martes, 15 de abril de 2008

NIGERIA: DEMOCRACIA MANIPULADA


Jean Herskovits

Juego sucio

Los resultados oficiales de las elecciones de abril pasado en Nigeria mostraron victorias abrumadoras para el partido en el poder. El ganador de la presidencia, Umaru Yar'Adua, recibió 70% de los votos; su opositor más cercano tuvo 20%, margen que excedió el de 1983, cuando el descontento ante la extendida manipulación condujo a un golpe de Estado que depuso al presidente civil recién electo.

Según observadores tanto internacionales como nacionales, el proceso tuvo profundas irregularidades. Hasta poco antes de cada elección -- para cargos estatales el 14 de abril y para la presidencia y la Asamblea Nacional el 21 -- , no estaba claro quiénes serían los candidatos finales. El día de los comicios, los nombres de algunos contendientes que habían sido restituidos por los tribunales no estaban en las boletas. Las elecciones en sí fueron desastrosas, con más manipulaciones y violencia que la anterior elección presidencial de 2003, cuando el robo de urnas y los votos falsos afectaron el conteo. En total hubo unos 700 incidentes violentos relacionados con las elecciones entre noviembre y marzo, incluidos los asesinatos de dos candidatos a gobernador que iban adelante en las encuestas.

Nada de esto debía ocurrir. Las elecciones de abril se presentaron como un hito: la primera vez desde la independencia, en 1960, en que el mando político pasaría de un civil a otro. Así, el país más poblado de África se uniría a la corta lista de democracias consolidadas en el continente y aumentaría su influencia como actor regional. Hoy, en cambio, cuando el presidente Olusegun Obasanjo concluya su gestión, dejará un gobierno inestable, con instituciones políticas aún débiles y un sucesor en lucha por legitimarse.

Desde su llegada al poder, en 1999, Obasanjo ha logrado algunos avances, aunque no suficientes, sobre todo en asuntos macroeconómicos. Si bien la economía crece 5% al año, la pobreza afecta a la mayoría de los 140 millones de habitantes. Nigeria es el octavo productor mundial de petróleo y uno de los principales exportadores, pero importa todos los productos refinados que consume. Pese a ocho años de ingresos petroleros sin precedentes, su infraestructura se derrumba y la mayoría de su población carece de acceso a servicios médicos básicos y a la educación. Cada elección sucia acarrea desilusión, no con la democracia, sino con la forma en que los gobernantes nigerianos imponen su voluntad. Los nigerianos hablan del "poder de quienes están en el gobierno": dinero en abundancia, control de las fuerzas de seguridad y, este año sobre todo, una comisión electoral sumisa.

Nada de esto es un buen presagio para los intereses estadounidenses. Estados Unidos obtiene aproximadamente 10% de su petróleo crudo de Nigeria y espera obtener más en el futuro, en parte como una tentativa, según Washington, de desligarse de los proveedores de Medio Oriente. Con la creencia de que Obasanjo es esencial para estos intereses, Washington lo ha apoyado, pese a abusos contra los derechos humanos y a las amañadas elecciones de 2003. Pero ahora, cuando los nigerianos cada vez más piden a gritos la rendición de cuentas, el precio de ese apoyo podría ser más desorden, y plantear un riesgo no sólo para los suministros petroleros procedentes de Nigeria, sino también para la estabilidad de la región.

Grandes esperanzas

Ningún jefe de estado nigeriano había llegado a la presidencia con tanta buena voluntad, dentro y fuera del país, como Obasanjo en 1999. Fue elegido poco después de salir de prisión, a la que fue condenado por haber participado supuestamente en un golpe de Estado contra el general Sani Abacha en 1995. Era un personaje conocido: después de encabezar el gobierno militar en la década de 1970, lo entregó a civiles elegidos en 1979. A finales de la década de 1990, tanto los nigerianos como Washington creían que, pese a sus antecedentes castrenses, Obasanjo era un demócrata comprometido que reformaría la economía y sentaría las bases de la liberalización política.

Como presidente, Obasanjo ha encabezado algunos éxitos económicos notables, que han recibido buena publicidad. En 2003 confió el diseño de políticas económicas a un grupo de tecnócratas jóvenes muy activos a quienes llamó sus "apóstoles". A varios los reclutó en el extranjero, en particular la ex ministra de Finanzas Ngozi Okonjo-Iweala, quien había sido vicepresidenta del Banco Mundial. Ella y sus colegas lanzaron un ambicioso programa de reformas que lucharía por la transparencia en asuntos financieros y el "debido proceso" en la adjudicación de contratos gubernamentales. En 2006, Okonjo-Iweala, con ayuda del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, convenció al Club de París de condonar unos 18000 millones de dólares de la deuda externa nigeriana.

Otro hecho positivo fue la creación, en 2003, de la Comisión de Delitos Económicos y Financieros (CDEF) para investigar la corrupción. Los nigerianos han alabado a la CDEF por enjuiciar a funcionarios corruptos, en particular el ex inspector general de policía Tafa Balogun (se le condenó por lavar unos 98 millones de dólares, utilizados en su mayoría, según dijo, para financiar victorias electorales en 2003). La sola existencia de la CDEF mostraba que por primera vez se obligaría a rendir cuentas a funcionarios gubernamentales por malos manejos financieros. Aunque hasta ahora la comisión sólo ha atrapado peces pequeños, es probable que haya restringido las actividades de algunos de los mayores.

Sin embargo, durante la gestión de Obasanjo ha habido más errores que aciertos en la economía nigeriana. La deuda interna, estimada en más de 11000 millones de dólares, se mantiene intacta y obstruye el crecimiento. Desde 1999, el gobierno federal ha ejercido menos de 60% de los presupuestos recurrentes y sólo 75% de los presupuestos de capital. Según el economista nigeriano Sam Aluko, esta crisis presupuestaria es el resultado de la "política de privatización, recortes de personal y reducción de funcionarios públicos, falta de pago de pensiones, gratificaciones y deudas internas que continúan acumulándose". Los nigerianos se quejan de que la privatización de activos gubernamentales que Obasanjo emprendió bajo la guía del Banco Mundial ha carecido de transparencia, y que nigerianos con buenos contactos se han apropiado de las joyas de la corona del país a precios de ganga. Obasanjo también empequeñeció el personal del gobierno federal, "monetizó" las prestaciones, sobre todo en los niveles altos, y adoptó nuevas escalas salariales para los burócratas. Pero estas medidas han incrementado el desempleo en la economía, estancada en su mayor parte, y con beneficios dispares para los funcionarios públicos que quedan.

Cuando en 2004 se le preguntó cuándo las reformas macroeconómicas tendrían un impacto positivo en la vida de la mayoría de los nigerianos, Okonjo-Iweala contestó que se necesitarían "por lo menos cinco años". En una visita reciente a la capital del país, Abuja -- ciudad en donde prosperan los proyectos de construcción, como ninguna otra en Nigeria -- , un funcionario del Banco Mundial afirmó que veía signos de una "floreciente clase media". Pero para cualquiera que hubiese conocido el país en la década de 1970, el comentario fue absurdo. Profesionales, funcionarios públicos y muchos empresarios que alguna vez formaron parte de la clase media hoy apenas pueden pagar las colegiaturas de sus hijos. Desde luego existe una floreciente clase alta, pero es pequeña, y sus integrantes prosperan sobre todo gracias a los contactos y las connivencias políticas.

Para la vasta mayoría de los nigerianos, ganarse la vida es difícil. La agricultura, que debería dar empleo a la numerosa población rural, ha menguado por falta de apoyo gubernamental, e importantes industrias, como la textil, agonizan. La Asociación de Manufactureros de Nigeria informa que más de 1800 empresas han cerrado de 1999 a la fecha, lo cual ha contribuido, junto con la inseguridad y el poco confiable suministro eléctrico, a la partida de algunas trasnacionales (aunque no de las compañías petroleras). Los altos niveles de desempleo entre los varones jóvenes -- alrededor de 60% de los egresados de universidades del norte carecen de empleo -- han desatado la delincuencia. Hoy la capital comercial del país, Lagos, es más conocida en el extranjero por sus extensos barrios bajos y sus errantes bandas de asaltantes armados.

Las condiciones básicas de vida también han empeorado. La electricidad es escasa, al igual que el agua limpia. Pese a las enormes sumas supuestamente invertidas en caminos federales, éstos continúan deteriorándose. Alrededor de 70% de los nigerianos debe arreglárselas con un dólar al día. El Informe sobre desarrollo humano de 2006 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo colocó a Nigeria en el lugar 159 de 177 países estudiados. En 2004, las tasas de mortalidad de niños menores de cinco años promediaron 217 muertes por cada 1000 nacimientos, más que en cualquier otro lugar de la costa de África occidental, aparte de Liberia, devastada por la guerra, y Sierra Leona. Entre tanto, de manera absurda, el gobierno construyó en Abuja un estadio con un costo mayor que los presupuestos combinados para educación y salud de 2001 y 2002. Las instalaciones de salud en Nigeria se han descuidado tanto que, en plena campaña para las elecciones de abril, dos de los principales candidatos presidenciales volaron a Europa para ser atendidos de padecimientos menores.

Y todo esto ha ocurrido aun cuando los ingresos petroleros aumentaban: en los ocho años de la gestión de Obasanjo, Nigeria ganó 223000 millones de dólares, dos veces y media la cantidad obtenida en los ocho años precedentes. Pero debido a la cleptocracia y a la corrupción desenfrenada, gran parte del dinero no ha ido a donde debía. Desde luego, los ingresos petroleros se han malversado en Nigeria desde mucho antes del gobierno actual: la CDEF calcula que el país ha dilapidado 400000 millones de dólares de 1960 a la fecha. Sin embargo, fue el historial de este presidente y de sus gobernadores lo que indignó a los nigerianos conforme se acercaban las elecciones y lo que los hizo a preguntarse por qué, pese a la riqueza del país, tantos continúan en la ruina.

La política, como siempre

La respuesta, por supuesto, está en la forma de gobierno y la política. En 1999, cuando Nigeria salió de súbito de 15 años de gobierno militar, los principales partidos políticos formaron coaliciones ad hoc, sin continuidad ni unificación de programas. Los gobiernos militares habían reforzado la centralización y el poder del Ejecutivo en Abuja y en los estados. Hacia finales de la década de 1980, la política de partidos prácticamente había desaparecido. En 1999, un gobierno militar aprobó una nueva versión de la constitución de 1979, que era estadounidense en su forma pero agregaba complicaciones nigerianas. Entre tanto, a finales de la década de 1980 se había proscrito de la política a civiles experimentados, y había surgido una nueva casta de dirigentes oportunistas que afianzaron una tradición de clientelismo, compadrazgo y malversación financiera.

Obasanjo nunca ha favorecido un sistema multipartidista para los países africanos. Hace 20 años señaló que en su lengua nativa yoruba, palabra que significa "oposición", también quiere decir "enemigo", y propuso sistemas de partido único en esos países. Durante su gestión presidencial desaparecieron las distinciones entre partido y gobierno; con la mira puesta en el gobierno de un partido único, él y muchos otros políticos despreciaron la constitución.

Pero incluso cuando Obasanjo se aferraba al poder, nigerianos de todo el país insistían en un retorno a la democracia. Durante las elecciones de 2003, un partido opositor ganó la gobernatura del estado septentrional de Kano gracias en parte a la insistencia de los ciudadanos en vigilar por sí mismos la jornada electoral. Y luego, el 16 de mayo de 2006, el país fue testigo de un suceso notable: nigerianos comunes exigieron cuentas a quienes decían representarlos, y lo lograron. Fue el día en que se pidió al Senado votar sobre un paquete de 107 enmiendas constitucionales, entre ellas algunas que habrían permitido a Obasanjo postularse a la presidencia para un cuatrienio más, o dos o tres. (Según algunas versiones, un solo voto podía costar 750000 dólares.) En todo el país, en especial en el norte, los nigerianos pusieron un ultimátum a sus representantes: si se dejaban sobornar y permitían que el mandatario se postulara a un tercer periodo, no serían bien recibidos en su lugar de origen. El mensaje dio en el blanco: el Senado votó contra las enmiendas; las esperanzas de Obasanjo de gobernar por un tercer periodo murieron.

Aun así, siguió tratando de consolidar su poder. En diciembre pasado, en una convención del Partido Democrático del Pueblo (PDP), maquinó una reforma en los estatutos del partido para ser su presidente vitalicio, con autoridad para controlar las finanzas y llamar a cuentas a cualquier funcionario electo proveniente del partido, inclusive algún futuro presidente. Así encontró la forma de continuar ejerciendo poderes presidenciales aun si su gestión terminaba formalmente. Los nigerianos llamaron a esto el Plan B de Obasanjo.

El Plan A -- también llamado "la opción Mugabe" -- era permanecer en el poder por cualquier medio, tal vez obstruyendo los preparativos electorales para desatar disturbios populares y luego declarar el estado de emergencia. De hecho, los preparativos para los comicios de 2007 se retrasaron deliberadamente hasta finales de 2006. La Comisión Nacional Electoral Independiente (CNEI) -- cuyo presidente, un profesor de medicina herbolaria, fue designado por Obasanjo -- complicó el registro de votantes. Aunque la CNEI carecía de fondos y Nigeria no contaba con un suministro confiable de energía eléctrica, a finales de 2006 su presidente decidió que el registro y la votación deberían realizarse por medios electrónicos. No llegaron suficientes máquinas especiales al país, y muchas de las que llegaron no funcionaban. A la larga, la Asamblea Nacional prohibió su uso. Hubo que prorrogar dos veces el plazo para el registro de votantes, y aun así muchos nigerianos no lograron entrar en las listas. Entre tanto, la CNEI permitió el registro de 50 partidos políticos, inclusive algunos organizados por el PDP y las agencias de seguridad. Fue un número sin precedentes, y muchos sospecharon que con el alud de registros de partidos se buscaba debilitar a los principales grupos opositores y confundir a los votantes el día de las elecciones.

Cuando por fin cerró el registro, a principios de febrero, había tres principales contendientes a la presidencia. De entre muchos aspirantes del PDP, Obasanjo escogió al poco conocido gobernador del estado septentrional de Katsina, Yar'Adua, quien no se había postulado. La gente estaba atónita: ¿por qué un oscuro gobernador sería el candidato del PDP? ¿Y por qué lo escogió el presidente solo, y no todos los militantes? Los nigerianos, que llamaban "selecciones" a las elecciones que se avecinaban, decían ya que Yar'Adua había sido "ungido".

Los dos principales partidos de oposición, el Partido de Todo el Pueblo de Nigeria y el Congreso de Acción, también realizaron elecciones primarias manipuladas. El primero postuló a su candidato de 2003, Muhammad Buhari. Como jefe militar del país durante 20 meses, a mediados de la década de 1980, Buhari encarceló a políticos corruptos sin someterlos a juicio, amordazó a la prensa y lanzó lo que llamó una "guerra contra la indisciplina". Hoy los nigerianos siguen recelando de sus antecedentes militares, pero lo admiran por haber sido ministro del petróleo, gobernador estatal y jefe de Estado sin haberse apropiado jamás de fondos públicos. También se le respeta por haber sostenido durante dos años una demanda judicial contra la victoria de Obasanjo en 2003.

El partido Congreso de Acción, formado en fecha reciente por fundadores, y luego desertores, del PDP, postuló por unanimidad al vicepresidente, Atiku Abubaker. Atiku (como todos lo conocen), ex funcionario de aduanas que se enriqueció "mediante atinadas inversiones", según explica, estuvo muy activo en política como empresario civil en la década de 1980 y a principios de la de 1990. En 1999, cuando acababa de ser elegido gobernador del estado de Adamawa bajo la bandera del PDP, Obasanjo lo escogió inesperadamente como compañero de fórmula. Atiku, a quien se vio como el principal arquitecto de la manipulación electoral de 2003, jamás fue una figura popular, al menos hasta el año pasado, cuando la venganza personal de Obasanjo en su contra llegó a conocimiento del público. Hacia diciembre, Atiku se había pasado al Congreso de Acción; dijo que en el PDP lo habían atacado y marginado porque se opuso a los esfuerzos de Obasanjo por postularse una vez más. El mandatario lo enfrentó de inmediato: ¿cómo podía el vicepresidente permanecer en el cargo si abandonó el PDP después de haber sido elegido bajo su bandera? No era un asunto menor: en Nigeria el cargo en el Ejecutivo implica inmunidad contra un enjuiciamiento civil o penal, y ya estaban en proceso varias investigaciones en las que Atiku podría verse implicado.

En primer lugar, un comité senatorial investigaba malos manejos financieros en el Fondo de Desarrollo de Tecnología del Petróleo, organismo paraestatal. En el curso de la pesquisa, los colaboradores del presidente y el vicepresidente intercambiaron detalladas acusaciones de corrupción. A principios de febrero, la CDEF -- la cual para entonces se creía que sólo tenía en la mira a enemigos del presidente -- emitió una lista de 135 políticos que consideraba ser demasiado corruptos para aspirar a un cargo de elección; Atiku era el primero en ella. Un periodista propuso un "juicio político que diera seguridades a ambos". La idea, que había ido ganando popularidad, era destituir tanto a Obasanjo como a Atiku y así activar un proceso constitucional que pondría al presidente del Senado a cargo de la organización de las elecciones en el curso de los tres meses siguientes. Pero las pesquisas y las acusaciones continuaron. Y mientras más resistía los esfuerzos de Obasanjo por impedirle ser candidato, Atiku crecía más en prestigio y popularidad como defensor improbable de la democracia. Pocos días antes de los comicios, y después de múltiples demandas y apelaciones, la Corte Suprema determinó que Atiku podía contender.

Las elecciones como tales resultaron, en palabras de observadores nigerianos, "una farsa". No sólo estuvieron amañadas: siguieron la trayectoria descendente de la triste historia electoral de Nigeria, en la que millones de personas que quieren democracia son traicionadas por sus dirigentes. Es un tributo al compromiso de los nigerianos que sigan intentando y a veces logren imponer su voluntad, como en Kano en 2003, en el Senado en 2006 y en algunos estados como Bauchi (donde los electores vencieron la manipulación de votos del PDP y eligieron un gobernador del Partido de Todo el Pueblo de Nigeria), en 2007. Eso, junto con una prensa valerosa y un Poder Judicial independiente, son los signos más prometedores de la difícil liberalización del país.

El largo camino por andar

El nuevo gobierno enfrenta desafíos formidables. Yar'Adua y sus colaboradores tendrán que atender los temas de legitimidad y credibilidad. Una CDEF dotada ya de independencia podría llevar adelante enjuiciamientos de personalidades de alto nivel y con buenos contactos. Un avance rápido en el mejoramiento de algunos aspectos de la vida cotidiana de los nigerianos sería un principio extraordinario. El uso transparente y productivo de los ingresos petroleros sería revolucionario.

En ningún otro lugar han sido más evidentes los fracasos del gobierno que en el Delta del Níger. La región genera la mayor parte del petróleo crudo del país, 95% de sus ganancias de comercio exterior y 80% de su PIB. Sin embargo, es de las más pobres y miserables del país. Esto se debe en parte a que, conforme a una disposición incluida en la constitución por el gobierno militar de Obasanjo en 1979, los gobernadores estatales poseen los derechos sobre la tierra, lo cual priva de sus beneficios a las personas que viven en ella. La ley es causa de resentimiento especial en el Delta del Níger, donde la población podría recibir inmensos beneficios de las reservas petroleras que yacen en su subsuelo. Un segundo problema es otra norma constitucional que obliga al desembolso mensual de fondos federales a los gobiernos de los estados, pero no obliga a los gobernadores a rendir cuentas de la forma en que hacen uso o abuso de ellos.

El verdadero obstáculo al progreso no es la falta de recursos; es quién los controla y cómo se utilizan. Los Estados productores de petróleo demandan que la complicada fórmula de asignación con la que se distribuyen los recursos del país se modifique para que reciban más de 13% de los ingresos petroleros y mucho más que los estados no productores. Pero ya reciben una enorme cantidad de dinero. Según Human Rights Watch, el presupuesto del estado de Rivers para 2006 fue de 1300 millones de dólares, suficiente para transformar la vida de sus 5.1 millones de habitantes. Sin embargo hubo poco desarrollo allí, pese a que el gobernador del estado, emanado del PDP, mantenía un jet privado y gozaba de los beneficios de inversiones sustanciales en bienes raíces en Sudáfrica. No estaba solo: en 2006, la CDEF investigaba por corrupción a 31 de los 36 gobernadores del país.

Sin embargo, todo lo que hizo Obasanjo durante su gestión para atender los problemas de los estados productores de petróleo fue crear la Comisión para el Desarrollo del Delta del Níger y enviar al ejército a combatir a las milicias locales. Ninguna de ambas acciones funcionó. La población del delta nunca tuvo confianza en la comisión, y una de las razones principales era que estaba bajo el control de rapaces gobernadores estatales. Recibió más de 280 millones de 2001 a 2004 y no fue capaz de explicar el destino de ese dinero. Sin embargo, se le confió la administración de un nuevo plan de desarrollo a 15 años, por 50000 millones de dólares.

También los intentos por acabar con las milicias fracasaron. Las milicias, organizadas en un principio por políticos para asegurar resultados electorales, ahora atacan instalaciones petroleras con armas sofisticadas. Roban petróleo, lo venden en el mercado negro y secuestran trabajadores petroleros para pedir rescate. A veces hacen exigencias políticas, en otras sólo actúan para ganar dinero; a veces, un poco de ambas cosas. Entre sus miembros figuran egresados universitarios sin empleo, que operan coludidos con personal militar y políticos.

El Movimiento para la Emancipación del Delta del Níger (MEDN), el más conocido de estos grupos, ha superado al ejército en armamento, número de elementos y tácticas en los pantanos y ensenadas de la región. Entre sus demandas está que el gobierno libere a dos prisioneros: el cabecilla de un grupo de resistencia afín, Mujahid Dokubo-Asari, que lleva casi dos años detenido, y Diepreye Alamieyeseigha, ex gobernador del estado de Bayelsa a quien se acusa de lavado de dinero. El MEDN sostiene que aun si éste es un ladrón, también lo son muchos otros gobernadores que gozan de libertad. El candidato del PDP a la vicepresidencia, Goodluck Jonathan, sucedió a Alamieyeseigha como gobernador de Bayelsa luego que éste fue juzgado y encarcelado, en diciembre de 2005. La elección de Jonathan como candidato tenía la intención de llevar tranquilidad al delta, pero no ha ocurrido así. Hasta mayo, ya eran más los secuestros de 2007 que los de todo 2006.

Cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre su lógica y sus tácticas, los militantes han logrado dejar en claro una idea. Existen docenas de grupos étnicos en el Delta del Níger -- el pueblo ijaw, en cuyo nombre habla el MEDN, es el más numeroso -- y un largo historial de antagonismo entre ellos. Pero todos coinciden en que debe invertirse más de los ingresos petroleros de la región en infraestructura, desarrollo y creación de empleos.

El desorden en el Delta del Níger es un recordatorio de la pugna étnica y religiosa de la región, fuente limitada de tensión durante el periodo electoral pero que siempre está cerca de la superficie y puede encenderse con facilidad. En Nigeria se hablan unas 400 lenguas distintas: decenas de millones de personas entienden tres o cuatro, el resto mucho menos. El país es mitad musulmán y mitad cristiano. La constitución garantiza la libertad de cultos y, excepto durante la guerra civil de 1967-1970 y en los primeros años de este siglo, musulmanes y cristianos han coexistido en paz. Con todo, la religión sigue siendo una posible línea de fractura: según un cálculo, de 1999 a la fecha, ha habido 15000 muertes por enfrentamientos étnicos y religiosos. No obstante, casi todos estos choques comenzaron por tensiones políticas y económicas, no religiosas.

Un asunto espinoso fue el establecimiento, en 2000, de la ley penal de la sharia, aplicable a musulmanes de los estados del extremo norte, entre ellos Katsina, el estado de origen de Yar'Adua. (Los musulmanes septentrionales siempre han estado sujetos a la norma civil de la sharia, incluso durante el dominio colonial británico.) Esta acción tenía la intención principal de manifestar la oposición a Obasanjo y otros del PDP. (De hecho Obasanjo la llamó "sharia política".) Pero también la de restaurar el orden y la moralidad. Desde entonces, ha menguado la preocupación por la instauración de dicha ley, en gran medida porque no se han aplicado los castigos más draconianos que prescribe en general.

El tema de la sharia, y en general el de la religión, perdieron aún más atención conforme se aproximaban las elecciones: los tres principales candidatos a la presidencia eran musulmanes del norte que se postulaban junto con candidatos cristianos del sur a la vicepresidencia. Más importante aún, las tensiones religiosas se disolvieron ante la determinación popular de que Obasanjo dejara el poder. Pero si persisten las carencias económicas y la insatisfacción política, la religión y la pertenencia étnica podrían volver a ser asuntos en disputa.

Mucho dependerá de la capacidad de Yar'Adua para ganarse la confianza de los nigerianos. Muchos creen que Obasanjo, al haber escogido a Yar'Adua como su peón, continuará siendo el presidente de facto. Otros insisten en que en breve Yar'Adua mostrará que es él quien gobierna. Pero los optimistas se han desalentado por declaraciones iniciales de Yar'Adua de que tiene la intención de garantizar que permanecerán las políticas y los colaboradores del régimen anterior.

Amigos con beneficios

Al reconocer el potencial y la importancia de Nigeria para el continente africano, Estados Unidos desde hace mucho tiempo ha cultivado relaciones cordiales con su gobierno. Desde la independencia, en 1960, Nigeria ha participado virtualmente en todas las misiones de paz de Naciones Unidas. Incluso en los días de sus peores relaciones con Estados Unidos, cuando el general Abacha era jefe de Estado, en la década de 1990, Nigeria hacía frente a los problemas regionales, con lo cual permitió que Washington se hiciera a un lado cuando muchos veían que tenía la responsabilidad histórica de ayudar.

Con Obasanjo, Nigeria siguió desempeñando ese papel. El presidente intervino para combatir golpes militares en Estados minúsculos como Guinea-Bissau y Santo Tomé y Príncipe. Hizo esfuerzos con Zimbabwe y Sudán, aunque logró poco progreso. Ofreció refugio a Charles Taylor, ex presidente de Liberia, con lo cual ganó tiempo para que ese país extenuado por la guerra preparara sus elecciones y evitó un nuevo conflicto que podría haber requerido la intervención estadounidense. Desempeñó un papel fundamental en ayudar a transformar la ineficaz Organización para la Unidad Africana en la actual Unión Africana, más prometedora.

A causa de los continuos elogios a esos esfuerzos y a las reformas macroeconómicas de Obasanjo por parte de Washington, los nigerianos creyeron en un momento que éste podría influir en el presidente en formas en que ellos no podían. Pero cuando buscaron signos de que Washington intentaría afectar la agenda política del presidente, sólo vieron su aprobación sin reservas. En 2003, el gobierno de Bush hizo caso omiso de informes de la Unión Europea, Human Rights Watch, el Instituto Internacional Republicano y grupos de la sociedad civil nigeriana según los cuales las elecciones habían quedado muy por debajo de las normas internacionales. La visita del presidente George W. Bush a Abuja a pocas semanas de la toma de posesión de Obasanjo reforzó la percepción de los nigerianos de que su presidente contaba con el apoyo incondicional de Estados Unidos y que, en lo referente a elecciones en África, Washington aplicaba un doble rasero. En los meses anteriores a las elecciones de este año, la embajada estadounidense en Abuja emitió algunas advertencias contra el fraude electoral, pero la Casa Blanca y el Senado guardaron un silencio casi total. Sólo después de las elecciones emitieron declaraciones críticas.

En el pasado, Washington ha promovido la democracia en Nigeria sólo cuando ha servido a sus propósitos inmediatos. La estabilidad del país le ha importado en parte porque éste es clave para la estabilidad de África occidental, pero sobre todo porque las múltiples incertidumbres políticas en Medio Oriente hacen que el petróleo nigeriano sea cada vez más importante para Estados Unidos. La pérdida no humana más obvia de la crisis electoral nigeriana podrían ser los suministros petroleros. La producción disminuyó más de 20% el año pasado por la violencia en el Delta del Níger. Y dada la ola de secuestros después de las elecciones, no hay razón para creer que los militantes detendrán sus ataques, en especial si ven que viene más de lo mismo de un gobierno cuya legitimidad está en duda.

Aunque sea sólo por proteger sus intereses, el gobierno estadounidense necesita señalar con firmeza que lo ocurrido durante las elecciones de abril violó las normas democráticas, y debe culpar en público a los responsables. Debe expresar con toda claridad que no aprueba prácticas de mano dura como los actos represivos a opositores por las agencias de seguridad. Si quiere ver democracia de verdad en Nigeria, debe impulsar la creación de partidos alternativos fuertes. Las declaraciones iniciales de Yar'Adua de atraer a los opositores a un gobierno de unidad nacional sonaron como una oferta de absorberlos a un gobierno unipartidista del PDP. En cambio, los funcionarios estadounidenses deben presionar para que haya leyes que instauren comisiones electorales independientes del Poder Ejecutivo y simplifiquen el registro de electores. Y suponiendo que el gobierno de Yar'Adua se asiente, Estados Unidos debe resistirse a la tentación de usar a Obasanjo como conducto para negociaciones y tratar directamente con el nuevo presidente. Dada la falta de experiencia internacional de Yar'Adua y la clara intención de Obasanjo de seguir controlando las políticas, seguramente surgirá este problema.

Por su parte, el nuevo gobierno nigeriano tendrá que actuar con rapidez y creatividad para evitar que se intensifique la violencia en el Delta del Níger. Washington debe insistir en que establezca un programa que pueda distribuir recursos con rapidez y eficacia en el ámbito local, donde más se necesitan. El gobierno estadounidense espera que la producción petrolera nigeriana supere su capacidad actual (hoy recibe 1.1 millones de barriles diarios). Sin embargo, debe dejar en claro que se opone al uso de la acción militar para garantizar ese flujo. En el Delta del Níger, en el pasado no ha funcionado una solución militar y no hay razón para creer que funcione en el futuro.

Hoy, Washington está preocupado por el terrorismo global. Y Nigeria, con una población musulmana de decenas de millones, muchos de ellos pobres, es vista a veces como una base potencial para extremistas islámicos. No ha surgido ninguna prueba de actividad terrorista organizada, y a nadie le interesa más prevenir el radicalismo que a los propios líderes musulmanes nigerianos. Así, más que recurrir a las soluciones militares -- Nigeria se ha adscrito ya a la Iniciativa Transahariana de Lucha contra el Terrorismo, impulsada por Estados Unidos -- , Washington debe alentar al nuevo gobierno nigeriano a formular políticas que empleen los considerables recursos del país para aliviar el sufrimiento de su pueblo, dedicando especial atención al norte, algunas de cuyas regiones son aún más pobres que el Delta del Níger. En este tema en particular, Washington necesita escuchar a su experimentado servicio exterior y a sus profesionales de inteligencia; con frecuencia no lo ha hecho.

Muchos nigerianos dicen que a raíz de las desacreditadas elecciones no es posible descartar nada. Aunque se diga que los golpes de Estado ya no están en boga en la mayor parte de África, en Nigeria se han utilizado repetidas veces contra la mala conducta de la clase política. Desde luego, una intervención militar no es lo que prefieren la mayoría de los nigerianos . . . y tampoco el gobierno estadounidense. Pero tampoco querían esas elecciones flagrantemente manipuladas y, en el caso de un golpe cuyos cabecillas se comprometieran a devolver el país a la democracia en unos cuantos meses, los gobiernos occidentales deberían detenerse antes de imponer sanciones. La noción de que un golpe pudiera conducir a la democracia parece contraria al sentido común, pero si nada se hace por remediar la farsa electoral de 2007, muchos nigerianos verían con buenos ojos un régimen militar de corta duración cuyo objetivo fuera organizar elecciones legítimas. Han mostrado una vez más su compromiso con la democracia, y nada deben hacer personas del exterior para frustrar sus expectativas de conseguirla en el futuro, como les sea posible.

Sin duda, la mejor esperanza para el futuro del país depende de los propios nigerianos. En abril, millones esperaron con paciencia en las casillas electorales, pese al peligro y al desencanto previo, para tratar de ejercer sus derechos democráticos. Si Yar'Adua resulta ser un "dirigente en el servicio público", no un gobernante, como dice aspirar a ser, los nigerianos podrán por fin emprender la transición hacia una democracia estable y justa que debió empezar hace ocho años. Y entonces Nigeria tendrá la oportunidad de ser el modelo para África que debería ser.