiyán– en llamas y en manos de grupos armados y agresivos que los medios franceses han difundido en las últimas semanas para nada tranquilizarán a quienes decidieron tomar unas cortas vacaciones en la ex metrópoli antes de decidir el regreso definitivo. El propio ministro de Defensa marfileño dijo, quitándole importancia a la huida masiva, que “todos volverán y yo estaré aquí, en el aeropuerto, para recibirlos”. De ilusión también se vive.

La sociedad marfileña sufre la lacra del racismo antiblanco y de la xenofobia sobrevenida, como pudo verse días pasados. El problema estriba en que se trata de algo arraigado y difícil de neutralizar porque desde el poder se han incitado este tipo de conductos y prejuicios hasta el punto que el dirigente máximo de los llamados “jóvenes patriotas”, el “general” Charles Blé Gudé cuenta con los medios materiales y políticos provenientes del gobierno y se ha convertido en un líder popular para quien los soldados franceses son apenas una gavilla de asesinos.

La comunidad africana e internacional no sabe en realidad cómo hincarle el diente a la crisis de Costa de Marfil, cuya importancia estratégica está fuera de cualquier duda. En Costa de Marfil se reproducen las causas y los síntomas de otras guerras africanas, tales como las de Ruanda y Burundi y Congo: enfrentamientos tribales y religiosos, crisis económica y social, preponderancia de los antiguos colonos, estructura productiva dependiente de la antigua metrópoli, corrupción, etc.

La esperanza de que las fuerzas africanas de interposición puedan acabar con el enfrentamiento entre las tropas regulares y la guerrilla rebelde se ha ido diluyendo. En cuanto a las tropas francesas, está claro que no abandonarán Costa de Marfil mientras haya cientos de ciudadanos galos amenazados por la locura racista de las milicias marfileñas. Por otra parte, el propio Laurent Gbagbo ha dejado claro en todas sus intervenciones que no desea la salida de la misión “Licorne”, probablemente porque en un momento dado espera utilizarla a su arbitrio y conveniencia una vez pasada la etapa xenófoba y anticolonialista actual.

El interés académico de lo sucedido en Costa de Marfil es que este enfrentamiento fratricida marca el final del modelo neocolonial francés que en este país tenía características ejemplares. Pocos apuestan ya por la supervivencia o la regeneración de dicho modelo.

Algunos analistas han señalado que este conflicto puede inscribirse en la lucha de influencias que Francia mantiene con Estados Unidos en África. Para justificar tal sospecha han recordado que los piquetes de “jóvenes patriotas” que actuaron en Abiyán contra los intereses franceses enarbolaban banderas americanas. Sea como sea, la Administración sigue con mucho interés lo que está sucediendo en este país antaño ejemplar.

La triste realidad de estas guerras africanas es que finalmente serán las organizaciones humanitarias no gubernamentales y las agencias internacionales quienes deberán asumir los resultados de la locura, el racismo, la corrupción y la irresponsabilidad de los dirigentes. Pero la factura principal en dolor y sangre la pagarán, como siempre, los más pobres y olvidados.

Conclusiones

Algunos analistas han querido ver en los incidentes producidos en Costa de Marfil durante los primeros días de noviembre la prueba de que el modelo neocolonial francés ha quebrado y eso explicaría la intervención de las fuerzas militares galas destacadas en la misión “Licorne”, cuyo objetivo principal sería apoyar a las fuerzas de separación y pacificación de Naciones Unidas (UNICI). Costa de Marfil había sido hasta ahora el ejemplo más cuidado de este modelo, aunque hacía ya tiempo que la crisis económica social y étnica se había instalado en todo el territorio.

La ferocidad con que los “jóvenes patriotas” de Laurent Gbagbo atacaron los intereses franceses, sobre todo en la capital, Abiyán, y la respuesta de los comandos galos (medio centenar de víctimas entre la multitud, según fuentes marfileñas) sirvió para profundizar la hostilidad del gobierno galo y especialmente del presidente Chirac contra el régimen “semi-fascista y racista” de Gbagbo.

Será difícil en el futuro que Francia recupere su influencia y presencia en la ex colonia. Y el regreso de los colonos huidos (casi diez mil, de los quince mil instalados) tardará bastante en producirse.

El sistema francófono vigente en África ecuatorial (la reciente cumbre de la francofonía en Burkina Faso no contó con la presencia del presidente marfileño) difícilmente promoverá la normalización rápida de las relaciones entre la ex colonia y la ex metrópoli, que muchos en Paris solicitan y urgen.

Es posible que la actual situación de “ni guerra ni paz” en todo el país y la presencia de tropas africanas de interposición pueda extenderse durante bastante tiempo. Parece excluido que Francia retire sus fuerzas mientras cientos de sus colonos vivan en el territorio y pese sobre ellos la amenaza de que puedan repetirse los incidentes de noviembre pasado.

Para el presidente Laurante Gbagbo y sus seguidores la presencia militar francesa constituye por sí sola una amenaza y un desafío. Los más radicales seguidores del actual presidente no excluyen que el contingente francés pueda en un momento dado apoyar a las fuerzas de la oposición civil o armada en una nueva tentativa para derrocar al régimen de Gbagbo. Pero el remedio –una retirada ahora– sería peor que la enfermedad.

Ninguno de los países vecinos (Ghana, Burkina Faso y Malí) goza en la actualidad de la estabilidad y la riqueza que en otras épocas tuvo Costa de Marfil. Y el síndrome del dominó o del contagio no puede excluirse si la guerra civil en Costa de Marfil continúa. Sólo el despliegue tous azimuts de la diplomacia francesa en el África francófona apoyada por los países más seguros (Senegal, Malí, Gabón, Camerún, etc.) podría en el futuro inmediato facilitar el diálogo entre Abiyán y Paris. Hoy por hoy este diálogo es prácticamente inviable.