lunes, 29 de septiembre de 2008

ASIA EN EL NUEVO REPARTO DE ÁFRICA (A LA CULMINACIÓN DE LA GUERRA FRÍA)


Luis María Mora

La manifiesta rivalidad entre los Estados Unidos y Francia en el conflicto de los Grandes Lagos, en el antiguo Zaire o, más recientemente, en la guerra civil en Congo Brazzaville, junto al deseo de una nueva aproximación a las ex colonias demostrado por Londres y París en las últimas cumbres de la Commonwealth y de la Francofonía y, en otro ámbito, la penetración económica asiática en el continente, hacen pensar en un nuevo reparto de influencias políticas y económicas en el África Subsahariana.

La pugna de intereses norteamericanos y franceses (1), en las luchas nacionales e interestatales que en los últimos años se han producido en el África central ha supuesto un replanteamiento del status en la zona y, en consecuencia, un relativo desplazamiento de la tradicional influencia gala. De hecho, tras la desgraciada experiencia en Somalia, el Gobierno de Washington decidió volver a África con la intervención de los Cascos Azules de las Naciones Unidas (en su mayoría estadounidenses), que debían repatriar a los residentes occidentales de Kigali y, durante la guerra civil en el antiguo Zaire, importantes grupos industriales norteamericanos no dudaron en firmar acuerdos mineros con Laurent-Désiré Kabila cuando Mobutu Sese Seko, el gran aliado de otros tiempos, todavía no había abandonado el poder (2).

A lo largo de estos años también se han multiplicado las visitas de relevantes mandatarios estadounidenses a algunos países africanos, como la gira emprendida en febrero de 1996 por Ronald Brown, secretario de Comercio, a Costa de Marfil, Ghana, Kenya, Uganda y Botswana, o la que, en octubre del mismo año, realizó el secretario de Estado de Asuntos Exteriores, Warren Christopher, a Etiopía (3), Tanzania, Angola y Sudáfrica. Estos encuentros culminaron con las visitas oficiales de la primera dama norteamericana, Hillary Clinton, en abril de 1997, y la del propio presidente de los Estados Unidos, casi un año más tarde, a Ghana, Uganda, Sudáfrica, Botswana y Senegal.

En realidad, la ofensiva de Washington en el África Subsahariana responde tanto a razones geopolíticas como al propósito de establecer fuertes relaciones comerciales con el “África ganadora” (es decir, los “buenos alumnos” del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial). En palabras del entonces embajador norteamericano en Costa de Marfil, Lannon Walker, la penetración de corporaciones estadounidenses en la zona se explica de la siguiente manera: “los negocios norteamericanos están viniendo a África no porque hayan sido invitados por los africanos ni porque los gobiernos de Washington les animen a venir, sino porque se ven impulsados por la economía global” (4).

Las exportaciones de bienes y servicios de los EEUU en dirección a África alcanzaron la cifra de 5.400 millones de dólares en 1996 y los influyentes grupos industriales norteamericanos parecen dispuestos a llevarse una mayor parte de los 60.000 millones de dólares de productos extranjeros que importa el subcontinente (5). Esta voluntad de ganar mercados se ha hecho patente en el caso de Sudáfrica, productora de un tercio de las riquezas del África negra y con un PIB per. capita muy superior a la mayoría de países de la zona, donde las empresas estadounidenses invirtieron 3.000 millones de dólares en 1996 y donde las importaciones de productos made in USA han aumentado de forma espectacular en los últimos dos años.

La preocupación norteamericana por el África Subsahariana coincide con un retorno al continente de las antiguas metrópolis. Reunidos en Edimburgo entre el 24 y el 27 de octubre de 1997, los jefes de Estado de los 53 países pertenecientes a la Commonwealth se manifestaron en favor de la transformación de esta organización en un ente económico con pretensiones de mercado común. De hecho, la Declaración económica de Edimburgo sentó las bases para la progresiva creación de un espacio económico que garantice la prosperidad de todos los ciudadanos de los estados miembros. En este sentido, cabe recordar las palabras del primer ministro británico cuando afirmó: “debemos utilizar nuestra historia para construir el futuro, un futuro en el que una de sus fuerzas sea la Commonwealth”.

Pocos días más tarde, en la VII Cumbre de la Francofonía en Hanoi, Vietnam, los 49 jefes de Estado de este conjunto de territorios que en el pasado estuvieron bajo dominación francesa (a los que también se han añadido el Quebec y la hispanófona Guinea Ecuatorial), respondían al reto anglófono con las siguientes palabras: “en todo caso, también habrá que contar con la Francofonía”. Este último encuentro significó también una superación de los objetivos originales de cooperación técnica y cultural, enfatizando el enfoque económico. Por otra parte, la elección del ex secretario general de Naciones Unidas, Boutros-Boutros Ghali, como nuevo secretario general de la Francofonía supuso, entre otros, un desplante a la política de Washington, tradicionalmente poco favorable al egipcio, y resultó sumamente significativo que, por primera vez, el representante de esta agrupación fuera elegido por los jefes de Estado de los países miembros, lo cual le confiere una autoridad de la que carecía hasta ahora.

Precedidas ambas cumbres por reuniones informales de hombres de negocios, la voluntad demostrada en pro de una agenda prioritariamente económica supuso un cambio de rumbo en la evolución de estos encuentros. En este sentido, la importancia de lo económico quedó de manifiesto al no decidirse en Edimburgo la expulsión definitiva o la imposición de sanciones complementarias a Nigeria, país suspendido por sus violaciones de los Derechos Humanos. En realidad, para el Reino Unido, la apuesta por una Commonwealth renovada le ofrece la posibilidad de recuperar su posición de potencia económica mundial, al tiempo que compensa la reciente pérdida de Hong Kong y contrarresta el peso económico del gigante alemán en el seno de la Unión Europea. París, por su parte, atrapada entre la retórica de la grandeur y una realidad bastante menos brillante, intenta reafirmar sus vínculos tradicionales para equilibrar las ambiciones de EEUU y de otras potencias en sus zonas de influencia. Reflejo del esfuerzo galo fue su posicionamiento en la Cumbre de Países Más Industrializados del planeta que tuvo lugar en Denver y en la que, junto con Japón y frente al discurso norteamericano, optó por elaborar una estrategia común para mantener una importante ayuda pública al desarrollo en África.

Junto a esta renovada preocupación occidental por el continente subsahariano, hay que señalar también el creciente interés de ciertas economías de Asia oriental por los mercados y las materias primas y energéticas africanas. En un fin de siglo caracterizado por lo que se ha llamado la “Era del Pacífico”, China, Japón y los Nuevos Países Industriales asiáticos (NPI) han adquirido un importantísimo peso absoluto a escala mundial. En lo que se refiere a las relaciones entre el África Subsahariana y Asia Oriental, el aumento de los intercambios comerciales entre ambas zonas parece haberse ido consolidando en los últimos años, y se observa una presencia cada vez mayor de multinacionales de países como Corea del Sur o Malasia, especializadas en la producción para mercados domésticos pequeños.

Por otra parte, muchos gobiernos africanos han intensificado esfuerzos para atraer inversiones asiáticas, como Nigeria o Ghana, mientras que en Namibia un alto porcentaje de las 521 nuevas compañías que se registraron a principios de 1989 estaban basadas en el modelo de Hong Kong y Singapur. Japón, que posee una presencia ya centenaria en el continente, sobre todo en el África Austral y Oriental, se encuentra en una posición privilegiada en el contexto de las nuevas relaciones entre ambas regiones. En realidad, la descolonización de la década de los sesenta ofreció la oportunidad a Tokio de ampliar sus puntos de interés e incluso, en algunos casos, de recuperar su influencia en determinadas zonas, como en Sudáfrica. Privado desde 1945 de sus tradicionales fuentes de materias primas y dentro de un proceso de desarrollo económico que por sus características requería minerales abundantes en suelo africano, Japón inició ya en los años cincuenta un acercamiento a las economías del subcontinente que se acentuó en las décadas siguientes y que combinó con una diplomacia basada en la política de “seikei buri”, esto es, la separación entre política y negocios. Estas razones, junto al hecho de que los productos electrónicos japoneses fueran comparables en calidad a los europeos y mucho más baratos que los norteamericanos, hizo posible el impresionante avance, en los años setenta y ochenta, de la penetración comercial japonesa en los mercados africanos.

En la actualidad, Japón es el único país industrializado que ha aumentado su ayuda al desarrollo frente a los recortes realizados, entre otros, por Estados Unidos y la misma Francia. Esta medida se ha acompañado de un cambio de estrategia basado en la promoción del modelo de desarrollo asiático, enfatizando medidas tales como la reforma agraria, el aumento del ahorro e inversiones masivas en infraestructuras para, de esta manera, sentar las bases de una industrialización que conduzca a economías de exportación con altas tasas de crecimiento. Esta política se ha apoyado también en un esfuerzo diplomático, siempre matizado por la característica cautela de la política exterior nipona, que se ha manifestado en el apoyo concedido a los procesos de democratización en el continente, especialmente en el caso de Sudáfrica, o a las políticas internacionales de mantenimiento de la paz y prevención de conflictos.

En este sentido, el encuentro sobre Conflictos en África, celebrado en noviembre de 1995 en Tokio, inauguró una política de mayor compromiso en África, prueba de la cual fue el envío de tropas niponas a Mozambique y Rwanda. Por otra parte, el interés japonés por el futuro de África también quedó de manifiesto en la Conferencia Internacional sobre el Desarrollo de África (1993), organizada junto con las Naciones Unidas y el Banco Mundial en Tokio. Esta reunión, a la que acudió una nutrida representación de mandatarios africanos, concluyó con la creación de un Foro Asia-África, cuyo primer encuentro tuvo lugar en 1994 en Indonesia, y cuyo objetivo es promover la cooperación entre ambas regiones. A este primer contacto siguió la Eastern-Southern Regional Workshop, financiada por Japón, y que se reunió en julio de 1995 para ampliar la cooperación afro-asiática y revisar las estrategias de desarrollo.

En el ámbito de las relaciones bilaterales con la República de Sudárica, hizo falta algún tiempo, tras la liberación de Nelson Mandela y el anuncio de las reformas que condujeron al fin del apartheid, para que Tokio levantara las sanciones económicas y restableciera relaciones diplomáticas con Pretoria. De hecho, la anulación de las sanciones económicas, anunciada en octubre de 1991, fue precedida por la visita de una nutrida delegación del Keidanren encabezada por el vicepresidente del Banco de Tokio, mientras que la reanudación de relaciones diplomáticas no se produjo hasta el 13 de enero de 1993.

Lo cierto es que desde la caída del régimen del apartheid se ha podido constatar una recuperación del nivel de los intercambios comerciales que en el pasado existieron entre ambos países. Japón, que en 1987 era el principal socio comercial de Pretoria, por delante de los EEUU, Gran Bretaña y Alemania, intenta ahora recuperar esa posición privilegiada. Los japoneses consideran fundamental la evolución de Sudáfrica para el conjunto de la región, a parte de seguir viéndolo como un país rico en materias primas y minerales básicos necesarios para Japón y para otras economías asiáticas en fuerte crecimiento. Por otra parte, tampoco hay que olvidar el mercado que representan los millones de consumidores negros cuyo poder adquisitivo se prevé que aumente. Este esfuerzo por estrechar vínculos se ha puesto de manifiesto en el acuerdo entre la Japan Airlines y la South African Airways para abrir, desde el 2 de octubre de 1997, dos conexiones semanales entre Osaka y Johanesburgo.

En el resto del continente negro, a pesar de que en 1995 el volumen del comercio japonés había disminuido de manera contundente, los productos nipones han monopolizado ciertos sectores, como el automovilístico. Así, por ejemplo, las últimas cifras difundidas por la Kenya Motor Industry Association muestran los excelentes resultados de Isuzu, Toyota, Nissan y Mitsubishi en este país, que en 1997 registraron las mejores ventas (Isuzu vendió 1.222 vehículos, Toyota 1.069 y Nissan 1.027), dejando al grupo francés Peugeot en la quinta posición. Esta penetración se ha producido incluso en aquellos mercados tradicionalmente dominados por las compañías francesas, como Gabón, Camerún y Senegal.

En cuanto al otro gigante asiático, la República Popular de China, ésta ha puesto en marcha, sobre todo después del proceso de reformas internas iniciado a finales de los años setenta, una política de penetración en África que persigue objetivos tanto diplomáticos como económicos. Hasta ese momento, Pekín había basado sus relaciones con el África independiente en una premisa según la cual esas dos distantes regiones eran similares o incluso idénticas; de ahí, por ejemplo, la frase del líder chino Zou Enlai en su visita a Somalia, en febrero de 1964: “China y los países africanos se entienden mejor y comparten los sentimientos del otro”. Coherente con esta idea y en plena Guerra Fría, China intentó durante casi dos décadas afectar el rumbo de los acontecimientos en África a través de la incitación a la subversión y la revuelta armada.

En los años setenta, esta política procuró movilizar a las naciones del Tercer Mundo en un frente común contra la dictadura de los superpoderes como una forma de luchar contra el aislamiento internacional al que se vio sometida la potencia asiática.

A principios de los años ochenta la política exterior china, bajo la dirección del que fuera embajador en Accra y El Cairo, Huang Hua, abandonó el discurso revolucionario para hacer hincapié en el tema de la estabilidad, las relaciones comerciales y la ayuda al desarrollo. En el ámbito comercial, entre 1976 y 1988 el total del comercio chino-africano pasó de 300 millones de dólares a 2.200 millones, con un considerable aumento de las inversiones en el continente. De hecho, a finales de la década el capital chino participaba en más de 30 compañías en el África Subsahariana, incluyendo joint-ventures o firmas con capital exclusivamente chino. Asimismo, y por razones geoestratégicas, el Océano Índico se convirtió en una zona de particular importancia para Pekín.

En los últimos años Pekín ha mantenido su política de ayuda al desarrollo, como demuestra la financiación concedida para la construcción de un estadio en la zona norte de Lomé, capital de Togo, o del edificio que albergará el nuevo Parlamento en Libreville, Gabón, pero se aprecia una tendencia que enfatiza la necesidad de abrir mercados a los productos africanos y de incrementar los préstamos a bajos tipos de interés. En este sentido, durante su gira africana en mayo de 1996, Jiang Zemin anunció la creación de varias oficinas comerciales y filiales del Banco de China en África. De igual manera, en septiembre de 1997 el ministro de Comercio Exterior recomendó a los hombres de negocios chinos una mayor agresividad en los mercados africanos para, de esta manera, prevenir el monopolio occidental.

En realidad, se ha puesto en marcha una nueva estrategia que anima a los inversores chinos a mejorar los servicios de posventa en el continente, y a reexportar su mercadería a terceros países, para lo cual se prevé la instalación de una docena de centros de distribución comercial en países africanos, para proporcionar ayuda a los inversores chinos en términos de almacenaje y formalidades aduaneras y de contabilidad. Destaca también la visita realizada en mayo de 1997 por el primer ministro Li Peng a siete naciones africanas: Seychelles, Zambia, Mozambique, Gabón, Camerún, Nigeria y Tanzania. En las islas Seychelles, el mandatario chino agradeció la política de neutralidad y de no alineamiento de su Gobierno, y su esfuerzo en favor de una cooperación regional que puede convertir a las islas en un puente entre África Austral y otras partes del mundo. Como en el resto de países visitados, se firmaron acuerdos de cooperación económica y tecnológica.

Prueba de la mayor implicación comercial china es que en 1995 los intercambios entre la República Popular y África aumentaron un 56% con respecto al año anterior (3.900 millones de dólares), y que en 1996 se alcanzó la cifra récord de 4.000 millones de dólares. En realidad, la política africana de Pekín apunta a la intensificación de sus relaciones con las economías más prometedoras de la región, entre las que se encuentran
Sudáfrica y Costa de Marfil. En este último país, y durante el período 1994-1997, China figuró entre los principales inversores extranjeros, muy por delante de Bélgica, Luxemburgo o Canadá. Asimismo, en el mes de septiembre de 1997 la provincia china de Jiangsu, que cuenta con 35.000 industrias, envió una delegación de hombres de negocios a Yaundé, Camerún, para estudiar la creación de una zona económica de 100 km2 destinada a industria pesada y agroindustria.

Por otra parte, tampoco hay que olvidar las ventajas obtenidas por los chinos en el programa de privatizaciones llevado a cabo por el Gobierno de Nigeria. En agosto de 1997 el presidente de este país entregó las llaves de la Sonitextile, primera sociedad nigerina privatizada, al consorcio que agrupa a China Worldbest y Hwa Fu International. A ello puede añadirse la adquisición por parte de los chinos de un terreno de 500 ha de experimentación en el cultivo del algodón a orillas del río Níger, así como la construcción de viviendas sociales.

Destaca también el acercamiento a estados como Gabón, Zimbabwe o Angola. En el primero de estos países, en 1996 el valor de los intercambios comerciales ascendió a 418,9 millones dólares, frente a los 129 del año anterior. China fue el principal importador de madera gabonesa con 647.875 toneladas, mientras que las exportaciones de productos gaboneses a China totalizaron 146 millones de dólares, lo que ha convertido a este país en uno de los principales socios comerciales de Pekín. Por otra parte, durante la última visita de Li Peng a Libreville se concluyeron cinco acuerdos relativos a inversiones, préstamos y ayuda al desarrollo en los ámbitos de la agricultura, las actividades forestales y pesqueras y la sanidad. En cuanto a Zimbabwe, el comercio bilateral también ha mejorado con la importación china de 15.000 toneladas de tabaco en 1996.

Asimismo, el Gobierno chino se ha comprometido en varios proyectos dentro del Programa de Desarrollo Rural e Industrial de Zimbabwe. En Angola también se ha producido un rápido aumento de los intercambios con Pekín, con un valor de 260 millones de dólares en los diez primeros meses de 1996, lo que le ha convertido en el segundo país africano, después de Sudáfrica, con un mayor comercio bilateral con China.

La República Popular también ha reforzado sus vínculos con aquellos regímenes que experimentan dificultades para recibir ayuda occidental por sus reiteradas violaciones de los Derechos Humanos, como es el caso de Nigeria, Sudán o Zaire. En este sentido, destaca el acercamiento al Gobierno de Abuja que, aislado por los inversores occidentales y perseguido por la comunidad internacional, se ha vuelto hacia China y Corea del Norte. Así, en 1997 Pekín firmó un contrato de 154 millones de dólares para renovar y rehabilitar los ferrocarriles nigerianos y, por otra parte, la sociedad de electricidad nigeriana, la National Electricity Power Authority, y su socio chino, la North China Electric Power Group, concluyeron un acuerdo de asistencia técnica para poner de nuevo en funcionamiento las tres centrales térmicas existentes en Nigeria y construir dos nuevas en Abuja y Ajaokuta. Compañías chinas han obtenido también los derechos de explotación de tres yacimientos petrolíferos, mientras Corea del Norte consiguió un contrato de varios millones de dólares para construir un complejo deportivo en Abuja.

En diciembre de 1996 la China Civil Engineering Construction Corporation firmó un contrato multimillorario para la construcción de una oficina de exportación de carbón y, en los últimos tiempos, se han concluido varios acuerdos de cooperación, entre los que destaca el establecimiento de varias industrias chinas en la Export Processing Zone de Calabar, con la intención de que los productos de estas compañías sean reexportados a China y, de esta manera, reducir los desequilibrios en la balanza comercial nigeriana.

Por otra parte, durante su visita a Pekín en 1995 el primer ministro de Etiopía, Meles Zenawi, firmó un acuerdo para construir una fábrica de fertilizantes, obtuvo una donación de 12 millones de birr (1 dólar=7,5 birr [enero 1999]) y solicitó al Gobierno chino que dejara de proveer de armamento a Sudán. Posteriormente, en diciembre del mismo año, el Banco de Exportación-Importación de China otorgó su primer préstamo a Jartún por 12 millones de dólares para desarrollar su industria petrolífera y, en marzo de 1998, una constructora china (CNPC) consiguió, junto a una empresa británica y una argentina, un contrato para la realización del que va ser el oleoducto más largo de África (1.600 km). En el caso de la República Democrática del Congo (RDC), antiguo Zaire, resulta significativo que la primera visita del presidente Laurent-Désiré Kabila fuera del continente africano haya sido a China, en diciembre de 1997. Por otra parte, la RDC ha declarado a China como modelo a seguir, considerando absolutamente necesario priorizar la cooperación con Pekín.

Esta presencia económica de Pekín en el África Subsahariana coincide también con la batalla diplomática que este país mantiene con Taiwán. No se trata de una lucha ideológica, sino más bien de una búsqueda de apoyos internacionales. Taiwán, tras la entrada de la China Popular en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en 1971 se ha visto progresivamente abandonada y, en 1989, sólo mantenía relaciones diplomáticas con Sudáfrica, Swazilandia y Malawi, aunque existían numerosas representaciones comerciales abiertas por intermedio del Ministerio de Asuntos Económicos y también oficinas semiclandestinas, como la Asociación para la Promoción de Intercambios Comerciales y Turísticos con Taiwán (6).

En los últimos años la ofensiva del Gobierno taiwanés ha consistido en la concesión de ayudas económicas a cambio de reconocimiento internacional. De ahí, por ejemplo, el apoyo financiero a la campaña electoral de Nelson Mandela (7), o los préstamos condicionados a los gobiernos de Senegal, Gambia y Níger a cambio de la ruptura de relaciones diplomáticas con Pekín. En los casos de Sudáfrica y Níger, esta política sólo ha tenido resultados a corto plazo, ya que a mediados de 1996 Niamey rompió con Taipei y, en noviembre del mismo año, el Gobierno de Pretoria declaró su intención de reconocer a la China Popular y de establecer relaciones diplomáticas a finales de 1998 (8).

La reacción de Taipei frente a la actitud sudafricana no se hizo esperar y, en el mes de diciembre, suspendió todos sus proyectos de ayuda y otros acuerdos como protesta por la ruptura y en espera de una redefinición de las relaciones entre ambos países (9). En realidad, del lado sudafricano prevalecieron los intereses económicos, lo cual no sorprende si se tiene en cuenta que los intercambios comerciales entre Sudáfrica y China aumentaron en más de mil millones de dólares en un año, pasando de 14 millones de dólares en 1994 a 1.330 millones en 1995, a lo que había que añadir la cesión de Hong Kong a China en 1997 (10).

En cuanto a las relaciones entre Taipei y Dakar, desde que ambos gobiernos restablecieron vínculos diplomáticos en 1996, Taiwán ha contribuido con 10.000 millones de francos CFA a la construcción de una carretera, ha enviado una misión agrícola para ayudar al desarrollo del cultivo del arroz y de la floricultura y ha donado 350 millones de francos CFA para el sector de la sanidad. En 1997, la diplomacia taiwanesa también consiguió el reconocimiento de Chad y Liberia, en agosto y septiembre respectivamente, lo que implicó la reacción de China y la consiguiente ruptura de relaciones.

Un situación más ambigua ha sido la del Gobierno de Sâo Tomé y Príncipe, cuyo presidente, Miguel Trovoada, anunció en junio de 1997 el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Taipei a pesar de que, en el mes de mayo, el Parlamento santotomense rechazara una propuesta presidencial en esa dirección. Ante esta situación, Taiwán negó haber ofrecido un cheque por 30 millones de dólares a cambio del reconocimiento y, por su parte, Pekín respondió, en un primer momento, suspendiendo temporalmente los proyectos de ayuda que en enero había firmado el ministro de Asuntos Exteriores, Quian Qichen, durante su visita oficial a Praia y, finalmente, rompiendo relaciones en julio.

Junto a la relevante presencia de los gigantes japoneses y chinos (RPCh, Hong Kong y Taiwán), dentro del grupo de “dragones asiáticos” de primera y segunda generación destaca la política africana de Malasia. Desde el punto de vista ideológico, el controvertido primer ministro malayo, Mahathir Mohamad, ha coincido en varias ocasiones con líderes africanos en sus críticas al fenómeno de la globalización de la economía por considerarla una nueva forma de colonización por parte de los países occidentales y también se ha mostrado partidario de una recuperación del espíritu de la cooperación Sur-Sur. En este sentido, resulta significativa la política de inversiones llevada a cabo por empresas malayas en ciertos países al sur del Sáhara, especialmente en Sudáfrica (11).

El coloso africano ha sido el principal receptor de un flujo de capital que en 1996 convirtió a Malasia, tras la adquisición por la compañía estatal malaya Petronas de un 30% de la Engen Oil (compañía sudafricana de refinado y distribución de petróleo), en el cuarto inversor extranjero en Sudáfrica. A ello hay que añadir las numerosas e importantes inversiones realizadas por firmas malayas en los sectores bancario, turístico y de recursos naturales. El TA Bank, subsidiario de la compañía malasia TA Enterprise Berhad, fue lanzado en Johanesburgo en julio de 1997, sólo un año después de que esta empresa entrara en Sudáfrica a través de la compra de Kilroe Whitehead. Un sector particularmente codiciado es el de las telecomunicaciones; así lo demuestra la participación de Telekom Malasya con la sudafricana Telkom en la construcción de una red comercial de cables submarinos entre las ciudades de El Cabo y Penang, o la asociación con la norteamericana SBC Communications para hacerse con un 30% de Telkom. Por otra parte, tras la visita del presidente Mandela a Malasia en marzo de 1997 (12), se firmaron varios acuerdos para la inversión de cerca de 10 billones de rands en Sudáfrica, y podría darse una compra multimillonaria del helicóptero de ataque Rooivalk. Entre otras compañías, la Hybrid Overseas Corporation invirtió 220 millones de rands en centros comerciales y oficinas en Durban y Pietermaritzburg.

En el resto del continente las agresivas empresas malayas están desplazando a las europeas, que hasta ahora controlaban el 87% de las exportaciones en el comercio maderero africano. Así, por ejemplo, Carlton Resources, con un 51% de capital malayo, ha obtenido la concesión por 25 años de 152.000 hectáreas en Liberia, cada una de las cuales compró a 2,5 dólares (comparado con los 4.000 que hubieran costado en Malasia).

En marzo de 1995 Timbermaster Industries, con base en Malasia, anunció una inversión de 30 millones de francos CFA en un complejo destinado al procesado de madera en una concesión de 220.000 ha que posee en Gabón. En Madagascar, la misma compañía es copropietaria de una importante concesión y, en Malawi, posee el 60% de una plantación de pinos de 120.000 ha en sociedad con el Gobierno. En Gabón, la Malasya’s Associated Kaolin Industries (AKI) ha adquirido 104.758 ha de terrenos, y las exportaciones de madera gabonesa a Malasia han pasado de 70.000 m3 en 1990 a 700.000m3 en 1995. Por otra parte, una amplia delegación malaya de hombres de negocios y especialistas en los sectores maderero y del aceite de palma, presidida por el ministro de Industria, visitó en 1997 Gabón y Camerún con vistas a estrechar lazos y proponer una inversión conjunta en la industria del aceite de palma (13).
Del resto de “dragones asiáticos”, destaca también el caso de Corea del Sur. Este país, que durante gran parte del período de Guerra Fría tendió a proyectar en África sus rivalidades con Corea del Norte, optó finalmente por una estrategia de penetración que prioriza los intereses económicos sobre los políticos. Así, en los últimos años se ha puesto en marcha la llamada “política de los medios económicos”, esto es, una forma de cooperación a través del intercambio comercial y de las inversiones. En este sentido, a partir de 1990 las inversiones en el continente se han apoyado en el Banco de Exportación-Importación de Corea, concentrándose fundamentalmente en aquellas “economías-locomotora” como Nigeria, Costa de Marfil, Kenya y Sudáfrica. En este último país se está llevando a cabo una estrategia de implantación en los países vecinos, como Botswana o Swazilandia, para desde ellos conquistar con precios competitivos el mercado sudafricano.

El retorno a África de los antiguos poderes coloniales o el creciente interés de actores casi desconocidos en la zona, como los países de Asia Oriental, se enmarca en una nueva estrategia que, dando prioridad al ámbito económico, intenta asegurarse alianzas y vínculos que pueden ser decisivos en el futuro dado la indefinición del actual sistema internacional.

En el caso de las pujantes economías de la orilla asiática del Pacífico, su presencia y penetración en el continente negro aparecen motivadas por razones políticas y diplomáticas (la pugna entre las dos Chinas, el deseo de conseguir apoyos en la ONU o la ambición de potencias medias como Corea del Sur y Malasia de lograr un mayor papel internacional).

En cuanto a las motivaciones económicas, si bien es cierto que los mercados africanos no son relevantes en términos absolutos, no por ello debe negarse su importancia estratégica para economías que, como las de los NPI, se encuentran en un período de fuerte crecimiento y con crecientes necesidades de recursos naturales.

Para los gobiernos africanos, por su parte, este contexto ofrece la posibilidad de una nueva orientación de su política exterior con la esperanza de ampliar alianzas y, de esta manera, adquirir un mayor poder de negociación frente a un occidente demasiado crítico.

Referencias bibliográficas

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Ballon, R.J. (1995) Europe-Afrique concurrencé par Asie-Afrique?, Mondes en Développement, vol. 23, 92, pp. 144-48.

Jeune Afrique Economie (1996) Diplomatie: Taïwan out, China in, l’Afrique du Sud change de camp, 231, pp. 40-41.

Mora, L.M. (1998) “La presencia asiática en África subsahariana: cuando los dragones se instalan en casa del elefante”, Documentos de Trabajo del Instituto Complutense de Estudios Internacionales, 4, p. 32. (1998) “L’entrée des dragons en Afrique”, Le Nouvel Afrique-Asie, 108, pp. 42-44.

Ouahdoudi, M. (1996) “Quand le monde chinois se réveillera, l’Afrique tremblera...”, Jeune Afrique Economie, 225, pp. 72-75.

Paye, M. (1996) “Le Sénégal opte pour Taïwan”, Jeune Afrique Economie, 223, pp. 70 71.

Saint-Paul, M.A. (1995) “Le Japon, Taïwan et l’Afrique du Sud”, Afrique Contemporaine, 176, pp. 43-58.

Notas


1. Para los norteamericanos, hay otros minerales de importancia en África, a parte del petróleo y el oro: el 54% del cobalto mundial, el 32% de la bauxita, el 61% del manganeso, el 80% del cromo y el 70% de los diamantes. Para los franceses los intereses económicos (recursos naturales, mercados privilegiados) se mezclan con los políticos.

2. Durante los meses de diciembre de 1996 y enero de 1997 las muestras de una implicación norteamericana en el conflicto zaireño se hicieron cada vez más evidentes. Así, numerosos consejeros norteamericanos se desplazaron a Kigali y la organización International Rescue Comité tomó partido por los sublevados. Por otra parte, destaca también el apoyo de la American Mineral Fields a la Alliance des Forces Démocratiques de Libération Congo-Zaïre.

3. En este país, y ante la Organización para la Unidad Africana (OUA), Christopher reafirmó la voluntad de EEUU de contribuir a la creación de un Centro de Gestión de Conflictos.

4. Cory, C. (1997) “American Business Coming to África by Way of Global Economy”, África New Reports, 3 de febrero.

5. “Los norteamericanos, impulsados por su enorme déficit comercial, actualmente están dispuestos a luchar, incluso en África, un continente considerado tradicionalmente como un mercado marginal por Washington”. Smith, S. (1994) “Afrique noire: le duel Washington-Paris”, Politique internationale, pp. 356-364.

6. Este es el caso, por ejemplo, de Costa de Marfil, Nigeria y Kenya, algunos de los principales socios comerciales africanos de Taiwán.

7. Un año antes de las elecciones no raciales de abril de 1994, las autoridades taiwanesas invitaron a varios miembros del Congreso Nacional Africano a Taipei y, en otoño de 1993, el propio Nelson Mandela recibió esa invitación.

8. Para justificar esta decisión, el presidente Nelson Mandela apeló a razones políticas y económicas: “China posee la mayor población del mundo, conoce una tasa de crecimiento del 10% y es miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Las relaciones internacionales exigen que reconozcamos a China”, Jeune Afrique Economie (1996), 231, p. 40.

9. Cerca de 280 fábricas taiwanesas decidieron cerrar temporalmente como una forma de presionar al gobierno de Pretoria, el embajador taiwanés fue llamado a consultas y se suspendieron los vuelos entre Johanesburgo y Taipei.

10. Las cifras conjuntas del comercio de China-Hong Kong con Sudáfrica para el período 1993- 1996 son las siguientes: 1993 (1.014 millones de dólares); 1994 (1.097 millones de dólares); 1995 (1.475 millones de dólares) y 1996 (estimados unos 1.750 millones de dólares). África Research Bulletin (1997), Serie económica, p. 13.030.

11. Mahathir Mohamad fue uno de los primeros líderes extranjeros que visitó a Nelson Mandela y Malasia fue el primer país asiático visitado por el líder sudafricano.

12. Nelson Mandela realizó en marzo de 1997 una gira por cuatro países asiáticos (Malasia, Singapur, Filipinas y Brunei), durante la cual se firmaron importantes acuerdos comerciales por un valor total de 1.800 millones de dólares.

13. En 1996 Malasia fue el primer productor mundial de esta variedad de aceite con un 53% de la producción mundial, pero se enfrenta en la actualidad a un grave problema de falta de tierras.