lunes, 23 de marzo de 2009

IRÁN, ACTOR GEOPOLÍTICO EN ORIENTE MEDIO


Gema Martín Muñoz

Irán es un inmenso país con una identidad nacionalista muy marcada por la autoestima de quienes se saben una gran civilización. La geografía también contribuye a la vocación iraní de ser un gran poder regional. Es un Estado-nación que se sitúa en una estratégica intersección entre el mundo árabe, turco, ruso e indio. Es un punto clave de tránsito de Oriente Medio, el Golfo Pérsico, Asia Central, el Cáucaso y el subcontinente indio; y une tres mares: el Caspio, el pérsico/arábigo y el mar de Omán. Sin embargo, nunca ha sido una potencia regional expansionista.

No existe tradición en Irán de invadir países vecinos, lo que no significa que no haya vivido una frustración acumulada a lo largo de la era contemporánea, consciente de su potencial poder regional, y sus escasas posibilidades de desarrollarlo. Cuando se reafirmaba como país soberano bajo el gobierno nacionalista de Mohammad Mosadeq, las potencias estadounidense y británica organizaron un golpe de estado en 1953 para convertirlo desde entonces en un «vasallo » local que desempeñó el papel de gendarme prooccidental durante la guerra fría hasta 1979. La revolución iraní, que desembocó en la República Islámica bajo el modelo jomeinista, abrió un período de aislamiento y sanciones que, de otra manera, volvieron a amputarle su capacidad de liderazgo regional.

Irán, consciente de su potencial, es a su vez el Estado de Oriente Medio más tradicional y decididamente defensor del «regionalismo», o lo que es lo mismo, de desarrollar un fuerte sistema regional entre sus actores locales, considerando, por el contrario, contraproducentes las políticas de alianza militar con potencias extranjeras, como es el caso de Arabia Saudí y los países del Golfo, que tratan de compensar su vulnerabilidad a través de la protección exterior y no de las potencias regionales de Oriente Medio. Situación ésta enormemente acrecentada desde la década de 1990.

A pesar de su aislamiento y castigo, Irán no ha dejado pasar la oportunidad, siempre que la ocasión se lo ha permitido, de mostrar su importante papel como actor regional, si bien sin lograr resultados relevantes. Durante la Guerra del Golfo en 1991 con su posición de colaboración con la alianza internacional anti-iraquí, en 1997, acogiendo en Teherán la cumbre de la Organización de la Conferencia Islámica o, más tarde, mostrando su colaboración en la «guerra contra el terror» a través de diversas detenciones de la lista de sospechosos de terrorismo. Sin embargo, ha sido la política estadounidense desde su invasión de Irak en 2003, y todas las consecuencias regionales que también ha conllevado, lo que ha abierto las puertas a Irán como progresivo actor regional. No obstante, dicho papel, si bien notablemente hoy más importante que antes, tampoco hay que sobredimensionarlo.

Factores a favor de Irán

El objetivo, o «sueño», de Irán es ser una respetada gran potencia regional. La situación actual no se lo permite en tanto que sea el gran enemigo de la única superpotencia global. Y dicha superpotencia lo ve como un problema a largo plazo para su política en Oriente Medio. Pero Irán juega sus cartas a pesar de estar rodeado de bases militares estadounidenses en Irak, los Estados del Golfo, Afganistán y Asia Central.

Por un lado, Irak y la cuestión chií. Entre las contradicciones inevitables que se derivan de la política errática de EE UU en Irak, una de ellas ha sido la de encumbrar a los actores chiíes. Y son exactamente los grupos chiíes iraquíes con más vínculos históricos y políticos con Irán los que los EE UU han colocado en el Gobierno iraquí: al-Da’wa, al que pertenece el primer ministro Nuri al-Maliki, y el Consejo de la Revolución Islámica en Irak (CRII), de Abdelaziz al-Hakim. Y, sin embargo, el actor chií iraquí más independiente de Teherán, sobre el que sin duda tiene menos influencia, Muqtada al-Sadr, se ha convertido en el gran enemigo chií de los estadounidenses en Irak. Las relaciones entre Irán y Muqtada al-Sadr son complejas, pero nunca éste, nacionalista iraquí de convicción, será el cliente iraní que al-Hakim siempre ha sido. Esta situación podría llevar a Teherán y Washington a coincidir en la batalla contra al-Sadr en un determinado momento, pero mostraría una vez más que es exactamente en este país, o lo que queda de él, donde los EE UU necesitan el diálogo y la cooperación iraní. Por ello, ha sido en Bagdad (el 27 de mayo de 2007) en el único espacio en el que los estadounidenses han llevado a cabo reuniones con responsables iraníes, reconociéndole muy a su pesar ese papel regional al que aspira.

Otros grandes errores han beneficiado al protagonismo político de los actores chiíes de Oriente Medio. En el Líbano, la guerra fracasada de Israel contra Hezbollah en el verano de 2006 ha reforzado a este último como actor insoslayable del escenario político libanés. Hezbollah es ante todo un partido libanés, cuyo marco de referencia está claramente insertado en su Estado-nación, pero en las necesarias alianzas estratégicas que cada actor necesita en la región, Siria e Irán constituyen su claro punto de apoyo. La manifiesta injerencia extranjera en la actual política libanesa, refuerza la concepción iraní de reforzar la zona de Oriente Medio a través de las alianzas de los Estados regionales y le abre, por tanto, la capacidad de influencia en la visión «regionalista» de Hezbollah.

En Palestina, la posición extrema de embargo y aislamiento contra Hamás en Gaza por parte de los EE UU, Israel, la UE y la propia Autoridad Nacional Palestina que gobierna Cisjordania, ha contribuido de manera relevante a que Irán entrase por primera vez en ese tan importante y simbólico espacio para todos los árabes y musulmanes, aportando una ayuda económica que el partido islamista palestino, suní e históricamente ajeno a Irán, ha inevitablemente recibido con respiro.

Asimismo, ante la posibilidad de un ataque a Irán por parte de los EE UU bajo el pretexto de la cuestión nuclear, pero con el claro objetivo de «cambiar el régimen », no se debe olvidar que el 75% de las reservas de petróleo mundiales se encuentran en el Golfo, y que el 70% de la población de esos países árabes es chií. Población que históricamente ha sido marginada y excluida por la hegemonía suní y, por tanto, su lealtad al Estado tiene escasas bases en las que sustentarse.

En Afganistán, la influencia iraní se ha mostrado tambiénen algunas significativas ocasiones. El caso de Gulbuddin Hekmatiar, antiguo muyahidin nacido al calor de la lucha contra los soviéticos, es particularmente destacable. Hekmatiar volvió a Afganistán en febrero de 2002 cuando Irán lo liberó del exilio controlado que ejercían sobre él las autoridades iraníes. Aunque para los intereses nacionales de Irán un Afganistán estable es fundamental (la cuestión de los refugiados afganos y el tráfico de drogas le afectan de manera muy negativa), la amenazante política estadounidense contra Teherán, convenció al Gobierno iraní de que la prioridad para su seguridad no estaba en contribuir a la de Afganistán sino en crear problemas a los EE UU en este país liberando al notorio «señor de la guerra» que es Hekmatiar, que se sumó inmediatamente a la desestabilización armada en su país.

Teherán está llevando a cabo también una activa política exterior en «dirección Este», donde está afianzando su liderazgo y contrarrestando la hegemonía energética estadounidense en el Golfo a través de establecer una relación estrecha de tipo comercial y energética con sus vecinos orientales a través del corredor Irán, Rusia y la India. Sin olvidar el lazo en este ámbito que une cada vez más a Irán con China. Es decir, Teherán está jugando sus cartas en esta zona como actor de seguridad energética. Esta política está siendo dirigida por el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Manuchehr Mottaki, quien realizó sus estudios en Bangalore, India. De manera que el «regionalismo» iraní va convirtiéndose también en una especie de «panregionalismo».

Factores en contra de Irán

Sin contar con el hecho de que ser considerado el enemigo número uno de la única gran superpotencia mundial supone un enorme handicap, otros factores juegan también en contra de la vocación de liderazgo iraní en Oriente Medio. El régimen iraní, lejos de ser monolítico padece una gran división y fragmentación interna que debilita sus capacidades de liderazgo regional. Falta el consenso sobre la dirección interna del país, sobre cómo llevar la cuestión de la energía nuclear, las relaciones con los EE UU y el papel regional que Irán debe desempeñar.

Esta realidad se debe a las discrepancias y rivalidades de su clase política. Todo ello lleva a su vez a que los dirigentes iraníes actúen más a favor de sus intereses que por los intereses nacionales. El resultado es la parálisis institucional consecuencia del faccionalismo (por ejemplo, Teherán aspira a integrarse en la Organización Mundial del Comercio, pero la reforma liberal necesaria para ello se enfrenta a un sector dirigente clave cuyo poder se basa en controlar el 80% de la economía del país) y el enfrentamiento interno sobre qué camino seguir en la política exterior.

Un ejemplo muy significativo son las críticas virulentas que un alto responsable iraní ha lanzado contra la política del Presidente Ahmadinejad. Hasan Rohani, próximo a Akbar Hachemi Rafsanjani y representante del Guía Supremo, el ayatollah Jamenei, en el Consejo Supremo de la Seguridad Nacional, ha expresado en sucesivas ocasiones su oposición al estilo provocador del Presidente y su posición a favor de mejorar las relaciones con occidente y los EE UU: «Los EE UU son nuestros enemigos (…) pero incluso el Profeta firmaba acuerdos de paz con los infieles» (…) «Se puede respetar a otro porque tenga un cuchillo entre las manos, pero es muy diferente del respeto que se le tiene por su saber, su ética y su ciencia».

Asimismo, Ahmadinejad se ha rodeado de una impopular elite política por su incompetencia administrativa, particularmente en términos de política económica. Sin embargo, esta incompetencia no significa que el país pueda evolucionar hacia la revuelta popular en caso de ataque exterior, como algunos estrategas estadounidenses vaticinan. El programa nuclear iraní es objeto de general orgullo patriótico.

Con respecto a la influencia iraní sobre el islam chií, hay también que tener en cuenta la división que existe en el universo de la autoridad religiosa chií y, si bien es un capital de influencia para Teherán en Oriente Medio, también es cierto que en diversas ocasiones el liderazgo religioso chií libanés e iraquí se han expresado más de acuerdo con los intereses nacionales respectivos que con la alianza incondicional iraní.

En Irak, la influencia que hasta ahora ha permitido a Teherán reforzarse, incluso ante EE UU, puede depender en el futuro de la evolución que el movimiento de Muqtada al-Sadr experimente, quien ha expresado en sucesivas ocasiones que no desea queIrán se mezcle en los asuntos iraquíes. Si al-Sadr refuerza su popularidad y poder frente al CRII de al-Hakim y la coalición chií que rodea al Primer Ministro al-Maliki, Irán perderá protagonismo en este país. El chiismo que representa al-Sadr es el más «iraquizado» y goza de una gran popularidad en los medios chiíes más desprotegidos. Unido a esto, no sólo ha eliminado cualquier retórica antisuní, sino que tiene estrechas relaciones con sectores suníes iraquíes con los que comparte la oposición radical contra la ocupación de EE UU y la idea de conservar como sea la unidad territorial iraquí, rechazando la creación de una región autónoma chií en el sur que, sin embargo, Abdelaziz al-Hakim ha defendido. A ello se suma que el gran aliado de Irán, Abdelaziz al- Hakim, está enfermo y no parece que pueda controlar la comunidad chií iraquí por mucho tiempo.

Su sucesor, Ammar al-Hakim, ni goza de la popularidad de Muqtada ni parece capaz de asegurar carismáticamente la unidad del CRII y su poderosa milicia al- Badr una vez Abdelaziz desaparezca. Irán es consciente de esta realidad y sin duda le produce desasosiego, tanto porque saben que la cooperación con al-Sadr siempre será limitada y nunca se convertirá en otro al-Hakim, como porque, por esa razón, el valor estratégico del papel de Irán en Irak ante los estadounidenses y su capacidad para compartir influencia con ellos disminuirá.

Otro factor importante a tener en cuenta sobre el poder de influencia iraní en Oriente Medio es la evolución que tenga lugar en Líbano y Siria. En ese sentido, todo depende de cuál sea la experiencia de Hezbollah, reforzándose o debilitándose. Si éste se sumergiese en una guerra civil o hubiese otra guerra con Israel que le debilitasen, la influencia iraní también se verá afectada. De la misma manera, si se avanzase en la negociación entre Israel y Siria por el Golán, uno de los damnificados sería la relación entre Damasco y Hezbollah.

En conclusión, casi todo queda por escribir sobre la emergencia real de Irán como potencia regional en Oriente Medio. Sin duda, hay claros indicios de que hoy día cuenta con bazas importantes de las que no gozaba con anterioridad. Pero ahora más que nunca, todo es provisional en esta región.