Fernando Reinares
Cuando hablamos de los países del mundo donde más frecuente e intensa es en nuestros días la incidencia del terrorismo, en especial del terrorismo directa o indirectamente relacionado con al-Qaeda, solemos mencionar Irak, Afganistán y Pakistán. Sin embargo, hace ya mucho tiempo que la India se encuentra entre ellos, aunque lo que allí ocurre tiene que alcanzar dimensiones cercanas o iguales a las de lo acontecido entre los días 26 y 29 de noviembre en Bombay para que recabe la atención de los medios de comunicación y de las opiniones públicas en el mundo occidental. Algún dato servirá para ilustrar mejor las cosas. Sólo el pasado mes de julio de 2008 hubo no menos de 120 incidentes terroristas en ese país del sur de Asia y en agosto probablemente no menos de 90. En esos períodos de tiempo, el número de atentados superó incluso a los contabilizados en alguno de aquellos otros tres países que se consideran escenarios preferentes de la actividad terrorista en nuestros días.
Si observamos con detenimiento cuál venía siendo la pauta de ese terrorismo que ocurre en la India, puede constatarse hasta qué punto los sucesos de Bombay suponen, en una aproximación preliminar a los mismos, un compendio amplificado de lo que ya estaba teniendo lugar en dicho país. En la mayor parte de los casos, los actos de terrorismo se estaban produciendo con bombas y artefactos explosivos en general, pero no eran muchos menos los atentados en los que se utilizaban armas de fuego, siendo relativamente habitual el uso de granadas de mano y nada extraordinarios los secuestros de personas y la toma de rehenes. Los fallecidos como consecuencia de tales atentados eran sobre todo civiles indios, en una proporción que se eleva aún más si cabe al considerar las cifras de heridos, por lo común siendo policías y soldados el resto de las víctimas ocasionadas.
En este contexto, ¿qué hay de especialmente novedoso en los más recientes atentados de Bombay? ¿Qué grupos u organizaciones pueden estar detrás de un incidente terrorista de esas dimensiones? ¿En qué medida suponen una innovación en el terrorismo global transferible a otros ámbitos como el europeo en general y el español en particular?
Una innovación terrorista
En la serie concatenada de atentados que tuvieron lugar en Bombay entre los días 26 y 29 de noviembre de 2008 hay constancia de distintos momentos en que los terroristas hicieron uso de artefactos explosivos, concretamente frente al hotel Taj Mahal, cerca de otro importante establecimiento hotelero, en una zona residencial, en un concurrido mercado y hasta dentro de un taxi. Pero también hubo numerosos episodios en que aquellos mismos individuos utilizaron rifles de asalto, incluyendo tiroteos en una estación de tren, una intersección de vías públicas, un hospital, las puertas de un restaurante, el área de recepción de los dos mencionados hoteles y un café adjunto a uno de estos establecimientos. Asimismo, en muchas ocasiones recurrieron al lanzamiento de granadas de mano, incluso contra un hospital.
Además, algunos terroristas, de los entre no menos de 10 y quizá más de 20 que según la información disponible podrían haber participado en los hechos, se introdujeron en ciertos edificios emblemáticos, concretamente dos importantes hoteles y un conocido centro judío, en los que mantuvieron enfrentamientos con las fuerzas de seguridad indias que se prolongaron durante más de dos días e incluso llegaron a tomar rehenes. Apenas concluido todo ello, el número de muertos contabilizados se aproximaba a los 200, de los que unos 20 serían miembros de las fuerzas indias de seguridad –incluyendo el jefe del equivalente a la división antiterrorista de la policía de Bombay– o del ejército y cerca de 30 extranjeros de hasta 13 nacionalidades distintas.
Lo sucedido en Bombay constituye el mayor incidente terrorista ocurrido en la India hasta el momento, siendo como es que en los últimos años se han registrado en ese país algunos otros que progresivamente han ido superando en magnitud y letalidad al hasta entonces siempre considerado como el peor de los sucesos conocidos. Episodios que, al mismo tiempo, han contribuido a que los atentados múltiples y de consecuencias muy cruentas constituyan una realidad nada infrecuente en ese país. Pero lo sucedido en Bombay es un incidente cuya singular magnitud e intensidad destaca entre los principales atentados que se han perpetrado no sólo en la India sino en todo el mundo desde el 11 de septiembre. Todo lo cual advierte ya de que los terroristas se empeñan una y otra vez en ir más allá del umbral de espectacularidad alcanzado en alguna de sus actuaciones precedentes. Es decir, innovan.
Los terroristas pueden innovar en sus prácticas violentas de diversas maneras. Pueden hacerlo introduciendo cambios en las modalidades y procedimientos que utilizan, en la selección de blancos contra los que dirigir sus atentados o en la demarcación del escenario donde perpetrarlos, entre otras fórmulas para incrementar, si tal es la finalidad que persiguen, el impacto de los mismos, tanto nacional como internacionalmente. En este sentido, los atentados de días pasados en Bombay no constituyen tanto una innovación en las modalidades y procedimientos utilizados por los terroristas, pues han recurrido a artefactos explosivos, armas de fuego y granadas de mano, acompañadas de la toma de rehenes, todo lo cual forma parte del repertorio habitual del terrorismo en la India. Y sin embargo, son unos atentados innovadores.
El carácter innovador de lo acontecido entre los días 26 y 29 de noviembre en Bombay reside más bien en la inusual combinación de esas modalidades y dichos procedimientos, en un espacio urbano amplio y durante un período de tiempo prolongado más de lo usual en un único incidente terrorista, contra una notable variedad en los blancos previamente seleccionados, junto a la implicación de un número mayor de terroristas del que suele ser común incluso en el caso de atentados coordinados en serie, a fin de que, incrementando la magnitud e intensidad de los mismos, sus consecuencias sean mayores. Esto es así incluso si los terroristas no culminan del todo los propósitos con que inician su actuación, como quizá haya sido el caso en los más recientes atentados perpetrados en la capital financiera de la India, si se confirma que, además de los daños personales y materiales ocasionados, pretendían demoler algún edificio emblemático de la misma.
¿Quién puede estar detrás?
Los grupos terroristas que actúan en la India constituyen un conjunto muy heterogéneo. Los hay maoístas, irredentistas y separatistas, al igual que islamistas y abiertamente yihadistas, así como organizaciones que combinan estas últimas orientaciones e incluso extremistas sijs o hindúes que también se han implicado en actos de terrorismo. En unos casos, su carácter es endógeno y en otros tienen conexiones transnacionales, en especial con Pakistán y, en menor medida, Bangladesh. Aunque a algunos de los más notorios actores colectivos incluidos en este supuesto –especialmente Lashkar-e-Toiba y Harkat ul Yihad ul Islami– se les atribuyen con fundamento ligámenes con al-Qaeda, no está suficientemente acreditado que esta estructura terrorista disponga de sustancial presencia propia en territorio indio.
Una porción de ese entramado, en especial sus componentes islamistas o yihadistas, se solapa y ha evolucionado recientemente hasta sustraerse a una efectiva vigilancia por parte de las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia. En este sentido, buena parte de la amenaza terrorista que afecta hoy en día a la India está desde el pasado año relacionada no sólo con componentes foráneos vinculados a la urdimbre del terrorismo global sino también con entidades como los llamados Muyahidines Indios (MI). Sus estructuras y liderazgo son mal conocidas, pero sobre las capacidades operativas de que disponían poco se dudaba. Se supone que surgieron en 2005 a partir de una escisión en el Students Islamic Movement of India (SIMI) o en base a elementos todavía pertenecientes a esta organización pero que no quieren pasar como tales mientras su definitiva ilegalización está aún sin resolver judicialmente.
Los Muyahidines Indios adquirieron notoriedad por primera vez, con esa misma denominación, tras una serie de atentados en las localidades de Varanasi, Faizaba y Lucknow, en noviembre de 2007. Más tarde, se responsabilizaron de las explosiones igualmente sincronizadas que en mayo de 2008 ocasionaron la muerte a más de 60 personas en Jaipur, de las que en julio del mismo año se cobraron la vida de otras 50 en Gujarat y de las de septiembre en Delhi, con más de 20 muertos. En Ahmadabad estallaron hasta 20 bombas distribuidas por la ciudad y, como en Bombay en noviembre, al menos dos junto a hospitales. Este es un dato que, a la vista de lo posteriormente ocurrido en esta última metrópoli, se revela sin duda como muy interesante.
En esos tres casos, los terroristas de los Muyahidines Indios alegaron como pretexto que los musulmanes son perseguidos en la India y que el sistema judicial los discrimina. Trataban así de recabar la adhesión afectiva de sectores de la población musulmana india que se sienten agraviados y están resentidos. Ahora bien, esto no nos permite afirmar que su agenda sea exclusivamente nacional, pues en el primero de los comunicados que emitieron, precisamente tras los atentados de noviembre de 2007, puede leerse lo siguiente: “la guerra de civilización entre musulmanes e infieles ha empezado en territorio indio”. Un pronunciamiento que se acomoda perfectamente la ideología subyacente a la urdimbre del terrorismo global. Es más, en el ordenador portátil que la policía india intervino a un destacado miembro de los MI, abatido en un tiroteo en septiembre de 2008, se encontró, según la policía de Nueva Delhi, abundante material sobre Osama bin Laden y al-Qaeda.
La concepción, planificación y ejecución de una serie de atentados como los ocurridos entre los días 26 y 29 de noviembre de 2008 en Bombay no está al alcance de cualquier grupo terrorista, menos aún de células locales independientes. En modo alguno sería inverosímil que reflejen una amenaza tanto interna como externa para la India, un terrorismo a la vez home grown y globalizado. Aunque las autoridades indias suelen por norma apuntar más hacia el exterior, en concreto hacia Pakistán, que hacia el interior. Bien puede ser que el nombre con el cual se reclamó inicialmente la autoría de aquellos obedezca a meras razones de oportunidad y esconda una mezcolanza en la que hubiese integrantes de los Muyahidines Indios y elementos operativos de otros grupos activos desde hace años en territorio indio e insertos en la urdimbre del terrorismo global, como Lashkar-e-Toiba, con base en Pakistán, e incluso Harkat ul Yihad ul Islami, en Bangladesh.
Distintos informes policiales indios señalan que ambos grupos han proporcionado entrenamiento a miembros de los MI. En agosto de 2008, el jefe de la policía de Gujarat dijo en una conferencia de prensa que los integrantes de los Muyahidin Indios a quienes se considera responsables de los atentados perpetrados en esa ciudad el mes anterior, estaban vinculados a Lashkar-e-Toiba. Otro alto responsable de la policía de Nueva Delhi afirmó también, una semana después de los atentados que tuvieron lugar allí en septiembre de este mismo año, que Lashkar-e-Toiba había adiestrado a los miembros de los Muyahidines Indios y algún otro grupo de extremistas musulmanes locales que cometieron esos actos de terrorismo. También la policía de Bombay había anunciado, ese mismo mes la detención de cuatro sospechosos de pertenecer a los MI, que según los indicios disponibles habrían sido entrenados en el extranjero por Lashkar-e-Toiba y Harkat ul Yihad ul Islami.
A este respecto, es significativo que uno de los terroristas que intervinieron en los atentados de Bombay y que ha sido detenido sea de origen paquistaní, originario además del Punjab, y o bien miembro de Lashkar-e-Toiba o bien adiestrado expresamente por este grupo, según hicieron saber las autoridades indias cuando apenas estaban por concluir los incidentes. Caso de ser así, es igualmente probable que esos y otros terroristas foráneos hayan interactuado en algún momento, durante el planeamiento o la comisión de los atentados, con elementos locales vinculados a los Muyahidines Indios u otros entramados afines, que podrían haber proporcionado apoyo logístico para la operación. El diario The Times of India revelaba, en su edición del 30 de noviembre de 2008, que aquel único terrorista detenido –de 21 años– habría confirmado, durante su interrogatorio, que él y sus correligionarios contaron con el apoyo de musulmanes indios residentes en esa ciudad.
¿Podría ocurrir en Madrid?
Preguntarnos si algo semejante a los aludidos sucesos de Bombay puede ocurrir en Madrid es en realidad hacerlo sobre si puede ocurrir en alguna otra gran ciudad española –Barcelona, Valencia o Málaga, por ejemplo– o europea, incluidas las que, como la propia capital de España y Londres, han sufrido ya atentados múltiples y altamente letales relacionados con grupos u organizaciones insertas en el actual entramado de terrorismo global. Al igual que en Bombay, antes de lo que ha sucedido entre los días 26 y 29 de noviembre de 2008, habían sido perpetrados actos terroristas como precisamente los acontecidos en esas dos ciudades europeas. Recuérdense, sin necesidad de remontarnos más en el tiempo, los cruentos atentados múltiples que tuvieron lugar el 11 de julio de 2006 en esa populosa metrópoli india.
Bombay es un escenario considerablemente más propicio para una serie de atentados innovadores por su repertorio y magnitud que las grandes ciudades europeas. Entre otras razones, porque el terrorismo es un fenómeno endémico en la India desde hace más de una década, un país colindante como Pakistán constituye en la actualidad el epicentro ideológico y organizativo de su variante yihadista, el conjunto del sur de Asia es la región del mundo más castigada por dicha violencia, hay redes de esa orientación que además tienen conexiones con el también limítrofe Bangladesh, la pugna por Cachemira adquiere una relevancia especial en este panorama y los indicadores de desafección entre la población musulmana de la India son verdaderamente preocupantes, además de que ni las estructuras sociales ni la complejidad de la vida metropolitana son iguales allí que en las grandes urbes europeas.
Pero, y quizá sobre todo, ocurre que el sistema de seguridad nacional adolece en la India de una serie de deficiencias en materia de prevención y lucha contra el terrorismo yihadista, concretamente en lo que atañe a las funciones de inteligencia y al modelo policial, que tanto en España como en el conjunto de Europa se han ido subsanando recientemente. La India ha de resolver disfunciones muy serias en el campo de la inteligencia y de la coordinación entre agencias de seguridad que comprometen gravemente las tareas contraterroristas. Tras lo sucedido en Bombay hay evidentes fallos de inteligencia y de intercambio de información, algo en lo que debe insistirse, tratándose como se trata de un Estado nuclear que ha de abordar el problema del terrorismo en un contexto regional que si aún resulta favorable para los terroristas lo es debido sobre todo a la situación de Pakistán, otro Estado nuclear. No es de extrañar que el Gobierno indio haya anticipado su decisión de crear un organismo federal encargado de la lucha antiterrorista y de la coordinación entre los distintos cuerpos con competencias es esa materia.
Estas deficiencias en el campo de la seguridad parecen, en lo que atañe a los específicos riesgos y amenazas terroristas para la India procedentes de Pakistán, haberse agravado con algunos cambios relativamente recientes introducidos por las autoridades de aquel primer país en las normas de control de inmigración aplicables a los nacionales del segundo o de Bangladesh. No en vano, se ha informado de que los hoteles indios, que solían alertar a la policía cuando se registraban clientes con el perfil de estos últimos, así como en el supuesto de otros extranjeros de origen paquistaní, habían dejado de hacerlo. Y parece que precisamente algunos de los terroristas que actuaron en Bombay habían estado registrados en hoteles que luego se convirtieron en blanco de sus atentados.
En el conjunto de los países de la UE, las deficiencias en inteligencia y coordinación antiterrorista se han ido subsanando en los últimos años, especialmente tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, y del 11 de marzo en Madrid, aunque aún son notorias las diferencias entre unos y otros a este respecto. En el caso español, los desarrollos han tenido lugar a partir de esos últimos sucesos, pero en base a la experiencia acumulada por nuestra democracia desde los años de la transición en la lucha contra la organización terrorista ETA. A lo largo de los últimos más de cuatro años y medio, es indudable que en España se han incrementado notablemente las capacidades de inteligencia, los mecanismos de coordinación policial y los dispositivos de prevención y protección –que contemplan la movilización de medios militares–, así como la cooperación internacional, para hacer frente a los riesgos y las amenazas que supone el terrorismo global, y que en modo alguno son menores desde el 11-M. No obstante, desde luego hay lecciones que extraer de lo ocurrido en Bombay, ante la posibilidad de que ese tipo de innovaciones en el accionar terrorista resulten contagiosas.
Conclusiones
Cuando hablamos de los países del mundo donde más frecuente e intensa es en nuestros días la incidencia del terrorismo, en especial del terrorismo directa o indirectamente relacionado con al-Qaeda, solemos mencionar Irak, Afganistán y Pakistán. Sin embargo, hace ya mucho tiempo que la India se encuentra entre ellos, aunque lo que allí ocurre tiene que alcanzar dimensiones cercanas o iguales a las de lo acontecido entre los días 26 y 29 de noviembre en Bombay para que recabe la atención de los medios de comunicación y de las opiniones públicas en el mundo occidental. Algún dato servirá para ilustrar mejor las cosas. Sólo el pasado mes de julio de 2008 hubo no menos de 120 incidentes terroristas en ese país del sur de Asia y en agosto probablemente no menos de 90. En esos períodos de tiempo, el número de atentados superó incluso a los contabilizados en alguno de aquellos otros tres países que se consideran escenarios preferentes de la actividad terrorista en nuestros días.
Si observamos con detenimiento cuál venía siendo la pauta de ese terrorismo que ocurre en la India, puede constatarse hasta qué punto los sucesos de Bombay suponen, en una aproximación preliminar a los mismos, un compendio amplificado de lo que ya estaba teniendo lugar en dicho país. En la mayor parte de los casos, los actos de terrorismo se estaban produciendo con bombas y artefactos explosivos en general, pero no eran muchos menos los atentados en los que se utilizaban armas de fuego, siendo relativamente habitual el uso de granadas de mano y nada extraordinarios los secuestros de personas y la toma de rehenes. Los fallecidos como consecuencia de tales atentados eran sobre todo civiles indios, en una proporción que se eleva aún más si cabe al considerar las cifras de heridos, por lo común siendo policías y soldados el resto de las víctimas ocasionadas.
En este contexto, ¿qué hay de especialmente novedoso en los más recientes atentados de Bombay? ¿Qué grupos u organizaciones pueden estar detrás de un incidente terrorista de esas dimensiones? ¿En qué medida suponen una innovación en el terrorismo global transferible a otros ámbitos como el europeo en general y el español en particular?
Una innovación terrorista
En la serie concatenada de atentados que tuvieron lugar en Bombay entre los días 26 y 29 de noviembre de 2008 hay constancia de distintos momentos en que los terroristas hicieron uso de artefactos explosivos, concretamente frente al hotel Taj Mahal, cerca de otro importante establecimiento hotelero, en una zona residencial, en un concurrido mercado y hasta dentro de un taxi. Pero también hubo numerosos episodios en que aquellos mismos individuos utilizaron rifles de asalto, incluyendo tiroteos en una estación de tren, una intersección de vías públicas, un hospital, las puertas de un restaurante, el área de recepción de los dos mencionados hoteles y un café adjunto a uno de estos establecimientos. Asimismo, en muchas ocasiones recurrieron al lanzamiento de granadas de mano, incluso contra un hospital.
Además, algunos terroristas, de los entre no menos de 10 y quizá más de 20 que según la información disponible podrían haber participado en los hechos, se introdujeron en ciertos edificios emblemáticos, concretamente dos importantes hoteles y un conocido centro judío, en los que mantuvieron enfrentamientos con las fuerzas de seguridad indias que se prolongaron durante más de dos días e incluso llegaron a tomar rehenes. Apenas concluido todo ello, el número de muertos contabilizados se aproximaba a los 200, de los que unos 20 serían miembros de las fuerzas indias de seguridad –incluyendo el jefe del equivalente a la división antiterrorista de la policía de Bombay– o del ejército y cerca de 30 extranjeros de hasta 13 nacionalidades distintas.
Lo sucedido en Bombay constituye el mayor incidente terrorista ocurrido en la India hasta el momento, siendo como es que en los últimos años se han registrado en ese país algunos otros que progresivamente han ido superando en magnitud y letalidad al hasta entonces siempre considerado como el peor de los sucesos conocidos. Episodios que, al mismo tiempo, han contribuido a que los atentados múltiples y de consecuencias muy cruentas constituyan una realidad nada infrecuente en ese país. Pero lo sucedido en Bombay es un incidente cuya singular magnitud e intensidad destaca entre los principales atentados que se han perpetrado no sólo en la India sino en todo el mundo desde el 11 de septiembre. Todo lo cual advierte ya de que los terroristas se empeñan una y otra vez en ir más allá del umbral de espectacularidad alcanzado en alguna de sus actuaciones precedentes. Es decir, innovan.
Los terroristas pueden innovar en sus prácticas violentas de diversas maneras. Pueden hacerlo introduciendo cambios en las modalidades y procedimientos que utilizan, en la selección de blancos contra los que dirigir sus atentados o en la demarcación del escenario donde perpetrarlos, entre otras fórmulas para incrementar, si tal es la finalidad que persiguen, el impacto de los mismos, tanto nacional como internacionalmente. En este sentido, los atentados de días pasados en Bombay no constituyen tanto una innovación en las modalidades y procedimientos utilizados por los terroristas, pues han recurrido a artefactos explosivos, armas de fuego y granadas de mano, acompañadas de la toma de rehenes, todo lo cual forma parte del repertorio habitual del terrorismo en la India. Y sin embargo, son unos atentados innovadores.
El carácter innovador de lo acontecido entre los días 26 y 29 de noviembre en Bombay reside más bien en la inusual combinación de esas modalidades y dichos procedimientos, en un espacio urbano amplio y durante un período de tiempo prolongado más de lo usual en un único incidente terrorista, contra una notable variedad en los blancos previamente seleccionados, junto a la implicación de un número mayor de terroristas del que suele ser común incluso en el caso de atentados coordinados en serie, a fin de que, incrementando la magnitud e intensidad de los mismos, sus consecuencias sean mayores. Esto es así incluso si los terroristas no culminan del todo los propósitos con que inician su actuación, como quizá haya sido el caso en los más recientes atentados perpetrados en la capital financiera de la India, si se confirma que, además de los daños personales y materiales ocasionados, pretendían demoler algún edificio emblemático de la misma.
¿Quién puede estar detrás?
Los grupos terroristas que actúan en la India constituyen un conjunto muy heterogéneo. Los hay maoístas, irredentistas y separatistas, al igual que islamistas y abiertamente yihadistas, así como organizaciones que combinan estas últimas orientaciones e incluso extremistas sijs o hindúes que también se han implicado en actos de terrorismo. En unos casos, su carácter es endógeno y en otros tienen conexiones transnacionales, en especial con Pakistán y, en menor medida, Bangladesh. Aunque a algunos de los más notorios actores colectivos incluidos en este supuesto –especialmente Lashkar-e-Toiba y Harkat ul Yihad ul Islami– se les atribuyen con fundamento ligámenes con al-Qaeda, no está suficientemente acreditado que esta estructura terrorista disponga de sustancial presencia propia en territorio indio.
Una porción de ese entramado, en especial sus componentes islamistas o yihadistas, se solapa y ha evolucionado recientemente hasta sustraerse a una efectiva vigilancia por parte de las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia. En este sentido, buena parte de la amenaza terrorista que afecta hoy en día a la India está desde el pasado año relacionada no sólo con componentes foráneos vinculados a la urdimbre del terrorismo global sino también con entidades como los llamados Muyahidines Indios (MI). Sus estructuras y liderazgo son mal conocidas, pero sobre las capacidades operativas de que disponían poco se dudaba. Se supone que surgieron en 2005 a partir de una escisión en el Students Islamic Movement of India (SIMI) o en base a elementos todavía pertenecientes a esta organización pero que no quieren pasar como tales mientras su definitiva ilegalización está aún sin resolver judicialmente.
Los Muyahidines Indios adquirieron notoriedad por primera vez, con esa misma denominación, tras una serie de atentados en las localidades de Varanasi, Faizaba y Lucknow, en noviembre de 2007. Más tarde, se responsabilizaron de las explosiones igualmente sincronizadas que en mayo de 2008 ocasionaron la muerte a más de 60 personas en Jaipur, de las que en julio del mismo año se cobraron la vida de otras 50 en Gujarat y de las de septiembre en Delhi, con más de 20 muertos. En Ahmadabad estallaron hasta 20 bombas distribuidas por la ciudad y, como en Bombay en noviembre, al menos dos junto a hospitales. Este es un dato que, a la vista de lo posteriormente ocurrido en esta última metrópoli, se revela sin duda como muy interesante.
En esos tres casos, los terroristas de los Muyahidines Indios alegaron como pretexto que los musulmanes son perseguidos en la India y que el sistema judicial los discrimina. Trataban así de recabar la adhesión afectiva de sectores de la población musulmana india que se sienten agraviados y están resentidos. Ahora bien, esto no nos permite afirmar que su agenda sea exclusivamente nacional, pues en el primero de los comunicados que emitieron, precisamente tras los atentados de noviembre de 2007, puede leerse lo siguiente: “la guerra de civilización entre musulmanes e infieles ha empezado en territorio indio”. Un pronunciamiento que se acomoda perfectamente la ideología subyacente a la urdimbre del terrorismo global. Es más, en el ordenador portátil que la policía india intervino a un destacado miembro de los MI, abatido en un tiroteo en septiembre de 2008, se encontró, según la policía de Nueva Delhi, abundante material sobre Osama bin Laden y al-Qaeda.
La concepción, planificación y ejecución de una serie de atentados como los ocurridos entre los días 26 y 29 de noviembre de 2008 en Bombay no está al alcance de cualquier grupo terrorista, menos aún de células locales independientes. En modo alguno sería inverosímil que reflejen una amenaza tanto interna como externa para la India, un terrorismo a la vez home grown y globalizado. Aunque las autoridades indias suelen por norma apuntar más hacia el exterior, en concreto hacia Pakistán, que hacia el interior. Bien puede ser que el nombre con el cual se reclamó inicialmente la autoría de aquellos obedezca a meras razones de oportunidad y esconda una mezcolanza en la que hubiese integrantes de los Muyahidines Indios y elementos operativos de otros grupos activos desde hace años en territorio indio e insertos en la urdimbre del terrorismo global, como Lashkar-e-Toiba, con base en Pakistán, e incluso Harkat ul Yihad ul Islami, en Bangladesh.
Distintos informes policiales indios señalan que ambos grupos han proporcionado entrenamiento a miembros de los MI. En agosto de 2008, el jefe de la policía de Gujarat dijo en una conferencia de prensa que los integrantes de los Muyahidin Indios a quienes se considera responsables de los atentados perpetrados en esa ciudad el mes anterior, estaban vinculados a Lashkar-e-Toiba. Otro alto responsable de la policía de Nueva Delhi afirmó también, una semana después de los atentados que tuvieron lugar allí en septiembre de este mismo año, que Lashkar-e-Toiba había adiestrado a los miembros de los Muyahidines Indios y algún otro grupo de extremistas musulmanes locales que cometieron esos actos de terrorismo. También la policía de Bombay había anunciado, ese mismo mes la detención de cuatro sospechosos de pertenecer a los MI, que según los indicios disponibles habrían sido entrenados en el extranjero por Lashkar-e-Toiba y Harkat ul Yihad ul Islami.
A este respecto, es significativo que uno de los terroristas que intervinieron en los atentados de Bombay y que ha sido detenido sea de origen paquistaní, originario además del Punjab, y o bien miembro de Lashkar-e-Toiba o bien adiestrado expresamente por este grupo, según hicieron saber las autoridades indias cuando apenas estaban por concluir los incidentes. Caso de ser así, es igualmente probable que esos y otros terroristas foráneos hayan interactuado en algún momento, durante el planeamiento o la comisión de los atentados, con elementos locales vinculados a los Muyahidines Indios u otros entramados afines, que podrían haber proporcionado apoyo logístico para la operación. El diario The Times of India revelaba, en su edición del 30 de noviembre de 2008, que aquel único terrorista detenido –de 21 años– habría confirmado, durante su interrogatorio, que él y sus correligionarios contaron con el apoyo de musulmanes indios residentes en esa ciudad.
¿Podría ocurrir en Madrid?
Preguntarnos si algo semejante a los aludidos sucesos de Bombay puede ocurrir en Madrid es en realidad hacerlo sobre si puede ocurrir en alguna otra gran ciudad española –Barcelona, Valencia o Málaga, por ejemplo– o europea, incluidas las que, como la propia capital de España y Londres, han sufrido ya atentados múltiples y altamente letales relacionados con grupos u organizaciones insertas en el actual entramado de terrorismo global. Al igual que en Bombay, antes de lo que ha sucedido entre los días 26 y 29 de noviembre de 2008, habían sido perpetrados actos terroristas como precisamente los acontecidos en esas dos ciudades europeas. Recuérdense, sin necesidad de remontarnos más en el tiempo, los cruentos atentados múltiples que tuvieron lugar el 11 de julio de 2006 en esa populosa metrópoli india.
Bombay es un escenario considerablemente más propicio para una serie de atentados innovadores por su repertorio y magnitud que las grandes ciudades europeas. Entre otras razones, porque el terrorismo es un fenómeno endémico en la India desde hace más de una década, un país colindante como Pakistán constituye en la actualidad el epicentro ideológico y organizativo de su variante yihadista, el conjunto del sur de Asia es la región del mundo más castigada por dicha violencia, hay redes de esa orientación que además tienen conexiones con el también limítrofe Bangladesh, la pugna por Cachemira adquiere una relevancia especial en este panorama y los indicadores de desafección entre la población musulmana de la India son verdaderamente preocupantes, además de que ni las estructuras sociales ni la complejidad de la vida metropolitana son iguales allí que en las grandes urbes europeas.
Pero, y quizá sobre todo, ocurre que el sistema de seguridad nacional adolece en la India de una serie de deficiencias en materia de prevención y lucha contra el terrorismo yihadista, concretamente en lo que atañe a las funciones de inteligencia y al modelo policial, que tanto en España como en el conjunto de Europa se han ido subsanando recientemente. La India ha de resolver disfunciones muy serias en el campo de la inteligencia y de la coordinación entre agencias de seguridad que comprometen gravemente las tareas contraterroristas. Tras lo sucedido en Bombay hay evidentes fallos de inteligencia y de intercambio de información, algo en lo que debe insistirse, tratándose como se trata de un Estado nuclear que ha de abordar el problema del terrorismo en un contexto regional que si aún resulta favorable para los terroristas lo es debido sobre todo a la situación de Pakistán, otro Estado nuclear. No es de extrañar que el Gobierno indio haya anticipado su decisión de crear un organismo federal encargado de la lucha antiterrorista y de la coordinación entre los distintos cuerpos con competencias es esa materia.
Estas deficiencias en el campo de la seguridad parecen, en lo que atañe a los específicos riesgos y amenazas terroristas para la India procedentes de Pakistán, haberse agravado con algunos cambios relativamente recientes introducidos por las autoridades de aquel primer país en las normas de control de inmigración aplicables a los nacionales del segundo o de Bangladesh. No en vano, se ha informado de que los hoteles indios, que solían alertar a la policía cuando se registraban clientes con el perfil de estos últimos, así como en el supuesto de otros extranjeros de origen paquistaní, habían dejado de hacerlo. Y parece que precisamente algunos de los terroristas que actuaron en Bombay habían estado registrados en hoteles que luego se convirtieron en blanco de sus atentados.
En el conjunto de los países de la UE, las deficiencias en inteligencia y coordinación antiterrorista se han ido subsanando en los últimos años, especialmente tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, y del 11 de marzo en Madrid, aunque aún son notorias las diferencias entre unos y otros a este respecto. En el caso español, los desarrollos han tenido lugar a partir de esos últimos sucesos, pero en base a la experiencia acumulada por nuestra democracia desde los años de la transición en la lucha contra la organización terrorista ETA. A lo largo de los últimos más de cuatro años y medio, es indudable que en España se han incrementado notablemente las capacidades de inteligencia, los mecanismos de coordinación policial y los dispositivos de prevención y protección –que contemplan la movilización de medios militares–, así como la cooperación internacional, para hacer frente a los riesgos y las amenazas que supone el terrorismo global, y que en modo alguno son menores desde el 11-M. No obstante, desde luego hay lecciones que extraer de lo ocurrido en Bombay, ante la posibilidad de que ese tipo de innovaciones en el accionar terrorista resulten contagiosas.
Conclusiones
Bombay es un escenario considerablemente más propicio para atentados innovadores por su especial magnitud e intensidad, como los ocurridos allí en noviembre de 2008, que Madrid u otras grandes ciudades europeas, pero su ejecución no es imposible en alguna de estas últimas. En el inmediato ámbito mediterráneo donde se ubica nuestro país, es más probable que algo como aquello ocurra en alguna extensa ciudad norteafricana, por ejemplo. Pero, desde una perspectiva de seguridad, teniendo en cuenta las tendencias de emulación o de contagio que a menudo se observan en el proceder de los grupos y las organizaciones que pertenecen a la actual urdimbre del terrorismo global –es decir, que están directa o indirectamente relacionados con al-Qaida–, no se debe descartar esa hipótesis en nuestro entorno europeo occidental. Porque la amenaza para esta zona del mundo, al igual que para otras, no sólo procede de células locales independientes, sino de grupos bien articulados y con bases externas, capaces de sorprender con atentados innovadores, cuidadosamente planificados y bien ejecutados.
Ahora bien, si en Madrid o en cualquier otra gran ciudad europea volviesen a ocurrir grandes atentados relacionados con el actual terrorismo yihadista –algo no impensable si tenemos en cuenta las tentativas que han podido ser desbaratadas a tiempo en los últimos años–, lo más verosímil, en estos momentos, es que sean como los que según todos los indicios se pensaban cometer en Barcelona a inicios de este mismo año –por cierto, con una evidente conexión paquistaní también en este caso–; o que, en un sentido distinto, supongan una innovación pero por la utilización de ingredientes no convencionales, es decir, químicos, bacteriológicos o radiactivos. Es sabido que tanto al-Qaeda como algunas de sus organizaciones afiliadas han mostrado interés en perpetrar algún atentado no convencional mediante el uso de ese tipo de componentes y nada indica que las cosas hayan cambiado, ni que en Europa Occidental, al igual que en Norteamérica, dejen de estar los lugares que los terroristas consideran predilectos para esa operación.
Dicho lo cual, es menester insistir, en primer lugar, en la necesidad de imbricar los importantes avances en materia de prevención y lucha contra el terrorismo que se han llevado a cabo en España desde los atentados del 11 de marzo de 2004, fundamentales a corto y medio plazo, con otras dimensiones de la respuesta estatal, en una estrategia de seguridad nacional que debe ser consensuada. En segundo lugar, urge elaborar, de manera asimismo consensuada, un programa integrado y multifacético para hacer frente a los procesos de radicalización violenta, no de manera exclusiva pero sí especialmente pensando en los descendientes de inmigrantes musulmanes residentes en nuestro país que están entrando en la adolescencia o se encuentran ya en ella, algo que en el caso español es esencial para combatir el terrorismo yihadista a medio y largo plazo. Del mismo modo que los terroristas extranjeros que actuaron en Bombay parecen ser originarios del Punjab paquistaní, ese mismo origen corresponde a la mayor parte de los individuos detenidos en relación con actividades de terrorismo yihadista en Cataluña, por lo que el intercambio de información con las autoridades paquistaníes es de la mayor importancia para impedir la penetración de elementos terroristas en las comunidades inmigrantes procedentes del sur de Asia.
Tampoco hay que olvidar, como parece oportuno, una revisión de los protocolos de seguridad, los dispositivos antiterroristas y los mecanismos nacionales para la gestión de crisis, a la luz de ciertas lecciones específicas que cabe extraer de lo ocurrido en Bombay. Por ejemplo, respecto al uso que los terroristas pueden hacer de los itinerarios marítimos con el fin de eludir controles. Parece que es así como buena parte o la totalidad de quienes provocaron los incidentes que tuvieron lugar entre el 26 y el 29 de noviembre accedieron al área de los mismos. Y es que España es un país abierto al mar por los cuatro puntos cardinales, que hacia el sur indican la proximidad de las costas del Magreb. O también, por ejemplo, respecto a los preparativos existentes en nuestro país para responder de manera proporcionada pero rápida –que no parece fuese el caso en Bombay– y eficaz en la eventualidad de una serie de atentados coordinados, de elevada magnitud e intensidad, como los acontecidos en esa populosa ciudad india.