domingo, 24 de febrero de 2008

EL PODER POLITICO DE CHINA EN ASIA DESDE EL 1500 HASTA EL 1850


R. Bin Wong


Entre el siglo XVI y principios del XIX, el este de Asia (el Extremo Oriente según la óptica europea) fue una parte del mundo extensa y densamente poblada con un orden político bastante diferente al de Europa. Analizando muchos de los aspectos de este orden político podemos detectar algunos de los mecanismos que explican cómo entró a formar parte del orden mundial dominado por Europa durante la segunda mitad del siglo XIX.


De manera concreta somos capaces de comprender cómo asumieron en principio las autoridades chinas las peticiones por parte de Europa de un incremento de los intercambios comerciales y de los permisos de residencia en China. China se hallaba en el centro del orden político de Asia oriental.


Su importancia demográfica y territorial hacía poco probable que las relaciones entre el Estado chino y sus vecinos se parecieran a las de los primeros gobernantes de la Europa moderna. Los europeos rivalizaban entre sí por territorios entablando guerras y estableciendo alianzas mediante matrimonios.


Pero China no dominaba a otros regímenes de Asia oriental por el simple argumento de su tamaño. Más bien existían nítidos mecanismos que caracterizaban las relaciones del imperio con cada uno de sus vecinos. Desde un punto de vista colectivo, las relaciones de China con los gobiernos en el sureste, noreste y el interior de Asia constituían un sistema de relaciones políticas muy distintas de las relaciones existentes entre los europeos. El enfoque oficial chino respecto de las relaciones exteriores estaba fuertemente influido por los planteamientos oficiales de orden interno. Por consiguiente, para poder comprender la concepción de las autoridades chinas relativa a las relaciones con terceras partes, resulta importante analizar la forma de gobierno de sus propios asuntos internos.


Orden político chino


En el siglo XVI China ya poseía una ideología política y unas instituciones basadas en principios y prácticas elaboradas a lo largo de casi dos milenios. En la capital, en torno al emperador, había un conjunto de ministerios y organismos administrativos pertenecientes al gobierno central. El peso de la administración interior recaía en más de 1.300 magistrados de distrito que formaban el nivel básico de una burocracia de integración vertical que abarcaba todo el imperio. Como responsables del mantenimiento del orden local, de la recaudación de impuestos y del fomento del bienestar popular, los magistrados de distrito contaban con un reducido equipo de secretarios y funcionarios profesionales y, en ocasiones, con un magistrado auxiliar. Los funcionarios se apoyaban también en las minorías locales (acaudalados terratenientes, comerciantes y varones que habían superado las pruebas de la administración pública pero que no estaban a sueldo del gobierno) para abastecer y gestionar graneros y escuelas, así como para financiar las obras de restauración de templos, carreteras y puentes.


A través de estas y otras actividades, las minorías locales extendieron el radio de influencia del Estado. En general, este tipo de personas era más numeroso en las zonas más ricas y, por consiguiente, la inversión de esfuerzos y recursos oficiales era especialmente importante en las zonas más periféricas. Las costumbres locales chinas se caracterizaban por una enorme diversidad, por ejemplo, de dialectos, costumbres culinarias y cultos de deidades particulares. Pero la construcción del orden social interno dependía del fomento y la aceptación de ciertas prácticas sociales generalizadas que, tanto los funcionarios como las minorías, pudieran identificar como específicamente chinas.


Cabe citar como ejemplo las relaciones de parentesco chinas, los rituales nupciales y funerarios y las tecnologías agrícolas. El grado de coherencia cultural diseñado y a menudo alcanzado dentro de China contrasta fuertemente con las condiciones reinantes en la Europa de principios de la era moderna. En Europa existía un vacío entre la refinada cultura compartida por las minorías, que traspasaba las fronteras políticas, y las innumerables culturas populares locales arraigadas en pequeños territorios. Este vacío no desapareció de manera sistemática hasta el siglo XIX, momento en el que se formaron culturas nacionales diferenciadas mediante una combinación de proyectos de Estado y de minorías para definir un carácter nacional y el arraigo popular de costumbres y prácticas características de cada una de ellas.


A finales de la China imperial, la cultura de minorías se hallaba vinculada más íntimamente con la cultura popular y este vínculo se veía reforzado por el Estado. Más allá de aquellas regiones en las que se podían construir instituciones chinas de orden local, los funcionarios utilizaban un repertorio diferente de estrategias para promover la estabilidad política y las relaciones económicas ventajosas.


China y el Sureste asiático


La expansión de China hacia el sur llegó hasta el océano pero no consiguió anexionar la región que actualmente conocemos como el Sureste asiático. La influencia china fue máxima en Vietnam, cuya zona septentrional constituyó una dependencia china entre el siglo I y el X. El gobierno vietnamita nombrado posteriormente se integró en el sistema tributario, a través del cual, el emperador vietnamita y otros gobernantes del Sureste asiático efectuaban ofrendas rituales de objetos exóticos y valiosos al gobierno chino.


Estos tributos simbolizaban su acatamiento de la superioridad china. Este sistema de relaciones diplomáticas no consiguió mantener al ejército chino totalmente fuera de la región. Los ejércitos chinos combatieron contra Birmania entre 1766 y 1770 y también intervinieron en Vietnam entre 1788 y 1790, cuando las rebeliones internas del país pusieron en peligro a la familia gobernante. En general, sin embargo, el reconocimiento ritual de superioridad e inferioridad a través del sistema tributario preservó la estabilidad sin conflictos militares a pesar de la desigualdad de poder en el Sureste asiático.


Los métodos chinos de aceptación de los vecinos más débiles fueron emulados por los vietnamitas en relación con algunos de sus vecinos inmediatos. Cuando los vietnamitas ayudaron a expulsar a las fuerzas siamesas de Camboya en 1813, se confirieron a sí mismos y a Camboya los mismos rangos jerárquicos que China se aplicaba a sí misma y a Vietnam, respectivamente. Entre los siglos XVII y XVIII, el Sureste asiático continental constaba de cuatro reinos principales.


Los reinos birmano, siamés y camboyano estaban más influenciados por las ideas budistas del Sureste asiático que por las teorías confucianas chinas. Las influencias islámicas también llegaron hasta la región. Pero a diferencia de lo ocurrido en el sur de Asia, donde el islam adoptó el carácter de un imperio conquistador, el islam penetró en el Sureste asiático de forma pacífica, difundido por comerciantes y misioneros. Las áreas de mayor influencia islámica fueron las próximas a la península y al archipiélago, donde las ciudades-estado formaban parte de un mundo asiático de comercio marítimo en lo que actualmente es Malaysia e Indonesia.


A diferencia de los vietnamitas, los pequeños países del Sureste asiático que optaron por presentar sus tributos a China no adoptaron las instituciones burocráticas o la ideología chinas. El pago de sus tributos a veces guardaba mayor relación con su participación en el comercio marítimo asiático, ya que las autoridades chinas a menudo autorizaban a que el pago de tributos fuera acompañado de transacciones comerciales adicionales.


El reino siamés a veces pagaba tributo a China, lo mismo que el de Birmania y el reino de Laos de Nanchao. Otros gobernantes de pequeños territorios en lo que actualmente son Malaysia, Laos, Camboya y Myanmar (Birmania) pagaban sus tributos al reino siamés. Las relaciones jerárquicas definidas por las relaciones tributarias eran características de la diplomacia de Asia oriental aún en los casos en que China no estuviese implicada directamente. El gobierno chino procuraba regular de manera estricta el comercio exterior que tenía lugar en las fronteras marítimas del imperio, ya que deseaba garantizar el orden político local. Parte de los intercambios se efectuaban dentro del sistema tributario, mientras que otros se realizaban al margen del mismo.


En 1760, el gobierno instauró un sistema que limitaba el comercio exterior a los agentes autorizados en el único puerto de Cantón. Como contraste al estricto control gubernamental sobre los comerciantes extranjeros que deseaban actuar en las fronteras de China, los funcionarios apenas dedicaban esfuerzo alguno a regular el número incomparablemente superior de mercaderes que se trasladaban al Sureste asiático y efectuaban intercambios comerciales minoristas y mayoristas mucho más importantes. El Estado chino no intentó beneficiarse de las actividades comerciales en la forma en que lo hicieron los estados europeos cuando sus comerciantes entraron a formar parte de este sistema asiático de comercio marítimo. El éxito europeo dependía en gran medida del cumplimiento de la reglamentación asiática del comercio. Los europeos llegaron a esta economía comercial vibrante como foráneos y fueron incapaces de replantear dicha economía hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando hicieron frente de modo eficaz al planteamiento chino de las relaciones exteriores.


China y el Noreste asiático


La posición de Japón y Corea en el seno del sistema tributario de China era muy diferente de las de los países del Sureste asiático. Los registros chinos revelan que Japón reconoció a China mediante ofrenda de tributos ya en tiempos de la dinastía Han (202 a.C.–220 d.C.). En el siglo VIII, los japoneses utilizaron los caracteres chinos como punto de partida para su lenguaje escrito y adoptaron el código legal chino para elaborar el suyo propio.


Hacia comienzos del siglo XV, época en la que los gobernantes japoneses fomentaron las relaciones tributarias, los dos países ya poseían una dilatada historia en la que Japón normalmente era considerado como inferior. En estos años, el gobierno central de Japón vivía una situación de debilidad interna y apenas era capaz de controlar el comercio japonés con Corea. Corea, que al igual que Japón y Vietnam, estaba muy influenciado por las ideas políticas y las instituciones chinas, negoció con los gobernantes de la zona más próxima de Japón que proporcionaba refugio a los comerciantes marítimos y a los piratas.


La piratería japonesa constituía de forma periódica un gran problema para Corea, pero tales dificultades quedaron eclipsadas por la invasión de Corea dirigida por el general japonés Toyotomi Hideyoshi en 1592. Una vez finalizada la reunificación militar de Japón, en la que se erigió como el jefe más poderoso, Hideyoshi esperaba conquistar Corea y China. Los jefes coreanos pidieron ayuda a los chinos, a quienes pagaban tributos a cambio de ayuda contra los japoneses. Los chinos accedieron y Hideyoshi murió en 1598 sin lograr su objetivo. El régimen Tokugawa, fundado en 1600, evitaba, por lo general, establecer relaciones diplomáticas con China. El gobierno japonés se mostraba reacio a ser aleccionado por los coreanos de una manera que situaba manifiestamente a Japón por debajo de China.


Por su parte, los coreanos no estaban dispuestos a reconocer a los japoneses en forma alguna que implicase una consideración de igualdad de los japoneses con los chinos. Las distintas maniobras diplomáticas se tradujeron en una formulación suficientemente ambigua como para permitir a ambos bandos continuar sus relaciones. Más extrema, en cierto sentido, fue la situación de las islas Ryūkyū, cuyo gobierno optó por enviar misiones para pagar tributo tanto a China como a Japón.


En el siglo XVIII, los japoneses establecieron militarmente un control más directo sobre la parte septentrional de las islas Ryūkyū y continuaron permitiendo a las islas conservar su relación tributaria con China a fin de facilitar el comercio que también beneficiaba a los japoneses. Para entender de forma más amplia las relaciones internacionales de Asia oriental, resulta ilustrativo el ejemplo de las Ryūkyū por cuanto describe cómo China y Japón eran capaces de compartir ciertos elementos comunes en sus diferentes órdenes de influencia sin conflicto alguno.


En contraste con las relaciones normalmente pacíficas que China mantenía con sus vecinos en el sureste y el noreste de Asia, cabe destacar las relaciones en ocasiones tensas con el interior de Asia, una región formada por el actual Estado de Mongolia, las regiones autónomas chinas de Mongolia Interior y de Xinjiang, la provincias china de Qinghai, Tíbet y Dongbei Pingyuan (Manchuria).


China y el interior de Asia


El Imperio chino había mantenido una relación compleja con los grupos establecidos a lo largo de sus fronteras del norte y el nordeste desde los inicios del imperio. En aquellas épocas la seguridad del Imperio gobernado por la dinastía Han se veía amenazada periódicamente por las tribus del norte. A lo largo de los siguientes siglos se formaron muchas alianzas de tribus turco-mongoles con el propósito de rivalizar entre sí y desafiar a las tropas chinas. A veces estas alianzas ocupaban partes del norte de China y en otras ocasiones lograban afianzar su control sobre un territorio más amplio. El pueblo más famoso fue el mongol, cuya conquista de China en el siglo XIII vino a culminar sus logros en un amplio territorio que se extendía por el oeste hasta Hungría y Polonia. La última dinastía de China fue la establecida por los manchúes, un pueblo seminómada que invadió China por el nordeste. Bajo la dinastía Qing (1644-1911), el control imperial de los territorios se fue ampliando hasta incluir grandes zonas del interior de Asia.


Los funcionarios imperiales intentaron pacificar sus fronteras del norte y del noroeste con tres planteamientos relacionados entre sí: (1) constituyendo alianzas con determinados grupos contra los enemigos comunes; (2) intentando someter a los grupos potencialmente peligrosos aplicando medidas militares; y (3) incluyendo a muchos de estos grupos en el sistema tributario del imperio. A principios de la dinastía Ming (1368-1644) reinaba una gran inquietud por la posibilidad de que los mongoles estuvieran de nuevo movilizando una gran fuerza invasora.


La dinastía conjugó los esfuerzos de alistar un número considerable de efectivos militares junto con una estrategia encaminada a persuadir a los mongoles a participar en relaciones tributarias. En décadas posteriores, dentro de los intentos chinos por limitar los contactos sociales y regular los vínculos económicos, la corte Ming y los grupos mongoles siguieron dedicando esfuerzos a los aspectos comerciales y de tributación. Los manchúes derrocaron a la dinastía Ming en 1644 y crearon la Corte de Asuntos Coloniales para gestionar las relaciones tributarias con los grupos del interior asiático, algunos de cuyos jefes eran mongoles. Algunos grupos mongoles actuaban como aliados de los manchúes en su conquista de China, mientras que otros mongoles eran rivales en cuanto a la ocupación de territorios del interior de Asia.


Una combinación de fuerza militar y capacidad de persuasión moral regía los intereses de los grupos del interior de Asia a la hora de mantener unas relaciones pacíficas y rentables con el imperio Qing. Además de las relaciones fiscales que vinculaban a la corona con los distintos grupos mongoles, la dinastía Qing también trabó relaciones más sólidas con Tíbet. El Dalai Lama en Tíbet creó, con el apoyo de la dinastía Qing, una aristocracia burocratizada, reforzando su poder sobre los nobles tibetanos.


Los dirigentes políticos tibetanos aceptaron una subordinación nominal al Imperio de los Qing a cambio de un grado considerable de autonomía. La fe del emperador manchú en el budismo tibetano reforzó sus habilidades para comunicarse de manera eficaz con los grupos mongoles que compartían la misma religión. En el siglo XIX, el gobierno Qing hubo de hacer frente al auge del kanato de Kokand como potencia regional en la frontera noroccidental. Cuando el jefe de Kokand aumentó el control militar sobre diferentes rutas comerciales terrestres entre China, Rusia y el Oriente Próximo, decidió enviar misiones de pago de tributos a Pekín para que su Estado fuera reconocido como tributario. Además, intentó aumentar los ingresos de su administración aplicando impuestos a los comerciantes en localidades que normalmente se hallaban bajo control Qing.


El emperador aceptó recibir una caravana anual de tributos y además otras tres condiciones: (1) reconocer a Kokand el derecho a nombrar un representante político en Kashgar y agentes comerciales en otros varios mercados; (2) otorgar a estos agentes autoridad judicial y policial sobre los comerciantes extranjeros; y (3) permitir a estos agentes recaudar aranceles aduaneros sobre los bienes importados por los extranjeros. Estos pactos realizados con Kokand entre 1831 y 1835 son equivalentes a las concesiones efectuadas por la dinastía Qing entre 1842 y 1844 a las potencias europeas que amenazaban la costa marítima de China.


Las negociaciones con extranjeros a lo largo de la frontera del norte dieron origen a políticas y estrategias que más tarde servirían de modelo a China en posteriores negociaciones con los europeos. Los chinos firmaron tratados con los europeos garantizándoles el derecho a someterse a sus propias leyes y disfrutar de privilegios superiores a los concedidos a sus equivalentes diplomáticos. Los eruditos han considerado estos acuerdos chino-europeos como signos de que los chinos recibían un trato diplomático de inferioridad.

Lo que resulta menos evidente para muchos observadores es el hecho de que las relaciones chinas con los occidentales también surgiesen inicialmente de las prácticas diplomáticas chinas que habían sido históricamente básicas para las relaciones políticas de Asia oriental. Las implicaciones son importantes. En primer lugar, los diplomáticos chinos no vislumbraron en un principio la importancia que la presencia de los europeos llegaría a adquirir en China.


Creyeron que se trataría de un reducido número de extranjeros, agrupados en una localidad comercial del territorio fronterizo, que podían aislarse de manera eficaz de la población china colindante por el simple hecho de mantener una administración autónoma independiente. Esta medida no sólo mantendría separados a los chinos de la minoría extranjera, sino que además ahorraría a los funcionarios chinos la enojosa tarea y el gasto de controlar directamente a la población extranjera.


En segundo lugar, la flexibilidad del sistema tributario jerárquico se refleja en la capacidad de los gobernantes del norte para constituirse en una potencia militar considerable dentro de sus propias estructuras. Los funcionarios chinos fueron capaces de ampliar su sistema tributario para dar cabida a la nueva clase de extranjeros que llegaban por la costa meridional. En tercer lugar, desde la posición de preeminencia del orden político de Asia oriental, resulta razonable considerar la ampliación territorial de los Qing como un refinamiento de un conjunto de prácticas diplomáticas chinas que se remontan a varios siglos antes del gobierno manchú.


Además, la China creada por la dinastía Qing sobrevivió bastante tiempo a la caída de los manchúes. Algunas de las zonas que en determinados momentos formaron parte del sistema tributario de China, especialmente Tíbet y Xinjiang, han sido incorporadas más íntimamente al Estado territorial chino del siglo XX. En cuarto lugar, otros estados en Asia oriental utilizaron el esquema de las relaciones tributarias con los gobernantes de países vecinos. En algunos casos, como Japón y las islas Ryūkyū, también procedieron a integrar zonas con las que en tiempos pasados habían mantenido algún tipo de relación tributaria.


Por último, a medida que las relaciones de China basadas en los tributos fueron desafiadas cada vez más por las potencias europeas durante la segunda mitad del siglo XIX, fueron surgiendo nuevas jerarquías de relaciones políticas. El colonialismo occidental y el japonés no eran menos jerárquicos que las relaciones políticas de Asia oriental precedentes, pero poseían un carácter agresivo, y a menudo opresivo, mayor.


La desaparición del colonialismo ha ido acompañada por la resurrección de China como figura central en las relaciones políticas de Asia oriental. China desempeñó un papel fundamental en el orden político de Asia oriental en siglos anteriores y ahora ha vuelto a convertirse en la figura más importante en las relaciones internacionales de la región. La estructura y el contenido del orden regional contemporáneo en Asia oriental ya no se adapta a un sistema tributario chino. Sin embargo, la comprensión de las múltiples relaciones que China y otros países forjaron en el seno de dicho contexto general nos proporciona una posición ventajosa a la hora de analizar la continua complejidad y variedad del actual orden político en Asia oriental.